Jesús Cos Causse: el tiempo nos devora

Fue un poema. Asomaba en mi libro de secundaria, en las últimas páginas. Un poema como un rayo o como una pedrada. Abel y sus cuatro letras bíblicas. Abel Santamaría. Abel y su mirada fuera de las órbitas:

“Cuando me arrancaron los ojos ⁄ la voz de mi madre comenzó a confundirse con la pólvora del combate ⁄ las palomas volaron asustadas y el barquito de papel ⁄se rompió con la caída de la sangre ⁄ yo fui un niño y tuve una canción”

Hay un parque frente al Moncada. Hay un parque en el antiguo Hospital Saturnino Lora, donde buscaron refugio los asaltantes al cuartel. Hay una fuente con la efigie de Abel y de Martí, en Santiago de Cuba. Ese parque y ese poema me persiguen. Jesús es el culpable, Jesús Cos Causse (1945-2007).

Ahora que la Fiesta del Fuego enciende la ciudad, vuelvo a la Casa del Caribe. En el corredor está su busto de metal, junto a Joel James y a Rogelio Meneses, cual trinidad salvadora; pero no lo miro, no me atrevo. Su fina barba tiembla ante sus propios versos:

“El tiempo nos devora ∕ Hasta el taburete de abuela se hizo cenizas ∕ El tiempo se las trae. ∕ ¿A do fueron a parar tantas cosas, a do fueron?”

No quiero escucharlo. Prefiero aquel poema del cimarrón que se ahorcó en el árbol más hermoso de la tierra. El del perro que quiere comer tajadas de aire, el del niño que quiere comer tajadas de perro. El de Dios, creador del mar y el poeta, creador de los caracoles.

La poesía le llegó primero por la letra de los boleros y las victrolas de los bares, antes que por los libros. Las metáforas de Cos surgen desde el fondo, como un manantial. Tienen fuerza mineral y arrasan la tierra. Algunas de sus crónicas las tuve en mis manos antes de ir a la imprenta en los noventa. Eran tiempos hermosos y difíciles.

Los cronistas son gente de mirada intensa. Gente inconforme. Gente de atrapar instantes y renombrar las cosas. Ora miran desde una colina, ora desde el hueso. Así era Cos. Sin deberse demasiado estudio, natural y encendido, como flor de framboyán.

Quien le rebautizó no tuvo mucho de imaginación. Solo habría que mirarle aquellas camisas que apenas se le sostenían en el esqueleto, que iban a rodar en cualquier momento. Una tarde obligué al Quijote Negro a ir más allá del verso y de la crónica:

“La poesía es un misterio del hombre. Creo, que afortunadamente nadie, ni los mismos poetas saben qué cosa es. Quizás el día que se sepa, comience el fin. Uno tiene que explicarse de alguna forma el mundo y todos buscan una definición para justificar lo que se hace y la propia existencia.

“Recuerdo una anécdota que sucedió con Nicolás Guillen en 1974, en Jamaica. Allí dijo el poema Sensemayá. Muy pocos hablaban español, pero todos le entendieron. ¿Por la música del texto, por la sugerencia de su voz, por la comunicación humana que portaba? ¿Cómo explicarlo? Entonces, ¿qué cosa es la poesía?”

Cos me devolvía la pregunta como en un juego de espejos; pero no le permití intercambiar papeles, quien preguntaba era yo. Ahora debía tocar con palabras ese espacio que tanto había desandado:

“El Caribe es una forma de ser. Esta parte del mundo tiene un sentido distinto que no tiene que ver con tambores y mulatas. Es un asunto sanguíneo, y es, ante todo, la historia que nos define. Esa es la raíz secreta que nos comunica más allá de idiomas y razas. Esa es la identidad que une a un cartaginés, un barbadense, un jamaicano, un panameño, un guyanés…

“Mi abuelo vino de Haití. ¿No soy entonces un poco haitiano? De Jamaica me traje la presencia de Marcus Garvey, la influencia musical y social de Bob Marley. ¿Acaso no soy también un poco jamaicano?”

Jesús Cos Causse se estrenó en la poesía con el libro Con el mismo violín (1970) y nunca más dejó de escribir. Son antológicos, Balada de un tambor y otros poemas, Concierto de jazz, así como La rebelión de la alborada, dedicado al granadino Maurice Bishop.

El Taller de Poesía El Caribe y El Mundo es uno de los espacios más reconocidos dentro del Festival del Caribe que comenzó hace unos días en Santiago. Durante años giró en torno a su figura: a su carácter abierto, a su mística de poeta; y hace algunos años lleva su nombre.

Hoy he vuelto a la Casa del Caribe. Cada julio. El poeta y el hombre se me abalanzan en el busto de metal; pero no quiero verles. Ya no hay manos, ya no hay botellas de ron; pero la poesía sigue incólume, aquella que dedicaste a Walt Whitman:

“Yo solamente quiero decirle ∕ que la poesía es la lámpara del mundo ∕ y que muchas gracias por haberla encendido”.

 

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