Frank Fernández, uno de los pianistas más importantes del mundo, tocó el instrumento por vez primera con solo cuatro años y poco después le prometió a su madre que jamás lo abandonaría.
Orgulloso de mantener su palabra, la crítica especializada lo reconoce como el artífice de la escuela contemporánea cubana de piano, es un símbolo de la cultura nacional y uno de sus más exitosos embajadores.
Natural de Mayarí, en la oriental provincia de Santiago de Cuba, Francisco Fernández Tamayo, nombre con el que lo bautizaron sus padres, concede una importancia inestimable a su niñez y a la influencia que esta ejercería en el resto de su vida.
Excepcional compositor, arreglista y productor musical, ha cautivado a públicos de todas las latitudes, no hace distingos entre la música culta y la popular, solo reconoce si es buena o mala, sin importar de donde provenga.
Un ameno diálogo sostuvo con On Cuba, donde relató trascendentales momentos de su vida que le han convertido en ícono de la cultura de la Isla.
Llegó muy joven a La Habana, y con solo 19 años debuta con la Sinfónica Nacional…
Antes de mi debut con la Sinfónica incursiono en la música popular y explorar estas sonoridades se transformó en una escuela que en poco más de dos años me permitió conocer a Gonzalo Roig, Ernesto Lecuona, Portillo de la Luz y José Antonio Méndez; y acompañar a la gran Elena Burke.
Esa fue una academia sui géneris, sin dogmas, basada en la praxis, y que me sirvió de mucho para cuando entro al Conservatorio Amadeo Roldán, donde tengo la dicha de encontrar a Margot Rojas, gran instrumentista y pedagoga, alumna de Alexander Lambert, quien fuera discípulo de Franz Liszt, considerado el más grande pianista del siglo XIX.
Gracias a su maestría y mi dedicación fui escogido entre los más destacados alumnos de la academia y se me ofrece la posibilidad de tocar con la Sinfónica Nacional, oportunidad en la que estreno en Cuba la Fantasía Coral Opus 80 de Beethoven.
Esa etapa finaliza cuando gano el Primer Concurso Nacional de Piano que convoca la UNEAC, y una beca en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, uno de los más prestigiosos del mundo, donde curso el nivel superior y me gradúo Summa cum laude.
Qué otros momentos marcaron su carrera como pianista
Recuerdo cuatro conciertos muy importantes por la relevancia del contexto en que se desarrollaron y sus consecuencias.
En 1984 fui invitado a estrenar la Sala de Cámara del Shauspielhaus de Berlín, Alemania, y resulté elegido para el primer concierto del Ciclo "Grandes Maestros del Piano".
Lo relevante es que donde pensé tocar a Lecuona o Cervantes tuve que interpretar a Mozart, Beethoven y Schuman con un éxito tremendo, el público aplaudió durante nueve minutos, dejando un recuerdo imborrable en mi memoria.
Cuatro años después tuve el honor de asistir a la sala Smetana de Praga, para conmemorar el centenario del estreno del Concierto para Piano No. 1 de Tchaikovsky.
Para mi sorpresa los organizadores decidieron que fuera el solista de la celebración, honor que considero trasciende a mi persona, porque en realidad es un reconocimiento a Cuba y su cultura.
Otro recuerdo que atesoro es mi presentación en Tokio en 1992. Me preocupaba mucho el concierto porque en esa ciudad hay una veintena de eventos cada noche, entre musicales, ópera y ballet.
Hiro Hamada, crítico de una reconocida publicación japonesa, que selecciona los 10 principales sucesos culturales del año en ese país, incluyó mi recital dentro de esa selecta lista, lo que constituyó para mí una sorpresa extraordinaria.
Por último, el pasado año asistí a la reapertura de la Gran Sala del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, donde tocar el piano siempre es un gran reto y compromiso, por ser la academia más fuerte del instrumento en el mundo y porque fue donde estudié.
La escuela cubana de piano debe mucho a Frank Fernández
Lo trascendente de mis años dedicados a la pedagogía, fue lograr que Cuba creyese más en sus pianistas.
Hasta el momento en que comienzo el magisterio, todos los laureados internacionales habíamos estudiado en Estados Unidos o Europa, y me empeñé en lograr, con jóvenes pianistas muy talentosos, que se pudieran alcanzar iguales resultados por concertistas formados aquí.
Nadie creía que era posible, pero se pudo, y en prestigiosos certámenes resultaron premiados varios pianistas como Víctor Rodríguez, Jorge Luis Prats, Leonel Morales, Elisa Pedroso y Ulises Hernández.
A pesar de que muchos me desestimularon, yo creí en la posibilidad del cubano para lograr grandes cosas cuando se entrega por completo.
Sobre sus composiciones y discografía…
Hay algo paradójico en mi vida como compositor, la mayoría de mis obras, con excepción de “Suite para dos pianos”, es música para orquesta, donde el instrumento no tiene un papel preponderante, quizás porque las primeras oportunidades que se me dieron como creador fueron las de hacer música para cine.
He escrito más de 600 obras para diferentes formatos: ballets, coros, orquestas sinfónicas y de cámara, solistas, agrupaciones de música popular y la televisión; con parte de ellas he grabado una veintena de álbumes.
Además he participado en unas 250 grabaciones donde intervengo como pianista acompañante o como productor.
A la discografía cubana le he producido, entre otros, Días y flores, de Silvio Rodríguez, y A Bayamo en coche, primer disco de Son 14, considerado un paradigma dentro del universo fonográfico nacional, y que se conserva como referencia en las bibliotecas de Washington y New York.
Los Cinco Conciertos para piano de Beethoven
En estos momentos estoy inmerso en la grabación de los Cinco Conciertos para piano de Beethoven, algo nunca hecho en Cuba y contadas veces en el resto del mundo.
¿Cómo le gustaría a Frank Fernández ser recordado?
Como a un hombre que amó la música, su familia y su país, que con 68 años está seguro de que le queda mucho por aprender en la vida.
Llegar a esta edad te hace consciente de los errores, pero también de las maravillas que quedan por descubrir, y ese es mi empeño mientras mis fuerzas y capacidad me lo permitan: buscar una mejor música.