Danza Contemporánea de Cuba (DCC) estrenó una vieja cualidad, la de ser reversible, con una nueva obra homónima de la artista belga-colombiana Annabelle López Ochoa, para quien “el alma no tiene género”. Esta es la esencia de la coreografía demandante, atractiva, libre y compleja al mismo tiempo, entendible en su discurso y abierta a infinidad de interpretaciones.
La principal compañía moderna del país transita de la universalidad a la cubanía con la misma naturalidad que parte de lo íntimo y se adentra en fórmulas foráneas. Quien quiera predecir dónde empieza o termina alguno, se arriesga a la mentira o al ridículo.
¿Límites? Ninguno, el conjunto caribeño asimila cada año múltiples coreógrafos, estilos, sentidos, y en escena los danzantes no dejan ver diferencias de edad o nivel académico, ni siquiera en habilidades como el partneo, o del dominio de uno y otro género. Todos integran un cuerpo de baile con talantes de primeros bailarines.
Mientras el ballet nos acostumbra a pasos técnicos específicos para cada sexo y obliga al varón a ser siempre el sostén de la bailarina, la danza contemporánea abogó por una democracia ejecutiva, de modo que ni siquiera las cargadas peligrosas tienen género. En DCC todos parecen buenos partners, y que conste, esa no es una cualidad espontánea ni de fácil adquisición.
Si algo distingue a esta compañía es el equilibrio, pese a entradas necesarias debido a las salidas de algunos miembros valiosos en los últimos años, el nivel permanece en las alturas, lo atestiguan feroces críticos como los londinenses The Guardian y The Telegraph. Y aunque este no es el concepto de Reversible que respalda la obra de la coreógrafa belga-colombiana López Ochoa, sin dudas aprovecha bien las cualidades de un colectivo que defiende cada pieza con sobrada energía.
El estreno mundial aconteció el pasado 9 de enero, al igual que de Mercurio, la más reciente creación del joven coreógrafo cubano Julio Cesar Iglesias, quien en 2014 recibió loas por El cristal. Aquella creación aunó brillantez técnica e interpretativa de la versátil compañía, con un discurso plural capaz de conectar épocas, modas, modos, la seducción de la fama, el snobismo y la efectividad de la cultura como industria, entre muchos otros puntos de vista. El cristal sorprendió por el interés de un contenido de gran peso y exhibió a una compañía exultante.
Tal vez el creador debió esperar un tiempo más para perfilar la siguiente obra, Mercurio, donde empleó seis excelentes bailarines que no se vieron del todo cómodos, pese a ser una coreografía técnicamente menos exigente que otras. El propio título ofrece pistas sobre posibles aleaciones, insolubles, incompatibilidad, conductividades, o sea, relaciones y lucha entre opuestos. Sin embargo, no quedó del todo claro en la escena y sobraron lugares comunes. Mercurio carece de intensidad y su nombre es tan gráfico como traicionante; pues falta elaboración para llenarlo.
DCC pareció disfrutar Reversible, con su explote de sensualidad, la exploración e interesante debate sobre lo femenino y lo masculino, apoyado por un sobrio diseño de vestuario de Vladimir Cuenca, la oportuna iluminación de Fernando Alonso y sugerentes composiciones musicales como el Valse sentimentale, de Vladimir Sidorov y Kurja, de Titi Robin; entre otras.
A criterio de la coreógrafa, todos los seres humanos tenemos de los dos géneros aunque en el comportamiento prime más uno que el otro, ya sea de manera espontánea o debido a presiones sociales.
“El alma no tiene género”, afirma Annabelle para recalcar la esencia de la nueva obra, aplaudida, ovacionada en el Teatro Mella de la capital cubana.
Completó el programa, la pieza Identidad (-1), del cubano George Céspedes, ganador del Premio Iberoamericano de Coreografía 2002. Desde su estreno en 2013, esta ha sido una de las puestas más frecuentes de DCC y realmente los artistas despliegan en ella la soberbia característica de la compañía, amén de las redundancias coreográficas.
La compañía cubana recibió en 2009 el Premio Luna en México por una versión de Céspedes de Carmina Burana, en el Auditorio Nacional. Un año después, la pieza por encargo Mambo 3XXI obtuvo nominaciones a los tres principales premios de Reino Unido para la danza: el TMA (Theatre Award), el Laurence Olivier y el Premio del Círculo Nacional de Críticos de Danza. Aunque durante el proceso de montaje de Identidad el coreógrafo declaró que con la pieza pretendía distanciarse del Mambo, la obra resultó más una secuela, sin llegar a la excelencia de la predecesora.
A sus 56 años de vida artística, DCC continúa búsquedas desprejuiciadas, emprende caminos atrevidos, no cierra puertas, prueba, y defiende cada experimento con una ferocidad disfrutable, contagiosa. De que ha tenido éxito, nadie lo duda. ¡Bravo!
Gracias por este articulo tan grafico que casi me ha permitido disfrutar de los estrenos de esta compañía admirable. La frescura de esos 56 años y la permanencia en los primeros planos nacionales e internacionales tiene en su director Miguel Iglesias al principal artífice de estos éxitos hace ya varios años, también a su confianza y exigencia a los brillantes bailarines que tiene a los que admiro muy sinceramente.