Frente a un selecto público de lectores y personalidades del mundo editorial español el escritor Leonardo Padura, Premio Nacional de literatura de Cuba 2012 y Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, pronunció las palabras del Pregón inaugural de la 15ª Feria del Libro de Tomares, en el Auditorio Municipal Rafael de León, municipalidad sevillana ubicada en la región del Aljarafe.
El autor de El hombre que amaba a los perros comenzó el Pregón comentando al público por qué llevaba puesto un singular sombrero negro que resultó ser un “borsalino italiano auténtico” recibido como Premio Negra y Criminal, días atrás, en la 9ª edición del Festival Atlántico del Género Negro Tenerife Noir, en Santa Cruz de Tenerife.
Entre orgulloso y risueño Padura narró haber hecho una búsqueda, junto a su esposa, la guionista Lucía López Coll, acerca de la clásica prenda y supieron que se trata de un sombrero “muy cinematográfico y relacionado con el mundo de las novelas negras” ya que existe un modelo Humphrey Bogart, en memoria del célebre actor norteamericano, y otro que lleva Harrison Ford en la saga de aventuras de Indiana Jones.
De ese reciente periplo canario destacó su visita a la casa museo de José Saramago, en Lanzarote, en la cual pudo apreciar la biblioteca personal del Nobel portugués, sobre la cual escribió unas hermosas palabras su viuda, Pilar del Río, y que citó en parte el escritor cubano. Así comenzó a hilvanar sus palabras, en torno a las respuestas a tres preguntas relacionadas con el tema de la Feria: ¿Qué es un libro? ¿Por qué leemos? ¿Para qué leemos?
Fiel a su vocación literaria, Padura narró su experiencia formativa como lector, desde sus años de estudiante preuniversitario, en su natal barrio de Mantilla, en la cual fueron fundamentales algunos de sus maestros, el bibliotecario de la escuela, Carlos el Cojo y el detonante que significó la lectura de El conde Montecristo, de Alejandro Dumas: “creo que, sin saberlo, leyendo ese libro, entendí el poder de la literatura”.
La remembranza de esos años iniciáticos devino entrañable homenaje a la profesión de maestros y bibliotecarios para los cuales solicitó un mayor reconocimiento social y económico: “sin maestros y sin bibliotecarios la cultura no existiría, no se transmitiría […] no se les da el suficiente valor social que tienen y, además, por lo general se les paga muy mal”.
Luego contó cómo se inclinó a estudiar Periodismo porque quería ser cronista deportivo cuando supo que no iba a ser un buen jugador de béisbol, y las tribulaciones académicas frente a la “planificación socialista” que decidió en aquellos años no abrir la matrícula de esa carrera. Se inclinó, entonces, a estudiar Historia del Arte, pero se encontró con que tampoco estaba abierta la matrícula en esa especialidad y optó por la carrera de Letras. “Ahí empezó todo”, dijo, porque tuvo que hacer dos carreras en una, la académica y la de la lectura, en unos años de privilegio, los del auge del boom literario latinoamericano.
“Los escritores de moda se llamaban Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Fernando del Paso, Jorge Luis Borges… qué maravilla, ¿no?” y continuó con la enumeración de lecturas que complementaron su formación, entre ellas, la novelística de la Generación perdida, los clásicos de la novela policiaca y los existencialistas franceses.
También reflexionó acerca de algunas de las funciones de la lectura, la cual nos aporta conocimientos, nos permite comprender mejor quiénes somos, entender al otro, en la medida en que, por ejemplo, la novela indaga en la condición humana.
“Soy un escritor de ficciones, no soy un historiador”, dijo para argumentar cómo la lectura nos permite viajar en la historia y a él, como escritor, a recrear el mundo necesario para mover a sus personajes de manera creíble.
Así ha logrado “vivir” en la Ámsterdam de Rembrandt, la San Juan de Acre, de los cruzados, en el Pirineo catalán, Barcelona, Madrid, en Tacoma, Washington, la Florida, Puerto Rico, salir y entrar por la puerta de la casa de Trostky en México, o haber conocido Nueva York o París antes de poner los pies en ellas. Todo, gracias a la lectura.
Por último, alertó sobre lo que considera la “perversión de la lectura” generada por el uso indiscriminado de la inteligencia artificial (IA) y, por ello alabó la celebración de las ferias de libros y la profesión de los maestros y bibliotecarios en la promoción de la lectura.
Un ameno elogio del libro y la lectura desde el recorrido por su experiencia personal como lector, en el cual la destreza narrativa de Leonardo Padura solapó su propia voz para dar protagonismo al tema y hacernos reflexionar, como Ortega, Borges, Paz y tantos escritores nuestros que, como él, hacen grande la literatura escrita en la lengua de Cervantes.
Padura es un grande de la literatura Hispanoamericana, un hombre que tiene luz y magia en sus historias.
Un narrador nato, un gran trabajador, además. Ha sido tratado con mezquindad y envidia por algunas “autoridades” cubanas pero tiene el mayor premio que se pueda desear, el de las legiones de lectores que lo seguimos.