Dos meses atrás la poeta, narradora y ensayista cubana Jamila Medina Ríos (1981) voló de Boston a Aruba para participar en el Aruba International Poetry Encounter, reunión poética convocada con el propósito de abordar “idearios”, “vanguardias” y asuntos precisos, y en boga, como “el presente y futuro de los lenguajes minoritarios”, según me comentara también el poeta Arturo Desimone.
Desimone le ha puesto el pecho al evento, y ha insistido para que Jamila cuente sus impresiones tras ver, escuchar y aportar ideas durante varios días de reciprocidad literaria. De modo que estas respuestas, nacidas de preguntas enviadas por correo y cotejadas por WhatsApp, han sido escritas minuciosamente por la autora de libros como Huecos de Araña, Diseminaciones de Calvert Casey o País de la siguaraya.
Jamila quería ser precisa en las contestaciones, que además de dejar constancia de un encuentro en el cual sus participantes no han hecho más que comenzar la intención antigua de juntar islas, nos devela sus más recientes planes, ideas y proyectos urdidos ahora mismo entre La Habana y Rhode Island.
¿Cómo llegas al Encuentro de Poetas de Aruba? ¿Qué se concretó allí y qué significa haber sido la única cubana en ese evento? Antes, dos preguntas más: has trabajado con Arturo Desimone en la traducción de Nydia Ecury, así como en la edición de una antología de jóvenes poetas de Aruba y Curaçao, ¿qué hallazgos te ha dejado este trabajo?, ¿por qué te involucras en él?
Llego a Aruba como el pez, por la boca. O mejor, por esa escala naviera, tendida de isla a isla caribeña, que añoro que un día sea telaraña común. En 2017, cuando el escritor Arturo Desimone estuvo en la Feria del libro en La Habana, involucrado en el Encuentro de Jóvenes que se solía hacer en el Centro Dulce María Loynaz, lo escuché leer sus propios textos —críticos y encendidos— y supe su proveniencia —que es tan variopinta, misteriosa y enmarañada como la mar de las genealogías antillanas, o tal vez un poco más.
Aunque el visitante no había leído en papiamento/u1, me picó la curiosidad por paladear, por fondear en aquel islote de poesía para mí invisible, ritmada en una lengua criolla que, como otras de nuestro contexto, es hija de la resistencia al horror colonial y la esclavitud, del desarraigo y la creatividad.
Escondida para nuestros oídos de escritores hispanos, entre las ínsulas ABC (Aruba, Bonaire y Curaçao), que aún están —cada una a su modo— bajo la égida neerlandesa (como Saba, Saint Martin y Sint Eustatius, donde se habla holandés y no papiamento/u), quedé prendada de la posibilidad de reconectarnos con ese Caribe otro, que nos era/es menos inteligible o cercano que el francófono o el anglófono.
Terminada la lectura —empujada no sé ya si por el anhelo de editora, poeta o filóloga—, abordé a Arturo, con quien comparto el ser una soñadora empedernida, y surgió la semilla de una muestra de poesía joven bilingüe, que se fue engendrando casi a cuatro manos, traducida por él y revisada, temerariamente, por mí, en rondas sucesivas.
Parte de este empeño se dio a conocer, en principio —con algunas erratas propias de la materia desconocida que llegaba a sus páginas— en La letra del escriba. Con los intercambios de correo, gracias a su voluntad siempre expansiva y mi ignorancia siempre preguntona, junto a tanto por revelar, prologada por Arturo, la selección se amplió de Aruba a Curaçao, y de incluir solo noveles a abarcar poetas clave de esa tradición.
Entre la pandemia y los huracanes que a menudo atraviesan y diseminan nuestras vidas y nuestras islas, la antología demoró su paso y su consecución. Barajamos que saliera en Trasdemar, y una y otra vez pensamos que debía hacerse en Cuba, ora a través de Sureditores ora con Ediciones Matanzas —ambición que no nos abandona— hasta que, recientemente, en el ámbito español, Amargord la acogió en su catálogo, y se publicó como Truenos y caracolas del Caribe holandés: un mirador a la poesía de Aruba y Curaçao (2023).
Si no fuera por este episodio, y por ese prolongado epistolario con Arturo Desimone —últimamente, migrado o alternando entre el Instagram y el WhatsApp— no creo que hubiera llegado nunca a Aruba, so pretexto de lanzar el volumen y seguir traduciendo quizá, a la par que aunando materiales para un segundo tomo.
Lamentablemente, el libro no pudo llegar a tiempo para ser presentado, aunque sí leímos algunas de las traducciones que lo animan —como los versos de Denis Henriquez— y, en efecto, la apertura contó con lecturas a varias voces de los propios invitados al Encuentro, quienes dimos vida en español a los versos de Nydia Ecury.
Como suele suceder, y aunque confraternizamos entre todes cada noche de las que estuvimos allí, dentro del evento acontecieron otros encuentros más íntimos entre poetas vivos y presentes, o no, que se prolongan aun hoy, a dos meses de habernos conocido y reconocido. Mencionaré apenas algunos:
El poeta Ralph Winedt y la cantante Watra (él de Curaçao y ella de Aruba) pudieron estrechar la geografía y estrenar para todes y para sí un espectáculo poético-musical que hizo estremecer la inauguración, en el Museo de Antropología. Al escuchar la versión hispana de Ecury, el brasileño Wilson Alves-Bezerra sintió que “Pretu”, donde se aborda la negritud desde el ámbito familiar, tenía que ser vertido al portugués, y acometió la traducción estando en la isla.
Invitades y entusiastas del patio nos sumamos a los talleres del hacedor de libros manufacturados John Martinez Gonzales y cosimos algunos bajo el ojo de la aguja de Hanan Harawi.
El venezolano Jesús Montoya descubrió y tradujo al español, llegándolo a leer en la Universidad de Aruba, un texto de Philip Rademaker, concomitante con su propia po-ética. Mientras que, entusiasmados por la singularidad de estratos del papiamento/u, y avizorando nuevas aventuras lingüísticas, Juana Adcock, Wilson y yo solicitamos al colombiano-arubeño Ramon Todd Dandaré, quien había traducido a algunos de los invitados y sostenido con ellos sesiones riquísimas de intercambio, que nos ilustrase con clases a distancia.
Me atrevería, pues, a afirmar que Arturo contará a partir de ahora con varios adeptos para abrir el Caribe holandés al hispano, y para conectarlo con otras islas, tanto como con otras partes de nuestro continente, más allá de su cercanía —geográfica e histórica— con Venezuela o Colombia. Ello sin hablar de los tantos proyectos que le sobrevenga soñar, sea para seguir juntando en sus Antillas poetas, o sea pensando en teatristas y creadores multifacéticos como él…
Lo de única cubana, qué decirte… Si bien creo que la intención era que fuésemos como el doble, con lo que algunas nacionalidades iban a repetirse, el Encuentro fue pequeño y había una boricua (Marta Jazmín García), una chilena (América Merino), una mexicana (Juana), un escocés (Christie Williamson), un peruano (John), un venezolano (Jesús), un brasileño (Wilson), un curaçaoleño (Ralph), conviviendo con otros poetas y artistas de las distintas islas ABC. Casi todes éramos representantes solitarios de nuestros lugares y, como tal, nuestra responsabilidad se duplicaba y nuestro goce era, a su manera, intraducible.
Tuvimos entonces la posibilidad insustituible de entremezclarnos en una cofradía agradabilísima de hibridez e indistinción, lo que se dice una unión gestada (no podía ser de otro modo, dado el contexto) en una lengua franca, donde resonaban las variantes del español y el portugués brasileño, junto al portuñol, el espanglish, el shetlandic y el papiamento/u, que, viniendo de Cabo Verde, en sí mismo tiene de África, con base lusófona, y vocablos holandeses, pero igualmente hispanos e ingleses.
Hay que decir que este vibrátil y polifónico tejido iluminó las interminables veladas, pasadas sobre todo en nuestro centro de operaciones: la casona cercana a la playa, generosamente prestada por la familia de Arturo al evento, donde muchos de nosotros pernoctábamos —y que a mí (como cubana) me hacía sentir, por la arquitectura, la brisa, el calor y el jardín, que estaba lo mismo en Tarará, en LaVana, que en el Reparto Peralta o en la Loma de la Cruz, por Holguín. Y hay que decir que esa riqueza lingüística, émula de las realidades idiomáticas de los habitantes de esta región caribeña (muchos de los cuales conocen y hablan, tensados entre el ámbito doméstico y el público, el holandés, el papiamento/u, el español y el inglés) reinó pujante tanto en la noche inaugural como en muchas de las actividades literarias que se desarrollaron en Aruba, entre el 9 y el 18 de mayo.
Sospecho que el estímulo auditivo y emocional de esos días era parte de lo que nos llevaba, aún en vilo, a nuestras insomnes peroratas, salpicadas de rondas de música, en las que cada cual a su turno podía ser DJ, o mejor, el anunciante de la melodía de Radio John —una emisora que nos inventamos, entre muy serios y risueños, en honor de las habilidades de locutor ilustrado desplegadas por el poeta peruano.
Era difícil dormir con tantas voces y acordes danzándole a uno dentro. Fue algo de lo que no hemos querido recuperarnos, y sobre lo que andamos generando por estos días unas memorias, que aúnen nuestras vivencias y la poesía de les invitades al Encuentro, traducidas a varios idiomas, incluido, por supuesto, el papiamento/u. Planeamos publicarlas en Hanan Harawi —proyecto editorial de John Martinez Gonzales—, Livraria Orgânica, de Brasil, y en los espacios que cada cual pueda promover —por mi parte: Peras del Olmo y Candela Review—, a la vez que esperamos contribuir a darles aliento a próximas convergencias arubeñas, y que este solo sea el primero de muchos encuentros de creadores en la isla.
¿Encuentras alguna conexión, en cuanto a temas, preocupaciones y circunstancias, entre estos jóvenes poetas del Caribe (no solo de Aruba) y sus pares latinoamericanos y cubanos?
Rehuyo de generalizar, pero intento responderte algo más puntillosamente. El contexto en que discurrimos, en contubernio con la curaduría de Arturo Desimone —también alimentada por sus propias experiencias y obsesiones—, puso a ebullir durante esos días un caldo de cultivo en que muchos reparamos, gozosos. De ahí que podría decirse que las ansias y los hallazgos de varies poetas de les convergentes en Aruba pujaban en/con-tra el maremoto del lenguaje para trenzar e inseminar, para hacer porosas las fronteras y transgredir el cuerpo de un idioma como sistema e incrustarlo de otros hasta descentralizarlo, destotalizarlo, descolonizarlo.
He dicho hibridar, pero también jugar, experimentar hasta el paroxismo en largas tiradas de versos, y asimismo con la síntesis, con la musicalidad, con el/la performance del ritmo. El vivir en archipiélagos (Puerto Rico, Escocia). La experiencia de encierro cultural o geográfico, que bien puede significar, tanto como lo insular, y aun con su vastedad, Brasil. El vivir aislade o separade de su región natal (llevando Venezuela a Brasil, donde Jesús estudia, trabaja y es padre; o México a Escocia, donde Juana vive hace unos cuantos años). El bi/multilingüismo y el bi/multiculturalismo. El hablar o traducir una lengua minoritaria, en situación de diglosia. La herida de rutas y orígenes tachados por la trata esclava, emborronados por la emigración…
Sí que hay circunstancias y latencias que reaparecen ya no solo en el Caribe o en el “Nuevo”, sino por igual en el “Viejo” continente, y conexiones a través suyo con África, que ya nunca nos dejarán. Sin embargo, más que esas concomitancias glocales, me nace pensar en la obra de algunes poetas cubanes de hoy que habrían —por sus circunstancias de búsqueda, itinerancia o formación— estado muy a gusto en ese Encuentro, según mis percepciones.
Sin ser exhaustiva, diré: Nara Mansur, Soleida Ríos, Legna Rodríguez Iglesias, Lizabel Mónica, Larry J. González, Carlos Augusto Alfonso, Omar Pérez, Ricardo Alberto Pérez, Jesús David Curbelo, José Ramón Sánchez, Javier Marimón, Bill Cordovés…
Perdida ya en el tema de lo cubano y a merced de la experiencia de adentrarme, así fuera pocos días, en el panorama de Aruba, tengo que sumar a tu pregunta una apreciación, que en cierto modo nos atravesaba a todes, porque es parte de la trama de los viajes y de cómo los espejos de los caminos nos devuelven nuestra efigie de manera crítica.
En aquella isla estuve permanentemente bajo la sensación del déjà vu y de la extrañeza. Me reconocía en el clima, en los parajes y en algunos elementos y bichos (cocoteros, pinos, lirios, playas, caguayos…), pero no en el trino de algunos pájaros y mucho menos en la diversidad de cactus, ni en las zonas desérticas, ni en las gigantescas rocas costeras. Como el aruaco, y las pinturas rupestres, cierta arquitectura —repito— me era familiar, e incluso la persistencia del turismo, pero no el sistema económico o el educativo, la juventud de su literatura, la dependencia de Holanda ni sus explicables preocupaciones por la pervivencia del papiamento/u.
Como las ambivalencias y los creoles me tientan más que cualquier lengua de tierra firme, me resultó a su/mi manera envidiable el terreno, menos yermo que incierto, en que se mueve el papiamento/u para ha-ser cultura y la pluralidad que lo insemina en términos de polisemia y de lo que yo —¿en mi extranjería?— asumo como libertades más que como peligros.
Sin embargo, claro que, visto en perspectiva, nuestro independentismo, tardío pero más temprano que el suyo —con el amor-odio por los EE. UU. y las Españas— y las numerosas circunstancias que rodean nuestras artes y nuestra historia política e idiomática han proporcionado otros sedimentos y vías de extinción/re-constitución/diseminación a la cultura cubana, que pueden asumirse como privilegiados, desde otras costas. Depende de la lengua y de la orilla desde que se mire…
En cualquier caso, fue agridulce que algunes recordaran en Aruba las idas y venidas de familiares suyes a Cuba, en las temporadas de zafra, para aumentar su peculio, todo antes de 1959 y del silencio o corte en el flujo que hubiera —no solo mercantil— entre ambas islas. Cada vez más creo, de continente a continente y de Caribe a Caribe, que si algo nos debieran d(ej)ar las dolorosas rutas del comercio —de bienes y males— que nos unieron para dispersarnos, como a un juego de yaquis, es el trazado espiritual que nos trenza, en nuestra cercanía y disparidad; y que si algo no deberíamos dejarnos quitar, independientemente de la gestión de los Estados, es la posibilidad del reencuentro y del rehacer esos caminos desde la creación.
Tanto la antología Truenos y caracolas…, que llevamos a puerto juntos, como el festival en Aruba, capitaneado por Arturo Desimone y Maria Silva-Hart, de Basha Foundation, buscan eso, y son pulsiones y bastiones a los que me entusiasma dar savia y velamen.
¿En qué se concentra Jamila Medina Ríos hoy, y cómo avanza la investigación que te ha llevado a Universidad de Brown?
Este verano me persigue una lista ingente de lecturas que trato de asumir con estoicismo, epicureismo y hasta hedonismo 🙂 Se trata de dos paquetes de autores, de España y América Latina, sobre los que me examinarán en el doctorado, a finales de agosto, en algo llamado los Prelims. Por chisme y sin darle más cordel al tema, puedo decirte que, entre los treinta y cinco latinoamericanos, hay cinco cubanos: Heredia, la Avellaneda, Martí, Carpentier y Cabrera Infante.
En cuanto a mi tesis sobre el corpus mambí reencarnado en las artes y la literatura cubana hoy, he estado monteando entre las obras de quienes me inspiraron a encauzarme en este proyecto investigativo. Entre las artes visuales, resultan clave José Manuel Mesías y Reynier Leyva Novo, a cuyo quehacer me he acercado pensando en una poética hero(t)ica, en conjunción con teorías sobre lo mortuorio y lo simpoético.
Un ensayo mío sobre el fotógrafo Jorge J. Pérez y sus pesquisas tras las esculturas martianas en los EE. UU. saldrá próximamente en La noria santiaguera. Entre los escritores, he estado aproximándome a la poesía, la narrativa y el teatro de Larry J. González (L/T), Legna Rodríguez Iglesias (Las analfabetas) y Rogelio Orizondo (Antigonón: un contingente épico) y a una revisión de la historia nacional que abraza, en su caso, la ecocrítica y lo queer.
Pero el corpus mambí que me escolta es muchísimo más abarcador e incluye, por ejemplo, desde la poesía de Oscar Cruz o Ronel González Sánchez hasta el humor visual de Ranfis Suárez, Ariel Cabrera Montejo o Alejandro Cañer, pasando por la narrativa de Ahmel Echevarría o Marcelo Morales, por mencionar algunos nombres.
Volviendo a abrir una digresión en tus preguntas —y cerrando con esto— boceto las coordenadas de archivos olvidados a los que me gustaría ponerle energía. En materia de narrativa, la cuentística de Psicoanalízame, por favor, un libro que atraviesa los expedientes de los —sobre todo las— pacientes de Sigmund Freud, y del que solo se ha publicado en Hypermedia el cuento homónimo. En ensayo, mi tesis de Lingüística Aplicada sobre la retórica revolucionaria desautomatizada por Nara Mansur, u otros textos sobre el “bello sexo” en la paraliteratura decimonónica cubana o sobre Santa Oria en España. Y, sobre todo en poesía, mi libro Azimut, perdido y abandonado varias veces, entre una docena de “canciones”.
Deseo enhebrar, o más bien concertar, allí el residuario del aruaco y otras lenguas originarias de nuestras islas caribeñas, compartidas a ratos con zonas del continente. Me gustaría entrelazar esos sedimentos idiomáticos —muchas veces vivísimos en la oronimia y la toponimia, así como en la gastronomía y la cultura material— junto a las pictografías y las piezas de alfarería, concha, madera… y otros utensilios u ornamentos hallados en excavaciones y cavernas en nuestro archipiélago, y tal vez más allá.
Últimamente, he sumado a la idea el yoruba, que he estado estudiando gracias a un profesor nigeriano que lo imparte en Brown, y que, como otras lenguas africanas, nos escolta cuando de entrar al monte y a la magia se trata. Y contemplo por igual el narragansett, hablado por quienes habitaban antaño el lugar donde está enclavada la ciudad de Providence, y conservado entre sus descendientes. Entre esos bisbiseos me gustaría perderme a descansar.
Nota:
1 Empleo el término papiamento/u para dar fe de que en Aruba se le llama de un modo y en Curaçao de otro, lo que converge con que los finales de muchos vocablos en -o terminan en -u en la isla curaçaoleña.