A veces el Berita extraña aquellos tiempos en que todo era más sencillo: llegar a una peña o a la Calle G, sacar su guitarra y ponerse a “descargar”, sin más preocupación que sentirse bien, desahogarse, cantar lo que piensa del mundo, de la vida, del amor… Compartir sus canciones y cantar las de otro, a veces con una armónica, sin más pago que un aplauso, un trago, un beso…
Ahora Adrián Berazaín es uno de los trovadores más mediáticos y solicitados del momento, tiene a su cargo un grupo musical, con toda la responsabilidad administrativa que ello conlleva: es extenuante, pero sus colegas le enseñaron que “el ojo del amo engorda al caballo”. Es un artista ocupado, pero con buena memoria. De hecho, se acordó de mí una década después de que coincidiéramos en la peña Atrapando Espacios, cuando yo aspiraba a ser periodista, y él soñaba con ser como sus ídolos…
¿Siempre te gustó la música?
Cuando yo estaba en Secundaria, tocar guitarra y cantar era de cheos. Hacía algo de humor, pero no me interesaba la música. Mi padre (el humorista Antonio Berazaín) intentó enseñarme a tocar guitarra, pero no le hice mucho caso. Pero ya de adolescente era medio friki, tenía el pelo largo usaba sandalias y pantalonetas. De trova, nada. Me gustaba la Charanga, el Médico de la Salsa, Paulito FG… Por esa época me gustaba también la onda de Gianluca Grignani y mira, hace poco toqué con él en el Yara.
Así llegaste a la Vocacional Lenin…
Ahí comencé a interesarme por la guitarra. Era 1998, y ver que otros de mi edad tocaban en público me motivó, porque además, así me libraba de las formaciones. En el primer pase le pedí a mi papá que me enseñara algunos acordes. Pronto comencé a tocar en los actos, casi siempre acompañando, no solía cantar. A cantar comencé en el Servicio Militar. Pero ya desde el Pre componía.
¿Cómo llegaste a la armónica?
Yo tenía una guitarra viejísima en la Lenin, que no tenía ni funda. La envolvía en un saco y la amarraba con un cinto. Pero era una odisea entrar y salir de pase con aquel bulto, más la ropa y la comida, por eso la dejaba en casa, y para mantener mi status de músico, comencé a llevar la armónica guardada en un bolsillo. Todavía conservo mi primera armónica, una que eché a perder cuando era niño, porque la metí en la bañadera con agua y jabón. Practicaba mucho, escuchaba grabaciones viejas, descubrí que existía un mundo de las armónicas, y son tan diferentes como un tres o un bajo de una guitarra. Casi todos tienen la armónica de bemol, típica y amateur. Yo uso la de 10 huecos, de blues, como la usan Bob Dylan, Billy Joel, Santiago Feliú. También toco la cromática, en el Club de los Corazones Rotos, y en Si te hago canción, el tema de la película Fábula. Cuando terminé la Lenin, mis primeros trabajos como profesional fueron con la armónica. La toqué para Liuba María Hevia en la novela El Balcón de los Helechos. Y cumplí mi sueño de tocarla para Frank Delgado en Cuando se vaya la luz mi negra…
¿Por qué la trova?
Imagino que era lo que más escuchaba. Dicen que uno toma el camino de José José, o el de Silvio Rodríguez. Yo elegí el de Silvio, quizás porque quería ser diferente en una época en que todo el mundo estaba saltando con los Backstreetboys. Ya no soy tan radical respecto al pop, porque para muchos el pop es algo facilista, pero hay que recordar que la música de monstruos como Michael Jackson y Sting es pop rock. Y yo quiero hacer algo así de serio, salvando las distancias.
¿Cuándo comenzaste a hacer música “en serio”?
Desde la Lenin me interesé por entrar en la Asociación Hermano Sainz. En sus presentaciones conocí a trovadores como Fernando Bécquer, Diego Cano y Samuel Águila, que me conectaron con el Centro Pablo. Yo me decía, “bueno, si ahora puedo hacer canciones, cuando tenga la edad de ellos tengo que ser bueno”. Todos eran mayores que yo, Bécquer me lleva 13 años, Samuel 10. Después conocí a otros de mi edad que también hacían canciones. Cuando estaba en el Servicio fundé La Séptima Cuerda, una peña que hacía con Mauricio Figueral, Juan Carlos Suárez, Liliana Héctor… Invitábamos a trovadores más menos conocidos, pero que igual hacían buenas canciones.
¿Cómo llegas a Frank Delgado?
A través de la armónica. Estábamos en una fiesta y me vio. Yo escuchaba mucho su disco Trovatur. La primera vez que tocamos juntos Cuando se vaya la luz… fue en el recién remodelado Amadeo Roldán… Aprendí mucho en los tres años que trabajé con él. Para mí, Frank es el trovador de su generación que mejor ha sabido captar las raíces criollas. Él y Bécquer han sido mis mentores, siempre les pido consejo cuando tengo dudas. También he aprendido de David Blanco y la gente de Buena Fe. Todos tienen algo que enseñar, y más ellos, que tienen una posición por su talento.
¿Qué prefieres, guitarra o armónica?
No prefiero a ninguna en particular. Últimamente me preocupo por cantar mejor.
Hay otro lugar, además de la Lenin, que te inspira…
Sí, la calle G. Al menos una vez al mes trato de ir a descargar. Antes lo hacía todos los días pero ya el trabajo me lo impide. Si tengo una presentación no puedo amanecer en G porque me quedaría sin voz. Siempre me ha gustado el ambiente del underground, pero trato de ser normal…
Además del disco (Como los locos), la gente comienza a conocerte por tus videos…
Estudié diseño gráfico, y tengo vínculos que me facilitan la realización de audiovisuales. De hecho, mi primer video clip (Pobre corazón) lo filmé en la azotea del ISDI, con una cámara prestada de un estudiante amigo mío. Lo dirigió otro estudiante, que entonces trabajaba en la postproducción con Birko Cuervo. No resonó mucho, pero fue el primero. Se lo mostré a Carlos Varela, y me preguntó, sorprendido, cuándo había sacado el disco. Fue simpático, porque sin tener un disco, ya tenía un video. Año y pico después filmamos el Club de los Corazones Rotos, con Claudia Corrales, ya con más presupuesto, pero igual con mucha confianza y amistades. Ese año ganó el Lucas en Trova, y la canción repercutió. Después vino la superproducción con Ismar Rodríguez, La Estación. Yo quería hacer un video con muchos efectos especiales, y ese año ganamos los Lucas en esa categoría. En 2012 saqué dos videos, Se enamora y Si te hago canción, que salió en la película Fábula. (¿cogió algo?)
¿Para cuándo el segundo disco?
Hacer un disco en Cuba es muy difícil, porque hay muchos músicos y pocas disqueras. Existe la producción independiente, pero igual es cara.
Antes te identificaban por los espejuelos, ahora por el sombrero…
Antes tenía espejuelos, pero me operé de la vista. Ahora uso sombrero, como Jason Mash. La imagen puede cambiar, pero no la línea de trabajo. Los Beatles empezaron de cuello y corbata y terminaron pelúos y hippies.
¿Cómo llevas el paso de solista a líder de un grupo?
Es bastante complicado. Ahora estoy aprendiendo lo que es dirigir una agrupación, pagarles a los músicos, mantener el respeto y la armonía. Por suerte tengo a Marcos Alonso, que además de ser uno de los mejores guitarristas de Cuba, es mi productor musical. Él me propuso defender mi música con una banda, por las mismas tendencias que tengo al rock and roll y al pop rock. Entré a la empresa musical con un grupo, y con ellos trato de hacer la mayor cantidad de presentaciones.
¿Qué es lo mejor de la fama?
Es rico escucharse y verse, u oír a alguien cantando una canción tuya. Entonces recuerdo cuando era niño y cantaba las canciones de otros. Y siento que todo cobra sentido.