Hay combinaciones que resultan perfectas, como milagros. Es el caso de La cita, espectáculo humorístico que ahora mismo, y durante el resto de abril, y todo mayo, se ofrece en la sala Bertolt Brecht, de El Vedado. Los textos fueron escritos por una joven de veintidós años, quien tal vez no imaginó que algún día fueran llevados a escena, y mucho menos que la acompañaría en la aventura de subirse a las tablas, otra actriz de probada fuerza interpretativa, la multipremiada Venecia Feria, integrante del grupo “Etcétera”.
Andrea, actriz y autora de los parlamentos, tampoco pudo suponer hace más de dos años, cuando hizo pública su vocación de escritora, que sería su padre el director de dicha puesta en escena. Me corresponde el honor de haberla presentado en el desaparecido espacio “Miércoles de Sonrisas”, dedicado al estudio y difusión del humor en la cultura cubana.
Osvaldo Doimeadiós, el fabuloso actor de versatilidad proverbial, asume la difícil tarea de dirigir a su propia hija, y apuesta por un camino que conoce muy bien, tanto, que lo condujo a obtener hace varios años el Premio Nacional de Humorismo.
Salvo la inicial carrera de Andrea Doimeadiós como escritora para teatro, nadie debuta en La cita. Osvaldo Doimeadiós ha dirigido antes obras dramatúrgicas, espectáculos musicales, programas televisivos, además de sus propios textos, como el memorable Aquicualquier@ que obtuvo el Premio Villanueva de la crítica, hace justamente diez años.
Venecia Feria –avalada por muchos Premios en Festivales Nacionales de Humor Aquelarre– es una intérprete extraordinaria. La más joven del elenco, Andrea, forma parte del grupo teatral El Público, del conocido y admiradísimo Carlos Díaz. Con esta combinatoria, nada podía quedar al azar. Sin embargo, siempre es un desafío tratar de mostrar a espectadores exigentes –como es el habanero, acostumbrado a diversos eventos teatrales: Festival Nacional de Teatro, Mayo Teatral, Aquelarre– la validez de argumentos que descansan en el recurso del humor bien elaborado.
Alejado de toda chabacanería, de cualquier facilismo, del gastado resorte que consiste en acudir a temas cotidianos sin más intención que lograr risa efímera, el guion de La cita es el resultado de la apropiación de amplias lecturas que originalmente fueron parlamentos de películas (por ejemplo); es la versión del conocimiento de la Historia hasta adecuarlo a situaciones humorísticas (otro ejemplo); es la crítica al uso de la tecnología en función del llamado “teque” (también); es una pequeña joya sarcástica sobre los tejemanejes que se ventilan tras las bambalinas del mundo de la actuación; pero, sobre todo, consiste en un prolongado tributo.
A través de siete estructuras narrativas, igual número de pequeños sketchs presenta La cita, de forma que se alternan monólogos con textos para dos. Siempre pensado en voces femeninas, el argumento, sin ser discursivo para una tribuna o suficientemente denunciatorio como para resguardarse en una trinchera, se posiciona desde la perspectiva feminista de dar voz a la mujer como ente social, con todo el riesgo que ello implica. Nada de reclamos ni de historias violentas veremos en esta puesta. Todo lo contrario. Es la mujer pícara, soñadora, osada y triunfante quien nos habla, ya sea tras el velo de una proselitista seudocatólica, de una vendedora clandestina, de Frida Khalo, de Marilyn Monroe, de una (en este caso dos) acaudalada representante de la sacarocracia cubana del siglo XIX, o de jóvenes que dictan el acta que inaugura una escuela.
Son múltiples los homenajes que rinde la obra y el público tiene la potestad de irlos descubriendo poco a poco. Quienes no disponen de la misma agudeza de la autora, igualmente disfrutan de la puesta escénica, porque no se trata de impresionar ni de mostrar abiertamente todas las cartas que esconden bajo las mangas las actrices, aunque algunas sean elocuentes: Frida y Marilyn convertidas en interlocutoras que se encuentran en un bar; las primas ricachonas que menosprecian y a la vez desean al negro esclavo. Nombres entrañables para Cuba salpican los textos según la conveniencia de cada momento, y de esta suerte de aderezo atemporal se recrean José Antonio Saco, Félix Varela, Vicente Revuelta, Cirilo Villaverde, Fernando Ortiz, Silvio Rodríguez.
Aunque el ritmo de las actuaciones no decae nunca –de hecho, la obra transcurre sin respiro– vale destacar dos momentos de singular intensidad. El primero se debe a Venecia, espléndida en su rol de fea que ha conquistado espacio a fuerza de aceptar papeles miserables, denigrantes y narra su vida a velocidad de ráfaga. Incontenible, el público estalla en carcajadas gracias al lenguaje atropellado, al carisma, a la plasticidad de movimiento que caracterizan a esta actriz.
El segundo gran momento corresponde a Andrea: Disfrazada (en todo sentido es un disfraz, una doble máscara, como advierte el espectador) de Sor María, se adueña del escenario con una soberbia impresionante que enseguida da paso a una desfachatada “mujer de la vida”, que casi de manera inmediata recupera la compostura y regresa a su papel de monja devota, y luego retorna al lenguaje procaz que la aleja de una mujer consagrada al Señor. Esta vez un aplauso cerrado colma la sala.
Muy al estilo de Doimeadiós padre, ambas actrices son travestidas en el mismo escenario donde están interpretando sus personajes, sin que quede lugar para un mínimo bache. Para ello colabora con eficacia el diseñador de maquillaje José Alberto Bouigue, quien está sobre las tablas como quien forma parte del atrezo. El cartel de La cita, elaborado por Raupa, y la profesionalidad del fotógrafo Jorge Villa, responsable de las imágenes que acompañan esta reseña, cierran el círculo perfecto, casi mágico, al que hice referencia al inicio.
Obviamente, insto al público a disfrutar de esta obra, que además (por si no bastaran razones para elogiarla) se exhibe en días y horarios no habituales para el Teatro: martes, miércoles y jueves, a las 7 de la tarde. O sea, en el llamado y aburrido “entresemana”. Es esta una oportunidad de disfrutar, sin concesión de ninguna clase, de la buena interpretación de textos que hacen dos jóvenes cubanas, dirigidas con el rigor de uno de los mejores actores de nuestro país.
Pues a verla, que cuando Laidi la recomienda y Doime la dirige, debe ser buena.