…aquí no pasa nada, no es más que la vida
pasando de la noche a los espejos.
E.D.
Hace siete décadas, un muchacho de apenas veintiocho años, recogía, en los Talleres de Úcar García S.A., en Teniente Rey No. 15, en la Habana Vieja, los ejemplares de su primer poemario (1).
Dos volúmenes de cuentos precedían este cuaderno: En las oscuras manos del olvido (1942) y Divertimentos (1946). El joven poeta había comenzado a escribir su libro, aproximadamente, en 1944, y lo había terminado tres años después, pero no se decidía a publicarlo, aunque ya algunos poemas habían aparecido en la Revista Orígenes (1944-1956). Las dos fechas –de impresión y terminación– aparecen en el libro, para dolor de cabeza de los bibliotecarios: en la cubierta, “Ediciones ‘Orígenes’, La Habana 1949”; y en la portadilla, “La Habana, Año de 1947”.
Eliseo Diego –pues era este su nombre– se sentía inseguro ya que todos sus amigos escribían poesía y él era considerado “el prosista” del grupo. En la Calzada de Jesús del Monte es el título de este poemario, que está considerado por la crítica nacional y extranjera como un clásico de la literatura hispanoamericana.
La primera vez que Eliseo leyó sus versos fue en la casa de su novia Bella García-Marruz, en Neptuno No. 308, entre Águila y Galiano. Allí se reunía con su amigo de la infancia, Cintio Vitier, con Fina, la hermana de Bella y novia de Cintio, con Octavio Smith, Agustín Pi, Gastón Baquero y otros jóvenes escritores de la época.
Fue en Neptuno que concibieron la revista Clavileño, de corta duración (1942-1943), en la que publicaban poesía, narraciones, traducciones y prosa poética. De Clavileño solo se hicieron siete números. El nombre lo tomaron de uno de los pasajes más conmovedores de Don Quijote de la Mancha, y el dibujo del caballito de madera lo hizo el pintor cubano y amigo del grupo, René Portocarrero.
¿Pero por qué escogió ese título para su primer cuaderno de poesía? ¿Qué importancia había tenido esa Calzada para él?
Eliseo Diego nació el 2 de julio de 1920 –próximo está ya el centenario de su natalicio– en la calle Compostela No.56, en la Habana Vieja pero, muy pronto, sus padres se mudaron a una pequeña quinta en las afueras de la ciudad, en el pueblo de Arroyo Naranjo. Su padre, el asturiano Constante de Diego González, sembró todos los árboles de ese hermoso jardín y construyó dos edificios de dos plantas, uno de vivienda y el otro quedó como almacén y garaje. “Villa Berta” llamó a aquella quinta, en homenaje a su esposa, Berta Fernández-Cuervo.
Por aquellos años, la única vía para llegar a la ciudad era atravesando la Calzada de Bejucal, la que, en cierto tramo del camino, adoptaba el nombre de Calzada de Jesús del Monte, hoy, Avenida 10 de Octubre. Esa era la ruta que recorría el pequeño Eliseo cuando sus padres iban a la ciudad.
Según el investigador y ensayista literario Ciro Bianchi Ross, “la barriada de Jesús de Monte existía ya a mediados del siglo XVIII (…). La calzada de igual nombre no era sino un tramo del camino que conducía a las poblaciones de Santiago de las Vegas y Bejucal, el único que partía de la ciudad y se adentraba en el campo” (2).
La Calzada en estos momentos se encuentra muy deteriorada, prácticamente en ruinas. Pero hace casi un siglo, en la década de 1920, la antigua Calzada de Jesús del Monte era una avenida elegante, con casonas señoriales, llamativos vitrales, columnas espléndidas y amplios y frescos portales.
Así la nombra Diego:
Por la Calzada de Jesús del Monte transcurrió mi infancia, de la tiniebla húmeda que era el vientre de mi campo al gran cráneo ahumado de alucinaciones que es la ciudad. Por la Calzada de Jesús del Monte, por esta vena de piedras, he ascendido, ciego de realidad entrañable, hasta que me cogió el torbellino endemoniado de ficciones y la ciudad imaginó los incesantes fantasmas que me esconden.
Contaba Eliseo que fue José Lezama Lima quien lo decidió a publicar sus versos. Una tarde en que conversaban en un cafetín habanero, después de una larga bocanada de humo de su tabaco, Lezama, utilizando el “usted”, que reservaba siempre para ocasiones especiales, le dijo: “Eliseo, si usted no acaba de publicar ese libro, me veré obligado a hacerlo yo, bajo mi firma”.
Ante elogio tan contundente, proveniente de alguien que no los regalaba, el joven Eliseo decidió publicarlo.
Pero entre el momento en que dio por terminado su cuaderno (1947) y su publicación (1949), ocurrió un hecho importante: Bella y Eliseo se casaron en la Parroquia de Bauta el 17 de julio de 1948. Los casó por lo civil, su amigo, el abogado Octavio Smith; y por la iglesia, el sacerdote-poeta, Ángel Gaztelu. Y es que, según contó en varias entrevistas, un poco en broma y un poco en serio, la razón por la cual Diego comenzó a escribir poesía fue para impresionar a su novia Bella. Cierto o no, En la Calzada de Jesús del Monte ha sido siempre el libro preferido de los jóvenes escritores cubanos a lo largo de varias generaciones. Quizás, decía Eliseo, porque había sido escrito justamente por alguien como ellos, por un joven enamorado, lo que hace que se reconozcan en sus temas, obsesiones, temores y alegrías.
En 2019 se conmemorarán los 500 años de la fundación de la ciudad de La Habana, “la capital de todos los cubanos”, como la nombran en la propaganda televisiva. Una forma de homenaje podría ser, también, la reedición de libros que, de alguna forma, la honran, publicados en Cuba o en el extranjero.
En la Calzada de Jesús del Monte es uno de ellos, pero hay muchos más: Habana del Centro, de Fina García-Marruz; Una cubanita que nació con el siglo, de Reneé Méndez Capote (en donde la autora describe, entre otras cosas, los inicios de El Vedado), etcétera. Se anuncia por la televisión que se recogerán en un disco canciones dedicadas a la ciudad. Se podría, igualmente, publicar una selección de cuadros y grabados con el tema de La Habana (recuerdo ahora las bellísimas catedrales y ciudades de René Portocarrero, así como su serie Paisajes de La Habana).
En La Calzada…, aparecen incluidos varios de los poemas que Eliseo Diego consideraba como los más representativos de su obra y de lo que podría llamarse su “poética”. Uno de ellos es “Voy a nombrar las cosas”. De este poema, habló Gastón Baquero cuando escribió sobre Diego al conocer la tristísima noticia de su muerte, ocurrida el martes 1ro de marzo de 1994:
Nombrar las cosas es el oficio del poeta. Dar nombre es engendrar y parir letra a letra el universo que el poeta descubre en torno suyo con el anteojo del alma. El universo comunicado al poeta, su reino, su mundo dentro y fuera del mundo de Dios y de los otros. Es regar ese hallazgo cotidiano de diamantes o de guijarros, vistiendo cada cosa con el traje humildoso del poema, es la tarea, es el destino del auténtico poeta, un ser ‘que no se queda con nada’, que lo destila todo sobre la piel de la tierra y la piel de los hombres. Eliseo Diego era –me duele emplear esta palabra terrible: era– el Poeta, el alfarero, el artífice sin artificio. Deambulaba por el mundo de lo fantástico con la naturalidad de un Fantasma Iniciado, poseedor de la luz. De la casa, de la ventana, del jardín, de un recuerdo familiar, de las cosas y personas más humildes. Hacía presencias aureoladas del misterioso halo que un Henry James, un Ambrose Bierce, Rilke, plantaban materialmente en sus Figuras. Volver corpóreos los sueños, trabajo de Merlín, ser hortelano en el jardín de los espejos de la luna. Es ser fuente de felicidad para el prójimo más que para sí mismo. Esto hizo, esto hacía Eliseo Diego. ¡Bendito sea! (…). Ahí quedan sus libros, nuestros libros. Son una gloriosa exploración del mundo y del trasmundo. Pienso en Bella, clara y sencilla como un poema de Eliseo” (El artífice sin artificio, publicado en el periódico ABC, Madrid, jueves 3 de marzo de 1994).
Con ese poema, deseo terminar:
VOY A NOMBRAR LAS COSAS
Voy a nombrar las cosas, lo sonoros
altos que ven el festejar del viento,
los portales profundos, las mamparas
cerradas a la sombra y al silencio.
Y el interior sagrado, la penumbra
que surcan los oficios polvorientos,
la madera del hombre, la nocturna
madera de mi cuerpo cuando duermo.
Y la pobreza del lugar, y el polvo
en que testaron las huellas de mi padre,
sitios de piedra decidida y limpia,
despojados de sombra, siempre iguales.
Sin olvidar la compasión del fuego
en la intemperie del solar distante
ni el sacramento gozoso de la lluvia
en el humilde cáliz de mi parque.
Ni tu estupendo muro, mediodía,
terso y añil e interminable.
Con la mirada inmóvil del verano
mi cariño sabrá de las veredas
por donde huyen los ávidos domingos
y regresan ya lunes, cabizbajos.
Y nombraré las cosas, tan despacio
que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarlas de pronto con el alba.
(1) En el colofón aparece registrado que: “Este libro se terminó de imprimir el 5 de enero de 1949”.
(2) “Jesús del Monte”. Por Ciro Bianchi Ross, periódico ‘Juventud Rebelde’, La Habana, 30 de abril, 2006, página 13.