Corría la mitad del 2020 —año infausto y tremebundo— cuando me enfrasqué en la lectura, emocionado hasta las células, de Empecinadamente vivos, novela de la autoría de Rodolfo Alpízar. Llevado y traído por esa lectura propuse entonces al narrador, lingüista y traductor una entrevista. No conozco personalmente a Rodolfo Alpízar. Escribir de un colega a quien no se conoce es infrecuente en nuestro medio. Han transcurrido dos años. Dos años —y su dosis infausta y tremebunda— y he ahí que incurro en proponerle otra entrevista. Sucede después de leer la edición conmemorativa que la Editorial Arte y Literatura propusiera de Levantado del suelo (1980), del premio Nobel de Literatura José Saramago. Soy un rotundo admirador del portugués. Que por décadas he perseguido, admirado, devorado —y hasta estudiado— sus novelas. Si escribo mientras leo a Saramago su estilo bello e inconfundible, su sintaxis personalísima, se infiltra entre mis letras, mi expresión verbal se saramaguea y en mi casa estallan las risas. Sucede que al abrir la primera página de Levantado del suelo descubrí que la traducción estuvo a cargo de… ¡Rodolfo Alpízar! Le envié entonces un mail, del que tomo ciertas secciones: …quizá de esta lectura asome la posibilidad de una segunda entrevista…, guiar al lector cubano en el surgimiento y desarrollo de su amistad con el genial portugués…; los problemas que enfrentó en la traducción de esas novelas…; sus opiniones acerca del particular estilo de José Saramago. Sería, propuse entonces, un tributo de ambos a José. La respuesta de Rodolfo Alpízar llegó rauda: …hablar de Saramago me entusiasma… pero me sobrecoge. También a mí, aseguré. Una vez completadas preguntas y respuestas si el resultado no nos agradaba, así lo propuse, si no lo considerábamos loable, si a ambos nos pareciera indigno de José Saramago, no se publicaría. Así, sobrecogidos ambos, trémulos por el pudor del homenaje, nos abalanzamos sobre la entrevista. Aquí va.
En 1989 tradujo usted al español Levantado del suelo, escrita 9 años antes por el genial portugués nacido en Azinhaga. Fue esa la primera vez en que se tradujo al español una novela de José Saramago. ¿Qué avatares mandaron y desmandaron para disponer fuera precisamente Rodolfo Alpízar, un traductor cubano, quien primero llevara al idioma español a José Saramago? ¿Qué otras novelas de él ha traducido?
Se dice que no hay casualidades, que todo responde a una causa. En este caso, las causas fueron varias, unidas en feliz coincidencia: Yo había aprendido el portugués en Angola, allí hice algo de traducción especializada, obligado por las circunstancias, y había hecho mi primera traducción literaria, por el placer de hacerlo y sin intención de publicarla, Las aventuras de Ngunga, de Pepetela; con ese magro aval realicé algunas traducciones posteriores en Cuba, por encargo del Instituto Cubano del Libro. Por entonces yo no me consideraba propiamente un traductor, mi actividad en ese sentido era ante todo una demostración de amor por la lengua portuguesa, de la cual me enamoré. Creo que esto lo menciono ahora por primera vez.
Por aquel tiempo, Romualdo Santos, excelente editor y mejor persona, fallecido muy joven, me pidió que leyera, y le diera mi opinión sobre una novela de un desconocido autor portugués, de nombre José Saramago, llegada con otros libros a la editorial. Baste afirmar que quedé deslumbrado. Si en el país por entonces hubiera habido condiciones materiales para ello, la obra habría aparecido a fines de 1985, Romualdo me preguntó si me atrevía a traducirla y en abril de ese año ya estaba traducida. No obstante, salió en 1989, el mismo de la edición española. La ausencia de registro en el ISBN impide dar fe de ese nacimiento.
Otras obras que he traducido son: el discurso por el premio Nobel, para la revista Casa de las Américas (por cierto, nunca lo he anexado a mi currículo), la pieza de teatro Don Giovanni; traducida en 2007 a petición del propio Saramago, para La Oficina del Autor, España (faltan los datos de la edición, pues no los tengo). Disculpa la inmodestia, pero no me resisto a la tentación de copiar aquí un fragmento del mensaje que entonces me enviaran Saramago y Pilar, nunca publicado (es una primicia, pues):
De: José Saramago
Para: Rodolfo Alpizar
Fecha: 09/04/2007 09:42 AM
Asunto: RE: Una propuesta
Querido Rodolfo,
Estábamos fuera de casa cuando llegó tu carta y estamos a punto de salir de nuevo. Por medio han ocurrido cosas, pero aquí estamos para contarlas, o sea, que no son graves.
José trabaja en una nueva novela, esta casa es una oficina, vivimos como si estuviéramos en Cuba: sin lujos, sin salidas, sin necesidades. En compañía y con amor. Y en contacto con los amigos. Como tú.
Mañana te van a escribir solicitándote una traducción de una obra de José: Don Giovanni. Te escribirá Ximena Godoy, de la Oficina del Autor. Respóndele que sí, haz el trabajo bien y rápido y quizá por ahí te lleguen cosas nuevas y buenas. Te he recomendado con todo el corazón…
He traducido de Saramago las novelas Las intermitencias de la muerte (2010), El viaje del elefante (2012), y la obra de teatro In nomine Dei (2015). Esta última la traduje para mí, por el placer de hacerlo, se la envié y le gustó. Años después, en la editorial Arte y Literatura me pidieron que les propusiera algo nuevo para publicar, la presenté y la aceptaron. Lamentablemente, nuestra gente de teatro no la ha descubierto, pero es una obra apasionante.
El portugués y el español resultan lenguas que derivan de un mismo tronco, lenguas romances, como tales comparten códigos lexicales, sintácticos, morfológicos y gramaticales. A partir del estilo de José Saramago —la particular sintaxis, la personalísima puntuación, la ausencia de signos de interrogación y admiración, los párrafos vastos, las muy escasas apariciones del punto y aparte, el empleo de paremias o proverbios, la demanda de complicidad exigida al lector en función de desambiguar quién habla, las intromisiones del narrador en la historia— ¿qué particularidades y dificultades puede encontrar quien se enfrente a la traducción de sus novelas? ¿Cuál de las novelas que ha traducido le resultó más compleja? ¿Cuál de entre todas las novelas del portugués, si ello le fuera dable, le gustaría traducir?
La obra de Saramago que me resultó más compleja fue Levantado del suelo, pero me imagino que se debió a mi limitada experiencia por entonces y a la escasez de herramientas para hacer el trabajo. Al preparar la edición conmemorativa, unas veces me sonrojé por algunos resultados, pero otras tantas me asombré por las soluciones encontradas con tan pocos recursos. Supongo que me salvó el mucho entusiasmo y el amor con que lo realicé. Pero me consta que a Saramago y a Pilar les gustó.
Puedo parecer presuntuoso, pero lo cierto es que traduciendo a Saramago me siento muy cómodo. No encuentro mayores dificultades que con otros lusófonos (y, cuidado, algunos me han resultado más complejos). Acaso contribuya a esa comodidad que hay ciertos puntos de coincidencia entre mi modo de escribir (y de hablar, según algunos, sobre todo cuando me entusiasmo) y el llamado “estilo saramaguiano”: Tiendo a las explicativas y las oraciones inmersas y los párrafos largos (además de la abundante uso del “que”), y no pocas veces coqueteo, queriéndolo o no, con el conceptismo.
La dificultad para traducir del portugués al español, y no solo la obra de Saramago, está dada en primer lugar precisamente por la existencia de ese tronco común que mencionas, si bien quien tiene un nivel decoroso en ambas lenguas conoce que hay interesantes e importantes diferencias. Cierto, el “aire de familia” es grande, y ello constituye una trampa donde pueden ser atrapados hasta los más experimentados. En el nivel léxico es extensa la lista de “falsos amigos”, y lamentable la cantidad de errores que provocan.
Me hubiera gustado ser el traductor de otras obras, como El evangelio según Jesucristo, pero en primer lugar coloco Memorial del convento, novela histórica que es a la vez una bella historia de amor. Y que exige mucho estudio.
Muchos escritores han incurrido en el arte de la traducción, ahí tenemos a Jorge Luís Borges, Julio Cortázar y Octavio Paz. La traducción per se resulta una suerte de creación. En cierta ocasión tomé una traducción de Ante la ley, esa maravillosa pieza de Franz Kafka, y la comparé con la traducción hecha por Jorge Luís Borges. La primera empleaba decenas de palabras más y era, urge decirlo, de belleza infinitamente menor. Ello me hizo llegar una duda bestial: ¿como quién escribía Kafka? ¿Como Borges o como el traductor innominado? La pregunta, ahora para Ud., es: ¿resulta importante que el traductor sea él mismo un creador literario —como lo es Ud.— en función de coadyuvar a la belleza en la traslación de una obra de una lengua A hacia una lengua B?
Ante todo, para mí la traducción literaria es creación, ni más ni menos. Siempre. Que el traductor sea autor literario él también, o no, influye en el resultado, pero no lo determina. Lo determinante es la sensibilidad artística, y no hay que ser autor de obras literarias para tenerla. Se supone que un autor literario sea sensible (si bien en este mundo nuestro uno encuentra todo tipo de gente), por lo cual estaría mejor preparado para traducir literatura que alguien no sensible. Repito: Se supone; pero no es una garantía.
Como, lamentablemente, no puedo leer a Kafka en sus originales, no soy capaz de responderme la pregunta, esa de cómo quién escribía Kafka, si como el traductor no nombrado o Borges. Estaría dispuesto a creer que Borges se metió más en el autor que el innominado, por afinidad. Pero, cuidado: Puede no ser cierto. Muy buenos traductores en el mundo no ven sus nombres en portadas y cubiertas, porque los editores no los consideran “marcas” de prestigio que contribuyen a la venta de la mercancía “libro”. El nombre de Borges, Cortázar o cualquier otro autor famoso es un reclamo comercial, un valor añadido ante los ojos del lector/comprador. No es lo mismo si el traductor se llama Fulano Pérez, solo conocido en su casa; ese no tiene su nombre en capa.
No gusto de afirmaciones rotundas, ni me las doy de teórico, por ello solo hablo basado en mi experiencia. A partir de ella afirmo que sí, ser creador literario y tener sensibilidad artística ayuda mucho. A mí me ayuda; en mi caso, a ello sumo un gran amor por las dos lenguas sobre las cuales me muevo, la convicción de que al traducir la obra la convierto en mía, y el interés en que el producto de mi trabajo sea equiparable a la obra original. Al decir “equiparable” me refiero a todo: nivel de lengua, sintaxis, giros idiomáticos y, hasta donde sea posible, extensión de la oración y el párrafo.
En ese punto, tengo siempre presente a Felipe Poey, mi modelo en muchos sentidos, “…si traducimos a Cicerón, es menester que el lector encuentre algo de lo que se conoce con el nombre de estilo ciceroniano”. Cuando traduzco a Saramago trato de ser Saramago; si es Germano Almeida, trato de ser Germano Almeida, y si traduzco a Pepetela intento ser Pepetela.
Esta es una posición consciente que ha provocado, a veces, amistosas llamadas de atención de los editores, por “haberme pegado” demasiado al autor original. También ha tenido su lado gratificante; por ejemplo, que Saramago haya preferido mi título, Levantado del suelo (por Levantado do chão) al de la edición española (Alzado…), y que las ediciones posteriores usen mi título. Sucedió porque, simplemente, me pregunté por qué razón el autor escogió “levantado”, cuando en portugués existe también “alzado”. Y no me equivoqué.
En el Cuaderno 2, entrada de fecha 8 de abril del 2009, Saramago escribió: “Esto que llaman mi estilo se basa en la gran admiración y respeto que tengo por la lengua hablada en Portugal en los siglos XVI y XVII.” Más adelante alude a los sermones del Padre Antonio Vieira: “lengua llena de sabor y de ritmo…, flujo ininterrumpido”, y la compara con un río: “gran masa de agua… con brillo y peso”. En Guía para leer a Saramago Pilar del Río, la esposa, sostiene que desde Levantado del suelo el estilo de Saramago fue la resultante de la asimilación de la prosa del Padre Vieira y del poeta del siglo XIX Almeida Garret. No he leído ni a uno ni a otro. No me es posible dilucidar cuánto y qué tomó Saramago de cada uno. ¿Los ha leído Ud.? Cómo conocedor del portugués ¿podría explicar qué elementos típicos del portugués de los siglos XVI y XVII pueden haber sido adoptados por José Saramago en el proceso configurador de su personalísimo estilo?
He leído a ambos, los sermones del padre Vieira (1608-1697) y al menos una obra de Almeida Garrett (1799-1854), y coincido con la afirmación de Pilar y las de Saramago citadas por ti.
Antes de continuar, déjame comentarte que anduve años tratando de encontrar la cita de Almeida Garrett con que Saramago encabeza su Levantado del suelo, hasta que pude obtener el libro en que aparece, Viajes por mi tierra, clasificada como novela, en realidad un híbrido entre novela sentimental, libro de viajes, autobiografía, reportaje periodístico y comentario político, el autor aprovecha elementos de la lengua hablada y de la escrita, con predominio del habla familiar. De ella se afirma que marca el origen de la moderna prosa portuguesa. La oralidad y los toques de humor presentes en textos de Saramago tienen su posible antecedente en Almeida Garrett.
Por otra parte, cuando se leen los sermones del padre Vieira uno recuerda por momentos la escritura de Saramago; pienso que hay una influencia evidente en la extensión de oraciones y párrafos, en eso que Saramago llama “gran masa de agua” y “flujo ininterrumpido”, en que una idea se engarza con otra y esta con otra y otra más, hasta dejar al lector inmerso en un mar de ellas, cansado y feliz. Coincide Saramago con el padre Vieira en el tono conversacional, con abundancia de símiles, refranes, sentencias, parábolas y expresiones populares, nunca vulgares. No sé si viene a propósito o me equivoco, pero para completar esta pregunta me gustaría citar una expresión del padre Vieira que “me sabe” saramaguiana, pues fórmulas semejantes abundan en Saramago: “No es lo mismo permitir que aprobar; por el contrario, lo que se permite ya se supone condenado”.
La música tiene ritmo, tiene lo que denominan tempo. La literatura tiene también ritmo. Pudiéramos hablar de un tempo narrativo que llega desde el empleo de los signos de puntuación. En el caso de José Saramago el empleo —distintivo y predominante— de las comas. El propio autor de Caín señaló en cierta ocasión que al hacer aparecer una coma no lo hacía propiamente como signo de puntuación sino como señal de pausa. Esa musicalidad, ese ritmo interno, ese tempo, le pregunto a Ud. que dado su dominio de ambas lenguas tiene el privilegio de poder apreciarlo, ¿se manifiesta por igual en ambos idiomas o se denota más en la lengua original del hombre de Lanzarote?
No he realizado ningún estudio serio al respecto, por lo tanto mi afirmación es totalmente impresionista, pero siento (uso el verbo sentir con toda intención) el ritmo del portugués continental muy pausado en relación, por ejemplo, con el español, e incluso con la norma brasileña. Pienso que Saramago juega conscientemente con el ritmo del portugués continental y lo lleva a su escritura. Ello se refleja, sin duda, en el uso de los signos de puntuación y la extensión del párrafo.
Temo que alguien haga una lectura incorrecta de esta afirmación: Saramago no usa los signos de puntuación de cualquier manera. En él es evidente el dominio de las reglas de puntuación de su lengua, que aplica de manera creadora. Hay aspirantes a narradores que pretenden “romper las reglas”, cuando la realidad es que las desconocen. No recuerdo haber sorprendido alguna incorrección en el uso de la puntuación por Saramago; si ocurrió, fue suficientemente leve como para que la olvidara. Usa más comas en un párrafo, por ejemplo, de las que usaría yo, pero eso también es una característica del portugués, hasta donde conozco. También a veces usa comas donde yo habría usado punto y seguido, incluso punto y aparte. Esto último es muy característico de él, y da lugar a párrafos extensos, con intercalación de oraciones, lo cual me hace pensar en la narración oral…, y en los sermones del padre Vieira.
Ocurre que esto último no me resulta ajeno, es una tendencia que tengo como escritor; por ejemplo, en la segunda edición cubana de mi Sobre un montón de lentejas, los editores debieron luchar conmigo hasta convencerme (o darme yo por vencido), y disminuyeron el tamaño de algunos párrafos; en la más reciente edición, canadiense pero en español, hubo más disminuciones. Quise complacer en ambos casos a los editores, pero para mí es evidente que el ritmo de la narración se altera con ello. No puedo imaginar que se lo hagan a Saramago…
Que me disculpe quien piense de otra manera, pero siento en la lengua portuguesa, como generalidad, mayor musicalidad que en la española. Esta musicalidad no se manifiesta igual en la norma brasileña que en la continental y africana, es evidente, pero en ambos casos siento su mayor presencia. Desde luego, esta afirmación mía es relativa (sentida como artista, o diletante, no resultado de un estudio científico), y admite mucha matización, pues el español es una suma de múltiples variantes dialectales, cada cual con su tempo particular y su musicalidad propia.
No solo es Ud. el traductor cubano de José Saramago. También fue su amigo. José Saramago y Ud. se visitaron, acá y allá, se cruzaron cartas. ¿Cómo fue su primer encuentro personal con el premio Nobel? ¿Qué pudiera decir de esos encuentros, de esas cartas? Otro José —esta vez cubano, me refiero a Lezama Lima— se asegura solía hablar con la barroca prolijidad con la que escribía. ¿Cómo era la conversación del portugués? Y las cartas: ¿escribía cartas Saramago empleando el personalísimo estilo con el que escribía novelas?
Ante todo, nunca he dejado de lamentar el extravío, como consecuencia de mi divorcio, de las cartas escritas para mí por Saramago, anteriores al Nobel. No sé qué fue de ellas, ni cómo desaparecieron. Algunos mensajes electrónicos conservo, pero no es lo mismo. Recuerdo que eran sencillas, amistosas, sin pretensiones literarias, coloquiales, en ellas contaba sobre algo que estuviera leyendo, incluso en una me pedía información para lo que pudiera ser una novela que nunca comenzó. En particular, recuerdo cuando me comentó que estaba leyendo un libro de poemas de Eliseo Diego. No olvido su opinión: “El mayor poeta de la lengua española vivo”. Cito de memoria, pero estoy convencido de que es textual, pues me emocioné mucho al leer aquello. Alguna vez se lo comenté a Fefé, la hija de Eliseo, pero no pude mostrarle la carta, ya perdida.
No, el Saramago que recuerdo (en realidad, lo digo por primera vez: el José que recuerdo, pues tanto él como Pilar me llamaban Rodolfo, como yo los llamaba, y llamo, José y Pilar) no era barroco ni soltaba largos párrafos hablando entre amigos. Era, simplemente, un ser humano como cualquier otro.
Te cuento una anécdota. La he contado entre amigos, pero no recuerdo haberla escrito antes.
Enterado de mi presencia en Lisboa, en noviembre de 2000, para presentar la versión portuguesa de Sobre un montón de lentejas, me invitó a cenar con algunos amigos, por su cumpleaños. Viendo la foto tomada por Pilar, recuerdo que estábamos alrededor de una mesa redonda diez personas: Ignacio Ramonet, Zeferino Coelho, su editor en la Caminho, y el director de la editorial, los tres con las respectivas esposas, más una vecina de Lanzarote y yo. Saramago estaba sentado entre la vecina y la esposa del director, frente a él estábamos Pilar y yo, uno al lado del otro.
Acostumbrado al gusto de Saramago por embreñarse en temas de política y filosofía, esperé por las enseñanzas que recibiría esa noche. En su lugar me encontré con un hombre que, aunque era el centro de la atención, el homenajeado, en ningún momento se distinguió de cualquier hijo de vecino reunido con un grupo de amigos. Hizo anécdotas de la vecina que había invitado, de los perros de su casa…, y habló sobre un juguete típico portugués.
Sí, porque uno de los asistentes llevó, como regalo a Saramago por su cumpleaños, un juguete de madera, rústico, propio de los niños portugueses de escasos recursos. Él reaccionó como quien recibe el más valioso presente; agradeció repetidamente, explicó cómo funciona, jugó con él. Fue sincero, fue sencillo, fue un niño.
Ciertamente, recibí la gran enseñanza que esperaba esa noche.
Ud. ha confesado que su vida literaria se fracciona en dos partes después de traducir Levantado del suelo, de leer a José Saramago. ¿Qué pasaba antes de… y qué pasó después de? ¿Qué hay de José Saramago en la obra literaria de Rodolfo Alpízar? ¿Qué huella humana, personal y literaria dejó José Saramago en Ud.?
La huella humana, personal, ha sido profunda. La anécdota de la noche del cumpleaños te da un indicio de quién fue ese hombre y por qué lo siento tan cercano; te cuento otra, también de esa noche (la he comentado en otras ocasiones, no recuerdo si por escrito):
En algún momento de la cena, Pilar llamó la atención de todos hacia algo que Saramago quería anunciar: Ese año habría otra vez aguinaldo para los miembros de la editorial Caminho, la responsable de la primera edición de casi todas sus obras. El anuncio sería una banalidad si no fuera porque se trataba de un presente que Saramago hacía, tomado de su peculio, desde que obtuvo el premio Nobel.
Ese reconocimiento a quienes dan materialidad a su obra también se reflejaba en el tratamiento a los traductores. Mi propia presencia en esa cena era una muestra de aprecio al trabajo de traducción y a quienes lo realizamos (recuerda su frase, “los traductores hacen la literatura universal”), pero ya me lo había demostrado en 1998, poco después de recibir el premio. No sé si lo recuerdas, pero vino a Cuba en diciembre de aquel año, con toda la familia, a esperar el año nuevo. En ese momento exigió que su traductor cubano estuviera presente cuando lo recibieran.
Esa exigencia era más importante de lo que parece ser: respondía a que en anterior visita suya a Cuba “nadie había podido localizarme”, y no pudimos encontrarnos (no era el primer autor con quien me ocurría; es algo que suele sucedernos a los traductores).
Pero Saramago no se limitó a esa exigencia. Al llegar a Casa de las Américas para el recibimiento oficial, y reconocerme, me puso el brazo sobre los hombros, Pilar agarró del brazo a Carmen, que era mi mujer por entonces, y así desfiló ante los congregados (“obispos y embajadores”, me dije por lo bajo), como diciendo a todos: “Este es mi traductor, que no se les pierda otra vez”.
Además de tenerlo como un referente ético por muchos aspectos, acciones como esas han dejado una huella en mí imposible de borrar.
Pero hay más, que solo he comentado entre mis íntimos, que me acerca a Saramago: Como él, fui un niño pobre, sin juguetes, con hambre, y mi formación, tanto primaria como secundaria, si bien no totalmente autodidacta, como la de él, fue irregular. Solo hice completa la carrera universitaria, donde entré, por cierto, sin título de bachiller.
Por otra parte, en la obra de Rodolfo Alpízar hay tanto de Saramago como puede haberlo de Cervantes o de Carpentier, mis otros dos referentes literarios, pero, más que influencias directas, siento que entre mi obra y la de él (o la de ellos) hay ante todo coincidencias al enfrentar el hecho de novelar. En cuanto a Saramago, la principal influencia, la decisiva, es que al leer Levantado del suelo comprendí que lo que andaba dentro de mí y no sabía cómo materializar era posible. Varias de las historias que componen Sobre un motón de lentejas (que he puesto en descarga libre para quien quiera leerla, estaban dando vueltas en mi cabeza; esto es, tenía el qué, pero no encontraba el cómo. Mi idea general era abarcar aspectos de la historia nacional a través de la historia de una familia de inmigrantes españoles, pero mi principal referente del género, Benito Pérez Galdós, no me daba la clave para comenzar, aunque sí el estímulo.
Saramago me dio el impulso y me mostró el cómo.
Cuando leí Levantado del suelo por primera vez me di cuenta de que lo que yo deseaba hacer era posible, pues él lo había hecho y con un resultado extraordinario. Simplemente, dejé que corriera la pluma. La expresión no es metafórica: el primer original de Sobre un montón de lentejas se escribió en forma de fichas que iba llenando durante 45 febriles madrugadas de los tres meses que pasé en Moscú en 1985. Muchas veces, en las mañanas, Max Figueroa y Bibi Tristá soportaron estoicamente que les leyera o comentara lo que había escrito en la noche anterior. No usé el adjetivo “febril” gratuitamente, por cierto: En esos días andaba enfebrecido.
En realidad, sí hay influencia directa de Saramago en el conjunto de mi obra y, quizás, también en mi actuar, pero es espiritual. Él me inspira y me sirve de ejemplo como persona y como creador. No lo imito ni quiero parecerme a él: soy yo, gracias él.