Durante toda mi vida, desde que abrí los ojos a este mundo, me han acompañado los libros de la biblioteca de mi padre, Eliseo Diego. Ahí estamos retratados mis dos hermanos y yo, delante de esos sabios estantes repletos de maravillas, silenciosos testigos de todas nuestras alegrías y tristezas.
Pero los libros de mi padre no eran para jugar ni para tocarse, según mamá nos había advertido. Nosotros teníamos nuestros “ídolos”, mis padres, los suyos.
Toda su vida mi padre quiso organizar su biblioteca, que estaba compuesta por libros en español y en inglés. Siempre fue un hombre muy metódico y, además, tener sus libros ordenados le ahorraba mucho tiempo pues desde muy joven ya su colección era impresionante y encontrar un título a veces podía convertirse en una empresa titánica. Pero nunca logró terminar, completamente, ese trabajo. Los libros los agrupaba por orden alfabético, Andersen, Collins, Chesterton, Dickens, así iban apareciendo. Los escritos en inglés estaban separados de los escritos en español.
En 2014, al cumplirse veinte años de su fallecimiento, y como homenaje silencioso a su memoria, me dispuse a terminar ese trabajo, tantas veces comenzado por él. Tardé un año completo. Preparé una hoja de cálculo Excel y decidí los datos que recogería: nombre del autor, título del libro, nombre de la editorial, año de su publicación, lugar de ubicación del libro, estado de conservación y observaciones. En esta última casilla escribí si estaba dedicado o el nombre del traductor, ese tipo de información.
Pero no solo me dediqué a anotar los datos que acabo de enumerar sino que también, paralelamente, decidí escanear las cubiertas de algunos libros, las dedicatorias y las pegatinas y sellos de todas las casas editoras, talleres tipográficos e imprentas que me iba encontrando.
Fue un trabajo muy duro pero, al mismo tiempo, apasionante, pues descubrí libros dedicados por mis padres en su época de novios, dedicatorias preciosas que yo jamás había visto; encontré ejemplares muy raros y antiguos, algunos se remontan al siglo XIX. Y aprendí mucho.
El tema de las librerías e imprentas requeriría, él solo, una conferencia especial. Yo sabía que las calles O’Reilly y Obispo habían sido famosas por la cantidad de librerías e imprentas que se encontraban ubicadas en ellas, pero no tenía idea de que fuesen tantas. Y de que hubiera tantas librerías en La Habana por aquellos años. En algunas se vendían libros en inglés, y mi padre, que era un profundo conocedor del idioma y de las literaturas inglesa y norteamericana, compró la mayor parte de sus libros en inglés en estas librerías, y en los dos viajes que realizó a Estados Unidos en 1946 y 1951.
En mi inventario tengo recogidas más de cuarenta librerías, talleres e imprentas a lo largo y ancho de toda la ciudad de La Habana: Neptuno, Belascoaín, Compostela, Muralla, San Ignacio, Amargura, San Rafael, Dragones, Reina, el Cerro. Las famosas librerías Minerva, La Victoria, Cervantes y La Moderna Poesía (estas dos últimas agrupadas en el consorcio Cultural S.A.), aparecen en repetidas ocasiones. Me llamó la atención ver que en la famosa y elegante tienda El Encanto, había una librería, algo que, me parece, tiene que haber sido muy novedoso en su época. De la imprenta La Verónica, del poeta malagueño Manuel Altolaguirre, ubicada en la calle 23, No. 409, en El Vedado, conservo tres títulos (uno de ellos, Poemas, de Ángel Gaztelu, 1940). De los Impresores Úcar, García, S.A., donde aparecieron las Ediciones Orígenes, me encontré varios logos diferentes, primero en Teniente Rey 9, después en Teniente Rey 15, hasta 1961, año en que se nacionalizaron las imprentas y pasó a ser la Unidad 1237 de la Imprenta Nacional de Cuba y perdió toda su personalidad. En esa dirección debería ponerse una tarja que recordara que allí estuvo, pues fue una imprenta importante, no solo para las impresiones de los origenistas.
La mayoría de los dueños de estas librerías, imprentas y talleres fueron inmigrantes españoles radicados en Cuba a finales del siglo XIX o principios del XX, como es el caso del dueño de la Librería Albela, ubicada en Belascoaín y San Rafael, del gallego José Albela Fuentes. De esta librería encontré cinco cuños o pegatinas diferentes. En una de ellas se anuncia como “Papelería / Revistas”. En otra, cambia la dirección: “P. Varela 32B”; el dueño de La Moderna Poesía fue el español José López Rodríguez y, después, su hijo, José López Serrano, que fue quien hizo construir en 1935 la puerta art déco que la distingue; Severino Trinquete Solloso (Galicia, 1869-1916), poeta y periodista, fue el dueño de la librería Wilson, en la Manzana de Gómez; la casa editorial LEX fue fundada, también, por un español, Mariano Sánchez Roca. Todas estas librerías, y muchas otras, están presentes en la biblioteca de mi padre.
Mientras iba haciendo el inventario comencé a fijarme en los colofones. Generalmente, no leemos el colofón de un libro pues, en la mayoría, solo aparece información sobre la tipografía, año de la publicación, ese tipo de datos. Pero los colofones también pueden contarnos pequeñas historias, como es el caso de Martí, Hombre, de Gonzalo de Quesada y Miranda:
“En esta obra, Martí, Hombre, que acabó de imprimirse en los talleres Seoane, Fernández y Compañía, Compostela 661, La Habana, el día 19 de Mayo de 1940, el 45 aniversario de la muerte del Apóstol de las libertades cubanas, trabajaron con fervor martiano el regente Ponciano González, el linotipista José H. Melón, el cajista Perfecto Madrigal y el prensista A. Solano”.
O este otro, de una edición privada realizada por nuestro amigo y director de la Editorial del Equilibrista (DGE Equilibrista), Diego García Elío, donde se explican las razones de la publicación de este libro, las que, a mi entender, no pueden ser más válidas y saludables:
“El día 18 de marzo del año dos mil, bautizamos a nuestra hija, Ana García-Elío Rocha, en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Tizapán, San Ángel, Ciudad de México. Sus padrinos son Juan García de Oteiza y Ana Paulina Gutiérrez Imán. Para celebrarlo, publicamos doscientos ejemplares de Soñar despierto de Eliseo Diego, su otro abuelo”.
En muchas de esas librerías se reunían intelectuales, se hacían tertulias, se organizaban exposiciones. El librero de aquellos años recomendaba títulos, orientaba a los futuros lectores. Fue en la librería Minerva –muy visitada por los escritores y artistas que formaron parte de lo que se conoció como Grupo Orígenes– que mi madre, Bella García Marruz, vio por primera vez a José Lezama Lima. Lo conocía, por supuesto, de nombre, pero había ocurrido un problema entre Lezama, Gastón Baquero y Cintio Vitier, y la amistad entre ellos tres se había enfriado. Fina[1], mi madre y mi padre no lo conocían personalmente. Les copio cómo recuerda Bella ese día, que terminó en la librería La Victoria con final feliz:
Un día yo le quería llevar un libro a tu padre al balneario de San Miguel de los Baños, él estaba enfermo y se encontraba pasando una temporada allí. Fui a la librería “Minerva” que estaba a la entrada de la calle Obispo, frente a “La Moderna Poesía” y le pedí a Pedro, el librero, La mujer pobre, de León Bloy, lo pronuncié “Bloi”, para que me entendiera, pero Pedro era sordo y no me oía. En el momento que yo le gritaba, “¡Pedro, León Bloi, Bloi!”, entró Lezama en la librería y le dijo: “Pedro, León Bloá”. ¡Figúrate! El corazón se me quería salir. Pedro no tenía La mujer pobre y fuimos a “La Victoria”, que era otra librería que estaba por Obispo. Fuimos caminando, Lezama y yo, conversando. Él sabía perfectamente que yo era Bella García-Marruz, pariente de los poetas. Lezama iba diciendo cosas increíbles sobre mí y fue entonces que me dijo: “¡Ay, qué alegría ir contigo, ‘¡una muchacha hecha Rilke’!”. Yo no sabía qué decirle porque, fundamentalmente, lo que yo quería era llevarle la noticia a tu padre. Conversamos mucho, le pregunté muchas cosas para que él me hiciera esos cuentos suyos, se diera gusto hablando, yo quería que fuéramos amigos (…). En “La Victoria” estaba La mujer pobre y, cuando lo fui a pagar, me dijo: “No, déjeme regalárselo”. Se lo acepté y cuando me lo fue a dedicar, le dije: “¡Ay, Lezama!, yo quisiera que usted me lo regalara a mí y a mi hermana, porque a ella le va a dar una alegría muy grande”. La dedicatoria dice: “A las hermanas García Marruz, a su distinción y a la gracia exquisita de su temperamento”, J. Lezama Lima, Marzo 1946”. Le pedí que fuera a casa, que teníamos que vernos, que no había ninguna razón… ¡qué sé yo! Y así fue como se rompió el hielo con Lezama.
[1] Fina García Marruz, esposa de Cintio Vitier. Gastón Baquero, Cintio Vitier, Eliseo Diego, miembros del Grupo Orígenes.
Gracias por compartir este pedazo de memoria, muy agradable de leer.
Definitivamente perdimos muchos cosas … relatos histórico-bibliográficos como este hacen miy bien
Gracias por este articulo. Mis libros de primaria me los compraban mis padres en la libreria Minerva. Era una fiesta cuando me llevaban alli. Cuantos recuerdos de una infancia feliz, proporcionada por padres esforzados!
Gracias por el artículo, casi que se puede sentir el olor caracteristico de las librerías…¿Tendrá la autora algún libro con el cuño de “El Gato de Papel”?
http://carlosbua.com/el-gato-de-papel/
Gracias por conservar ese tesoro cultural
Muy educador este artículo. Por cierto, no conocía la cantidad de librerías e imprentas que existían. Y otra vez por cierto, ninguno de los dueños de esas librerías e imprentas era millonario.
además de bien escritas y emotivas, estas crónicas son muy útiles para el trabajo de rescate de espacios culturales y los proyectos de rehabilitación en el centro histórico, le agradecemos mucho su contribución y esperamos poder seguir disfrutando de sus crónicas
Buenas tardes, me ha encantado el artículo, una pregunta la imprenta P. Fernandez y Cía. de la calle Obispo, 17 ¿Sigue en la actualidad en la Habana?