Recuerdo que hablamos por primera vez a la entrada de Ediciones Unión. Me llamó la atención no solo su manera de narrar sino también los conflictos de sus personajes y su visión de una realidad sociocultural –la de los cubanos de Miami— que por entonces yo andaba frecuentando desde otro ángulo.
Eso fue para mí su novela Otras plegarias atendidas. La empecé a leer un día por la tarde y la terminé de madrugada. No estaba escrita por una repatriada, sino por una mujer que no vivía en esa ciudad, pero que conocía muy bien sus problemáticas humanas y espirituales. Como si hubiera nacido en ella.
Mylene Fernández Pintado forma parte, por derecho propio, de esa hornada de narradoras que emergieron en el panorama durante los 90 y han puesto en alto el nombre de la literatura cubana.
Estaba llamada a vivir entre litigios y togas, pero un día decidió empezar a escribir después de un suceso que cambió su vida. De ahí nació su primera incursión en la narrativa. Desde entonces ha navegado acompañada por la aceptación del público y de la crítica, tanto nacional como extranjera.
Desde hace unos años comparte su tiempo entre Lugano, Suiza, y La Habana. OnCuba la entrevistó acabada de regresar de un taller de traducción literaria en Italia.
¿Qué es para ti la literatura? ¿Por qué un día decidiste dejar a la abogada detrás y remplazarla por la escritora?
El mejor de los mundos interiores. He sido siempre una lectora voraz, aprendí a leer con mi madre, cuando aún no iba a la escuela y dedicaba a los libros casi todo el tiempo que estaba despierta. Los personajes y sus vivencias de papel me eran más cercanos y reales que algunos parientes, vecinos o estudiantes de mi aula. Aún hoy me acerco a los libros con gula, a veces lamentando que se acaben las páginas como quien cuenta los gramos restantes de una barra de chocolate.
Leer tanto, en vez de incitarme a escribir, me provocó miedo a hacerlo mal. La literatura me parecía algo demasiado elevado para que lo ejerciera una vulgar mortal como yo. Esa sensación no me ha abandonado totalmente. Nunca digo “soy escritora” sino “escribe” como si estuviera siempre en la fase de intentarlo.
En 1986 me gradué de Derecho (luego de estudiar dos años de Arquitectura) y empecé como asesora legal en el ICAIC. Durante unos años trabajé con Alex Fleites, que era el director del Centro de Información. Alex y Padura eran los únicos escritores que conocía personalmente. Nunca había ido a la UNEAC, que está a tres cuadras de mi casa. No sabía que existían talleres literarios, grupos de escritores ni clasificaciones.
En 1994 nació mi hijo, yo tenía 31 años. Una tarde en la emisora CMBF (la ponía para intentar dormir a Mauricio con música clásica) escuché la convocatoria del concurso de La Gaceta y se me ocurrió escribir. Las razones por las que lo hice aún no las tengo muy claras, quizás porque en esos meses no estaba trabajando y necesitaba tareas “intelectuales” y a la vez necesitaba explicar lo que sentía en aquel momento.
Arturo Arango dice que Mauricio me convirtió en escritora y es verdad. “Anhedonia”, mi primer cuento, es también una reflexión sobre ser madre o no serlo. Lo escribí en mis ratos libres y una vez terminado lo mostré solo a mi madre y a mi hermana. Tenía muchos amigos que habrían podido leerlo, pero me sentía tan insegura que habría bastado una frase crítica para que el cuento terminara en la basura, así que decidí mandarlo al concurso y que fuera el jurado quien dijera si valía la pena. El día que me llamaron para invitarme a la premiación porque mi cuento era finalista y aún no había ganador, yo no lo creía, así que se lo dije a mi hijo, que tenía seis meses, y luego me senté a llorar.
En 1998 escribí mi primer libro de cuentos, casi la mitad de los relatos está ambientada en Estados Unidos. Yo había estado en 1996 y 1997 en Nueva York, invitada a eventos literarios, y además de ir a Nueva York pasé mucho tiempo en Miami. Mi estancia en Miami fue decisiva, inauguró desde mis comienzos una vertiente que recorre casi todo lo que escribo, el hecho de vivir fuera de Cuba. Lo envié al concurso David de la UNEAC y obtuvo el Premio. El libro tuvo una acogida de público muy buena, se agotó enseguida, y eso me dejó atónita. En 2014, en Matanzas se hizo una reedición exquisita que también se agotó rápidamente. Me sorprendió mucho que pasara de nuevo, tantos años después.
En 2002 mi primera novela, Otras plegarias atendidas, que aborda el tema de la emigración cubana en Miami, obtuvo el Premio Ítalo Calvino y luego el Premio de la Crítica Literaria, y fue publicada también en Italia por Marco Tropea Editore.
Tuve suerte. Entré a la literatura con muy buena aceptación y eso, el sentir que lo estaba haciendo bien, me hizo seguir escribiendo. Si no, hoy sería una adicta a la lectura, que no escribe.
Ya no ejerzo el Derecho, pero no lo abandoné por la literatura sino en 2003, cuando me casé y comencé a dividir mi tiempo entre Suiza y Cuba. Ser la “abogada del ICAIC” nunca fue un obstáculo, quizás porque ejercía mi carrera en un lugar muy creativo, rodeada de personas que escribían, investigaban y hacían el cine cubano de aquellos años.
Le debo mucho a mi profesión en todos los sentidos. En lo que respecta a la literatura, recuerdo dos de los elogios que más escuché cuando empecé a escribir: “escritura limpia” y “cuidado con el diseño de los personajes”. Lo sabemos, que en las leyes cada palabra pesa; pesan hasta los signos de puntuación. Y juzgar, en el sentido legal del término, supone contemplar todo, las atenuantes y agravantes, las circunstancias preexistentes, concomitantes y sobrevinientes. Ver todas las aristas de una situación y colocar las personas en tiempo y espacio. Pero le debo también a la Arquitectura que no terminé, a mis 17 años en el ICAIC y sobre todo a mis padres.
Soy una abogada desertora que escribe, y estuve a punto de ser una arquitecta que dibujaba muy mal. Pero sigo siendo la misma lectora golosa de cuando descubrí todo lo que había en las páginas de un libro.
Cuando escribes, ¿tienes en cuenta la recepción en un posible público o lo haces para cubrir tus propias necesidades expresivas? ¿Escribes para un segmento social determinado o para lo que se ha dado en llamar “el lector en general”?
¿Para quién se escribe? Es una buena pregunta. Saber si uno hace bien en escribir para sí mismo porque eso es honesto o si hace mal porque es egoísta. O si pensar en cautivar a los lectores al escribir, es un acto de generosidad o de manipulación. Lo importante es escribir bien y eso significa, aunque sea de modo inconsciente, un doble compromiso, con uno mismo y con los que lo leerán.
Cuando estoy escribiendo no pienso en lo que pasará después que termine. Escribir es la parte privada de la literatura. Lo que sucede después –publicación, lectura, interpretaciones, ensayos, entrevistas y presentaciones–, es la parte pública. Mientras escribo me siento acompañada en un modo que no turba mi intimidad porque he creado yo esa compañía, me gusta el lugar en que estoy. No hablo de lugar físico, ni esto significa que lo que estoy escribiendo sea algo exactamente feliz ni sereno, pero me da serenidad. Siempre he encontrado paz en el trabajo intelectual, quizás para equilibrar la balanza porque en la parte práctica de la vida ando bastante desprovista de soluciones.
Creo que para escribir hace falta una meticulosa introspección, armarse de nuevos conocimientos, aferrar el instinto y corregir los puntos débiles. Y liberarse de la “necesidad de gustar”, entendida de modo simplista. Cobijar y alentar una especie de lector inquisidor, que es como un lector ajeno que está dentro de nosotros.
Hay un día D en el que nos levantamos convertidos en ese lector crítico, que nos hace cancelar frases sin piedad y desenamorarnos de personajes y párrafos que a veces nos gustan mucho, pero que no aportan nada y se vuelven un adorno artificial. Es difícil ser el Torquemada de su propia creación, pero es también importantísimo para despertar del estado de autocomplacencia. Y aquí estamos ya pensando en un lector, que es uno mismo y a la vez no. Hay que aprovechar al máximo ese lector inquisidor. Espero y deseo que el mío nunca se aleje o se quede dormido.
Me gustaría que quienes me leen sientan lo que siento yo cuando leo otros autores y amo lo que estoy leyendo. Estoy convencida de que lo que se escriba volcándose intensamente en cada página, con amor, dolor, dudas y búsquedas, tiene muchas posibilidades de arrastrar al lector al lugar emocional en el que uno se encontraba mientras escribía.
La pasión se transmite, las grandes emociones, también. Es el material de que están compuestas las obras maestras. Para mí, el mejor ejemplo es A Confederacy of Dunces [La conjura de los necios] de John Kennedy Toole, quien se suicidó a los 31 años tras no encontrar un editor para esa novela que es hoy uno de los libros más amados por los lectores del planeta.
De “Anhedonia” (1994) a Agua dura (2017) hay una trayectoria de algo más de veinte años. Vista retrospectivamente, ¿qué harías distinto? ¿Qué no harías?
Hay algo que no haría: desperdiciar oportunidades…tengo mucho talento para dejarlas pasar. Dicen que la suerte es la capacidad de aprovechar las oportunidades. Lo primero es detectar si eso que se nos ofrece es una oportunidad, ya allí me pierdo un poco. Lo otro es emprender el camino que nos lleva al otro lado del umbral de esa puerta abierta. A veces me sucede que estando convencida de que es una oportunidad, siento que no es la mía, que no es el sendero para el tipo de caminante que soy.
En 1997, en Miami, empecé a escribir un guión de “Anhedonia”, convocada por un gran amigo cubano que entonces trabajaba en HBO. Su entusiasmo era tan contagioso que terminamos en la casa de las distribuidoras de Indiana Jones y dijeron que sí, que les gustaba y estaban dispuestas a apoyarnos. Y, bueno, nada, no lo terminamos, escribimos solo algunas páginas, la soñamos pero no la terminamos de escribir, oímos mucha música para escoger la banda sonora y dimos mil vueltas por Miami mirando las locaciones. Luego nos pasaron muchas cosas a ambos, perdimos el contacto durante mucho tiempo y él murió el año pasado. Este sueño de hacer un filme está en mi novela Otras plegarias atendidas.
En 1998 Vampiros, una de mis historias de cubanos en Miami, fue finalista de uno de los concursos más importantes de España. El director del concurso (miembro de la RAE) me invitó a comer y me pidió una novela para publicarla, él tenía acceso a las editoriales más importantes. Pero en ese momento no tenía pensando empezar una novela, así que no lo hice.
Más tarde otro editor español me incitó a escribirla con mucha insistencia, entonces empecé Otras plegarias atendidas, pero él esperaba y yo no terminaba (porque no escribía con suficiente constancia), así que, en medio de todo, lo nombraron diplomático en Dakar y cerró la editorial justo cuando yo estaba terminando. Fue entonces que la mandé al Ítalo Calvino y ganó.
En 2004 salió en Italia y el editor italiano me pidió otra novela enseguida. Ya yo estaba en el mercado italiano, y a la novela le había ido bien pese a que yo había cancelado la gira por Italia (estaba muy deprimida luego de la muerte de mi madre), pero aun así él me animaba a llevarle otro manuscrito. Tampoco me senté a escribirlo. Es más: pasé cuatro años sin escribir de manera regular. Algunos años después escribí La esquina del mundo, publicada por Ediciones Unión en Cuba, City Lights en Estados Unidos y Marcos y Marcos en Italia, una novela que me ha regalado los mejores momentos de mi carrera.
Lo otro que haría: obligarme a escribir más, que es la clave para escribir mejor. A veces digo que es como si tuviera problemas con el motor de arranque y eso tiene que ver con que aunque parezca que soy segura, la verdad es que siempre tengo dudas. No es una buena receta porque si yo no creo en mí, ¿cómo van a creer los demás?
Los críticos literarios. ¿Estás satisfecha con la manera como han tratado/evaluado lo que escribes, tanto dentro como fuera de la Isla?
Sí, aunque no estoy siempre al tanto. Soy muy distraída y muchas veces ni me entero. A veces los que están evaluando o trabajando mis textos me avisan o me piden permiso para usarlos o necesitan alguna información. Soy pésima en materia de “búsqueda y captura” informática, porque el mundo digital es algo que me atormenta y me desorienta (creo que está concebido para todo lo contrario) y mi ignorancia tecnológica hace que no me entere de una parte de lo que se escribe.
No tengo una página oficial o una fan page. Si alguien quisiera saber de mí, no encontrará un lugar donde esté todo en orden, excepto algunos datos en Wikipedia. Pero parto del hecho de que cualquier lectura que se haga de mis textos es válida. Para eso escribo, para que sean leídos y los lectores –y en este caso los críticos– los hagan de alguna manera un poco suyos. Cada lector lee con su bagaje, y por eso cada lectura tiene distintos focos, dianas, profundidades y matices. Algunos tienen más que ver con mi idea original; otros menos. Me sucede a mí cuando soy la lectora o la espectadora de un filme, y lo disfruto.
Agradezco infinitamente que los críticos, el mundo académico en general, los editores, libreros, lectores, periodistas, grupos de lectura, blogueros, traductores y curadores de antologías dediquen su tiempo y su energía a leerme, analizar y profundizar en el contenido de mis libros. A veces me sorprenden (y me maravillan) las cosas que descubren en mis escritos y los significados que dan a ciertos textos o fragmentos. Todo lo que he leído hasta ahora lo juzgo valioso. Son análisis que parten de presupuestos muy diferentes, filosóficos, lingüísticos, sociales, psicológicos, de perspectivas de género, de ubicación geográfica y temporal y de sus propias experiencias profesionales y personales.
Quienes han estudiado tu obra suelen afirmar que tu novela Otras plegarias atendidas, ganadora del Premio Ítalo Calvino (2002) y Premio de la Crítica (2004), marca tu momento de madurez. ¿Estás de acuerdo con esto?
Son muy amables, pero no lo creo. Otras plegarias atendidas es mi segundo libro y mi primera novela. Hay cosas que uno aprende solo con los años. Puede ser que los temas que abordé como cuentos en Anhedonia, y que tienen que ver con los cubanos en Miami, maduraron al convertirse en una novela que es rica en situaciones, reflexiones y en la descripción de la atmósfera de los lugares en los que se desarrolla. Tiene personajes muy logrados, lo digo porque los mantengo aún en cuentos de mi último libro y a los lectores les encantan, como Barbie.
Yo diría que es una novela valiente y vehemente, con una mezcla de cabeza y corazón muy honesta. El tema era muy novedoso, al menos en esos años. No era común que se describiera el día a día de un grupo de cubanos en Miami, cuando quien escribe y describe vive en Cuba. De hecho, recuerdo un par de trabajos sobre literatura cubana de esos tiempos en los que se me coloca como escritora de Miami.
Estructurada como un billete de avión Havana-Miami-Havana, Otras plegarias atendidas es un “fresco” muy personal de los cubanos en La Habana y en Miami en los 90. Contado con humor y tristeza, con ironía y dolor, con cariño y respeto por los personajes de ambos lados, cada uno de ellos con sus plegarias atendidas y otras pendientes de escucha. Sé que hay críticos que siguen prefiriéndola a La esquina del mundo, que es completamente diferente en todos los sentidos. Me agrada esa opinión dividida, quiero pensar que significa que ambas tienen valores y adeptos. La historia me sigue gustando mucho. La verdad es que tuvo muy buena recepción de público y crítica.
Algo que la hace única para mí, es que fue la última alegría “literaria” de mi madre, porque cuando obtuve el Ítalo Calvino ella, que había hecho mucho por esa novela, aún vivía, aunque estaba muy enferma.
Lamentablemente, el libro se agotó enseguida y mis amigos de Miami, esos que me acogieron, compartieron conmigo sus sueños y sus vidas de recién llegados, sus alegrías y añoranzas, no tienen ejemplares. Es mi culpa, pero cuando salió en Cuba (Ediciones Unión, 2003) mi madre acababa de morir y yo me derrumbé. Me desentendí de los homenajes, las entrevistas, las presentaciones y de todo lo bueno que le sucedió a ese libro (el premio comprendía una gira italiana muy larga y la cancelamos porque yo no estaba en condiciones de hacerla) y ni siquiera me ocupé cuando me propusieron reeditarla. Y, además, olvidé mandarles libros a ellos, que lo merecen mucho.
Casualmente, este año la releí y revisé como si yo fuera un editor exigente, y espero poder reeditarla. Se lo debo a muchas personas, a los que me acompañaron en esas vivencias durante mis períodos en Miami, que no solo me contaron sus vidas, sino que me permitieron compartirlas. Y a muchos amigos de los viejos tiempos que están en Cuba, con los que me he reencontrado y me han preguntado por el libro. Ahora puedo añadir una nueva plegaria: ¡que se publique pronto!
¿Qué representa para ti Agua dura, tu segundo Premio de la Crítica (2018)?
Como Premio, resultó una gran sorpresa. Hace más de diez años que no mando ningún texto a un concurso, así que no espero que nadie me premie.
Cuando me lo otorgaron, no estaba en Cuba, recibí la noticia por email. Como el mensaje no decía mi nombre y el remitente no era conocido, pensé que había sido enviado a mi dirección de correo por error, que alguien había equivocado el sujeto del mensaje, así que no me atrevía a alegrarme. Pocos minutos después, entró otro email del jurado y se aclaró todo. Me di cuenta de que estaba tan contenta como cuando premiaron Anhedonia (debe ser que la alegría no tiene edad), así que tuve ganas de llorar.
De Agua dura diría que es un libro maduro. Está construido con el oficio que dan los años y la certeza del origen, el camino y el destino de personajes y situaciones. Cuando salió publicado, recibí muchas opiniones de críticos y lectores asiduos, además de llamadas y mensajes de personas que me conocen y me siguen desde que empecé a escribir. Es como que ya uno tiene claro lo que quiere decir y se mueve con soltura a la hora de contarlo, aprende lo que debe estar y lo que sobra, es más libre a la hora de escoger el enfoque, la perspectiva desde la que será narrada la historia y cuando uno está más relajado y más seguro, todo fluye mejor.
Como escribo cuentos y novelas (sé que los cuentos no son los preferidos del mercado editorial pero yo los escribo porque los adoro, soy devota de la short story norteamericana) en las entrevistas me preguntan mucho cuál es más difícil, y yo intento explicar mi punto de vista acerca de las dificultades de cada uno de los géneros.
Digo esto porque cuando estaba escribiendo Agua dura sentí que yo estaba concibiendo en mi cabeza tramas, personajes y lugares como cuando se escribe una novela. Solo que de todo eso solo quedaba una esencia, un botón de muestra, como diría un haiku japonés: “describir el verano a través de una brizna de hierba”. Y fui más consciente que nunca de las complejidades del cuento. Creo que un cuento debe contar cosas, pero dejar también otras escritas en el aire, de tal modo que el lector al terminar sabe y siente también lo que no forma parte de las oraciones del relato.
Fue un libro que trabajé mucho, cada vez que terminaba de darle forma definitiva a un cuento, me sentía como si hubiera puesto punto y final a una novela corta. Pero valió la pena, ha tenido muy buenas críticas, algunas de sus historias han sido publicadas en España y Estados Unidos y hay planes de llevarlas a la TV. Y lo más importante: los lectores están contentos. Alaban que sea ameno y a la vez profundo, y ese es el gran premio. Disfruté mucho escribiéndolo y luego luché para que esas hijas de la inspiración fueran algo más que susurros de musas y se volvieran historias dignas de conformar un volumen.
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Dicen que las escritoras y los escritores, como cualquier otro mortal, tienen sus propias obsesiones. Si esto es cierto, ¿cuáles serían los temas que más te preocupan y convocan? ¿Por qué? ¿Te quedarían algunos por abordar? De ser así, ¿cuáles?
Muchos, si tenemos en cuenta que soy bastante obsesiva. Algunas son las mismas de cuando empecé a escribir, aún no resueltas, a las que se suman las que llegan con la edad y las vivencias.
Me obsesiona la emigración y todo lo que conlleva, las separaciones, la distancia, los cambios inevitables cuando uno debe empezar desde cero en otra parte, muchas veces solo, y aprenderse otro país, a veces lejano desde todo punto de vista, y lo que provoca esto en las personas singulares y en las relaciones humanas, sean de pareja, familia, amistad. La nostalgia, el sitio perdido, lo que se gana en la nueva vida y lo que se queda del otro lado. Los reencuentros de esas personas que se separaron e hicieron sus vidas en lugares distintos y luego tratan de reconstruir algo común, muchas veces acudiendo al pasado para habitarlo durante el tiempo que dura ese reencuentro.
Tengo algunos cuentos que son como un tema con variaciones, alguien que se fue de Cuba, regresa de visita y se pone en contacto con alguien que se quedó y a partir de ahí en cada una de ellas la historia toma un sendero distinto. Desde el inicio he colocado personajes y tramas en entornos no cubanos. El primero fue Miami y lo sigue siendo, tengo una saga de personajes que aparecen constantemente en mis libros de cuentos, como si ya no pudiera abandonarlos. También coloco personajes y tramas en otros lugares. Le dediqué un cuento a Suiza, se llama “Sprungli” , una marca de chocolate muy famosa. Fue publicado en Cuba, Brasil y en Estados Unidos en The Oval Portrait (Wings Press, 2017).
Me inquieta pensar en las vidas que no vivimos, esos borradores que no llegamos a pasar en limpio. La opción que escogimos en cada momento en que tuvimos, como Alicia, decidir si tomar el sendero de la derecha o de la izquierda o comer un lado del hongo o el otro. Y esto tiene que ver un poco con lo que te dije antes. Me interesa ese juego de espejos que forman lo que somos y lo que los demás creen que somos. La máscara del baile y el rostro después de la fiesta. Las relaciones entre personas, las que se recitan en el escenario y las que suceden entre bambalinas.
Uno de mis temas infinitos tiene que ver con los problemas de las parejas. Me han dicho que soy muy buena escribiendo de historias de desamor. Cuando escribo sobre la “soledad de las parejas” no es porque no valore el amor. Para mí es muy valioso, es una victoria sobre la incomunicación, sobre las ganas de guardar silencio, de no compartir. En mis textos me detengo en las piezas que no funcionan, son tantas las roturas, los desgastes, las razones de la contaminación o la caducidad. Aunque parezca que no, yo apuesto por el amor, lo hago a mi manera de “detector de metales” como los de los aeropuertos.
Me preocupa la violencia en todas sus formas, desde el mal disimulado gesto de desprecio cotidiano por el prójimo hasta la guerra, el planeta que nos grita que está extenuado (aquí parezco una miss recién coronada abogando por la paz mundial y la ecología pero es imposible no hacerlo viendo las malísimas noticia diarias) Me preocupa un mundo que en algunas partes está tan desarrollado que parece ciencia ficción, mientras en otras partes hay gente que no tiene ni agua para beber. Son temas que me convocan, algunos los he abordado, pero no lo suficiente.
Escribiendo libro mis pequeñas batallas, no tengo respuestas para todo lo que me pregunto cada día. Escribo sin sermonear ni creer que tengo la llave de las preguntas ni las respuestas para los males y las dudas, solo comparto lo que me preocupa. Como lectora, agradezco eso cuando leo, me quedo pensando en lo que leí y lo llevo conmigo después de terminar el libro. Cuestionar la realidad desde la literatura, ya sea desde la denuncia abierta o la ironía, el sarcasmo y la tristeza, es proponerle a quien lee que le dedique unos minutos al mundo en que vivimos.