Tendría que hacerle una canción a La Habana. A estas horas y después de siete días absorbiendo el aroma de la añeja urbe antillana, su nocturnidad musical, las olas que regresan a su bahía y la fraternidad de su gente, Jorge Drexler saldaría una deuda poética, casi literaria, con la ciudad que anhelaba conquistar.
El cantautor uruguayo, ya seguro devuelto a su rutina artística en Madrid, podría así llenar ese vacío que predijo sentiría al llegar y abrazar a los suyos, tras una estancia en Cuba. Y la confesión la hizo justamente a un grupo de periodistas tras su concierto sabatino en el Teatro Nacional.
Al otro lado del Atlántico, el autor de “Mi guitarra y vos” evocaría toda la emoción de un largo performance en el Nacional, cuando no quiso dejar a sus seguidores isleños solo atisbos de Bailar en la cueva, el último de sus discos, y salió al escenario primero a escuchar el mapa del repertorio que el auditorio quería escuchar esa noche.
Acústico y trovador, Drexler escogió hacer una introducción donde únicamente le acompañara el sonido de su guitarra. “Por fin. Buenas noches, La Habana. Es una alegría muy grande para mí y para todos mis músicos el estar aquí por primera vez en mi vida. Muchísimas gracias por estar aquí. Este no es un concierto cualquiera. Ya no salgo con la guitarra, pero tenía una deuda conmigo mismo de irnos conociendo de a poco y aquí estoy escuchándolos”, dijo Drexler después de cantar “Eco”.
Siempre comunicativo y deseoso de conectar con quienes lo siguen, Jorge narró esa noche la historia de su primer soneto “Milonga del moro judío”. Contó que en un bar madrileño Joaquín Sabina le regaló el estribillo de lo que luego sería ese tema. Él, temeroso de perder tal joya, anotó cada palabra que el autor de “Contigo” le ofreció. Hizo la voz ronca de Sabina y acató su mandato escribiendo en un portavasos el verso que este le obsequió y que pertenecía a Chicho Sánchez Ferroso.
Drexler no se imaginó en ese minuto que Joaquín había despertado en él una historia de amor con la espinela y agradeció en el Nacional cómo la vida lo llevó a conocer al cubano Alexis Díaz Pimienta, su maestro para escribir décimas.
“Este es el país de habla hispana donde se cultiva con más elegancia y alto nivel el repentismo”, señaló Jorge Drexler al despedir a su tutor, no sin antes evocar esa tarde noche del viernes último en la que por más de tres horas escuchó de primera mano, en el Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado, a los poetas populares crear espontáneamente versos de una métrica mágica.
“Universos paralelos”, “ Que el soneto nos tome por sorpresa” y un lírico “Al otro lado del río”, hicieron resonar una velada en la que el compositor uruguayo hubiera querido detener el tiempo.
En pocas jornadas Drexler pudo contemplar la intensidad de un país musical, que lo sorprendió por los toques africanos de sus tambores en aquella fugas al Palacio de la Rumba, en sus paseos por la céntrica Calle 23 del Vedado habanero o su mirada romántica al malecón citadino, desde su ventana del Hotel Capri.