Creció viendo a su padre construir con sus propias manos una casa, sillas, mesas, balances, escaparates, aparadores y hasta un bote. Allá en Zayas, en El Mariel, vio a su abuela tallar cocos, decorar ropas al óleo, hacer bordados y flores de plástico hasta los noventa y tantos años. De ella heredó el gusto por las artesanías y la receta del chivirico.
Cuando terminó la Lenin, pidió la carrera de Biología como primera opción, pero ya estaba enamorada de las manualidades. Le venía por su línea paterna aquella habilidad para transformar en milagro el barro.
Mientras aprendía sobre mitocondrias y cloroplastos, en su cabeza se agolpaban las imágenes de las estructuras celulares y su imaginación de bióloga-artesana les daba formas insólitas.
Se graduó y fue a trabajar a Neurociencias, en el CENIC, pero sabía que el sentido de su vida no estaba en un laboratorio. Se presentó para ser profesora en la Escuela Latinoamericana de Medicina y cursó en la UH una maestría en Antropología. Daba clases de Biología y, en paralelo, hacía artesanías para vender.
Hizo aretes y otros artículos, pero lo que la definió en aquella época fueron las velas. Como su familia tenía panales de abejas, la materia prima estaba asegurada. Mientras enseñaba Biología a los futuros médicos latinoamericanos e investigaba sobre salud reproductiva para su doctorado, en casa experimentaba con la cera.
No eran velas convencionales, sino seres modelados por ella, creados con libertad, sin moldes ni patrones. Una especie de duendes que tenían su propio encanto. Cada uno era único. Ella les inventaba una historia y aquella magia llegaba hasta las casas de la gente en forma de velas que muchos nunca encenderían.
Con sus criaturas de cera, Ivette dio felicidad. A veces se las encargaban con mucha antelación porque era el único regalo escogido para hacerle a un ser querido. Aún quedan velas de duendes por La Habana, y quien sabe por cuántos países del mundo.
Con las velas también nacieron leyendas. Dicen que a una muchacha por la Víbora le entraron a la casa y que, en vez de llevarse los equipos electrodomésticos, solo se llevaron el duende de cera. Hay quien las consumió completas en un momento muy especial y quien nunca la ha encendido esperando el momento. Un perro se comió una y dicen que desde entonces fue un perro-duende. Quizá la más fantástica de todas sea la historia de la mujer que jura haber comprado el duende con los ojos cerrados y que, cuando lo prendió en su casa, el ser salido de las manos de Ivette abrió los ojos.
Aquella señora pasó años persiguiendo a la artesana de las velas hasta dar con ella y poder decirle que sus manos eran mágicas.
Lo que sí es seguro es que en esas hadas de cera estaba la génesis de la animación. Como es seguro que aquellas figuritas de fango que hacía para sus amigos en la escuela al campo eran el antecedente creativo de las velas. Ivette siempre estuvo jugando a animar en un sentido estricto de la palabra: a dar alma, a través de la forma. En aquellos juegos estaba la semilla de la máxima que hoy guía su trabajo: “La materia te va llevando”, como si tuviera vida propia.
Fue con las velas que impresionó al Departamento de Animación Corpórea de la Televisión. Y gracias a la gestión de una amiga, comenzó a trabajar allí haciendo attrezzo.
Durante un tiempo, compartió sus funciones como profesora adjunta en la ELAM con las de attrezzista y animadora de series en stop motion para la TV. En 2007 se incorporó a un taller de stop motion en el ICRT, cuando su hijo tenía 5 meses de nacido. Ivette iba de la Víbora al Vedado. Gracias al apoyo de su familia podía asistir a clases. A veces dejaba al bebé dormido en la casa y otras veces lo llevaba con ella al taller como un muñeco más, lleno de vida.
Aquellas clases introductorias fueron un impulso y una luz, pero la pusieron en un dilema grande: tenía que decidir si seguir el doctorado en Antropología, las clases en la ELAM o emprender el camino de una nueva profesión.
La decisión tomada, comenzar de cero una carrera, estuvo impulsada sobre todo por su energía chamánica y su don para darle vida a lo que aparentemente no lo tiene. Influyó además su “suerte de principiante”, como a ella le gusta llamarle.
Alguien le mandó la convocatoria de un festival en Canadá con el agua como tema. El premio era 2 mil dólares canadienses. Entre los que cursaban el taller hicieron un corto. Pasaron mucho trabajo para convertirlo a BetaCam y mandarlo para “afuera”; pero ganaron.
Quince años después, Ivette aún conserva los muñecos de aquel corto, que siguen teniendo la fuerza expresiva y la visualidad inquietante que seguramente convenció al jurado en Canadá.
El dinero se lo repartieron. Con su parte, Ivette compró su primera cámara. Con aquella Powershot en 2009 comenzó a trabajar en su primer corto independiente. Ella, su esposo el artista visual, caricaturista y diseñador Ramiro Zardoya, y varios amigos que habían pasado el taller, crearon La revancha.
Fue el primer experimento independiente de todos y la primera obra de Cucurucho Producciones, el proyecto que sería el centro de sus vidas. Con una mesa de luz hecha con cristales de ventana de carro, una luz fría que fliqueba y la cámara que hacía enfoque y desenfoque como le daba la gana; en la sala de la casa y con todas las ganas del mundo, Ivette emprendió un nuevo viaje profesional, convencida de su gran salto de la ciencia al arte.
Cucurucho tiene sede en Los Pinos. Si alguien quiere saber cómo se hace un animado en stop motion, puede ir hasta allí. Llegas a casa de la mamá de Ivette, una señora dulce y serena; subes las escaleras y ahí arriba está el pequeño taller. Es una habitación construida con esfuerzo propio encima de la casa familiar. Te recibe una bandera cubana muy viejita que Ivette guarda con celo desde hace muchos años y le gusta imaginar que era del tiempo de los mambises. Adentro, como en el vientre de la ballena de Carlo Collodi, hay un hermoso caos.
Un universo de formas y colores acompaña los procesos creativos de la animadora. Alrededor de la mesa de luz, ahora hecha con los cristales profesionales y las luces específicas, hay decenas de figuritas traídas de distintos rincones del planeta. Hay muñecos usados en varios cortos de la pequeña productora. Hay objetos raros recogidos en la basura aquí y allá, porque Ivette tiene de maga y tiene de buza. Hay papeles de colores por todas partes, tijeras, pinceles, naturaleza muerta esperando ser revivida. Si abres algún libro viejo, te van a saltar a la cara flores y mariposas que guardó allí el mes pasado o hace cuatro años o cuando era niña.
Apenas habiendo entrado al pequeño cuarto se puede tener una idea de quién es esta mujer. Los objetos de su mundo hablan por ella. La composición del espacio es un reflejo suyo y de sus sueños.
Están la vida y la muerte, la figuración y el abstraccionismo, lo humano y lo divino, la creación y su constante prueba y error. Y en el centro del Aleph que es Cucurucho está Ramiro, su compañero de viaje.
Muchos reconocen a Zardoya como animador; lo que pocos saben es que aprendió a manejar After Effects para ayudar a Ivette en sus materiales. Desde hace dieciséis años trabajan juntos y han logrado crear un universo creativo sin moldes. Cada obra es fruto de horas de trabajo y de discusiones por diferencias estéticas, porque cada uno es un artista con presupuestos propios. El resultado de la unión ha sido importante para enriquecer sus visiones y crear nexos con exponentes del arte contemporáneo, con titiriteros y músicos de diferentes formaciones.
Cucurucho tiene varias líneas de acción. Una de ellas es la obra de creación independiente, al pecho, sin presupuesto institucional, que les permite experimentar con las formas y las técnicas. Otra línea es la obra para la Televisión Cubana, a la que le imprimen su sello y ejecutan con apoyos y con mucho amor. Uno de los ámbitos de trabajo más fuertes del proyecto es la organización de eventos y talleres para niños.
Cuando Ivette habla de La Espiral, le cambia la voz. Su tono, entre orgullo y nostalgia, hace imaginar la fiesta que era para los niños aquel evento. Se proyectaban las obras que hacían en los talleres y se mostraba el cine de animación más revolucionario de Europa y América Latina en las escuelas y los barrios. Se presentaban películas de diferentes géneros y el jurado del concurso era infantil.
Con la ayuda del Centro Hispanoamericano de Cultura, los Estudios de Animación del Icaic y figuras de la animación a nivel internacional, el evento contó con cinco ediciones. Entre 2012 y 2019, La Espiral acercó a unos 30 mil niños de Cuba y más de veinticinco países el arte del Stop Motion. Además de enseñarles la creación por dentro, Ivette les proporcionó un panorama diferente al de los super difundidos Disney o Pixar.
Días de animación en La Habana es otro evento que nació de su obsesión por nuclear a los animadores y crear espacios de intercambio y formación. Las tres ediciones fueron apoyadas por el belga Jean Luc Slock, director del estudio de animación Camera-Etc y por Fernando Galrito, quien dirige un importante festival en Lisboa llamado Monstra.
Recordar la organización del evento despierta en Ivette sentimientos encontrados. Por un lado, la alegría de haber compartidod con animadores de varias geografías y que estos se insertaran en el contexto cubano, recogiendo basura de las calles para luego animarla junto a los niños de un barrio, o construyendo alebrijes para luego ponerlos a pasear por toda La Habana. Por otro, recuerda con cierto enfado cómo la palabra “independiente” era motivo de desconfianza.
“Ahora ser independiente tiene otra connotación; pero cuando empecé a organizar eventos en 2012, pasé mucho trabajo. Cuando llegaba a los lugares para hacer las coordinaciones había gente que se preguntaba: ¿Y quién se cree ella que es para organizar un evento?”.
Aunque las cosas han cambiado y ser un artista independiente o un emprendedor no está estigmatizado, es agotadora la lucha de años contra las trabas burocráticas y administrativas. A Ivette no le quedan fuerzas para emprender una nueva edición de sus eventos, pero sigue soñando con un espacio para reunir a animadores de todos los rincones del país; con fomentar la crítica de la animación; con que se desarrolle una historiografía. Ivette quisiera que Conga y Chambelona, la página de Facebook que creó en 2019 para publicar contenidos relacionados al arte de la animación, se convirtiera en un espacio de intercambio no limitado a lo virtual.
Sueña con que se rescate la producción de animados de la Televisión cubana en los primeros años de Revolución, cuando se lograron niveles impresionantes. Además de su obra audiovisual, Ivette se ha dedicado a investigar la relación estrecha entre la historia de la animación en Cuba y los vínculos políticos con diferentes países. La animación es, a su modo de ver, un reflejo claro de los tránsitos y la evolución de la política en Cuba.
Ella, desde su rol como profesora en FAMCA, sigue luchando por que se considere la animación como una asignatura curricular y no solo como una optativa. Quizá el intento definitivo para asociar a los animadores entre sí y fortalecerlos como gremio sea que la animación se convirtiera en uno de los perfiles de la carrera de Medios de Comunicación Audiovisual. Juntar esfuerzos entre especialistas, artistas, entusiastas haría realidad varios de los sueños de Ivette que, estoy segura, son los de otros animadores.
Trabajar para los niños es una de las grandes pasiones de Ivette Ávila. Desde que daba clases de Biología hacía talleres y en su trabajo se molestaban porque ella pedía permiso para ausentarse por ese motivo. Se metía en los barrios a pintar y a construir mundos fantásticos.
En uno de los encuentros, conoció al amor de su vida, que la ha acompañado como padre, esposo, amigo y colega. Desde 2011 no han parado de hacer talleres con niños. Se han ido mochila al hombro por casi toda Cuba y otros sitios en España, la Amazonia, Ecuador, Puerto Rico y México. Han trabajado mano a mano con niños de pequeñas escuelas rurales y de grandes centros en la ciudad.
Cuenta Ivette que cuando se ve rodeada de niños en un inhóspito lugar, se pregunta mirando hacia arriba: “Dios mío, ¿quién me habrá mandado a meterme aquí?”. Pero en menos de lo que canta un gallo, ya están de nuevo en otra escuela, en otra comunidad.
La animadora trotamundos podría hacer un libro de sus experiencias en los talleres. Podría contar cómo se integran los niños con necesidades especiales y hacer la historia de aquella pequeña en una escuela en Denia, España, que solo podía mover las pupilas y tuvo una participación activa eligiendo los colores y las formas a través de la mirada. Podría contar sus vivencias en la Escuela Provincial de Niños Sordos e Hipoacúsicos René Vilches, en La Habana Vieja. Podría explicar en ese libro cómo ha sido el proceso en escuelas rurales, barrios marginales y un espacio como la Academia Animaluz en los Estudios de Animacion del Icaic, donde de forma sistemática se ofrecen talleres. Trabajar en espacios distintos y a partir de las potencialidades de niños diversos, desde el enfoque de la Educación Popular, también la ha ayudado a ser mejor artista y mejor persona.
¿Por qué la mayor parte de sus energías están puestas en los talleres? “Siempre creo que es importante darles a los niños la posibilidad de escoger. Que vean que hay muchos futuros probables. Que en la vida hay opciones y no tienen que conformarse con un camino que les predestinen”, explica Ivette.
En los talleres todos construyen, diseñan, animan y ponen voces. De ahí salen películas muy locas y muy genuinas. Ella no solo les muestra cómo funciona el cine por dentro, sino que los forma como espectadores críticos y, además, como seres humanos más conscientes y respetuosos.
“Como la animación es tan mágica, les da la oportunidad de transformar lo que no les gusta del mundo. En un cuento de duendes o de hadas nos están hablando de cuestiones muy duras de su realidad. Muchas veces los padres se han enterado con las películas de cosas que ellos nunca le habían contado”, revela Ivette.
Cuando llegó la pandemia a Cuba en 2020, siguió coordinando talleres a través de WhatsApp. Como es tan creativa y se resiste a las trabas, la imposibilidad de realizar encuentros con los niños la impulsó a realizar dos series audiovisuales producidas por los Estudios de Animación del Icaic y apoyadas por el British Council.
Ellas resumían los contenidos impartidos de forma habitual en los talleres. Una se titula El Rodaje y la otra Galaxia K, que ha sido traducida al francés, al inglés y a lenguaje de señas. Ambas serán entregadas al Ministerio de Educación con la premisa de que “la alfabetización audiovisual es una urgencia”.
A sus 46 años, a veces siente que tiene mucha carga sobre sus espaldas y quisiera un mecenas, al estilo de los Medici del Renacimiento, para que le resuelva la vida y poder sentarse en la mesa de luz todo el día. Cuando tiene un proyecto en ejecución, hay diez más desarrollándose en su mente. Aunque podría parecer que lo más importante en su vida es el trabajo, el primer plano lo ocupa Pablito, su hijo adolescente. También las fiestas épicas, como la Feria del Trueque, un festecún que hacía en su casa en el que la gente iba a cambiar cosas. Son importantes además los inventos en la cocina para poner en la mesa algo sabroso y bello, como el falafel de chícharos de la bodega o las hamburguesas de lentejas. O recoger cosas de la basura y hacer que siga creciendo su colección dispareja de vajilla azul. La mueven también su amor y dedicación por sus gatos, por su madre, por su padre, su hermano, su sobrina y una abuelita de 96 años que tiene a su cargo. Además de la casa que comparte con Pablo y Ramiro, Ivette tiene otras casas que cuidar. Desde que empezó la pandemia sigue los consejos del maestro budista Lama Rinchen Gyaltsen, que la han ayudado a alinear mejor sus energías para poder cargar todos sus hogares sobre la espalda.
Si le hacen la pregunta que más se usa ahora, ella responde: “Nuestro fluido, nuestra savia viene de esta tierra. Este es el lugar que nos inspira y aquí es donde más útiles podemos ser”.
Aquí ha concebido una manera de hacer en la que no espera tener las condiciones ideales para empezar a crear. “A animar se aprende animando” para ella es una verdad y se ríe cuando ve un corto hecho hace varios años que “está en llamas” con una animación “de palo”; pero en ese momento era lo que necesitaba decir.
Entre las cosas que más la enorgullecen está haber formado niños que hoy día son animadores, y personas que trabajan en el Icaic que hicieron sus primeros talleres con ella. Otra de sus grandes conquistas es que, a partir de su trabajo de formación, muchas niñas han comenzado a ver la animación como una profesión para ellas.
Si le piden definirse como artista, Ivette dice que se siente como una animadora de la tierra. La naturaleza es su centro magnético, su principal fuente de inspiración, junto a la condición humana. Tal vez no saltó de la ciencia para el arte, como muchos creen, sino que logró conjugar la Biología con la magia para dar vida a lo inerte. La conexión con la tierra, que estaba en ella desde que hacía muñequitos de fango en la escuela al campo, la sigue halando hasta hoy.
Ojalá entre los diez proyectos que tiene en mente esté un corto con figuras de cera animadas en Stop Motion. Quizá sea una deuda que deba saldar con el hechizo de sus duendes de antaño, los seres míticos que le abrieron el camino y le dieron el poder de transformar la materia