Los años 90 fueron para Estados Unidos un momento de cambio demográfico: la pirámide poblacional sufrió un ensanchamiento en los mayores de 30 años. Niños y jóvenes representaban por entonces alrededor de un tercio de una población de 248.709. 873 habitantes, según el Censo de 1990.
Se marcaba así la tendencia a una disminución de la población fresca y al incremento de la adulta, en especial de la tercera edad, dos datos característicos de hoy, y que significaron un movimiento pendular respecto a la era de los baby-boomers, el código con que sociólogos e historiadores de la cultura designan la explosión de nacimientos ocurrida entre fines de la Segunda Guerra Mundial y el cierre de los años 60, cuando vinieron al mundo unos 76 millones de niños amparados por la prosperidad y el poder adquisitivo de las clases medias.
Las industrias del entretenimiento y la comunicación reaccionaron al hecho con una variedad de propuestas, verdaderas operaciones de marketing dirigidas a captar segmentos específicos de unos habitantes no por minoritarios menos redituables: los de entre 14 y 19 años.
Entre sus primeras expresiones culturales estuvo el nacimiento del llamado teen pop, un tipo de cancionística –si así puede llamársele– caracterizada por temas pegajosos, letras elementales, insulsas y simplonas, y protagonizada por músicos/cantantes teenagers [adolescentes] que devinieron desde entonces íconos globales y lograron fortunas multimillonarias amasadas a fuerza de difusión, ventas y megaconciertos.
Aunque los orígenes del fenómeno se remontan a los años 70 con agrupaciones tipo Jackson 5, a mediados de los 90 se produce una cadena de sucesos de esta nueva manera. Montadas sobre los hombros de New Kids in the Block, que venían de los años 80, surgieron boy bands como Backstreet Boys (su disco Millennium, de 1999, vendió más de un millón de copias en la primera semana de lanzado), sus competidores *NSYNC y, luego, el trío Hanson; a fines de la década salieron al público Christina Aguilera y Britney Spears –cuyo tema “I’m Not a Girl Not Yet a Woman” constituye una especie de manifiesto teen— añadiendo una nueva dimensión: solistas femeninas más bien angelicales con un erotismo fuera de toda duda, pero siempre dentro de lo correcto.
El canadiense Justin Bieber (1994) pertenece a una segunda generación del teen pop, junto a Miley Cirus, Hannah Montana y Selena Gómez, entre otros aupados por Disney Channel, transnacional con un alcance de 99 millones de hogares en Estados Unidos. El suyo fue un ascenso meteórico logrado a partir de Scooter Braun, un experto en marketing que lo descubrió en YouTube cuando apenas tenía 15 años. En 2009, su sencillo “One Time” lo lanzó al firmamento: un rubiecito bonitillo, dulce, inocente y sexualmente inocuo que cantaba cancioncitas de amorcitos y tocaba cuatro o cinco instrumentos de manera autodidacta. Poco después, en 2010, vendría “Baby”, una tonada machacona donde la palabra que le sirve de título se repetía casi sesenta veces, en línea con estribillos como el siguiente:
Baby, baby, baby ohhh
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Baby, baby, baby, noo
Like
Baby, baby, baby ohh.
Por otro lado, el uso eficientísimo e interactivo de herramientas como Twitter e Instagram, impulsado por los cerebros de la operación, contribuiría a reforzar su clase de auténtico producto de la llamada cultura de masas y a expandir la Bieber feber, protagonizada sobre todo por niñas suspirantes que decían amarlo hasta el delirio e incondicionalmente. El resultado es que el muchachito llegó a tener más de 13 millones de seguidores en la primera de esas redes y casi 49 millones en la segunda.
Pero dicen los psicólogos que crecer duele. Al abandonar su dulce niñez, no solo comenzó a cambiar la voz por imperativos de la madre naturaleza, sino también a desviarse de la línea y a confrontar problemas por francachelas, saraos y conductas erráticas. Su primer papelazo lo hizo en el Show de David Letterman, de la cadena CBS: no supo decir cuáles eran los continentes. “Son Asia, Norteamérica, Sudamérica, África, la Antártica y el Polo Norte”. Acto seguido, nombró otro nuevo ante los ojos atónitos del presentador y las sostenidas carcajadas de la audiencia: “Canadá”.
En un concierto en Londres hizo esperar a la audiencia durante más de hora y media creyendo tal vez que podía hacer lo mismo que Mick Jagger y los Stones. Pero no: lo abuchearon consistentemente. En Buenos Aires barrió el escenario con la bandera del país, lanzada por uno de sus fans. Al día siguiente suspendió su segunda presentación en la capital argentina “por intoxicación alimentaria” –probablemente, exceso de yerba mate. Luego se disculpó en Twitter: “Lo siento mucho por cualquiera que haya tomado a mal mis acciones y espero que puedan perdonar este error”. Pensó, ah, que se trataba de una camiseta, y añadió: “la gente me tira cosas al escenario durante todo el show y las quito para que nadie salga lastimado”.
En una ocasión tuvo problemas en Australia por portar marihuana en el aereopuerto. En otra, la policía registró su mansión en Los Ángeles ante la denuncia de un vecino, quien lo acusó de tirarle huevos a su casa. En la pesquisa apareció evidencia de “molly”, prima hermana de ese éxtasis tan utilizado en discotecas y clubes. Más adelante anunció que estaba en Cuba: “I’m in Cuba, I love Cubans”, dijo en Instagram. Y con tabaco y gorra en la foto incluidos.
Pero tampoco. Lo había anunciado desde Miami, prácticamente acabado de arrestar por DIU (Driving Under Influences), por resistencia a la autoridad y por manejar con una licencia vencida. Lo cogieron en un Lamborghini amarillo rentado, allá en la playa, después de participar en una carrera ilegal de autos con la siempre eficiente asistencia de cúmbilas y miembros de su equipo. Salió con 2.500 dólares de multa.
Este inventario de problemas, que no es exhaustivo, viene ahora acompañado por un giro en U. La hora de recoger los cheles. En un post de Instagram, Bieber acaba de detallar sus demonios personales al hablar sobre un pasado de “consumir drogas bastante pesadas”, “abusar de todas mis relaciones” y de ser “irrespetuoso con las mujeres”. “Es difícil levantarse de la cama por la mañana con la actitud incorrecta cuando uno está abrumado con su vida, su pasado, su trabajo, sus responsabilidades, sus emociones, su familia, sus finanzas, sus relaciones”, escribió. “A veces incluso puede llegar al punto en que ya no quieres vivir más. Me volví distante de todos los que me amaban. Me estaba escondiendo detrás de una concha”.
Además de su matrimonio con la modelo y presentadora Hailey Baldwin, Bieber ha declarado su fe cristiana como un componente fundamental de su curación. “Jesús te ama”, escribió al final de su largo post, un recordatorio para sí mismo a fin de “seguir luchando”, incluso cuando “las probabilidades están en tu contra”. Y concluye: “Sé amable hoy. Sé valiente hoy y ama a las personas no según tus estándares, sino por el amor incesante y perfecto de Dios”.
Sus fans están a la expectativa a ver si esta vez de verdad funciona su condición de (otro) cristiano renacido.
No pensé en encontrar un artículo sobre este artista. Gracias!