La publicación del libro de cuentos Una casa en los Catskills de la cubana residente en Connecticut, Odette Casamayor, por la editorial Letras Cubanas, fue una de las novedades de la recién concluida fase capitalina de la 25 Feria Internacional del Libro de La Habana 2016. Este suceso editorial revela, además, el creciente interés de las instituciones de la Isla por incorporar al corpus de la literatura nacional a los escritores de la llamada diáspora.
Este volumen, escrito con impecable prosa y deudor de los escenarios donde la autora ha vivido una buena parte de su vida, tiene la virtud de mostrarnos un universo íntimo signado por los estados emocionales de sus personajes cuyos nombres a veces se repiten entre un texto y otro, en lo que parece una intención por crear arquetipos que responden a determinadas situaciones dramáticas.
Utilizando casi siempre la primera persona, Casamayor se mueve con soltura por el monólogo interior y consigue dinámicas espaciales y temporales muy efectivas para comprender el pasado y la condición de emigrantes de sus protagonistas, sin caer en los tópicos de la nostalgia o el pintoresquismo latino tan frecuente en la literatura de los inmigrantes hispanos.
Voces masculinas y femeninas se alternan en textos complejos, signados siempre por la búsqueda o la evasión de quienes a través de la sexualidad se expresan y reconocen. Y es precisamente la sexualidad la que pudiera considerarse la gran protagonista de estas historias cuyo perfecto dominio del idioma español aparece salpicado por el inglés y el francés, quizás como testimonio de una adaptación al medio de sus personajes, insatisfechos en sus pretensiones de encontrar alguna estabilidad.
Madrid, París, Miami y Nueva York son simples telones de fondo de lo que verdaderamente le importa a la narradora que es ese flujo de reflexiones transformadas por la imagen, un recurso del que se vale una y otra vez en ese viaje más interior que geográfico y en el que también se exhiben las claves más profundas de lo femenino, expresadas con sutileza y tal vez inconscientemente.
Cuentos como “Transverberaciones” o la originalidad de otros como “La rotura” o “Historia en Facebook” convierten a Casamayor en una narradora muy interesante y sobre todo muy contemporánea. Sus textos pueden ser un compendio de las angustias, enajenación y desgarramientos en los que vive inmerso el hombre del siglo XXI, los inconvenientes y la paradójica incomunicación que lo acecha, a pesar de los avances de la tecnología o cualquier posición privilegiada que haya podido alcanzar en el llamado mundo desarrollado.
El desarraigo de quien se siente aferrado a sus raíces no aparece aquí por ninguna parte. Los protagonistas son seres completamente adaptados a su nueva realidad, aunque conserven sus costumbres y recuerden el pasado. Esto último lo hacen sin nostalgia, como es notorio en “Entre cubanos” o “Lola, femme sans teste”, quizás las únicas narraciones de este volumen que nos dejan ver que está escrito por una cubana.
Como ya dije, la sexualidad es la gran protagonista de Una Casa en los Catskills pero ella no se le muestra al lector en estado puro sino a través de las emociones que provoca en los personajes, sedientos a la vez que renuentes a la estabilidad tradicional.
No se trata de historias para lectores perezosos. El constante fluir del pensamiento de los protagonistas debe leerse cuidadosamente para poder conectar con un mundo en el que veo influencias de James Joyce y de Virginia Wolf, esos dos grandes maestros del monólogo interior.
Curioso que Odette Casamayor se haya convertido en escritora después de partir de Cuba. Este hecho aviva el interés y la singularidad de su obra publicada hace unos años en Puerto Rico y ahora en su país de procedencia.
Habrá que ver cómo funciona entre los lectores cubanos. Pero el mero hecho de su publicación en Cuba es un acontecimiento importante tanto para la autora, quien así lo expresó en la presentación de su libro en La Habana, como para quienes queremos conocer qué escriben los cubanos fuera de la Isla y hasta qué punto pertenecen a una literatura tan diferente en contextos pero tan cercana en lo que se refiere a sus esencias más recónditas.
El arte, en este caso la literatura, no conoce fronteras…es el medio de expresión universal que supera todas las barreras. Bravo !