En días recientes presentamos un primer compendio de algunos conflictos que juegan en contra de la cultura cubana. El objetivo era compartir y debatir criterios sobre algunos de estos fenómenos, anclados en las polémicas zonas del arte cubano. La velocidad de los acontecimientos en la Isla durante estas semanas ha obligado a engrosar las perspectivas relacionadas con situaciones, leyes no escritas y decisiones que han lacerado las expresiones culturales del país y el conocimiento sobre la obra de varios de sus máximos representantes.
Un hecho doloroso y triste fue la muerte del dj y productor holguinero Ernesto Hidalgo cuando trataba de cruzar por las playas de Tijuana hacia Estados Unidos. Tiko Sk8, como se nombraba en el mundo de la escena electrónica cubana, dedicó toda su vida creativa a la cultura cubana, sobre todo a la holguinera. Contribuyó de forma notable a la promoción de los creadores más jóvenes de los estilos que conviven en ese género, fundó festivales y colocó al Oriente cubano en el radar de la electrónica y la música cubana contemporánea. En resumen, con la muerte del dj y productor Holguín perdió a uno de los artistas que más ha hecho por la cultura de esa provincia y Cuba quedó huérfana de uno de sus principales djs y promotores culturales.
Pero a pesar de todos esos méritos, Tiko se convirtió en un innombrable para los medios estatales cubanos, al menos los que mayor visibilidad tienen. Su fallecimiento ha sido obviado en las páginas culturales de los diarios, en la televisión y en el resto de medios de alcance nacional que debían haber mencionado el hecho, ya ni siquiera como un acto de justicia, sino como un compromiso con la ética y la cultura. Pero no ocurrió. Silencio total. Como si Tiko no hubiera existido en el panorama de la música, como si varios de esos mismos medios que hoy enmudecen por “orientaciones superiores”, o por la inercia de las dinámicas cotidianas, no lo hubieran mencionado alguna vez cuando estaba al frente de cualquiera de sus proyectos culturales.
El pesado lastre del silencio se puede interpretar de formas tan diversas como son las reflexiones de los especialistas y televidentes. Una de ellas habla de que el gobierno cubano y los medios no saben todavía cómo manejar mediáticamente el conflicto de la migración en masa de miles de cubanos. Mencionar la muerte de un artista de renombre en la travesía habría sido darle visibilidad a un tema cuyas causas se han tocado con pinzas en la prensa nacional. La incoherencia en este caso ha privado a la comunidad electrónica cubana y los miles de seguidores de la obra y los proyectos de este dj de la satisfacción de ver, entre la galería de sentimientos que van desde la sorpresa hasta el dolor, cómo Cuba despedía con justicia a uno de los mayores exponentes de la música electrónica en el país. En cambio, solo se escuchó el silencio.
No es la primera vez, ni será la última, —lamentablemente—, en que se eche mano al ejercicio de soslayar la muerte de un nombre representativo de la cultura nacional por las circunstancias en que muere o por el velado calificativo de “desertor”, o en el peor de los casos de “traición”, que tiene como trasfondo la censura a una noticia relacionada con un artista cubano.
Este tipo de posicionamiento histórico ha causado estragos en la cultura cubana. Sobran los ejemplos de artistas que han desaparecido del mapa mediático nacional cuando han salido de Cuba y han hecho públicas sus diferencias con el sistema político de la Isla. La lista es tan vasta que resulta imposible nombrarla en toda su magnitud. Uno de los ejemplos más representativos es el de Celia Cruz, quien fue borrada completamente de la faz de los medios nacionales y encabezó esas listas negras no escritas que conocen los locutores de la radio y de otros espacios de los medios.
La censura solo ha provocado vacíos, desconocimientos y lagunas culturales que, con el tiempo, se han convertido en un implacable boomerang. El saldo de esta política de desplazamientos es el conocimiento parcializado o la total ignorancia por parte de las nuevas generaciones acerca de los aportes de algunas de las figuras más emblemáticas de la cultura nacional. Quienes llevan a cabo estos hechos lo hacen, evidentemente, con toda la permisibilidad posible y entre ellos se cuentan personas que históricamente han hecho un daño enorme a la expansión y el desarrollo cultural del país en materia cognoscitiva, de referentes y de comprensión creativa. Por eso a veces decimos en algunos círculos intelectuales que Cuba es un país de poca memoria.
En ocasiones se torna un proceso muy enigmático el camino que posibilita que un músico grabe con una disquera nacional. Las casas disqueras del país tienen como principal función ponderar los mejores valores de la música nacional, y dejar testimonio de su obra mediante grabaciones de discos y otras campañas de promoción, trabajo en el que obviamente no se puede descuidar el aspecto comercial. La mayoría lo hace con conocimiento de causa y con el acompañamiento de equipos especializados que apoyan al artista durante el proceso de grabación, aunque no sucede de igual forma en la divulgación de las grabaciones ni de otros procesos relacionados con la comunicación.
Es cierto también que se ha percibido con demasiada frecuencia la pérdida de la conexión con esos propósitos enfocados en la calidad, cuando vemos cómo artistas sin mucho que ofrecer tienen una notable cantidad de discos mientras otros, con un trabajo probado, de alto vuelo, no han tenido la oportunidad ni de grabar siquiera su álbum debut.
No hacen falta nombres porque no se trata de arrojar dardos ni de demeritar la obra de ningún autor o autora. Se trata, sencillamente, de llamar a la reflexión y, de paso, tratar de enfilar la mirada hacia la jerarquización de la calidad. Y también de buscar las causas, generalmente conocidas, que dan pie a estos fenómenos. Ejemplos sobran en la trova, el rap, el rock y el pop, pero apuntamos uno por su relevancia cultural, por sus aportes a la hora de embridar la trova con otras músicas y por esa comunión singularísima que ha establecido con diversas generaciones de públicos en toda la Isla.
Se trata de los trovadores agrupados en La Trovuntivitis, ese colectivo de artistas que después de nada menos que veinte años lograron grabar su primer disco. La EGREM fue la disquera que finalmente cumplió con este colectivo, pero pasó mucho tiempo, —demasiado—, para que se concretara el debut discográfico de los santaclareños que durante dos décadas han mantenido contra todos los pronósticos una peña en “El Mejunje”. El propio Raúl Marchena, uno de los integrantes del grupo, me comentaba su impresión cuando hace algunos años le pregunté sobre las razones de la ausencia de un álbum de La Trovuntivitis. “A las disqueras no les interesa. Tendremos que hacerlo nosotros y cuando esté todo listo y hecho vendrán los descubridores de cualquier nacimiento”.
En Cuba no existe industria del disco, aunque podamos leer en algún que otra publicación o medio nacional alusiones, sin base lógica, sobre la presencia de esas plataformas nacionales. No existe por motivos muy diversos que han atentado contra la venta y la internacionalización de la música cubana. Su ausencia puede atenuarse estableciendo en mayor grado conexiones con otras plataformas internacionales, con artistas de peso en la industria que han mostrado interés en venir a Cuba o establecer vínculos con la creación cultural del país, algo que no se ha hecho de forma sistemática ni con toda la rapidez requerida; el desconocimiento y el temor a lo desconocido no son cartas menores en esa toma de decisiones.
Lo que sí es una verdad sólida como una roca es que los funcionarios que se mueven en ese escenario deben tener fortalezas intelectuales y una formación sólida en el campo de la cultura para comprender las enormes complejidades de la música y de las expresiones culturales y no ocupar puestos por supuestos “méritos políticos”, lo que, como se sabe, ha traído consecuencias negativas en los escenarios artísticos del país durante décadas.
No obstante, existen productores, musicólogos y especialistas con un alto nivel profesional que en disqueras como Bis Music y la EGREM han apostado todas sus cartas a músicos de rock o a proyectos de jazz. Con los años ha quedado demostrado que este tipo de lances no deberían ser la excepción, sino ubicarse sin mayores trabas dentro de la regla.
Específicamente sobre las líneas de acción que relacionan este tipo de vínculos de promoción de la cultura, la discografía y la música; así como sobre el ejercicio de promoción que debe regir las presentaciones de fonogramas, libros y otros productos culturales, conversaremos en una próxima entrega.