Uno de los momentos más relevantes del 28vo. Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso” fue el tributo al legendario bailarín argentino Julio Bocca (Buenos Aires, 1967). A él fue dedicado el plato fuerte de la cita: la temporada de presentaciones del clásico El lago de los cisnes, en la versión coreográfica de Alicia Alonso.
El argentino debutó y se retiró en el protagónico de esa obra junto al Ballet Nacional de Cuba, en el marco del Festival, allá por octubre de 1986 (durante su primera visita a Cuba) y en noviembre de 2006, respectivamente. Al año siguiente, Bocca se retiró definitivamente de los escenarios como intérprete, después de una fértil carrera que lo encumbró como una de las joyas de la danza latinoamericana e internacional.
Ponía fin a su etapa activa sobre la escena con el retrogusto de dos décadas en el American Ballet Theatre, en un principio bajo la égida de Mijail Barýshnikov (Riga, 1948). Bailó con Natalia Makarova, Carla Fracci, entre otras figuras históricas de la danza mundial. Se destacó como un gran partenaire y un exponente notable de la danza masculina. Su nombre ha dado la vuelta al mundo varias veces, sinónimo de excelencia y rigor en la interpretación de este arte al que le ha puesto siempre empeño para el disfrute amplio del público.
Los que lo vieron bailar recuerdan su retiro en 2007 como el espectáculo vibrante y gratuito que reunió a 200 mil personas en el Obelisco de la ciudad de Buenos Aires. De allí partiría a Uruguay, donde se asentó permanentemente. En 2010 asumiría allí la dirección del Ballet Nacional del Sodre (Montevideo).
Los años siguientes han sido para Julio Bocca una espiral vibrante en la enseñanza de la danza, la facilitación del acceso de este arte para la gente, las labores que lleva a cabo con su fundación, la asesoría de distintos proyectos y compañías alrededor del mundo y, ahora, un empeño titánico a partir de su reciente nombramiento, en noviembre pasado, como director artístico del Ballet del Teatro Colón (Buenos Aires), referencia en las artes escénicas del continente. Con la expectación y revuelo que provocó su nombramiento, Julio Bocca acudió al 28vo. Festival Internacional de Ballet de La Habana.
Para este creador, venir a La Habana es como volver a 1986. Afloran los recuerdos. Se remueven las emociones. Por eso, el artista no pudo disimular su emoción cuando, en medio del tributo a su figura, acontecido la primera noche de presentaciones de El Lago de los cisnes, en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, apareció Ofelia González — actualmente reside fuera de Cuba—, quien fuera primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba y Odette/Odile en el debut del argentino en ese clásico, el 31 de octubre de 1986.
Aquella noche en La Habana de 2024, al cariño sobre la escena se sumaban las primeras bailarinas Viengsay Valdés, directora general del Ballet Nacional de Cuba, y Annette Delgado, quien asumió la dualidad de cisnes para el último Lago de Julio Bocca, el 4 de noviembre de 2006. Al otro día del homenaje, en conversación con la prensa, Bocca tuvo tiempo para detallar las sensaciones de esta visita e impresiones sobre el prometedor nombramiento al frente del Ballet del Teatro Colón.
“Tengo la convicción de que el ballet es para todos. Ese es mi empeño: hacer que en Argentina, que se perdió un poco, sea para todos. Me toca un trabajo difícil, pero bonito”, reflexionaba el artista en aquel intercambio.
Esa vocación de abrir posibilidades a nuevas generaciones y expandir el acceso a los públicos, precisaba Bocca, fue una enseñanza que aprendió, entre otros, de Alicia Alonso. “Alicia hizo mucho por los bailarines latinoamericanos. No es que ella me dijera ‘hazlo’; siento que es mi responsabilidad también poder hacerlo, seguir dando oportunidad a todos. Cuando entré en el American Ballet Theatre fue como un antes y un después: vinieron muchos más latinos, españoles, gente de habla hispana y siempre la dirección me preguntaba si conocía a tal persona, qué tal era tal bailarín. Trataba de ayudar, apoyar, y es lo que sigo haciendo, en los concursos y donde sea, para que sigamos teniendo esa puerta que a veces a los latinos nos cuesta abrir”.
Sobre la nueva etapa que se abre en el Teatro Colón, auditorio a punto de cumplir 100 años, Julio aseguró que su objetivo es situar a la agrupación —el ballet residente— entre las diez mejores compañías del mundo. Recientemente se dio a conocer la programación que el artista ha diseñado para 2025 y se supo que incluirá producciones de Carmen —en la versión de la brasileña Marcia Haydée—, Don Quijote, Cascanueces y Oneguin, así como piezas de Nacho Duato, Goyo Montero, entre otros.
“Quiero —comentó Bocca— que los bailarines vuelvan a disfrutar de lo que hacen, con la preparación adecuada, no solo en lo técnico, sino también en lo artístico. Quiero que sea una de las mejores compañías del mundo, que fue también mi visión cuando estuve dirigiendo el Sodre. En siete años pudimos hacer muchas cosas, un cambio, poner al ballet de Uruguay en una posición de reconocimiento. Volver al Colón es devolver a la gente en Argentina el amor que me ha dado durante toda mi carrera, como acá en Cuba”.
Tras los ensayos, doce minutos de un domingo con Julio Bocca
Es domingo 3 de noviembre y el Salón Azul del Ballet Nacional de Cuba luce más abarrotado que de costumbre. Hace calor en el recinto —hace calor en general en la ciudad, un clima pre ciclónico—, pero bailarines, estudiantes y algunos amantes de la danza no quieren perderse lo que acontece entre esas históricas paredes.
Julio Bocca imparte la primera clase de la jornada, esa que cada día—-impartida por un profesor diferente— sirve de antesala a los ensayos de las diferentes piezas que conforman el programa del 28vo. Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”.
Entre los alumnos de aquella mañana dominical habanera estaba un cuadro extraordinario de figuras internacionales que participan en la cita danzaria. Desde experimentados como Joaquín de Luz, Marcelo Gomes, Semyon Chudin y otros más jóvenes como María Iliushkina, Patricio Revé, Antonio Casalinho, Margarita Fernandes, entre otros.
Julio Bocca toma el centro del salón para dar las instrucciones y luego se pasea por el espacio mientras comprueba con la mirada que los ejecutantes hagan lo que ha dicho. Es comedido en sus mandatos, preciso y discreto. Al acabar la clase y tras una ovación extendida al maestro, los abrazos, las sonrisas, las fotos.
Cuando casi todos se han marchado, el argentino se queda en el salón acompañando a la maître del Ballet Nacional de Cuba, Svetlana Ballester, para un par de ensayos de El Lago de los cisnes. Ha aprovechado estos días para asesorar a los intérpretes y apoyar en los estudios de un ballet que conoce bien.
Primero Semyon Chudin y María Iliushkina. Mientras la maestra Svetlana precisa algunos detalles con la joven intérprete, Bocca se emplea a fondo en la mímica del ruso. Entonces arranca la música del pas de deux del cisne negro. Había que ver a Julio y Svetlana. Mirando a los ejecutantes, ambos se dejaban llevar por Chaikovski y, con el leve movimiento de sus cabezas al ritmo de la música —las miradas clavadas en los intérpretes, pero a la vez metidas en la historia— parecía que ellos eran Odette y el príncipe Siegfried. Estaban ahí, sobre el escenario, como antaño hicieron en tantas presentaciones.
Se detiene la grabación. Mientras continúan las instrucciones, Marcelo Gomes y Joaquín de Luz se acomodan sigilosos junto a Julio Bocca para ver parte del ensayo y acompañarlo. El timbre de la institución que marca el cambio de turno suena. Ha terminado el ensayo de los rusos y llegan Antonio Casalinho y Margarita Fernandes. Son más de la 1:00p.m.
Julio Bocca se percata de mi presencia y advierte que necesita quedarse apoyando este ensayo también. Luego podrá responder algunas preguntas, aunque no podrá extenderse. Tiene el horario muy medido: regresar al hotel, descansar para salir hacia el aeropuerto y tomar su vuelo en la madrugada del lunes.
Casalinho y Fernandes arrancan su ensayo en alguna parte del segundo acto de El Lago... “Es la suerte de estar encontrando algo que te va a salvar la vida”, aconseja Julio Bocca a Margarita, haciendo énfasis en la interpretación de su cisne blanco. El argentino es muy cuidadoso y se interesa por la gestualidad de los personajes. Entonces, pasadas las 2:00p.m., suena el timbre otra vez.
Bocca —pantalón, pullover y zapatillas deportivas de danza— se cambia de ropa antes de salir del recinto y, más cómodo, ataviado con bermudas, gafas de sol y chancletas, emprende el regreso al hotel Grand Aston, mientras comparte con OnCuba algunas impresiones de todo lo vivido en este viaje.
Entonces, en doce minutos, en ese trayecto breve, alargando cada paso como si de un desfile acompasado se tratase, entre el bullicio propio de las calles habaneras de estos tiempos; la música estridente que emite una cafetería del barrio, sorteando un charco de agua prominente, entre transeúntes que esperan la guagua en la primera parada de la ruta P2 y las llamadas de atención con maracas de un vendedor de artesanías, Julio Bocca nos ofrece este epílogo de su más reciente visita a Cuba y algún deseo para el futuro.
¿Recuerdas las sensaciones de esa primera vez que entraste a la sede del BNC?
Fue hace muchos años. Mi cabeza estaba en una nube: venía de un concurso internacional de danza en Moscú. Era 1986 y tenía el contrato con Baryshnikov para ingresar en el American Ballet Theatre, así que estaba con mil cosas en la cabeza.
Sí recuerdo que entramos acá —la sede del Ballet Nacional de Cuba, en Calzada e/ D Y E, El Vedado— y después me llevaron a otro estudio, que era por otro lado, cerca, para trabajar. Recuerdo el calor, que a mí me gustó, ojo, pero aquí en la sede era intenso apenas empezábamos la clase.
Pero aquella visita también suponía una presión, porque todos estaban esperando al niño que ganó el concurso en Moscú. Había cierta expectación. Yo ya conocía el Ballet Nacional de Cuba porque los había visto en Buenos Aires, con un nivel impresionante. La visita también era sobre ver lo que hacían, cómo entrenaban, poder estar acá, en este festival que tiene un peso internacional importante.
Son muchas sensaciones las que me evoca recordar aquellos años acá, porque aparte yo había venido con Raquel Rossetti, mi partenaire en el concurso de Moscú. Estaba medio nervioso, tímido —ahora un poco también, pero puedo manejarlo mejor— y eso me provocaba cierta ansiedad, porque uno quiere estar bailando todo el tiempo. Yo quería estar en el escenario, demostrar por qué gané el concurso. Al mismo tiempo estaba aprendiendo un ballet nuevo, uno de los grandes clásicos, El lago de los cisnes; bailar con otra bailarina (Ofelia González) con la que jamás había trabajado, era abrir la puerta a nuevas experiencias que fueron definitorias para mí.
¿Qué aprendiste en tu estreno como el príncipe Siegfried en El lago de los cisnes que te ha venido bien en tu trayectoria, así como en tu faceta de educador y ejemplo para nuevos bailarines?
Al comienzo me fue un poco difícil. No tenía la experiencia necesaria para transmitir algo que todavía ni había conocido. Sí había visto el ballet, por supuesto, pero no era yo quien estaba viviendo la historia del personaje.
Entonces, me acuerdo que al comienzo tenía que aprenderme la coreografía, estar atento a la bailarina; sentía que me costaba disfrutar y encontrar el personaje. Con el tiempo he hecho muchas versiones en diferentes Lagos alrededor del mundo y fui poniendo mi propia experiencia y ser en ese personaje.
Cómo hacer esa transformación es lo que trato de transmitir ahora a las nuevas generaciones, para que ellos puedan buscar su propio príncipe y lo lleven hasta donde pueden disfrutarlo. Sí, hay una historia que contar, hay una época en la cual transcurre, pero siempre intenté llevarlo a cómo yo me sentiría en esa época.
En Romeo y Julieta, por ejemplo. Yo era Romeo. Estaban Mercucio y Benvolio, que eran amigos: para asumir aquellas situaciones yo me acordaba de los juegos que hacía en el barrio con mis amigos, de la forma cómo nos comunicábamos y hablábamos, lo que hacíamos. Entonces incorporaba eso, como para convertir la historia también en algo más actual y cercano.
Una forma de conectar con la experiencia del público…
Más que conectar con el público, se trata de conectar con la compañía, con uno, porque si uno lo puede disfrutar y hay una conversación con todo el grupo, estamos en las mismas, diciendo lo mismo. El público lo va a entender y será mucho más agradable para ellos.
En Romeo y Julieta había cosas que por supuesto no había vivido, como en el último acto, cuando tienes a Julieta en tus brazos y crees que está muerta. Yo no había tenido una experiencia como esa. Sí tuve la experiencia del primer beso, el primer amor; eso lo recuerdo y trataba de incorporar esas vivencias en el ballet.
Recuerdo los consejos de una de las grandes actrices argentinas, Norma Aleandro. Me recomendó buscar en mis recuerdos, si me había pasado algo grave, si había sufrido una pérdida en la vida real. Me vino a la cabeza el momento en que encontré a mi abuelo muerto en la cama, en casa, y eso usé para recrear ese momento de la muerte de Julieta.
Se trataba de poder incorporar esa sensación, pero, por supuesto, pensando en el amor, otra clase de amor, en los brazos. Eso trato de transmitir a los intérpretes, que sean y hagan un príncipe más casual, más natural, como Harry, de Inglaterra. Es una forma de refrescar la historia.
En 2007 te retiraste definitivamente de la vida activa como bailarín. Desde entonces has desarrollado la enseñanza de la danza, en distintas facetas. ¿Cómo describirías esa sensación de enseñar la danza?
A mí me fascina. Es algo que, por suerte, me gusta y siento que soy bueno en lo que hago. No todos tienen esa sensación o esa forma de comunicar y expresar. Yo he tenido la dicha de combinar también mis experiencias de trabajo con grandes figuras y maestros memorables.
Todo lo que aprendí debe ser transmitido a nuevas figuras. Siempre estoy atento a todo, a cada maestro y sus lecciones. Intento ser exigente; creo que como he sido también demandante conmigo mismo, en la carrera y en la vida, trato de transmitirlo para que no se pierda la calidad de la danza y no caer en esa cosa que, a veces, parece más circo que arte.
¿Se extrañan los escenarios como intérprete?
La verdad no. He hecho mucho; trabajé desde muy pequeño e hice una carrera muy linda y, por supuesto, no te voy a negar que si escucho un Lago —música de Chaikovski—, si escucho un Romeo y Julieta —Prokófiev—, y obras que me han dado mucho como Don Quijote —Ludwig Minkus—, me dan ganas de moverme, pero estar arriba del escenario no.
En cuanto a tu nuevo rol como director artístico del Ballet del Teatro Colón y los retos por delante, ¿cómo manejas las expectativas?
Tenemos muchas ganas y fe, yo y todo el equipo, en este cambio. Al menos para mí es un cambio importante. Yo vivo en Uruguay hace casi 17 años. Me retiré de los escenarios en 2007. En 2008 fui de vacaciones y me quedé. Es un país que me gusta mucho, muy tranquilo, entonces también eso va a ser un cambio para mí muy fuerte: de estar en el medio de la nada viviendo, a la ciudad de la furia que es Buenos Aires. Pero bueno, es casa también.
¿Qué impresiones te deja lo vivido estos días en La Habana, durante el Festival?
Fabuloso. Uno viene y se siente en casa. Aparte, anoche estuvimos juntos Joaquín de Luz, Marcelo Gomes y José Manuel Carreño. Salimos a tomar algo y nos encontramos de nuevo como un equipo muy fuerte, el recuerdo de una época de competencia brava y linda en el American Ballet Theatre. Fue muy emocionante. El encuentro con Ofelia González también fue un momento cimero. Son muchas emociones, como siempre. Acá a uno siempre le brotan las emociones.
¿Veremos al Ballet del Teatro Colón en la próxima edición del Festival Internacional de Ballet de La Habana?
Eso espero.