A Rosario Suárez, “Charín”
“. … se les despojó del conocimiento que más atrae a las mentes juveniles:
que el logro supremo de la vida reside en el ejercicio de la libertad de elección”.
Thornton Wilder, Los Idus de Marzo.
Hace veintidós años mi hermano Lichi (Eliseo Alberto Diego) escribió un libro cuyo título fue Informe contra mí mismo. Un año antes, en 1996, había recibido el Primer Premio de Novela Alfaguara, compartido con Sergio Ramírez, por Caracol Beach. Informe… es el testimonio doloroso, duro y honesto, de una época y de un proceso que ha marcado, sin lugar a dudas, a varias generaciones de cubanos.
En 2016 el cineasta salvadoreño-cubano Jorge Dalton dio por terminada una película que, como dijera en un panel celebrado en Madrid con motivo de su estreno, “había envejecido haciéndola” (1). Se refería a su conmovedor documental En un rincón del alma.
Durante noventa minutos, Dalton presenta la entrevista que mi hermano le pidió le hiciera cuando ya sabía que le quedaba muy poca vida por vivir. Fueron aproximadamente cuatro horas de filmación, en las que Lichi quiso retomar sus ideas expuestas en su Informe… y reflexionar sobre el futuro de Cuba.
Tiene que haber querido mucho mi hermano a su país para, sabiendo que le quedaba tan poco en este mundo, dedicar tanto tiempo a hablar de su historia, de su cultura y de los sueños extraviados de muchos cubanos.
Informe contra mí mismo jamás se ha publicado en Cuba pero casi todo el mundo en este país lo ha leído o, al menos, lo conoce. Circuló de todas las formas “habidas y por haber”: los afortunados que tenían un ejemplar lo prestaban por solo 24 horas. Sé de muchas personas que copiaron a mano capítulos enteros; los que podían fotocopiarlo (recuerden que se publicó en 1997 y no era tan fácil como ahora) lo reproducían completo. Después de perder varios ejemplares, decidí no prestarlo más. Todavía me lo piden. Hay personas que me han dicho que no comparten las opiniones allí expresadas y que terminaron de leer el libro llorando.
Así ha pasado también con el documental de Dalton. Estuve en la presentación que se hizo en Casa de América en Madrid y, al final del panel que se realizó, se me acercaron muchas personas: cubanos, españoles, mexicanos, la sala estaba repleta. La mayoría de esas personas casi no podían ni articular palabra porque la emoción no se los permitía.
En un rincón del alma es un testimonio desgarrador y es, también, un documental magistralmente realizado, con imágenes de archivo y una edición de altísimo nivel: es una película hecha con mucho amor y respeto. Dalton fue uno de los grandes amigos de mi hermano y quiso honrar su deseo de decir, una última vez, sus verdades.
Tampoco el documental se ha puesto en Cuba, solo en algunas proyecciones privadas y sé que, también, ha emocionado a todo el que lo ha visto, comparta o no los criterios que muestra.
A Lichi le gustaba contar la respuesta que, en una ocasión, le dio a un periodista que le preguntó “¿Pero usted está a favor o en contra?”, a lo que, rápido, le respondió: “Yo estoy a favor del derecho de estar en contra”.
Creo que la virtud mayor de su libro radica en el hecho de que es un texto sincero, valiente, escrito a partir de una necesidad vital que sintió de explicar qué había pasado en Cuba, qué le había pasado a él y a muchos de sus contemporáneos. Es el recuento justo y doloroso de un participante en un proceso que comenzó ilusionando a muchos y que, después de varias décadas, ha provocado un profundo desencanto en gran parte de la población.
“El miedo”, dice mi hermano, “puede explicar buena parte de lo sucedido en mi país […]. Las medias verdades van a acabar con la patria […]. El silencio ha sido, al menos para mí, la manifestación más pura del miedo”. Esta fue una de las razones que lo decidieron a escribir sus “memorias”: liberarse de ese miedo, del “no es el momento”, del “le estás haciendo juego al enemigo”.
En su texto hizo una especie de inventario de las peligrosas “amargas verdades” a medias. Una de ellas, por ejemplo, es la de la educación y la salud gratuitas. Es cierto que son gratuitas pero… el Estado las subvenciona a partir de la riqueza generada por el pueblo, de los bienes y servicios producidos y que el gobierno distribuye en inversiones y gastos, entre ellos, el salario. Las pensiones y los salarios, durante décadas, han sido reducidos a su mínima expresión. Con esa “plusvalía”, con el salario que han dejado de pagar y con los excesivos precios e impuestos a los productos de consumo, es que el gobierno cubre todos esos servicios. Luego, ¿son totalmente gratuitos?
Pero el libro es mucho más. Fuimos tres hermanos, Constante Alejandro, ‘Rapi’ (cineasta y excelente dibujante), Lichi y yo. De los tres, Lichi siempre fue el que más se interesó por todo lo relacionado con Cuba, con su historia, su música, su literatura. Desde muy jovencito ya escribía poemas que solo se atrevía a enseñarle a nuestra tía Fina, y había leído mucha literatura cubana y latinoamericana. Con apenas 17 años escribió un cuaderno con sus recuerdos de infancia de nuestra casa, ‘Villa Berta’, en Arroyo Naranjo: La Quinta de los comienzos, que nunca quiso publicar pero que a mí me gusta muchísimo. Es una prosa tierna, poética, con evidente y comprensible influencia de nuestro padre, Eliseo Diego.
Para llegar a nuestra casa teníamos que cruzar un puente centenario de hierro que todavía existe, estrecho, de una sola vía, por debajo del cual pasa un tren. Lichi siempre dijo que quería, cuando muriera, que sus cenizas se esparcieran sobre ese puente. Y así se hizo, una lluviosa tarde de agosto de 2011.
Lo describe en su prosa de juventud, en una estremecedora premonición de lo que sería, desde ese día y ya para siempre, ese puente para mí, para su hija y para los que allí estuvimos:
A un forastero
El puente de Arroyo Naranjo, el puente estrecho y viejo de Arroyo Naranjo, queda a la entrada del pueblo. No vaya a confundirse con el puente que construyeron hace poco los del gobierno. Es el otro. El de más acá, un poco más acá. Es conocido por Cambó. Apréndase bien el nombre; el puente de Cambó, la parada de Cambó y, aún más, la tristeza de Cambó […].
Sentía pasión por la música cubana: Benny Moré, Los Matamoros, la trova vieja y la nueva (la buena…). También era un seguidor del deporte y de los grandes deportistas que habían hecho historia en nuestro país, como José Raúl Capablanca. Lichi fue un destacado ajedrecista y, si se hubiera dedicado con seriedad a practicar el “juego ciencia”, posiblemente hubiera sido un gran campeón. Ahí están sus guiones sobre ‘Kid Chocolate’, las películas Capablanca y En tres y dos. Dejó inconcluso un texto dedicado a ‘Kid’ Chocolate, Capablanca y Ramón Fonst.
Toda esta pasión por Cuba y su cultura está en su Informe…, algo de lo que nada, o casi nada, se ha escrito. Algunos de sus detractores se quedan, dicen…, en el primer capítulo, o clasifican a mi hermano de traidor, mal escritor, “vendepatria”; otros lo acusan de comunista; y algunos jóvenes muy críticos del sistema entienden que el libro es una denuncia ingenua, lo que no deja de sorprender y de ser una señal reveladora de lo que piensa parte de las nuevas generaciones sobre “el proceso revolucionario”.
El libro no solo está excelentemente escrito sino que es y será siempre un título imprescindible para entender qué pasó en Cuba en la segunda mitad del siglo XX.
Lichi continuó escribiendo sobre su país en sus columnas periodísticas, y estuvo pendiente de todo lo que ocurría hasta el mismo día de su muerte. Su casa en México era constantemente visitada por cubanos radicados allá y por los que viajaban desde la Isla. A todos los recibía siempre con una sonrisa, pensaran como pensaran, y les cocinaba la comida que mejor sabía hacer: arroz blanco, frijoles negros, picadillo “a la habanera” y plátanos maduros fritos.
Una de sus obsesiones era que se lograra la reunificación amorosa entre todos los cubanos, que se olvidaran rencores y se reconstruyera emocionalmente el país, después de tanto sufrimiento, tanta intolerancia por parte de “ambas orillas”, tantas separaciones y tantas carencias, de todo tipo.
He releído el libro varias veces, busco, y siempre encuentro en él respuestas y explicaciones a mis dudas e inquietudes sobre el proceso histórico que nos tocó vivir y que se ha extendido a lo largo de toda nuestra vida. Mi hermano y yo teníamos siete años y tres meses el 1ro de enero de 1959, pues somos jimaguas. Falleció el domingo 31 de julio de 2011, sin haber cumplido sus 60 años. Yo estoy todavía en este mundo, y no ha pasado un día en que no lo recuerde, a él y a todos los míos que ya no están junto a mí.
He tomado notas y quiero reproducir algunas de sus opiniones sobre artistas, escritores y músicos, en las que se puede apreciar su devoción por su país, porque Informe contra mí mismo no es solo un documento “sobre la emoción en Cuba”, como le pidiera su gran amigo Rafael Rojas, y un recuento del desencanto, sino, también, un homenaje bellísimo y conocedor de la cultura cubana.
Cada capítulo comienza con dos exergos, el primero, de algún escritor o músico (“Retorna, vida mía, que te espero”, de Sindo Garay, en la primera página) del siglo XIX o principios del XX; el segundo, siempre de un joven, prácticamente desconocido en ese momento.
Porque Lichi vivía en México pero jamás se fue de Cuba, estaba mucho más al tanto de lo que ocurría en nuestro país que yo, que siempre he vivido en La Habana. Inicia su testimonio con un fragmento de un poema de nuestro padre y con una bellísima décima de Nicolás Guillén, uno de los versos de esta décima fue uno de los títulos iniciales: “Puñal de melancolía”:
…hay una iglesia, unos álamos, unos
bancos muy viejos
y una penumbra bondadosa que
siempre se ha prestado grave
a los recuerdos.
PAPÁ
Aquí estoy, ¡oh tierra mía!
en tus calles empedradas,
donde de niño en bandadas
con otros niños corría.
Puñal de melancolía
este que me va a matar,
pues si alcancé a regresar
me siento desde que vine
como en la sala de un cine
viendo mi vida pasar.
Nicolás Guillén
En su Informe… (sobre todo en el capítulo VI, donde hace un análisis amplio del desarrollo cultural en Cuba antes de 1959 y las dos primeras décadas posteriores) menciona a cineastas, bailarines, músicos, actores y dramaturgos, que tuvieron que sufrir, de una manera u otra, injusticias y frustraciones, como sucedió, por ejemplo, en el Ballet Nacional de Cuba, donde varias generaciones de destacadísimos bailarines y bailarinas tuvieron que ver cómo se les iban los mejores años de su vida artística activa porque, por razones que no acabo de entender (“caprichos de la vanidad”, dice mi hermano), se les negó la posibilidad de interpretar, en su debido momento, los roles a los que tenían derecho, por su talento y su sacrificio.
En la segunda edición incluyó un epílogo donde narra su viaje a Cuba en julio de 2000, después de un tiempo sin poder visitar su país. Intercalados en la prosa, hay trece sonetos que, más tarde, me envió por correo electrónico con dos títulos “Sonetos para Fefé” y “Sonetos para contrabajo”, con un soneto nuevo (para llegar a catorce, como los versos que componen esa forma poética, pienso que esa fue su intención, aparte de responderle a su amigo) dedicado al recientemente fallecido cineasta cubano Rigoberto López. En este epílogo retoma el tema de la cultura y se detiene en algunos escritores del exilio, como Eugenio Florit, Heberto Padilla y Jesús Díaz. En un momento, dice:
¡Pobres escritores del exilio: olvidados, malgeniosos, secos como bacalao, recalentando en el fogón una taza de arroz y una plasta de machuquillo de plátano. Cuánta fidelidad les debemos. Ni lejos se rinden: ni muertos se cansan de cargar la patria como un bulto pesado, pesadísimo.
Copio debajo fragmentos en los que se refiere a escritores y pintores cubanos, de diferentes generaciones, residentes o no en Cuba.
JOSÉ MARTÍ: “Martí conocía a los hombres, al ser humano, en el misterio de su particularidad”.
REINALDO ARENAS: “Reinaldo ardoroso, provinciano, audaz, Reina Reinaldo reinando […]. Reinaldo gritando a voz en cuello los pecados de su cuerpo y las cicatrices de su memoria, celestino desde antes del alba hasta antes que anochezca” (2).
RAÚL HERNÁNDEZ NOVÁS: “Raúl, tratando de pasar inadvertido con sus siete pies de estatura y de talento, siempre a la sombra, en la acera de enfrente de las fiestas, lejos del farol de la esquina, hundido de hombros, hablando con nadie. Raúl avasallado, taciturno, disminuido bajo la llovizna de una pena sin nombre, tragando en seco mazos de espinas, dándose sillón la noche entera, como tanto le gustaba, pero ahora con una pistola sobre las piernas, leyendo los Poemas humanos, de César Vallejo, con la esperanza de encontrar consuelo en la mala suerte, si cabe, de un hombre más triste que él”.
ROLANDO ESCARDÓ: “A finales de la década del cincuenta un camagüeyano flaco como una caña pasó a presidir la nueva lírica cubana […]. Escribía poemas de amor en las servilletas de las fondas chinas y en los márgenes de los diarios y en las espaldas tatuadas de sus novias, mientras organizaba un encuentro nacional de poetas. Soñaba con la idea de subir al cielo libre de la patria y bombardear la isla con sonetos y décimas, lanzados como semillas de calabaza desde una avioneta de fumigación. El Avión de la Poesía, llamaba al proyecto”.
LUIS ROGELIO NOGUERAS: “El poeta más inteligente y brillante de sus contemporáneos […]. Simpático, culto y fiel […]. La Muerte lo sabía y le propuso un trato: su vida a cambio de la inmortalidad de las letras”.
NICOLÁS GUILLÉN: “Un criollo tan criollo como él, sin dudas, el más popular de los poetas cubanos, en el sentido más cubano de la palabra popular. Muy pocos jóvenes se acercan hoy a sus poemas limpios y perfectos, los más españoles versos que se hayan escrito en cuaderno alguno de la isla”.
JOSÉ LEZAMA LIMA: “Iban a visitarlo para escucharle los monumentos de palabras que era capaz de levantar en el aire con la gracia de su voz, mientras aireaba el asma en un sillón de caoba, gesticulante, rotundo y soberano en su minúsculo reino material”.
VIRGILIO PIÑERA: “Que no estaba fuera del juego sino en el centro mismo de la literatura universal […]. Virgilio es raíz, no rama, de la cultura cubana”.
EUGENIO FLORIT: Lichi lo visitó en Miami, poco antes de la muerte de Florit, ocurrida el 22 de junio de 1999. “Le escribía cartas a mi padre y jamás faltaba una línea, una minúscula postdata entintada en lágrimas, como esta: ‘¡No suelte mi recuerdo, por Dios!, que me hace falta sentirme junto a ustedes […]. Vivo del recuerdo de mi ayer perdido, partido, que me regresa para darme un poco de tristeza’ […]. Era terco, quiero decir, era poeta. Bien temprano, buscaba trinchera en la biblioteca. ¡Ah!, escondite de niño, cueva, Cuba, nido, estudio, abrigo, altar de la patria en el panteón del exilio […]. Cuando lo saludé su esqueleto de tomeguín se me perdió entre los brazos […]. Las cosas parecían vivir, respiraban: su camisa olía a almidón de arroz, su piel a cáscara, los muebles a metal de espada. Tocaba el piano. Las sandalias apenas debían rozar los pedales […]. Uno acababa por sentirse limpio junto a sus sandalias […]. No dejaba huellas en la arena: más que él pesaba una paloma”.
LEOPOLDO ROMAÑACH, AMELIA PELÁEZ, VÍCTOR MANUEL, MARIANO RODRÍGUEZ, RAÚL MILIÁN: “Benditos iluminadores de nuestra nación cansada. Murmullos”.
JESÚS DÍAZ: “En las buenas, pero en especial en las malas, prefería avanzar a marcha forzada en la dirección elegida por su inteligencia y su profunda cultura; después de su desencanto, en verdad tajante y argumentado, pidió de nuevo un turno para hablar en la cola de los descreídos, igual que proponía en el guión de una película que alguna vez le escribiera a Manuel Octavio Gómez, y no midió la trascendencia de sus incendiarias denuncias como tampoco, repito, había limitado su entusiasmo durante aquellos años duros cuando estampó sus iniciales sobre la tierra para que no se perdieran las palabras en el polvo rojo de la lejanía […]. Jesús murió revolucionario, en el sentido cabal de la palabra […], uno de sus críticos más lúcidos y tenaces”.
GASTÓN BAQUERO: “Parece que estoy solo / diríase que soy una isla, un sordomudo, un estéril / Parece que estoy solo, / viudo de amor, errante, / pero llevo de la mano a un niño misterioso […]’. Lichi reproduce la dedicatoria al volumen de poemas que Gastón le regaló a mi padre en Madrid, 1992, en el primero y último encuentro que tuvieron después que Gastón se fue de Cuba en 1959: “Yo viví en un mundo y cerca de personas que no volveré a ver. No es, compréndanlo, que no quiero volver a ustedes, es que no quiero volver al pasado […]. Yo no vivo en España, vivo en una isla. Una isla llamada soledad”.
HEBERTO PADILLA: “No se construye un mundo mejor si los deberes se priorizan a los derechos. Ningún escritor del patio, hasta Fuera del juego, se había atrevido a tanto, y menos por los canales que la política cultural de la Revolución estableció idóneos: concursar libremente en un premio nacional de literatura. ¡Cómo le habrá costado caro semejante audacia, por no decir ingenuidad (¿vanidad?), que nunca pudo arrancarse el tatuaje de cobarde habiendo sido, como fue, el más valiente de los poetas cubanos del siglo XX”. Y cita fragmentos de uno de sus poemas: “Yo vivo en Cuba. Siempre / he vivido en Cuba. Esos años de vagar / por el mundo de que tanto han hablado, / son mis mentiras, mis falsificaciones. / Porque yo siempre he estado en Cuba. / Y es cierto / que hubo días de la Revolución / en que la Isla pudo estallar en olas”.
Quiero terminar este pequeño homenaje a mi hermano con dos textos: las palabras finales que se le escuchan decir en el documental, en donde se ve ya muy deteriorado por la enfermedad, y con esa tristeza que le acompañó los últimos años de su vida. Y con uno de sus sonetos.
Fuimos abandonando nuestras ilusiones… Los cubanos tienen que encontrarse para empezar a acumular recuerdos juntos. La acumulación de esos recuerdos será la compostura de este país. ¿Cómo lo vamos a reconstruir? Cualquier camino para una Cuba futura, con Revolución, sin Revolución, con democracia, sin democracia, pasa por la reunificación de las dos Cubas. Que se acaben las diferencias entre un cubano y otro, que pueda regresar a su casa quien quiera, a su país, sin revanchismos, sin espíritu vengativo. Que regrese a invertir en la Isla y hacerla crecer y desarrollarse, como esa pequeña Isla se merece. De esa unión, de ese encuentro, real, no político, real, “esta es tu casa y aquí puedes entrar todas las veces que quieras, y puedes regresar a vivir, y puedes regresar a invertir, y puedes regresar a trabajar y a soñar por esta Isla”. Yo no veo otra solución. Después puede venir la solidaridad internacional, la ayuda de México, de Estados Unidos, de España, de quien quiera ayudar. Pero si los cubanos no nos ayudamos los unos a los otros, si no nos damos la mano, si no nos perdonamos, si no firmamos la paz, si no echamos afuera los revanchismos, nos esperan otros cincuenta años de calamidades. En todas las historias, unos ganan y otros pierden, no hay de otra manera. Ojalá los perdedores tengan también derecho a una mejor vida.
POR UNA CALLE DE EL VEDADO
Yo pude de tristeza haberme muerto,
¿por qué volví a mi casa? ¡Qué sé yo!
Me habían advertido que en el puerto
solo flota lo que antes naufragó…
Tantos recuerdos viejos, ¡cómo no!
Pregúntale a mi sombra: fue testigo.
Mi patria no es mi patria, se acabó.
No sé cómo decirlo ni qué digo.
Que el dolor no me impida ser sincero.
Exígeme otra vez que no me calle.
La vieja casa ya no era la que era
y apenas aguacero, el aguacero.
Mi sombra huyó por una bocacalle.
Entiérrala en La Habana cuando muera.
Notas:
(1)Panel celebrado en Casa de América, Madrid, octubre de 2016 en el que participamos Rafael Rojas, Jorge Dalton y yo.
(2) En el segundo capítulo hace un interesante paralelo entre los “suicidas ilustres”, Raúl Hernández Novas y Reinaldo Arenas, y dos escritores que murieron muy jóvenes, Rolando Escardó y Luis Rogelio Nogueras.
Mi sabandija preferido.
Hermoso
Bello…Que familia esta para amar Cuba ! Enaltecedoras, esperanzadoras y -ojala también- premonitorias palabras.