Parece que estuvieran ante nosotros todas las cosas y criaturas de la Creación […] sus nombres.
Eliseo Diego.
¿Acaso existe algo que para los topónimos –nombres geográficos– no se pueda usar como materia prima? Pues no. Literalmente, cualquier cosa es potencial punto de partida para denominar a un batey, a un caserío, a una quebrada, a un desfiladero. Como en cajón de sastre, todas las categorías se mezclan a la hora de nombrar.
Topónimo hay que conserva un trozo de nuestro ayer. Allá por los años fundacionales, el obispo Armendáriz anda repartiendo excomuniones a manos llenas, sin respetar ni al mismísimo gobernador. El geniecillo que el religioso se gasta tiene su origen en ciertos ataques, que le ponen el carácter intransitable. Pero curó de sus dolamas, gracias a la inmersión en un entonces límpido río, que se nombra con su apellido, previamente deformado: Almendares.
Los trinitarios, a pesar de que tienen sobrada historia, en el mismo trance de llamar a un curso de agua, recurrieron al fácil expediente de una interjección: Ay. Y en Campechuela bautizaron a un río con la onomatopeya del lloriqueo infantil: Guá.
Por lo visto, en las inmediaciones de Manzanillo han estado especialmente atentos al llevar con pulcritud las columnas del debe y el haber. Figúrense que allí un poblado se nombra Cuentas Claras.
Un cayo avileño, Contrabando, ha de tener largo historial en cuanto a esa actividad non sancta, quizás en los días coloniales del “comercio de rescate”, quizás en los más recientes, cuando desde Cuba se burlaba la Ley Seca norteamericana, al enviar “material combustible” a los sedientos vecinos norteños.
Hay topónimos que parecen un pícaro reto a la dicción y a la decencia, como el santiaguero Bueycabón, o El Cabadero, junto a la Sierra de Cubitas.
Cierta playa de Matanzas conjuga a una muy bien llevada pareja: Buey Vaca.
A menudo se convoca a la poesía: Balcón de las Damas, Punta Bailarina, o Bella Elisa, que parece bautizada por Beethoven, habida cuenta de la pieza casi homónima. Pero a veces asoma lo tétrico, como en ese luciferino Aquelarre.
El Vicio anda a calzón quitado en un río de Vertientes. (Que no se alarmen los moralistas: quizás tenga el topónimo igual origen que el de Villaviciosa, ciudad asturiana célebre porque allí la vegetación prospera rápidamente, o sea, “se va en vicio”).
Una fluvial Maja cursa por Villa clara, como para recordarnos un sublime delirio del cubano mayor: “He hablado a solas con La Maja de Goya”.
La veleidosa rueda de La Fortuna ha ido dejando huellas toponímicas a lo largo de nuestra historia. Si se viven “vacas gordas”, si todo es color de rosa, si hay bonanza en el espíritu y en el bolsillo, entonces se da nombre a La Abundancia, La Alegría, Buena Ventura, Armonía, bajo los optimistas colores prismáticos del Arco Iris. Ah, pero al vaciarse Los Calderos, lo que implica mantener la Muela Quieta, se está bajo la amenaza de acumular Hambre Vieja, fuente segura de Congojas.
Y termino preguntando: ¿no se ha sonrojado usted ante el mapa, como si examinara una obra desvergonzada, prohibida por el Index? Pues yo, mojigato, confieso que sí me sucede, al tropezarme con topónimos tan procaces como las Tetas de Juana, Boca Rica, Calentura Arriba y Calentura del Medio, Hoyo Colorado, Riíto de Chupadores…