Cercano ya a los 80 años, Daniel Chavarría se resiste a fumarse un tabaquito en el portal, buscar los mandados y malcriar nietos. Por eso escribe. Para vivir a través de sus personajes con la intensidad que vivió mientras el cuerpo soportó sus castigos, para hacer mucho de lo que aún quiere, pero ya no puede hacer…
“La vejez es triste”, confiesa sin amargura, tirando a mondongo los achaques, hinchazones y cosquillas que atormentan cada vez más su cuerpo. Sus piropos ahora son tan inocentes como las nalgas de una monja, según la dedicatoria que le escribe a una admiradora en su libro más socrático y libidinoso, El Ojo de Cibeles. “Esa es mi mejor novela”, me dice y le creo: fue la primera suya que leí, y a veces cometo el error de quererla encontrar en las demás. Tanto la disfruté…
Le digo que me recuerda a Hemingway, y le pregunto si hace falta vivir así para escribir tanto y que sirva. “No creo. Yo hubiera sido un buen escritor de gabinete, siempre que hubiera seguido mi método de documentación. Siempre tuve vocación de escritor, y la cultivé”, responde cuando quedamos solos en un iluminado salón de la Asociación Cubana de Naciones Unidas, una calurosa tarde de abril.
Fuimos interrumpidos por decenas de fieles que le traen libros para autografiar y expresarle su admiración. Una vino desde Santa Fé solamente a escucharlo, y otro relee por estos días Joy, en busca de esos arreglos que, según Chavas, necesitaba y mejoraron su primer best-seller.
Chavarría tiene el pelo blanco amarillento, una barba tupida y la mirada cansada de quien ha visto mucho. Madruga para zambullirse en el mundo de sus personajes, porque a sus musas les gusta encontrarlo trabajando. Honra el valor de las “horas-nalgas”, y pasa infinidad de ellas puliendo sus textos, rescribiéndolos hasta que ya le parece que vuelve sobre lo mismo. Entonces sabe que la novela ya está lista.
Ahora trabaja en su biografía novelada del revolucionario uruguayo Raúl Sendic (1925-1989), a quien nunca conoció personalmente pero igual le fascinó. Por eso se ha empeñado en escribir su historia lo más amena posible, para que sea leída con voracidad. Así piensa atrapar a esa juventud indiferente a tanto libraco denso, que solamente se leen, si acaso, los viejos que ya vivieron la historia.
Leyó el capítulo Un ministro responsable, y no decepcionó. La trama engancha, y sobre todo, es creíble. Considera que el uso de ficción en las biografías no solo es lícito, sino plausible. “¿Quién oyó a César decirle a Brutus tú también hijo mío? ¿Quién garantiza que Cristo dijo en la cruz Padre, por qué me abandonas? Nadie los oyó, pero seguramente lo pensaron, y eso enriquece al personaje. Al final, la historia son los grandes hechos imposibles de negar, pero el resto está lleno de falsedades, de la subjetividad de quien hace el cuento”, aseguró Chavas.
Aún así, él es un escritor detallista, que se documenta profusamente, investiga en el terreno, contrasta datos y conversa lo mismo con un científico que con un palero, porque no puede escribir sobre lo que ignora. Renuente a ser un vocero panfletario, hace críticas, pero sabe manejarlas para no contrariar sus intereses literarios.
Como todo escritor, ha tenido momentos de gloria y de intensa pesadumbre, pero disfruta el privilegio de sentirse vivo. Sus novelas son la prueba inapelable de que ha sabido y sabe vivir.
Daniel Chavarría, compañero de trabajo y mi maestro y ejemplo en los años 67-69, cuánta sabiduría!!!!!!!! qué orgullo haberlo conocido personalmente, gracias maestro…….