Silvia es la hija menor de Juan Padrón. Nos sentamos a conversar en el parque de los ahorcados, a un costado de la casa de la música de Miramar. Al llegar recuerda que aquí aprendió a montar bicicleta, “tengo la imagen de nosotros aquí montando, yo adelante y él en su bicicleta china detrás.”
Juan Padrón, para su hija, es “lo más grande de la vida”. Cuando habla de él mueve las manos rápidamente, las abre como intentando explicar todo lo que abarca para ella, y dice cosas como “yo adoro a mi papá, para mí es el hombre más especial del planeta”, después hace silencio, se queda mirando un punto fijo, reflexionando y concluye “es un tipo fiel, leal.”
Las historias de Silvia con su padre son, en su mayoría relacionadas con el juego, “a mis padres les agradezco infinitamente que nunca nos educaron de forma violenta”. Juan era quien la bañaba, y siempre, al terminar le tiraba la toalla por encima de la cortina y ella veía como le iba cayendo encima, después al salir, hacia como que chocaba con el marco de la puerta y se retorcía del dolor, al apagarles la luz, para dormir, simulaba con una mano dispararle al bombillo mientras con la otra accionaba el interruptor “pero nosotros nos creíamos la película, de que el tipo apaga la luz de un tiro”.
Bañar a Ian le resultaba a veces más difícil, porque este sí se resistía mucho, entonces le inventaba que la bañadera era un submarino, en el cual se comenzaba a filtrar el agua, luego le echaba una espuma protectora, para que no se ahogara y finalmente lo hacía entrar de nuevo, para sacar el agua del submarino, y ahí lo enjuagaba. “Con David, su nieto mayor, juega también un montón. Se hacen pasar por rusos, por españoles. Tienen una relación de camaradería muy grande ambos”.
-Las maestras se pasaban todo el tiempo pidiéndome cosas, y mi papá encabronado, me decía que tenía que aprender a decirles que no a las maestras. ¡Imagínate! Si había que hacer una obra de teatro él tenía que hacer la escenografía, y lo veías tirado en el suelo horas pintando aquellos cartones. Cuando querían una bandera para la escuela él la tenía que diseñar. Realmente a veces ser su hija lo que me daba era más trabajo.
Juan nunca ha sido un hombre de aprovecharse de su nombre. Todo lo material que ha conseguido ha sido con el fruto de su trabajo, nunca le han regalado nada. “Yo aprendí con él a ser sencilla, a no deberle nada a nadie, a ganarme yo misma las cosas. Él no es un hombre arrogante, ni prepotente, al contrario”.
Silvia recuerda en su niñez, época en la que los valores machistas abundaban mucho más que en la actualidad, que al menos si su madre cocinaba, entonces el padre debía fregar. “Cuando yo de niña veía a algún hombre que no quería trabajar en su casa, le decía que mi papá, que era famoso, fregaba.”
La vida de Silvia, desde el punto de vista profesional, ha estado en constante cambio. Graduada de psicología, a la par que hacia clínica, también se involucró en diversas investigaciones, las cuales la impulsaron a profundizar en las políticas sociales. A raíz de esto gana una plaza para trabajar en la ONG Save the children, donde comienza una nueva etapa profesional en la que es ella quien realiza las políticas. Es en esa época en la que gana una beca para realizan un segundo master, donde se enamora, entonces la vida le cambia radicalmente. Se va a Londres a vivir con su pareja, y termina, en esa ciudad, trabajando en el campo del marketing digital, desarrollando páginas web.
-Me tuve que reinventar yo misma, me surgieron nuevas aspiraciones en la vida, nuevas ilusiones, y ahora mi sueño, el sentido de mi vida, es contribuir a salvar la obra de mi padre.
-¿Y cómo es tu papá a los 70 años?
-Es un hombre que se deja querer. Hay hombres que cuando se vuelven mayores quieren tener un estatus alto, de jefe de la familia, pero mi papa no. Si yo lo invito a comer me deja pagar, no se pone bravo. Ahora se encabrona un poco más que antes, eso sí. También está enfermo, y lo cuidamos mucho. Pero nuestra relación es igual, yo soy su niñita y él es el hombre más especial del planeta, por mi papa doy todo. Ahora cuando le fuimos a celebrar el setenta cumpleaños se puso muy nervioso el día antes, sigue siendo tímido. Es todo un caballero, evita los conflictos, la confrontación, es capaz de pasar por encima de lo que siente para mantener la paz.
Silvia me cuenta que su padre se ríe mientras trabaja. Que se levanta temprano siempre, y que lo único que lo interrumpe es que, como es tan generoso, le sirve de chofer a la familia. Ahora, como le sucede por lo general a las personas mayores, le interesa trascender su vida física. Desea que su obra quede registrada, que la gente pueda tener cosas de Elpidio, merchandising. Juan es un tipo al que se le coge cariño muy fácilmente, es un buenazo. También es muy cubano, no es intencional que su obra tenga un sentido patriótico, sino que le sale solo, sin proponérselo.
-El sentido de mi vida es salvar su obra –me repite Silvia– ahora le estoy haciendo una página web, y es impresionante la obra tan amplia que tiene. También quiero preservar su obra física, los originales, y digitalizarlos. Me gustaría hacer algo con su obra para que las personas no dejen de disfrutarla. Que se actualice, que no se quede en el pasado, y que mi padre en los últimos años de su vida pueda sentirse orgulloso de ello.
Bonito padre, bonita hija… Los quiero
No sabía que Silvia era la hija de Juan Padrón, pero ahora que ya lo sé y recuerdo su mirada el día en que la conocí, creo que tiene en los ojos la misma bondad que él. Hagamos, todos lo cubanos, lo que esté a nuestro alcance para ayudarla a preservar esa obra ques es también patrimonio nuestro. Patrimonio, que tiene raíz común con pater y patria.
Me encanta este artículo, excelente la forma de dar a conocer lo agradable, lo sencillo y lo talentoso de Juan Padrón, que es una gloria de Cuba, creador de ese magnífico, queridísimo y cubanisimo Elpidio Valdés.
He conocido a Silvia en República Dominicana y luego me recibió de la forma más hermosa en La Habana, en el 2010, en una pequeña estancia de un día. Por casualidad me encontré con este texto en internet y cuando vi la foto, no dudé que era ella…no conocía la historia de su padre, pero me alegra imensamente conocerla. Bello texto y feliz por Silvia. Abrazos desde Brasil…