Getting your Trinity Audio player ready...
|
Para cualquier artista, es difícil pararse por última vez en escena. Sadaise Arencibia, primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba desde 2009, ha elegido el momento justo para despedirse. Confiesa que, tal vez por primera vez en toda su carrera, ha pensado un poco más en ella misma que en los demás. Ese también es un gesto digno de aplausos, sobre todo tratándose de alguien con más de 25 años de vida artística.
El anuncio de su despedida ha sido ampliamente difundido, así como los detalles del espectáculo en el que lo hizo. Sadaise fue “La Mujer” en Bodas de Sangre la noche del pasado miércoles, en la única presentación de la obra como parte del Festival La Huella de España. Junto a ella, subieron a escena el español Joaquín de Luz como “Leonardo” y Viengsay Valdés como “La Novia”.
Sadaise Arencibia se despide de los escenarios con “Bodas de sangre”
¿Por qué crees que este es el momento correcto para retirarte de los escenarios?
Son muchos los factores que han influido en que haya tomado esta decisión ahora. No me siento del todo lista para hablar abiertamente sobre ese tema, porque todavía tengo muchos sentimientos encontrados.
Pero sí te puedo decir que no creo que haya una sola razón, ni para mí ni para ningún bailarín, sobre todo para quien haya llegado hasta la categoría de primer bailarín. Quizás para quien pertenece a un cuerpo de baile o es solista incluso, llegar a este momento sea más fácil; y no es así para un primer bailarín.
No es una decisión fácil, pero al mismo tiempo tampoco es tan difícil porque uno sabe en realidad por qué lo está haciendo. Quiero que la gente siga pensando que podía bailar aún varios personajes; no me gustaría que llegara el momento en que dijeran: “bájate ya de la escena; ya es hora de que la dejes”.
También influyen mucho las circunstancias en que uno se encuentre, de todo tipo, los factores externos, el contexto histórico en el que te estás moviendo, en el que estás viviendo en esta etapa de tu vida, y a la vez no es solo tu vida, sino todo lo que está sucediendo alrededor, que te indica que es la hora.

¿Cómo elegiste tu última presentación?
Esta función ya estaba prevista desde principios de año. Cuando vi que iba a bailar Joaquín de Luz, más la programación que tiene la compañía en el resto del año, me pareció que sería un momento lindo para mí, personalmente, porque es la oportunidad de hacerlo al lado de una estrella como él.
Es un gran honor para mí, y no había tenido nunca el chance, y pensé que nunca lo iba a tener además, de bailar nada junto a él. Así que se dio así, y creo que es la oportunidad.
¿Por qué elegir este personaje específicamente para decir adiós a la escena?
Quizás estoy siendo un poco egoísta con el público, pero no conmigo misma. Hay un público que me ha seguido durante muchos años y que quizás quería verme una vez más en un Cisne Blanco o en una Carmen.
Yo quiero hacerlo con este personaje porque, quizás, me hubiera resultado más difícil tomar esta decisión si en esta función estuviera sobre puntas, interpretando un personaje clásico con el que todo el mundo me asocia y en el que me han visto muchas veces. Prefiero hacerlo con este personaje, que también amo, pero que es muy diferente.
A veces he conversado con amigos íntimos y les he explicado que el ballet puede llegar a ser como una droga: mientras más tiempo estás en él, más difícil se vuelve dejarlo.
Me habría resultado más difícil decir: “A partir de aquí, rompo con todo y no bailo más en puntas” si esta función en particular fuera una de esas. Incluso habría sido un momento más tenso para mí; me habría puesto más nerviosa. No lo disfrutaría igual. Por eso te digo que quizás estoy siendo un poco egoísta, pero estoy pensando en mí.

¿Cómo tomó tu familia esta decisión?
Cuando tomé la decisión para mí y luego se la comuniqué a ellos —porque no se lo había dicho a nadie—, claro que fue muy difícil, sobre todo para mi mamá. Porque, claro, madre al fin… ella piensa que sí, que todavía podía seguir un tiempo más.
En mi caso particular, esto ha sido un proceso que viene de hace tiempo, no es algo reciente. Incluso desde hace años. Cuando vino la pandemia, pensé que nunca más iba a poder bailar, y sin embargo llegué hasta ahora. Pero para ella fue como un shock, porque quizás pensaba que lo haría un poco más adelante. Aun así, me han apoyado. Mi pareja me ha apoyado mucho en esta decisión, y ya todos están un poco más aclimatados. Y, sobre todo, si me ven tranquila a mí, ellos también están tranquilos. Porque si yo estuviera sufriendo de alguna manera, sería aún peor. Pero yo me siento en paz, me siento bien, y eso es lo importante.
¿Hay algo en tu vida que tuviste que sacrificar por el ballet?
Claro que uno tiene que sacrificar muchas cosas. Pero para mí no ha sido un sacrificio en ese sentido, porque el ballet ha sido mi vida desde niña; ha sido el objetivo de mi vida.
Es una profesión que ocupa todo tu espacio, todo tu tiempo. Entonces, no creo haber sacrificado algo en particular. Las cosas que suceden dentro de la profesión ya son otra historia, y sí influyen: te moldean, te marcan como persona de alguna forma. Pero no siento que dejar algo a un lado por el ballet haya sido un sacrificio, porque ha sido mi vida.
Cuando eso empieza a convertirse en una carga demasiado pesada, cuando deja de ser tu prioridad —como siempre lo fue—, entonces es cuando uno tiene que detenerse, reflexionar y decidir seguir el camino. Porque no creo que se trate de tomar otro camino, sino de seguir el mismo de otra manera.
¿Cuál será esa nueva manera para Sadaise?
Por lo pronto, transmitir lo que he aprendido en tantos años; todo lo que mis maestros me enseñaron.
También darme tiempo para mí misma como persona. Eso es algo que en esta profesión no siempre puedes hacer, porque siempre tienes una meta que alcanzar. Quiero tomar un tiempo para respirar, para seguir, pero respirar profundamente, tomar fuerza de nuevo y continuar. Liberarme un poco de las presiones, del estrés que uno carga siempre… y llenarme de otras cosas.

Hay dos personajes, el “Cisne Blanco” y “Carmen”, que marcaron tu carrera por la crítica favorable y por la manera en que el público te identifica en ellos. ¿Son también tus roles preferidos? ¿Por qué?
Hay muchos personajes que me encantan, que disfruté muchísimo, pero específicamente esos dos son mis preferidos.
La imagen de la mujer cisne, desde la primera vez que la interpreté, me marcó profundamente. Para mí, es un privilegio que la gente piense en un cisne… y piensen en mí.
Y Carmen, exactamente igual. Fue un personaje que llegó cuando ya mi carrera estaba más avanzada, pero creo que fue el momento ideal. Ya había madurado, tenía más experiencia en el escenario, más vivencias en general, y me sentí muy a gusto con el personaje. Sentí que me apropié de él, y eso me da una satisfacción enorme.
¿Quién fue tu mejor partner?
Todos los partners que he tenido, la verdad, han sido maravillosos. Siempre he tenido muy buena relación con todos, con muy buena comunicación tanto en el salón como en escena.
Miguel Ángel Blanco fue un bailarín, un partner espectacular, con quien formé una pareja que el público de esa época recuerda como inolvidable, y para mí también lo fue.
Octavio Martín, Javier Torres, Arian Molina… Y en los últimos tiempos le tengo un cariño especial a Ányelo Montero, que prácticamente ha sido mi último partner. Con él he bailado muchísimas cosas desde 2020 hasta ahora, y ha sido, casi que oficialmente, el último con quien compartí escenario, antes de Joaquín de Luz.

Después de haber bailado en tantas partes del mundo, ¿cuál es tu escenario?
Mi escenario favorito siempre va a ser el Gran Teatro de La Habana, la Sala García Lorca, que lamentablemente sigue cerrada. Ese siempre será mi lugar, para siempre.
¿Qué lugar tiene en tu corazón el Ballet Nacional de Cuba?
Tiene un lugar muy importante, porque toda mi carrera la desarrollé aquí. No obstante, también he pasado por momentos duros dentro de la compañía, y los sigo viviendo. Pero todo eso me ha hecho crecer como ser humano, como persona. No te voy a decir que todo fue maravilloso. No, mi vida no fue una fantasía: fue duro, muy duro.
Siempre tuve como ese hándicap de ser “la niña con condiciones que ya no hace más nada”, y siempre tuve que luchar contra esa imagen que quieren imponer sobre ti: que puedes hacer esto, pero no aquello. Siempre tuve que demostrar, hasta el día de hoy. Pero una se impone, o al menos lo intenta.
¿Por qué te quedaste en Cuba y en el Ballet Nacional hasta el final?
Cuando era joven lo pensé, porque uno siempre quiere conocer otras cosas, vivir otras experiencias. Pero también era muy miedosa. No quería irme sola a ningún lugar. Tuve miedo, sinceramente. Miedo de emprender otro camino sola.
En aquel momento, tampoco sentía una necesidad tan grande de irme, como quizás la sienten hoy muchas personas. Todo ha cambiado: la situación, el país, la compañía… todo.
¿Qué significa para ti ser parte de la última generación formada por los creadores de la escuela cubana de ballet? ¿En qué momento se encuentra hoy la escuela cubana de ballet?
Es un privilegio formar parte de esa generación. Uno siempre se va a sentir parte de ese legado, y más aún porque fuimos, y hemos sido, privilegiados por haberlo recibido directamente de ellos.
Creo que estamos en un momento crítico. Muchos de esos grandes maestros ya no están, y se ha generado un vacío generacional. Sabemos que muchas personas se han ido del país, y eso ha dejado un gran hueco. Es algo que realmente preocupa, porque cada quien toma su propio camino —y en eso nadie se puede inmiscuir—, pero lo que no quisiera es que se pierda la escuela cubana.
La escuela sigue existiendo, aunque atraviesa momentos difíciles. Aun así, todavía quedan maestros, y los alumnos siguen emergiendo con mucho talento. Siempre hay niños con condiciones extraordinarias desde pequeños, y eso hay que aprovecharlo. Pero, sin duda, es un momento complicado. Para los que aún estamos aquí… y para los que vendrán después.

¿Cuál fue el maestro que más te marcó?
Josefina Méndez. Porque ella es una herencia directa de Alicia, sobre todo, y también de Fernando. Yo trabajé mucho con ella.
Confieso que, al principio, fue una relación un poco difícil, algo tirante. Ella era una mujer fuerte —tenía que serlo, para haber vivido todo lo que vivió— y yo, en aquellos tiempos, era muy jovencita, muy inmadura. Quizás ella veía un brillo en mí que quería que yo aprovechara. Entonces, al principio fue duro… pero con el tiempo, pude sacarle muchísimo provecho.
Recuerdo que el último gran clásico que me ensayó fue Don Quijote, que fue mi debut en ese ballet. Estaba tan comprometida con el proceso que ni siquiera lo vivió desde fuera: ella estaba en la pata, ahí mismo, en el rompimiento del escenario. Y fue una función que recuerdo con mucho cariño, porque rompió con muchos esquemas que quizás la gente tenía sobre mí —esa imagen de la bailarina clásica, de los ballets blancos— y, de pronto, verme como Kitri en Don Quijote fue un cambio radical.
¿Qué se necesita para ser una gran bailarina?
No solo lo físico. Lo físico es lo primero, claro, pero después, para moldear todo eso, necesitas valores emocionales, mentales. Necesitas mucha fuerza interior. También necesitas el apoyo de muchas personas, porque no todo depende del talento que uno tenga: lo externo influye muchísimo.
Además, influye el camino que una misma se va creando. A veces, de joven, una no se da cuenta. Se da cuenta después, un poco tarde, de que no todo depende de si eres buena o no.
Se requiere de mucha inteligencia. No solo en el ballet —donde hay que ser inteligente para coordinar un paso, para ejecutarlo bien, no solo que se vea bonito— sino también para llevar tu carrera por un buen camino. Para sacarle el mayor partido, tienes que usar la inteligencia. Y eso, a veces, al principio, una no lo tiene tan claro. Lo vas aprendiendo en el camino. Es una carrera que es, en sí misma, una gran enseñanza de vida.

¿Cuántos de los sueños de la niña que fuiste se cumplieron?
Creo que los sueños de esa niña sí se cumplieron. Ella quería bailar en puntas, ser bailarina de ballet, y llegar a un lugar bastante alto… y creo que, con mucho trabajo, lo logré. Sí, cumplí ese sueño.
Al cerrar el telón, ¿para quién es el mayor agradecimiento?
Para el público. Siempre para el público. Ese que me siguió, que me aplaudió, porque es para él que uno baila. Ni siquiera es para un crítico especializado… es el público al que tú realmente le llegas.
¿Te sentiste amada por el público?
Sí, mucho. Y creo que esa es la mayor satisfacción que puede tener un bailarín: que tu arte, tu manera de bailar, haya sido amada por el público. Porque el público… es el que de verdad es sincero.