Hace un año ya de la premier del documental Cristóbal de La Habana en la sala cinematográfica del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, en el Centro Histórico de la capital cubana. Emilio Roig de Leuchsenring (23 de agosto de 1889 – 8 de agosto de 1964), una de las figuras más descollantes de la intelectualidad nacional de la primera mitad del siglo XX, dejaba de ser la personalidad encumbrada por los textos de historia, al menos para mí. Su faceta como comunicador al servicio del patrimonio era el tema central del relato audiovisual.
Según opinan algunos de los entrevistados, Emilito, como lo llamaban sus más allegados, era serio, autoritario, tempestuoso y volcánico. Probablemente el primer Historiador de la Ciudad de La Habana (nombrado el 1 de julio de 1935) creía que el respeto era la vía para lograr todo lo que se propuso en torno a la salvaguardia del patrimonio cultural de la nación. Los tiempos eran convulsos y la conciencia por rescatar los elementos identitarios heredados de generación en generación apenas comenzaba a crearse.
Roig fue el pionero y máximo exponente en la defensa del patrimonio cultural cubano. Utilizó las instituciones mediáticas (medios de comunicación, bibliotecas, museos, archivos, etc.) para comunicar a través del arte de la palabra impresa y oral, con una intención expresa de no excluir a nadie, todos aquellos valores patrimoniales que ahora retan al tiempo desde la actual Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH). Fue su acción en ese sentido tan profunda y estratégica que su fiel continuador Eusebio Leal Spengler, lo reconoce como su inspirador principal.
Roig entendió los museos como medios audiovisuales; promovió y fundó bibliotecas con las colecciones de libros de los más prestigiosos intelectuales de su tiempo; pronunció conferencias y utilizó la radio para comunicar el patrimonio.
La edición de los Cuadernos de Historia Habanera, de los volúmenes de las Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana y la fundación de la aún existente Biblioteca Histórica Cubana y Americana Francisco González del Valle son solo algunos referentes que permiten ilustrar su quehacer en la salvaguardia de la memoria documental.
Se destacó en las revistas Social (1916-1937) y Carteles (1924-1954) donde utilizaba distintos pseudónimos en sus textos como Hermann, El curioso Parlanchín y Cristóbal de La Habana. Los artículos de costumbres de Roig, entendidos como vías para rescatar los valores intangibles de la nación cubana de la época, constituyen verdaderos objetos de identidad: traslucen los esfuerzos de un intelectual con ideales nacionalistas en su afán por salvaguardar las tradiciones y producir una narrativa de la cubanidad.
A través de los medios libró innumerables batallas. Impidió que se echara abajo el Castillo de la Fuerza, una de las joyas de la arquitectura renacentista militar cubana; se opuso a la extinción de los paños de la antigua muralla que están al lado de la terminal de ferrocarriles de la capital; frenó el derrumbe de la Iglesia de Paula y permitió que se conservaran las celdas bartolinas de la Cárcel de La Habana, cuando fue demolida.
Antes del documental, yo solo sabía que Emilio Roig había sido historiador, fundador de la OHCH en 1938, gestor de los Congresos Nacionales de Historia. Descubrir algunas de sus improntas menos conocidas me permitió conocer también a todo un estratega de la comunicación institucional, fiel defensor de los valores patrimoniales que hoy podemos disfrutar cuando andamos por las calles adoquinadas de La Habana Vieja.