Fue en una tarde del 2007. Estaba con su característico aire reflexivo, en una de las salas de conferencia del Festival de Cine Latinoamericano y posaba la mirada sobre los periodistas que lo interrogaban. Le hice una tímida seña con la mano, para intentar que percibiera mi presencia y recordara la entrevista que habíamos coordinado el día antes. Pero el cineasta respondía con atención cada pregunta y tuve, por fortuna, la precaución de no interrumpir. Aproveché para salir al patio del Hotel Nacional en busca de una taza de café, hasta que concluyera aquel diálogo que destilaba intensidad.
Cuando Paul Leduc finalizó las entrevistas salió a tomar aire con un vaso en la mano, que no supe divisar si contenía algún trago de ron cubano o un refresco de limón. Se mostraba un poco cansado tras presentar su película a la prensa y entregarse a la ronda habitual de preguntas. Al reconocerme, su mirada me confirmó que, sin embargo, estaba listo para cumplir con lo pactado.
Leduc, fallecido este miércoles a los 78 años, fue uno de los cineastas mexicanos de culto. Su obra se sostuvo sobre los pilares de la invención, que definió la primera oleada del cine latinoamericano y siempre puso el foco en los conflictos humanos y las zonas más álgidas de su sociedad. Retrató la violencia, la capacidad del ser humano para sobrevivir en un medio hostil y aquilató en su obra la trascendencia universal de la cultura mexicana.
En nuestra conversación, lo percibí como un hombre que rezumaba interés ante cada pregunta que uno hacía, aunque posiblemente cientos de periodistas lo hubieran acribillado con esas mismas interrogantes, a través de su carrera. Los contornos de expresión de su cara mantenían una línea fija y no se alteraban, aunque su voz subiera de tono o su manera de contar las historias se elevara por encima de su centro emocional. Hablamos de Cuba, de su participación en los festivales de cine de La Habana y de su mayor obsesión como cineasta: México.
“En México tenemos muchísimos cineastas jóvenes de gran talento. El grave problema es que muchos de ellos producen primero largometrajes, óperas primas llamativas con gran éxito de público y, sin embargo, les resulta muy difícil acometer una segunda película. Creo que demuestran talento y muchas ideas, pero desgraciadamente no tienen el apoyo necesario”, me dijo en la conversación. Mientras duró, no dejó de saludar cortésmente a las personas que se le acercaban para tomarse una foto o unir los cabos sueltos que les quedaban tras ver su filme.
Leduc también me habló de la violencia, esa sombra atávica que sobrevuela México y que, a pesar de los cambios de gobierno, parece llevar al país a un laberinto sin salida. Me comentó que era una de sus obsesiones, pero que también había mucha confusión y tergiversación sobre la realidad de su país. Sus opiniones fueron compartidas por la actriz Dolores Heredia, quien actuaba en la película que trajo Leduc a Cuba en aquella oportunidad: Cobrador: In God we trust, inspirada en relatos del escritor brasileño Rubem Fonseca.
“Es una película muy importante para este momento, con una postura clara, fuerte, digna, dolorosa, sobre nuestra realidad, la de la sociedad en Latinoamérica… Globalización, violencia, límites en la vida, en nuestra historia, en la cotidianidad”, había dicho Heredia minutos antes, en una conferencia de prensa.
Leduc terminó con la bebida que sostenía sobre la mano. Colocó el vaso sobre un cristal del stand de La Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Se interesó por algunos carteles de filmes cubanos emblemáticos como Memorias del subdesarrollo y Vampiros en La Habana. Dijo que regresaría para comprarlos y llevarlos como recuerdos a México.
Terminamos la conversación tras casi una hora. En los cómodos asientos del patio, lo esperaban un equipo de filmación y otro periodista. Comenzaba para él otro ritual marcado por preguntas y respuesta, muy común en cualquier festival de cine del mundo.
Cuando leí sobre la muerte del cineasta, enseguida rememoré aquel pasado en el que tuve la oportunidad de conversar con él. Lamenté que antes de la charla no hubiera podido ver la cinta con la que llegó a Cuba. Todos se deshacían en elogios sobre Cobrador… y yo, debido a ese tiempo aciclonado de las coberturas del festival, no pude verla a tiempo, como tampoco nunca he podido ver las mayorías de las películas que se presentan cuando he tenido que cubrir el notable evento cinematográfico.
El fallecimiento de Leduc ha tenido amplia repercusión en las páginas de los diarios latinoamericanos. Seguramente en Cuba algún diario le dedicará alguna reseña a su altura, que prestigie su relación con la Isla. Lo contrario sería una injusticia histórica.
Las notas han puesto el foco en sus extraordinarios aportes al cine latinoamericano y en la trascendencia de filmes suyos como México insurgente, Complot petróleo: la cabeza de la hidra y Frida, naturaleza viva. Películas que marcaron su evolución como cineasta y mostraron originales formas de expresión dentro de la filmografía latinoamericana.
Otros de los filmes que lo encumbraron fueron Reed: México Insurgente, Latino Bar y el documental Etnocidio: notas sobre el Mezquital. Son obras de consulta en la cinematografía de su país y la región, por la fuerza de su pulso narrativo y la agudeza de su mirada cinematográfica.
Leduc recibió varios de los principales premios del circuito fílmico mexicano e internacional, pero su actitud ante el cine, el público y la prensa no se envileció ni eso lo llevó a tomar distancia de los rasgos de humanidad que supo encontrar hasta en las zonas más beligerantes y oscuras de la sociedad.