Enrique Cirules fue uno de los últimos vestigios de la imperiosa Habana del pasado. Donde otros percibían escombros, o el orín reseco al sol en los portales, o la bullanguera zafia del solar, él adivinaba un glamour solo recordado por las grietas renegridas de los muros, que no se habían movido de allí en más de medio siglo de abandono. Lo que era un edificio en ruinas, para el escritor era la habitación preferida del mafioso Meyer Lanski, o el galpón secreto de William Stokes, o el burdel predilecto de Ernest Hemingway. Y como tal se colocaba frente a ellos, como embobecido, a la espera que uno de sus personajes cruzara por las puertas.
En su obra testimonial, Enrique Cirules revivió la ciudad pasada y esquiva que fenece –pero a la vez subyace– bajo el espectro y antifaz de la ciudad actual. Rasgó el velo del olvido y encontró, tras las vidriosas pupilas de ancianos testigos, relatos de gánsteres, de fastuosos cabarets, de clubes privados, de casinos y burdeles de una Habana pretérita, que aunque ya no era, se aferraba a seguir siendo de algún modo.
El autor de Conversación con el último norteamericano, La vida secreta de Meyer Lanski, o El imperio de La Habana (Premio Casa de las Américas en 1993), penetró en el fascinante y a la vez repulsivo universo de la corrupción, el juego, la violencia, la prostitución y la política en la Cuba mítica de las décadas de 1940 y 1950. Y más aún, lo plasmó desde la literatura de no-ficción, a través de las voces de los protagonistas y hacedores de la época.
En su última entrevista, Cirules reveló algunos secretos de su extensa y agitada vida literaria.
Casi a los 80 años, ¿qué utilidad le ve a la literatura?, ¿por qué invertir tanto tiempo escribiendo en una habitación?
Eso es difícil de explicar. Creo que porque la literatura es uno de los más formidables instrumentos para rescatar lo hermoso de la existencia humana.
¿Siempre lo consideró así?
Quizás al comienzo prevaleció más la curiosidad, querer compartir las deslumbrantes historias que el azar colocaba ante mis ojos.
¿El azar?
Sí. Debo mucho a los golpes de la suerte. Primero, por haber sido aprendiz de barbero en la estrepitosa barriada del Puente, en Nuevitas. Uno no imagina la cantidad de cuentos que se narran en una barbería. Ahí conocí a Roberto «Manos de Oro», quien luego fuera uno de mis personajes. Segundo, porque comencé a trabajar en Puerto Tarafa, ese enclave del tráfico internacional que era sitio de operaciones de la mafia corsa. Y también porque por azar encontré en 1964 a José Sosa, Pepe, uno de los dealer del casino del hotel Riviera, el insigne de Meyer Lanski. Sin esas casualidades, no hubiese escrito nada de lo que he publicado y que tanto le gusta al público.
Según la experiencia, ¿con qué propósitos acuden los lectores a su obra literaria?
Entre otros, supongo que en búsqueda de respuestas a insólitas preguntas, al misterio que encierran los espacios prohibidos.
¿Qué métodos emplea para seducirlos?
Nunca he utilizado grabadoras, ni apuntes, ni interrogatorios. El mío es un método particular: conversar con los informantes durante cientos y cientos de horas, durante largos meses y años, hasta sentir que domino el tema con la misma soltura de quien lo narra.
¿Cientos de horas?
¿Exagerado? Para nada. Conversé con William Stokes, el último norteamericano, en las mañanas y las noches, casi todos los días durante tres años. Y varios invertí también en hablar con testigos y recorrer la delirante Habana del universo mafioso, para construir La vida secreta de Meyer Lansky y El imperio de La Habana. Saca cuentas y verás las horas que hay en el trabajo.
¿Bastaba con los diálogos, o había también otras provocaciones?
Yo suelo propiciar el encuentro del testimoniante con los escenarios descritos; llevarlo al lugar de los hechos, para hacerle recordar cada vez más y más profundamente.
¿Y dónde está la mano del escritor en ese método?
Cuando ha llegado el momento, cuando ya me siento parte del universo que debo contar, entonces pienso en el tono y los puntos de vista de la obra, en la estructura de lo dicho por el personaje-narrador de la historia, que por supuesto, está basada en acontecimientos y sujetos reales.
¿“Está basada”? Esa afirmación deja margen a la suspicacia…
¿A la suspicacia? ¿A cuál?
A que si “está basada”, como usted dice, se infiere un margen de suposición, un cierto espacio para sustituir “lo que fue” por lo que “pudo haber sido” o “lo que me gustaría que hubiese sido”…
Exacto. El recuerdo es subjetivo, impreciso. Incluso, se va modificando con el tiempo. Las imágenes perviven en la cabeza de los testigos con mil imperfecciones. Lo que hacemos es irlas reparando, ir reconstruyéndolas entre los dos.
¿En la reconstrucción del testimonio resulta lícito ficcionar?
Eso depende de lo que cada quien considere qué es reconstruir y qué es ficcionar. A veces me ha sido necesario literaturizar la realidad al margen de los géneros, echarle mano a la estructura que algunos han comenzado a definir como literatura de fusión.
¿Para “literaturizar” la realidad se requiere una imaginación privilegiada?
No me parece. Quizás no tanto imaginación como experiencia. He vivido mucho. A los 78 años, he metido la pata muchísimas veces, y eso me ha ayudado. Es lo normal. Sería muy aburrido no equivocarse. Los jóvenes no deberían preocuparse tanto por eso. Uno siempre ha vivido temeroso de fallar, y no, no, es maravilloso meter la pata. Se debe disfrutar de los placeres de la existencia, liberar tensiones, alcanzar experiencias que luego se pueden verter en la literatura.
Yo digo todo esto y a lo mejor piensas que me creo un gran sabio. Pero como te lo digo a ti, se lo digo a cualquiera que se me acerca. Y los consejos de un viejo con alma de joven nunca están de más.
¿Se ha encontrado muchos “no” por el camino?
Infinitos. Pero nunca los he aceptado por respuesta. No me dejo vencer. Insisto e insisto hasta el final. Pienso que la próxima vez me saldrán mejor las cosas, y así ocurre la mayoría de las veces.
Por lo visto a usted le ha funcionado esa filosofía. ¿Cuándo comenzó a darse cuenta del éxito?
Uno a veces ni se da cuenta de cuándo llega. De pronto vienen a pedirme una entrevista, y luego otra, y luego gano un premio, y digo, bueno, parece que estoy haciendo algo bien, y continúo así. También se requiere mucha perseverancia, trabajar fuerte y creer en sí mismo, pensar que la obra que haces deslumbrará a la gente.
¿Cuál sería el libro suyo que más ha conseguido “deslumbrar”?
El imperio de La Habana, que ha agotado todas las ediciones que le han hecho. En Miami llegó a venderse en 300 dólares el ejemplar.
Casi un octogenario, luego de tantos éxitos, ¿qué historias le quedan en el tintero a Enrique Cirules?
A mí, la verdad, no me gusta hablar de las obras inconclusas, de los proyectos que todavía son como palomas volando… Cuando preparo un libro, me guío por la premisa de que «en silencio ha tenido que ser»….
¿Pero ni siquiera un adelanto?
No.
Cirules, ¿se ha contagiado usted del secretismo de la mafia?
¡Qué cosas dices, muchacha! Claro que no… Si yo soy un libro abierto.
Si es “un libro abierto”, ¿por qué no cuenta algo de sus proyectos?
Querida, la creación es una magia, y como magia, necesita un poco de secreto. Pero ante tanta insistencia, creo que no podré escapar. Entre otros textos, me gustaría escribir un testimonio con los recuerdos de un cazador de serpientes que conocí en Nicaragua. El personaje se pasó toda la tarde, mientras bebíamos en una taberna de Bluefields, contándome un montón de increíbles relatos acerca de su oficio en la selva. También me gustaría narrar una historia con las evocaciones y desvaríos de un gran amor, de esos que aunque pasen los años no se olvidan nunca.
Este año, debo terminar la revisión de varios títulos, entre ellos, Misterio y fascinación en la Gloria City y Mafiosos en La Habana. Estoy por concluir un texto histórico, acerca de un curioso plan de anexión que realizó Estados Unidos en Cuba, durante el siglo XIX, y que pocos conocen: la fundación de 80 pequeñas ciudades, en todas las provincias, con alrededor de 40 mil campesinos norteamericanos.
Parecen grandes proyectos…
Pues sí. Inmensos. Y el tiempo corre, corre,… ¡como corre! Pero hay que caerle atrás y alcanzarlo.
¿Algún otro secreto escondido de Enrique Cirules?
¿Qué más pudiera contar, querida, si es que la vida diera para tanto? Sueño con escribir el mejor libro del mundo, y ahora es que estoy empezando.
Díos mío, pero qué maravillosa entrevista, cuánta modestia, .cuánta pasión…..¿ cuales de esos proyectos quedarían truncos…?…..Si el texto sobre el curioso y casi desconocido plan de anexión pudiese ser retomado por algún historiador, sería un destacado aporte a la historia cubana.
Cirules, una persona muy decente, un gran escritor.