Después de revisar sus libros disponibles en Amazon, de leer sinopsis y entrevistas, “descubrí” (sin que signifique ningún mérito especial), que Rodolfo Alpízar, a quien ya conocía como lingüista y traductor del portugués –especialmente de la obra de Saramago editada en Cuba–, es también un prolijo narrador de ficción.
Asiduamente lo encuentro como tertuliano en Facebook, ofreciendo sus puntos de vista sobre asuntos de la cotidianidad cubana; sumándose o generando interesantes debates. Entre opiniones y referencias informadas he visto a un agudo observador de la realidad, que suelo seguir con interés.
Pero el más inesperado “hallazgo” fue detectar la voz de un escritor hombre inclinado, muchas veces, a través de varios de sus libros, hacia historias protagonizadas por mujeres.
Al menos tres novelas suyas, Viviendo con Lesbia María, Robaron mi cuerpo negro y Estocolmo, tienen como centro historias de mujeres. ¿Es solo coincidencia o persigue alguna intención?
En ellas el centro es una mujer, pero en todas mis novelas las mujeres son importantes, y en ocasiones más íntegras, fuertes o empáticas que sus contrapartes masculinas. No sé qué opinarán los lectores, pero las Marías de mi primera novela, Sobre un montón de lentejas (actualmente en descarga gratuita), me resultan más agradables y humanas que sus contrapartes Cayetanos… En la segunda, La sublime embriaguez del poder, novela/farsa de dictadores, el protagonista es ridículo, una marioneta al servicio de otros…, y con un serio problema para el sexo; en cambio, su mujer es de carácter fuerte y definido, sabe lo que quiere.
Además, el personaje más bello de la novela, el único con final de epopeya, es Nora, una mujer.
En cuanto a la segunda parte de la pregunta: no se trata de una decisión consciente, se produce de forma natural. Cuando me decido a contar una historia no me digo: “Voy a escribir una novela para demostrar esto”, o “para denunciar esto”. Por lo general, lo que pienso es: “Me gustaría escribir sobre esto”.
Supongo que ello sea consecuencia natural de la trascendencia de las mujeres en mí. Lo he afirmado antes: me debo a las mujeres que han pasado por mi vida. Mi madre, varias tías, cinco hermanas, primas, colegas, amigas, amantes, una hija… A todas debo un pedazo del edificio de mí mismo que he construido.
¿Ha logrado deshacerse de su “voz masculina” para hablar de “cosas de mujeres”? ¿Se lo ha propuesto? ¿Es posible para la “voz masculina” llegar al fondo de los conflictos de género, desde una perspectiva antipatriarcal?
No soy consciente de si he logrado deshacerme de mi voz masculina, o no; no puedo darme cuenta. Tampoco es importante lo que yo crea, sino lo que sienta el lector con quien busco comunicarme. No escribo para mí, sino para alguien que dedicará una parte de su tiempo a leerme, y procuro serle sincero, no hacerle más trampas que las usuales en toda literatura, ni aprovechar mis textos para mostrar que sé juntar unas palabra con otras, que he leído autores importantes, que soy un infeliz incomprendido por quienes lo rodean.
Si mi voz coincide con la de una mujer en mi obra, es porque al escribir soy ella. Soy mujer, hombre, heterosexual, homosexual: ser humano. También he narrado desde un perro o una serpiente (en una novela aún inédita). Me meto dentro de mis personajes y mis narradores y pienso, hablo, actúo como cada uno de ellos me indique que piense, hable, actúe.
También es raro que en mis novelas haya un solo narrador de principio a fin. Es posible que en la misma novela estén presentes mi voz masculina y mi voz femenina, de modo natural.
En otra novela, Brindis por Virgilio, el personaje central es una mujer convertida en alcohólica por un hombre. La voz principal es la suya. He sido felicitado por la descripción del mundo interior de ese personaje. ¿Significa que me desprendí de mi voz de “no alcohólico”?, ¿de mi voz de hombre? Quizá.
Por aquí llegamos a un debate recurrente. ¿Puede haber enfoque feminista en una narrativa construida por la experiencia de vida de un hombre, sobre todo al tratar temas de la sexualidad y las relaciones amorosas?
No sabría definir categóricamente qué es un enfoque feminista. Encuentro el término en contextos muy diferentes, incluso divergentes en el fondo, según el enfoque personal, ideológico, religioso, filosófico, de quien lo emplea. No es un problema solo del feminismo, es evidente en casi todos los ámbitos; izquierda, derecha, comunismo, democracia, libertad, igualdad…, de tan abusados, se han convertido en comodines para significar lo que el hablante quiera cuando los usa. Lamento comprobar que ocurre lo mismo con enfoque feminista y feminismo.
Por otra parte, a riesgo de ser acusado de machista, declaro que, para mí como para la biología, hombres y mujeres no somos iguales en todo. Ese no ser iguales biológico es sencillamente maravilloso, un regalo de la naturaleza que no hemos sabido disfrutar. Existen quienes, por ignorancia, estupidez o conveniencia, ven en esa no igualdad la inferioridad de uno de los dos factores de la ecuación (la mujer) y la superioridad del otro (el hombre), pero ese es tema para otro momento.
Soy producto de una educación machista de clase pobre (muy pobre, pues más de una vez me acosté sin comer); en esa clase de personas la única pregunta filosófica era “¿qué comeremos hoy?”, ni siquiera se pensaba en la comida de mañana. Los hombres que podían, trabajaban; no pocas mujeres también lo hacían, inclusive los niños (yo lo hice). Trabajar no era entonces estar empoderado, sino tener con qué adquirir alimentos. En esa educación, nadie osaba decir palabrotas delante de una mujer (“de una dama”: vocabulario de mi padre), abusar de una mujer no era propio “de hombres” (otra vez mi padre), y era bien visto “ser elegante” con ella: caminar a su lado de la parte de fuera de la acera, cargarle los bultos, abrirle la puerta, hablar “fino”…
¿Por qué cuento esa historia? Porque esa educación está dentro de mí, no puedo borrarla. Prefiero repetir que soy alguien consciente de que estuvo ocho meses en el vientre de una mujer (soy ochomesino) y se formó de su sangre; otra mujer (una tía) me amamantó (mi madre no pudo), y muchas mujeres me han construido. En cada uno de mis actos, errores y aciertos, están esos precedentes, esas mujeres.
Robaron mi cuerpo negro es una historia de ficción, pero basada en la vida de la esclava Fermina, líder de la insurrección de los esclavos por su libertad en la Cuba del siglo XIX. ¿Cómo presenta a este personaje? ¿De qué manera trata de reivindicarla?
Voy a empezar sangrando por una herida: aún me duele la actitud de la crítica cubana, en general de nuestra intelectualidad, hacia Robaron mi cuerpo negro. La han desconocido, invisibilizado, ninguneado, a pesar de haberse agotado de inmediato la edición, y de que el día de su casi multitudinaria presentación en la Calle de Madera se vendieron más de doscientos ejemplares.
En incontables reuniones de la Uneac se oye a miembros de la institución quejarse de que: a) las mujeres, por lo general, no son protagonistas de la literatura cubana (etcétera), incluso en obras escritas por mujeres; b) los negros, por lo general, tampoco son protagonistas (etcétera), c) es necesario que nuestros autores rescaten las tradiciones de lucha de nuestros esclavos, siempre invisibilizados (etcétera). En Robaron mi cuerpo negro una mujer, Fermina, negra y esclava, es la protagonista; los demás personajes ganan vida por ella.
Sin embargo, ninguno de los paladines de los puntos a, b y c le ha dedicado una única línea, ni siquiera para afirmar que la novela no sirve para nada.
En cuanto a los críticos, han hecho lo que mejor saben hacer: no decir nada. Hay una sola excepción, Joel del Río, crítico de cine, quien le dedicó unas palabras muy elogiosas.
Yo deseaba escribir una novela que girara en torno a la esclavitud, las luchas de los esclavos, etcétera. Gracias a Alberto Granado y Elvira Pardo, director y bibliotecaria, respectivamente, de la Casa de África, accedí a información valiosa. Una mañana, en un texto de José Luciano Franco, una frase actuó como el detonador de una granada, y la novela estalló dentro de mí. Surgieron, “vestidos de todas sus armas”, los dos personajes alrededor de los cuales se desarrollaría la trama: Fermina, la heroína líder del movimiento libertario, y Blanco Gordo, su antagonista, quien esconde una fascinación enfermiza por Fermina… (¡y es mi tercer “macho” con problemas sexuales!). Caí en un estado semi febril, que me recordaba por momentos lo sentido en 1985, cuando escribí Sobre un montón de lentejas.
Fueron surgiendo, de manera natural, personajes y situaciones, y me di cuenta de que tenía todo en la mano para una gran novela, la cual a veces veía como una superproducción cinematográfica (estoy convencido de que puede serlo; falta que la descubra un buen director). Entonces, con Robaron mi cuerpo negro no solo se reivindica a una mujer, Fermina, la guerrera africana cuya figura recuperé, sino también a nuestros ancestros.
Confieso que me llenó de orgullo advertir que realizaba una empresa de rescate de una parte de nuestra historia, y que en ella una mujer era la superheroína. Entera. Convencida. Con ideales de libertad para ella y para sus hermanos: una mujer fuerza y cerebro. No lo pensé al inicio, pero por el camino me di cuenta de que estaba rindiendo un homenaje (humilde, a fin de cuentas, pero lleno de amor) a todas las mujeres de mi vida.
Viviendo con Lesbia María es la historia de un hombre mayor heterosexual que convive, en calidad de amigo, con una mujer lesbiana. El libro promete ser un “canto al amor, la amistad, la libertad y el sexo”. ¿Es este “sesentón” protagonista de su propia liberación? ¿Qué aprenden ambos en esa convivencia?
En realidad, el anuncio es un gancho. Antes señalé que hay trampas normales en la literatura para atrapar al lector, y este es un ejemplo. Porque la obra va más allá: es el testimonio de múltiples desgarramientos.
Lesbia María es ligera, mujeriega, liberal, casi libertina. Pero ese es el rostro que muestra. En esencia, es alguien a quien las circunstancias privaron de un gran amor. Sus amigos, capaces de bailotear alrededor del sesentón despertado a medianoche, de hacerle bromas, de reír de su azoro, de “llenar de plumas” el apartamento, enmascaran sus tristezas. ¿Y él?
Él aprende que es el otro del otro. Y que guarda historias escondidas de sí mismo durante años, no vividas como protagonista, pero sí como espectador indignado e impotente, durante su paso por la antigua Escuela de Letras.
Originalmente, Viviendo con Lesbia María era un relato dentro de una obra mayor, Memoria sin casa. Autobiografía no autorizada, que estuvo a punto de no ser terminada por la abundancia de referencias autobiográficas, pero acaba de salir, gracias a la editorial McPherson.
Como explico en nota al lector, una cuñada me estimuló a escribirla como obra independiente. No tenía mucho interés en hacerlo, por no desear sumarme a la moda de escribir sobre homosexuales carnavalescos impuesta en Cuba mucho tiempo, y que asoma de vez en cuando (cierto es que en mi Habrá milagro, editorial José Martí, 2015, la relación homosexual es una de las dos líneas centrales; pero está ajena a toda caricatura). El impulso definitivo fue que, estando en Miami por primera vez, en 2015, hablé por teléfono con uno de mis colegas expulsados de Letras, y se reavivó la memoria. Lo demás fue intentar hacer literatura con algo que todavía duele.
Nunca he vuelto a ver a la amiga que me inspiró el personaje Lesbia María; no sé si está en Cuba, o partió como tantos. Estaba convencida de que su vida daba para una novela, pero no creo que conozca que su deseo se cumplió. Y el amigo cuyo reencuentro fue el verdadero detonante para la novela dejó de responder a mis mensajes y no apareció nunca más en Facebook; temo que haya fallecido.
Esa inutilidad de mi obra me lacera. Solo me alivia imaginar que lo narrado en ella acaso sirva para algo algún día.
En cuanto al sesentón de la novela (el de la realidad tenía un poco de años menos), exorcizar sus demonios lo hizo más libre, pero no más feliz. En cualquier caso, tuvo el magro consuelo de recordar que, en su momento, se colocó del lado de los abusados, no junto a los abusadores o los conniventes con el abuso.
En Estocolmo hay asesinatos y búsquedas del asesino, pero Estocolmo no es una novela policial. ¿En qué género podemos ubicarla?
Creo que en ningún género en particular. Intenta dar testimonio, servir como llamado de alerta sobre las formas de abuso, no siempre físico, contra la mujer. Tal vez madres y padres descubran en ella lo necesario de cultivar en sus hijas una adecuada autoestima. Y acaso despierte la conciencia en hombres que, sin proponérselo, por comodidad o por continuar tradiciones familiares, poco a poco anulan a la mujer que un día amaron, para terminar convirtiéndola en mero objeto, sin voluntad, y a sí mismos en abusadores.
¿Será entonces que Estocolmo es una novela de autoayuda? Me asusta.
Me ha comentado que la inspiración vino por la relación con una amiga que “se había dejado anular por un hombre”. En situaciones de dominación hay imposición y también hay complicidad.
Estudié, pregunté, me informé sobre casos reales. Y he llegado a la conclusión de que, como el yin y el yang, ambos elementos de la ecuación se suponen, uno no puede existir sin el otro. Si el terreno es fértil, la semilla germina.
Los personajes María S y María T son la demostración. En algún momento, una María T enamorada recibió un bofetón de su hombre. Y fue todo. El primer bofetón me lo das, el segundo te lo permití yo, razonó ella, y no entró en el juego: rompió la relación, aunque seguía enamorada. Por eso “era una frustrada”, “incapaz de mantener un matrimonio”, según clasificación del marido de María S. Esta otra, en cambio, por su “habilidad para mantener la armonía hogareña”, conservaba su matrimonio, no era “una frustrada”.
Ambas amigas, por cierto, eran graduadas universitarias, respetadas en sus respectivos trabajos. ¿Qué marcó la diferencia? Como ambos personajes están inspirados en personas que conocí, puedo afirmar que la diferencia estuvo en cómo cada cual asumió la presencia masculina en sus vidas. Para una, el marido era alguien a quien había que cuidar para mantenerlo a su lado, porque lo aprendió en casa; para la otra, era alguien con quien compartir una relación de respeto y amor. A una no le inculcaron la autoestima correcta en casa, a la otra sí. En ambos casos apareció la semilla de un abusador; en una nació el arbolito: se unieron yin y yang. En la otra la semilla murió al caer en tierra: yin no existe sin yang.
A mis dos amigas las reencontré cuarenta años después de graduados. Una estaba en su primer matrimonio; la otra en su tercera o cuarta relación, y mantenía su estatus profesional, viajes al extranjero incluidos. La primera trabajó hasta que el marido pudo “mantenerla” poniendo un negocio de alquiler de habitaciones, en el cual ella atendía la cocina, los empleados, etc., sin recibir salario, pues era “dueña”, y él la abastecía de cuanto necesitaba. Para ella todo era normal, incluso que no hubiera cuenta bancaria conjunta, sino dinero guardado en una caja fuerte cuya combinación solo él conocía. Cuando la amiga “inestable” le advertía que él la explotaba, lo justificaba, y le decía que era demasiado desconfiada, un matrimonio no puede durar si no hay confianza. ¡Lo primero era conservar el matrimonio!
Paso a paso, la María S de la realidad fue borrándose como individuo. Vendió su moto, última propiedad que le quedaba, para que él comprara un automóvil que ella no podía ni tocar, por ser “demasiado torpe”. Llegó, incluso, a aceptarle una amante, convencida de no ser suficiente mujer para un hombre como él. Nunca confesó haber recibido maltrato físico, pero su amiga estaba convencida de lo contrario, y tenía motivos para ello.
¿Cómo se llegó a tanto? Cediendo a los primeros intentos de anulación. ¿Por falta de opciones? No. Tenía título, empleo, reconocimiento laboral. También padre, madre y hermana. Pero le habían inculcado, en particular su madre, el mito de la inferioridad femenina, de la conveniencia de la estabilidad matrimonial, de la obligatoriedad de servir al hombre, de su incapacidad para encontrar algo mejor. Esta no es la trama de Estocolmo; son los hechos reales en que se basa.
Las muertes de la novela nunca existieron fuera de ella, y el amigo homosexual tampoco. El investigador policial, Ricardo Z, está tomado de otra obra mía.
Para concluir, un elemento extraliterario, posterior a la novela: La María S de la realidad pudo salir de su encierro de décadas: se divorció, logró un arreglo provechoso y, con más de 60 años, inició una nueva relación. Me reconforta saber que la novela Estocolmo tuvo algo que ver en ello.
Estas novelas y algunos otros libros sobre lingüística o traducciones suyas del portugués, también están disponibles en Amazon como e-books y para impresión bajo demanda. ¿Qué experiencia ha tenido, como escritor que vive en Cuba, con esta forma de editar y comercializar su obra? ¿La recomienda? ¿Por qué todavía son tan pocos los autores cubanos que se lanzan a esta aventura de la autoedición a pesar de la gran contracción editorial que existe en la isla?
Ante todo, no se trata de autoedición. La autoedición la paga el autor, y yo no tengo recursos para ello. Se trata de editoriales extranjeras que, interesadas en mis obras, las han publicado. Los textos en papel impresos en Cuba y aparecidos en Amazon fueron comprados en librerías cubanas y puestos en venta en ese portal. De mis libros de temas lingüísticos, el único legalmente en venta en Amazon es Para expresarnos mejor. La puntuación, el acento y el gerundio, publicado por la editorial Verbum, de Madrid.
Dada la crisis editorial cubana, esta es una manera de dar a conocer la obra, pero no una forma de engrosar la bolsa. Algunas editoriales envían reportes de venta, otras no; cuando “cae” algo de dinero, siempre poco, casi nunca hay cómo recibirlo. Y esas mismas editoriales también enfrentan dificultades para controlar a Amazon. Lo cierto es que el escritor cubano que se lanza a esa experiencia, si no tiene cómo controlar, o al menos seguir de cerca, los procesos de venta, se expone a ser engañado. Eso explica por qué somos pocos.
También influye el objetivo de cada cual. Como lo principal para mí es ver la obra publicada, por lo general con muy buena calidad de presentación, me aventuro, sin hacerme ilusiones en cuanto a ingresos. Quien desee participar debe ser consciente de los riesgos. Yo, en cuanto pueda publicar en Cuba, lo haré.