Es sábado, 15 de marzo. Podría tratarse de un día cualquiera en la cotidianidad cubana, pero desde hace poco más de doce horas el país está atravesando su cuarto apagón nacional en los últimos seis meses. A pesar de ello, el Instituto Cubano del Libro mantiene su apuesta por un evento de promoción literaria que rara vez suspende.
El espacio Sábado del Libro volvió a la calle de Madera, sita en la Plaza de Armas del Centro Histórico de La Habana Vieja. Pese a la circunstancia extraordinaria, produjo su estampa habitual: una presentación literaria con buena afluencia de lectores, a la sombra de los frondosos y ancianos árboles de la Plaza, en horario pico de circulación turística.
La gente llegó como pudo esa mañana, desafiando el alto riesgo que implicaba transportarse en una ciudad sin semáforos por la falta de energía eléctrica. Pero los que llegaron a la calle de Madera no querían perder la oportunidad de vivir un momento especial y hacer, de paso, alguna compra relevante para la biblioteca personal.
Se trataba de la presentación de seis títulos icónicos de la literatura rusa —Ana Karénina, El idiota, El maestro y Margarita, La guerra y la paz, Los hermanos Karamázov y Cuentos (de Antón Chéjov); todos editados por la Editorial Arte y Literatura—, a cargo de Pedro Juan Gutiérrez (PJ).
“Espero que me oigan bien”, arrancó el célebre escritor cubano ante la ausencia de apoyo sonoro. Era la antesala de una competencia desigual en el bullicio de la Plaza de Armas, entre músicos haciendo su trabajo, el trinar persistente de las aves apostadas en los árboles y las explicaciones, en distintos idiomas —inglés, ruso, chino—, de guías turísticos que rondaban la presentación literaria.

A pesar de todo ello, la audiencia de Pedro Juan lucía cautivada por lo que este contaba, atenta a una cola que se iba formando al lateral. En una mesa aguardaban los libros que serían vendidos por precios que, hoy, parecen irrisorios. Las obras de Tolstói, Chéjov, Dostoievski y Bulgákov estaban ahí, a razón de 80 o 70 CUP: una auténtica ganga en estos tiempos.

Es el resultado de “Biblioteca del Pueblo”, un empeño que unió a todos los sellos editoriales del país en la publicación de más de 60 títulos de la literatura universal que han estado disponibles para los lectores desde el inicio de la 33ra Feria Internacional del Libro de La Habana, en febrero pasado. Ahora está a disposición de otros públicos, en el periplo de la Feria por las provincias del país, así como en algunas librerías cubanas.
Dichas obras irán pasando por el espacio Sábado del Libro. Pero volvamos a lo vivido con la literatura rusa publicada, entre otras obras, bajo el sello de la Editorial Arte y Literatura.
Pedro Juan Gutiérrez (PJ) abrió el juego con una provocación: “¿Merece la pena leer un libro escrito en Rusia hace más de cien años?”. Para el autor, referente del realismo sucio cubano, plantearse esta interrogante es una cuestión lógica, “porque nadie quiere perder su dinero y su tiempo con libros que ya no nos dicen nada. Leer, invertir nuestro tiempo en leer, siempre debe ser agradable, entretenido y provechoso”.
Entonces el autor de la Trilogía sucia de La Habana (1998) habló sobre los escritores realistas de Rusia y Francia de mediados del siglo XIX. Explicó que dejaron atrás el Romanticismo, “porque necesitaban expresar, de un modo directo, lo que estaba pasando en el lugar y el momento en que vivían. Ustedes saben a quiénes me refiero: Balzac, Flaubert, Stendhal, Émile Zola, Maupassant y algunos más”, acotó.

Coincidentes en el tiempo con los franceses, comentaba PJ, estaban en Rusia Turguéniev, Dostoievski, Tolstói, Gorki, Antón Chéjov y Nikolái Gogol. “Todos querían hablar de lo que más conocían, es decir, los problemas y la vida de la gente común y corriente. De las clases medias y bajas”, retrató el cubano.
“En Rusia —ahondaba—, Tolstói está escribiendo sus novelas fuertes y realistas, y poco a poco convirtiéndose él mismo en un místico, una especie de santo. Dostoievski, mucho más duro, escribe a partir de su experiencia personal”.
“Por cierto, Dostoievski se oponía al zar Alejandro III y escribía artículos de política, pero los publicaba como periodismo en revistas y anuarios. Nunca confundió las cosas. Conocía muy bien las funciones del periodismo y las de la literatura. Por eso hoy vemos que cada uno de sus libros es un excelente estudio de la naturaleza humana. Y pienso que eso permitirá que dentro de un siglo más sigamos leyendo, mejor dicho, sigan leyendo a Dostoievski”, puntualizó el también periodista.
Y llegó a Chéjov. “Hoy en día es mi preferido, siempre tengo a mano alguno de sus libros de cuentos”, confesó. Antón Chéjov empezó a escribir cuando tenía 20 años y murió con 44, “pero le gustaba tanto escribir que en toda su vida escribió más de 600 cuentos, un par de novelas cortas, seis o siete obras de teatro, un reportaje sobre la inhumana prisión que mantenía el zar en la isla de Sajalín. Y, además, por suerte para nosotros, escribió cientos de cartas a sus editores y amigos, y también a jóvenes que le escribían pidiéndole consejo. Existen varias recopilaciones de sus cartas”.
“Después de muchísimos años —toda mi vida— leyendo y releyendo a Chéjov, estoy convencido de que él abrió las puertas de la modernidad al cuento del siglo XX. Todos los grandes escritores de cuentos del siglo pasado aprendieron de Chéjov, lo asimilaron y lo aplicaron. Lo que pasa es que los escritores lanzamos nubes de humo y confundimos a los lectores. Nos gusta alimentar el misterio. Que nadie sepa con quién aprendimos a escribir”.
Mientras la cola avanza, entre Chéjov, Dostoievski, Bulgákov y Tolstoi
“Era el 2 de julio de 1904. Chéjov tenía 44 años”. Después de estas palabras de cierre de Pedro Juan, la consecuente compra empezó. Una fila de alrededor de 50 personas aguardaba para acceder a las esperadas obras. Un ejemplar de cada título por persona. Hubo quien corrió con suerte y salió rebosante con el pack completo: dos tomos de Ana Karénina, dos de La guerra y la paz, dos de Los hermanos Karamázov, y un ejemplar de El maestro y Margarita, Cuentos (de Chéjov) y El idiota.

“¡El idiota fui yo!”, se lamentaba un señor en la cola, a modo de broma, al percatarse que la fila había empezado a formarse mientras acontecía la presentación literaria. Mientras el público se servía, Pedro Juan firmaba un ejemplar de uno de sus libros que algún lector avispado aprovechó para llevar y pedir que le estampara su firma. Luego atendió algunas preguntas de OnCuba.
Nos contó que su primer contacto con la literatura rusa fue en la biblioteca provincial “Gener y del Monte”, en Matanzas. “Yo leía muchos cómics, muñequitos de Superman, el pato Donald. De pronto, se acabaron; llegó el año 1961-1962 y dejaron de llegar esos cómics a Cuba. Entonces descubrí la ‘Gener y del Monte’; ahí empecé a leer una biblioteca maravillosa y descubrí a Chéjov y Dostoievski”.
“Chéjov me gustó mucho; algo que aumentó con el paso del tiempo. Luego incorporé otros autores como Ernest Hemingway, Truman Capote y todos los demás que se habían basado en Chéjov, de alguna forma, y habían aprendido de su estilo. Dostoievski se hizo más familiar durante mis estudios de periodismo en la Universidad de La Habana. Tuve la suerte, durante esos cuatro años, de tener a Beatriz Maggi como profesora de Literatura: eso fue extraordinario, un privilegio tremendo.
“Ella era especialista en los realistas franceses y rusos de la literatura europea moderna. De hecho, mi examen final de la asignatura fue sobre Crimen y castigo. Me dio 99 puntos; no me dio 100 porque era Beatriz Maggi y no podía dar el máximo por nada del mundo (sonríe). Eso nunca lo olvido, así que le tengo un cariño especial a los realistas rusos y franceses. Son esenciales, por lo menos para aprender y después ya evolucionas y los adaptas a tu manera, como lo hicieron Hemingway, Katherine Mansfield, Truman Capote, Grace Paley. Creo que todos ellos parten de Chéjov”.

¿Quedó algo de esta literatura en su forma de decir y de escribir?
No, ya no quedaba nada porque son autores que te enseñan cómo hacer las cosas, el método a seguir, pero después te alejas completamente. El escritor debe alejarse de sus influencias. Por ejemplo, yo descubrí que quería ser escritor, definitivamente, cuando leí Desayuno en Tiffany’s, de Truman Capote. Quedé fascinado: “Yo quiero ser escritor y quiero escribir como este hombre”, es decir; quería que el resultado no pareciera literatura.
Por supuesto, no se trataba de hacer por segunda vez Desayuno en Tiffany’s. Se trataba de hacer algo diferente. Esperé 30 años y poco a poco fui aprendiendo sobre periodismo; también aprendí a escribir. Son dos cosas diferentes: el periodismo y la literatura. En ese proceso anduve solo.No me gusta molestar a los demás.
Fui escribiendo cuentos, poemas, y nunca le preguntaba a otros. Yo podía mostrarle mi trabajo a Roberto Fernández Retamar y a otros amigos escritores. Nunca lo hice; me daba pena molestar. Por eso me llevó 30 años empezar a escribir los cuentos que serían después Trilogía sucia de La Habana, en septiembre de 1994.
Acababa de pasar la crisis de los balseros, en agosto. Empecé en septiembre a escribir unos cuentos que me gustaron y seguí por ahí. Sentí que había encontrado mi voz, mi forma de hacer las cosas.

¿Hay algo de los relatos de Chéjov en los cuentos de su libro más reciente, Mecánica Popular (Anagrama, 2024)?
Mecánica popular lo escribí de una manera muy extraña. A mí nunca me había pasado eso. Yo estaba pensando en otros libros, en escribir otras cosas. Entonces encontré unas joyas en el camino.
En la calle Galiano hay unos libreros que venden en mesas. Son amigos míos. Paso por ahí de vez en cuando, me siento un rato con ellos, nos ponemos a hablar y descargamos. Un día tenían algunos ejemplares de la revista Mecánica popular del año 1950.
Yo nací en el ‘50 y veía mucho esa revista cuando era niño. Les compré algunos ejemplares de esos años y cuando me pongo a revisarlas recordé esa época en Matanzas: los vecinos, mis padres, cosas que pasaban ahí, la gente; cosas normales, nada extraordinario. Entonces escribí un cuento y después seguí. Hacía años que no lo hacía: escribí uno y después otro; cuando me había percatado, había estado cerca de un año y medio trabajando en ese libro. Fue muy raro todo, muy extraño.

¿Qué opina de la Biblioteca del Pueblo?
Poder acceder a esta literatura me parece algo básico en cualquier país donde haya librerías y lectores. Son clásicos modernos, fundamentales, tan importantes como La Ilíada y La Odisea. Y es necesario que estén ahí, baratas, que en cualquier lado puedas leerlas y que haya cuarenta ediciones, unas más caras y otras menos elegantes, pero que estén al alcance de los lectores.
Esta biblioteca es importantísima por eso. Me parece que es una buena idea implementada con los recursos que tenían. Hicieron buenas tiradas y se están vendiendo. La gente está haciendo cola para tener sus ejemplares. Son libros que se pueden leer todavía, los cuentos de Chéjov, todo lo de Tolstói, las novelas de Dostoievski. Son fundamentales.
Ya que estamos hablando de libros de buena demanda, ¿cuándo tendremos Mecánica Popular en Cuba?
En este momento hay, como en cinco editoriales de Cuba, siete libros míos preparados para salir: diseñados, con cubierta, contracubierta, todo preparado. En una de esas editoriales está Mecánica Popular. Veremos si hay suerte y para el año que viene sale. Hace como cinco o seis años que no publico nada en Cuba; así que creo que ya está bueno, ¿no? (sonríe).