En una compañía como la de Lizt Alfonso nada parece quedar al azar con 30 años consagrados a ponderar la cultura cubana por todos los rincones del planeta, de ahí que Fuerza y Compás fuese el espectáculo escogido para celebrar el aniversario de Lizt Alfonso Dance Cuba (LADC), encaja a la perfección con el estilo de trabajo que ha desarrollado la reconocida coreógrafa y su equipo estas tres décadas.
Bien conocidos son los espectáculos de LADC, donde las danzas hispanas resultan el punto de enlace entre culturas para el montaje en escena, donde la compañía transita por diferentes estilos para mostrar ese andamiaje enrevesado que conforma la cultura cubana.
En Fuerza y Compás se aprecia con toda intención el interés en recalcar en lo cubanas que resultan las coreografías de Lizt, más allá de la fuerte influencia de los bailes y la música ibérica que se aprecia a inicios de Fuerza y Compás, durante todo el tiempo estamos en presencia de un espectáculo bien criollo.
Y ese sentido la música juega un papel fundamental, y eso lo conoce Lizt, quien no renuncia a la interpretación y acompañamiento de música en vivo en sus presentaciones, otro elemento que distingue a LADC, y en esta ocasión irrumpen en escena con tres coreografías al ritmo de Malagueña, Andalucía y Gitanería, tres composiciones “españolas” del cubano Ernesto Lecuona, como guiño a lo que verá el público pasado esta suerte de prólogo.
Se adentran los músicos en escena y comienza —para quienes aun no lo notan— el esplendor de la danza-fusión, marca personal de la compañía, con la pieza De novo, y desde ese punto el espectador se envuelve en el asombro, en un afán por quedar deslumbrado que lo obliga a mantenerse anclado a la butaca.
La música hace de las suyas pues desde el flamenco y la rumba como bases, los ritmos se mezclan y acompañan para conformar un acompañamiento de altura en escena, a medio tiempo entre el jazz y el son, donde los bailarines sortean con talento los compases de las sonoridades que los secundan.
Luego del cierre del primer acto con la pieza que da título al espectáculo, el segundo momento se concentra en piezas que buscan remarcar la identidad de la compañía, con una mixtura danzaria más evidente a medida que se va acercando el final del programa.
Pa’ Cuba me voy y De tierra y Aire cierran con broche de oro la noche, en especial la última pieza con música de Reynier Mariño, uno de los habituales compositores que acompaña a la compañía. En esta coreografía Lizt cierra el ciclo con una sonoridad más hispana con toda intención de recordar las raíces a las cuales se aferra y funciona como base de su creación.
A manera de epílogo la banda de músicos vuelve a tomar su lugar luego de la oleada de aplausos del público, ávido de más y LADC complace con una puesta en escena, como una suerte de descarga, donde por momentos la improvisación da rienda suelta para que las intérpretes demuestren su valía en el tabloncillo, para beneplácito de los presentes que no escatiman en vítores y aplausos, como han hecho durante más de una hora.
Guitarra y tambor, clave y piano, guaguancó y bulerías, chancleta y tacón, andaluza y mulata, la bailaora y la bailarina, fuerza y compás en el tabloncillo del teatro, una danza tan mestiza como cubana, compone este espectáculo que distingue el trabajo de Lizt Alfonso y su compañía, un sello que prestigia la cultura cubana desde hace tres décadas.