Una de las frases preferidas del escritor Ernest Hemingway era, curiosamente, una expresión francesa: Il faut (d’abord) durer. Algo así como “ante todo, hay que perdurar”. La usaba con frecuencia y la escribió en muchos de los libros que dedicó a sus amigos.
Seis décadas después de su suicidio en Idaho, la frase nunca fue tan actual como en las dos orillas del Estrecho de la Florida. En Key West, la ciudad más al sur de Estados Unidos, y en San Francisco de Paula, pequeña urbe al sur de La Habana.
Ernest Hemingway vivió en los dos lugares casi la totalidad de su fructífera carrera como escritor y periodista. En una y otra escribió sus mejores trabajos y en ambas es ampliamente admirado y respetado.
En Key West todos los años por esta época se lleva a cabo un concurso que premia al individuo más parecido al escritor. Son tres días de parranda, incluida una corrida de toros de madera, que recuerdan los años en que Papa vivió en la ciudad.
Hemingway descubrió La Habana en una escala rumbo a Key West. Regresaba de un viaje a Europa, España incluida, y con buena parte del manuscrito de Adiós a las armas bajo el brazo, en abril de 1928, a bordo del vapor Orita. Hizo una escala de menos de un día en la capital cubana. De ese paso no quedan rastros. De allí viajó a Key West, donde un tío de Pauline Pfeiffer, su segunda esposa, compró una casa que le regaló a la pareja en ocasión de su boda.
En ella el escritor mandó construir la única piscina que todavía existe en una residencia de Key West, instaló su cuartel general y comenzó una etapa de su vida que lo llevó como corresponsal extranjero a la Guerra Civil española.
Según el escritor cubano Norberto Fuentes en su libro Hemingway en Cuba, Papa decía que Key West era el “Saint Tropez del pobre”, pero “fue en este lugar donde su personalidad y sus personajes se endurecieron”.
Cuando no estaba escribiendo o viajando, Hemingway se dedicaba a pescar en la corriente del Golfo. Utilizaba sus aguas para pescar el pez aguja a bordo del yate Anita. En esa época comienza a recalar en La Habana y se hospeda en el Hotel Ambos Mundos donde, dice Fuentes, creó una especie de centro de operaciones de esas pesquerías.
Hoy día el Ambos Mundos sigue siendo un hotel. A la entrada hay un placa que recuerda el paso del escritor, y su habitación no la usa nadie a no ser como lugar de culto de los hemingwayanos.
En una de esas pesquerías en 1933, Hemingway asiste en La Habana al inicio de la rebelión popular que culminó con el derribo del dictador Gerardo Machado.
Cuando regresa de Europa en 1938, tras su experiencia en la Guerra Civil española, ya separado de Pauline y a punto de casarse con Martha Gellhorn, se instala para siempre en Cuba.
Inicialmente en el Ambos Mundos, donde comienza el borrador final de Por quién doblan las campanas, y posteriormente, en la Finca Vigía, alquilada por Martha y que la pareja termina comprando.
Más que la casa de Key West, la Finca Vigía, en San Francisco de Paula, se transforma en la gran residencia del escritor. Por allí, hasta que la abandonó en 1960, pasaron las grandes glorias de la literatura, el arte, el cine y el deporte. Gente como Spencer Tracy y Katherine Hepburn o Gary Cooper. Escritores como el francés Jean Paul Sartre pese a que, como dice Fuentes, no era santo de la devoción de Hemingway. Allí recibió a sus amigos, los toreros Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordoñez, y al campeón de boxeo Rocky Marciano.
Ava Gardner acostumbraba a bañarse desnuda en la piscina y, después Hemingway invitaba a sus amigos a descalzarse y mojar los pies en el agua que había bañado a la diva.
Cuba fue el lugar donde Hemingway enfrentó su vejez, la que detestaba, junto a su última esposa, Mary Welch. Al morir el escritor y por instrucciones suyas dejó la finca al gobierno cubano, que la transformó en un museo.
Al revés de Key West, en la Isla hay muchos más rastros del paso del escritor. La medalla que le otorgaron por el Premio Nobel de Literatura de 1954 se encuentra en el Santuario de la Caridad del Cobre, en la afueras de Santiago de Cuba, como un ofrecimiento suyo al pueblo cubano.
Está al cuidado de la Iglesia, no porque Hemingway fuera religioso, sino porque era el único lugar seguro en la época, cuando la corrupción era rampante.
En los dos lugares Hemingway se transformó casi en un lugareño, pero en La Habana era parte del ambiente. Fue socio del Club de Cazadores de El Cerro, del Club de Yates y tenía cuentas abiertas en restaurantes como El Floridita, la Zaragozana o el Pacífico; en las grandes tiendas de ropa y abastecedores de alimentos y bebidas de Finca Vigía. Todos los meses recibía las cuentas y escribía el cheque sin prestar mucha atención al detalle. Mantener Finca Vigía le costaba alrededor de 4 000 dólares mensuales. Un millón de dólares se gastó Hemingway en los casi veinte años que vivió en Cuba.
“Yo siempre tuve buena suerte escribiendo en Cuba. Me mudé de Key West a acá en 1938 y alquilé esta finca y la compré finalmente cuando se publicó Por quién doblan las campanas. Es un buen lugar para trabajar porque está fuera de la ciudad y enclavado en una colina. […] Perdí cinco años de mi vida durante la guerra y ahora estoy tratando de recuperarlos”, escribió en 1952 a su amigo Earl Wilson.
Su gran amigo en Cuba fue Gregorio Fuentes, el patrón del yate Pilar, que Hemingway retrata en El Gran Río Azul.
“Gregorio Fuentes es el piloto del Pilar desde 1938. Ha cumplido los cincuenta años este verano (1949), y vino de la isla de Lanzarote (Islas Canarias) a la edad de cuatro años. Nos conocimos en Dry Tortuga en 1928; entonces era patrón de una lancha pesquera; allí corrimos una tempestad con fuerte nordeste. Estuvimos a bordo de su embarcación con el objetivo de comprarle unas cebollas. No quiso cobrárnoslas y nos agasajó con ron. Recuerdo que su embarcación era la más limpia que he visto. Después de haber transcurrido años, me doy cuenta de que para él había dos cosas fundamentales: ejercer la pesca y mantener limpia, pintada y barnizada su lancha pesquera”, escribió.
Los dos hombres fueron compañeros en una de las aventuras más alucinantes del escritor. Sucedió en los inicios de la Segunda Guerra Mundial. Hemingway artilló el Pilar con unas cuantas granadas y un par de metralletas y se dedicó a otro tipo de pesquería: la caza de submarinos alemanes en el Caribe.
En Cuba es recordado. La Finca Vigía sigue siendo un museo, hay una presa y una librería que llevan su nombre, todos los años se realiza un concurso de pesca de altura llamado Hemingway, y en La Habana hay dos esculturas suyas. Pero nada como el “aislador eléctrico” del taller de El Rincón y que lleva su nombre.
Según Norberto Fuentes, sus obreros resolvieron que esta línea de producción se llamara así debido “a la resistencia del aislador de cerámica y a las cargas que es capaz de aguantar”. Y Hemingway aguantó muchas cosas en su vida.
“Solo José Martí, el Héroe Nacional, supera como escritor a Hemingway por la cantidad de homenajes que recibe en la Isla”, escribió el autor cubano en su libro Hemingway en Cuba.
En sus páginas uno se entera de que Hemingway nunca tuvo claro el rol de pensador e intelectual de Martí en la independencia de Cuba porque se pasó todo el tiempo llamándole “el general Martí”.
Il faut (d’abord) durer. Seis décadas después, las dos orillas del Estrecho de Florida, contra odios, vientos, mareas y huracanes, siguen unidas, cuanto más no sea por el recuerdo y el legado de Ernest Miller Hemingway.