Las dos décadas cumplidas de Fresa y chocolate, una película que, de tan cotidiana, parecía haber sido estrenado a la vuelta de la esquina, y los varios trabajos escritos sobre ella, nos han llevado a realizar ciertos cálculos y a darnos cuenta de que el mapa del cine cubano se ha ido transformado. Es hoy por hoy un campo de batalla más de esta Cuba toda que lucha por reajustarse a los tiempos que corren.
Juan de los muertos ganó en febrero el mismo premio Goya que Fresa y chocolate recibiera en 1995. Pero las razones y consecuencias que se deducen de ambos acontecimientos (Cuba solo cuenta con tres galardonados de sus 17 nominaciones) son notablemente distintas. El Goya del 95 demostraba que el ICAIC continuaba haciendo cine de primera calidad a pesar de las inclemencias económicas, mientras que este Goya de 2013 situó en primera plana a la productora cubana independiente Quinta Avenida, su capacidad de representar el séptimo arte nacional y su derecho a inscribir títulos en la historia de nuestro arte.
El modesto estreno de Melaza (Carlos Lechuga) en septiembre, que escasamente se exhibió en una sala de la capital, sugiere que estos dos últimos puntos mencionados a propósito de Quinta Avenida resultan polémicos en ciertas instancias oficiales. Aunque los filmes “independientes” se ruedan con personal esencialmente cubano (directores, actores y técnicos), formados en su mayoría por el ICAIC, aunque lejos de desconocer, reverencian al Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficos y sus clásicos como órgano históricamente responsable de lo mejor que Cuba ha llevado a la pantalla grande; todavía las productoras “independientes” operan en un marco de semilegalidad.
En ese mismo estado se encontraban algunas salas de cine 3D particulares que durante 2013 crecieron en varias zonas del país —en la capital especialmente— para entusiasmo y solaz del público nacional que contaba con los 3 cuc del ticket. Y hacia finales de octubre fueron prohibidas sobre la base de que promovían “mucha frivolidad, mediocridad, seudocultura y banalidad”, aunque los filmes que proyectaban perfectamente cabían (y de hecho cupieron) en la programación de las salas de cine y la tv oficiales. Las salas 3D y su modelo comercial habrían permitido al circuito estatal llevar exclusivamente a cartelera un séptimo arte con elevados valores estéticos y renunciar a la necesaria programación de hoy que alterna entre filmes lúdicos y “de contenido” (para dejarlo en la aparente dicotomía que ciertas instancias creen observar).
Los que sí resultarían más difíciles de extinguir son los muchísimos distribuidores clandestinos de películas, reality shows miamenses y telenovelas mexicanas y colombianas, que llenan memorias flash, alquilan DVDs y copian hasta un terabyte de audiovisuales a un precio ridículamente barato. Ellos, que en 2013 sí han tenido un florecimiento incuestionable y están apoderándose del tiempo que el cubano dedicaba a la televisión, ellos que circulan obras más infames que sublimes (aunque también las hay de este último orden); sí obligan a que el gobierno diseñe alguna forma de compensación cultural que seduzca al público nacional o que se repiense la efectividad de las que ya posee como la televisión, la radio y la prensa escrita. La palabra en este caso no es prohibir sino compensar, verbo que lesiona menos el derecho de consumo con que cuenta todo individuo en una democracia.
Hacia este ámbito de la distribución y el consumo debería extenderse la “Ley de cine” que un G-20 de cineastas comenzó a proponer hacia mayo de 2013. La intención del grupo en resumidas cuentas apunta hacia el reconocimiento legal de esos otros órganos y vías de hacer cine que existen más allá del ICAIC, sin desdorar por esto —insisto— la posición del “Instituto Cubano del Cine y la Industria Cinematográficos (ICAIC) como organismo estatal rector de la actividad cinematográfica cubana”, para decirlo en las palabras de Kiki Álvarez, Enrique Colina, Rebeca Chávez, Lourdes de los Santos, Daniel Díaz Ravelo, Pavel Giroud, Magda González Grau, Inti Herrera, Senel Paz, Fernando Pérez, Manuel Pérez y Pedro L. Rodríguez, quienes firmaron el primer bloque de acuerdos de este G-20 espontáneo y no alineado.
El año 2013 ha marcado por otra parte fechas de profundo dolor para los cinéfilos cubanos. La muerte de Alfredo Guevara y Daniel Díaz Torres fue inesperada para muchos, porque a pesar de estar inscritos en la historia de nuestro cine, continuaban construyendo el presente. Daniel Díaz Torres había estrenado en 2012 La película de Ana, con buena acogida de crítica y de público, lo que daba fe de su excelente salud como artista; y Alfredo Guevara continuaba haciéndosenos presente cada diciembre en la elevada convocatoria del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que le tomaba todo el año organizar. También nos quedamos a la espera de otros de esos libros que publicó en la última década, “desclasificando” cartas y documentos que construyeron lo que hoy llamamos cine cubano.
La muerte de Tulio Raggi nos dejó sin uno de los constructores del imaginario audiovisual de la infancia cubana. El barroquismo, el aura surreal y la musicalidad de sus animados todos (El negrito cimarrón, Tito y Lili, La Calabacita, Cocuyo ciego, El zángano y la rosa, La gamita ciega, El paso del Yabebirí) estuvieron entre las primeras bocanadas de buen arte que recibieron ¿y reciben? los niños de esta Isla.
Por otra parte, el Premio Nacional de Cine de 2013 recayó sobre Manuel Pérez Paredes, cuyo nombre está ligado desde sus mismos comienzos al Nuevo Cine Latinoamericano y a lo mejor que produjera esta Isla. Director de un clásico como El hombre de Maisinicú (1973) y de otras obras también valiosas como Páginas del diario de Mauricio (2006); Manolo Pérez destaca además por atesorar una memoria encomiable; y en más de una intervención ha logrado proponer juicios bien preclaros acerca de la historia del ICAIC en varios de cuyos hechos icónicos estuvo presente.
También recibió un reconocimiento, esta vez un Coral honorífico, el padre de Elpidio Valdés, Vampiros en La Habana y la escuela de animación cubana toda. El 35. Festival del Nuevo Cine Latinoamericano se estrenó con esas imágenes memorables que dibujara Juan Padrón no solo para la infancia cubana sino para los adultos también y el público internacional.
Son aún muy recientes los recuerdos del 35. Festival que estuvo marcado además por una vocación de añoranza y de futuro. La desaparición física de algunos de sus fundadores; los cambios tecnológicos y crisis que se suceden, cinematográficamente hablando, en el mundo entero; y el giro que ha dado la estética del séptimo arte latinoamericano desde los 60 a esta parte, llevaron a muchos estudiosos, realizadores y cinéfilos a preguntarse: ¿Nuevo? ¿Cine? ¿Latinoamericano? en una de las conferencias teóricas más relevantes del evento. Estas son quizás las tres preguntas que deberíamos respondernos a escala nacional tan pronto comience 2014.
Foto: Beatriz Verde Limón (Habana por dentro)