La novela inédita Encicloferia (Las manos vacías), de Luis Rogelio Nogueras, será presentada el próximo 20 de febrero, a las 11:00 a. m, en la sala José Antonio Portuondo, en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, como parte de la Feria Internacional del Libro de La Habana.
La existencia de este texto se sabía desde el mismo año de la muerte (por un melanoma fulminante) del escritor, periodista, traductor y guionista de cine.
En octubre de 1985, durante un conversatorio en Casa de las Américas sobre el quehacer poético, narrativo y cinematográfico de Wichy Nogueras, el también escritor Eduardo Heras León habló sobre su novela inédita Las manos vacías; o, Encicloferia.
Según reseña la contraportada del libro, editado por la casa Letras Cubanas, la trama transcurre en 1960 y cuenta la vida y las peripecias de René, un piloto de línea comercial que pierde transitoriamente la visión, y debe abandonar su profesión.
Finnegans Wake en la trama
El protagonista de la historia, quien “lleva años bregando con una imposible traducción de Finnegans Wake”, una novela satírica y experimental que James Joyce escribió durante 17 años, es enviado al extranjero en calidad de funcionario estatal para “cerrar un contrato comercial con una aerolínea sueca”.
En el punto de giro, su autor hace que la historia de un vuelco y el protagonista “se verá arrastrado a un macabro juego de equívocos, traiciones y muerte”.
Tratándose de un libro de Nogueras, Encicloferia es una clásica novela de aventuras que no camufla su identidad de género.
Sin embargo, en paralelo, “es una obra con un entramado textual complejo, desbordante de alusiones y referencias cultas, que suponen un reto a la cultura del lector”, un ejercicio que era propio de una de las mentes más barrocas de la literatura cubana de la revolución.
El autor, sigue explicando la contraportada del libro, “brinda una lección sobre cómo escribir una obra a la vez intelectual y divertida, seria y desenfadada”.
“La novela quedó inconclusa, ya cerca de su proyectado final, por la prematura muerte de su autor; pero su delirante carrusel de juegos de palabras, bromas, incesantes alusiones y distintos estilos de narrar llega hasta nosotros como el brillante testamento literario de uno de los más talentosos escritores cubanos de su generación”, concluyen las notas de la edición de Letras Cubanas.
Un chico del Vedado rodeado de intelectuales
Luis Rogelio Rodríguez Nogueras, en ese orden de apellidos, conocido como Whichy, el Rojo por el tono irlandés de su cabello, nació en el barrio capitalino del Vedado el 17 de noviembre de 1944.
Según las notas biográficas al uso, el ambiente familiar rezumaba literatura. Luis Rogelio, su padre, publicitario y periodista; su tío Ángel, martiano fervoroso, con quien conviviera gran parte de su vida, también escribe y llega a dirigir una revista literaria en Puerto Padre, su pueblo natal.
Su abuela materna, quien se encarga del cuidado de Wichy durante su infancia, dispone que un profesor de literatura le imparta clases en su domicilio. Su hermana Ámbar escribe una novela.
Y la guinda la aporta lo más granado de la familia, en clave literaria: el tío materno, a quien Wichy no conoció, pues murió cuatro años antes de que naciera el autor de Cabeza de zanahoria, poemario que tiene a la muerte como su protagonista y que fue laureado en 1967 con el premio David.
Ese tío totémico es nada menos que el periodista, escritor, dramaturgo y diplomático hispanocubano Alfonso Hernández Catá, uno de los más reconocidos narradores de la Primera Generación Republicana.
Que levante la mano la guitarra. Un texto a cuatro manos sobre la Nueva Trova cubana y Silvio Rodríguez.
En Caracas, donde vive su madre, y con 16 años, tiene su primer contacto con el cine. Es un utility de la compañía Tuma film. Con ese grupo realiza un corto de ficción en 8 mm, en el que también aparece como actor.
El Icaic, El Caimán y el quinquenio gris
En mayo de 1961 comienza a trabajar en el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (Icaic) y realiza documentales para la campaña de alfabetización.
Más tarde pasó al Departamento de Dibujos Animados, donde trabajó como dibujante, auxiliar de cámara y posteriormente, director de cortometrajes.
En 1963 debuta en la escritura de guiones y ejecuta diseños para dibujos animados. Un año después, sin haber cursado el bachillerato ocupa un pupitre en la Universidad de La Habana. Se licencia en Lengua y Literaturas Española e Hispanoamericana.
Fue redactor de Cuba Internacional y jefe de redacción de El Caimán Barbudo, del que también fue su fundador.
No escapó a los pogromos ideológicos de los setenta. Purgado el Caimán, Nogueras fue a dar a un oscuro taller de la Imprenta Nacional de Cuba como auxiliar de linotipista.
Fueron más de dos años, hasta que fue emergiendo a la superficie, con brazadas perseverantes, primero como corrector y después como editor en casas librescas.
Y en 1976 su nombre aparece en los créditos como guionista de uno de los clásicos del cine cubano, El Brigadista, dirigido por Octavio Cortázar.
El brigadista. Un punto y aparte
Oso de Plata en el Festival de Berlín Occidental, primero que obtiene el cine cubano; en España obtiene premios del Festival de San Sebastián y el Premio Pelayo, en Gijón.
A partir de ese momento, la vida intelectual de Nogueras no tuvo más tropiezos de envergadura.
Obtiene el primer premio en el concurso Aniversario del Triunfo de la Revolución que convoca el Ministerio del Interior (MININT), con la novela policiaca El cuarto círculo, escrita en colaboración con su amigo, el profesor, ensayista y poeta Guillermo Rodríguez Rivera.
Con su afición por el espionaje, en 1977, gana el Premio UNEAC de novela Cirilo Villaverde, por su novela Y si muero mañana, que el tiempo convirtió en un clásico del género por su mezcla exitosa de tensión, épica y sentimentalidad. Los periódicos más importantes de Estocolmo le dedicaron reseñas elogiosas.
Un rancio intelectual de la vieja guardia comunista como José Antonio Portuondo asimiló “el delicioso humor que rezuman sus apócrifos” y lo sublimó, luego de su muerte a destiempo, “en su vital esperanza en un hermoso porvenir”.
La poesía, su fuerte
El poeta de “ahora dame la húmeda certeza de que estamos vivos/ ahora / posa intensamente desnuda”, publica en 1977 Las quince mil vidas del caminante.
Según palabras de Rodríguez Rivera, uno de sus compañeros de generación, la lírica del Wichy incorporó algunos signos del posmodernismo literario.
También fue un maestro en el arte de experimentar con imaginación crítica en el lenguaje, la metaliteratura, los géneros y la ironía, a la que cultivó con magisterio, para lo cual hay que leer, como botón de muestra, su poema El último caso del inspector.
En estos meses de guerra en Gaza, urge recordarlo en Halt! (¡Deténgase!), donde el poeta, magistralmente, conecta el exterminio nazi de los judíos con el posterior martirio de los palestinos por los israelíes.
“Nogueras abrió su mirada hacia una intimidad y un subjetivismo que probablemente debe de haber aprehendido a partir de su goce de las lecturas de Fernando Pessoa y Jorge Luis Borges, visibles en algunos de sus libros. No desatendió las formas clásicas, y en sus versos bullen los octosílabos y endecasílabos”, evaluó el crítico cubano Virgilio López Lemus.
En el género, el premio Casa no tardó en reconocerlo con Imitación de la vida, de 1981.
El jurado que lo premió fue todo un dream team de la poesía latinoamericana: el argentino Juan Gelman, el mexicano José Emilio Pacheco, el cubano Fayad Jamís y el peruano Antonio Cisneros.
No discutieron para ponerse de acuerdo y decir (palabras mayores) que esta obra era una “contribución a la lírica castellana”.