En una edición muy poco publicitada, la poeta cubana Alessandra Molina, residente en Missouri, Estados Unidos, ha vuelto a las librerías cubanas con su libro Algodón del sueño, cuchillo de los zapatos.
Se trata de un libro difícil, que algunos califican de “político” pero en el cual, al menos yo, advierto una cosmovisión acaso filosófica sobre esa híbrida condición del emigrado que se encuentra a mitad de camino entre el lugar donde reside y todo lo que ha dejado atrás que, en el caso de Molina, no se manifiesta en la nostalgia sino en un modo muy sutil y acaso muy oscuro, de crítica, digamos que social.
Nacida en 1968 y Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana, esta escritora que abandonó la Isla a principios del dos mil, desarrolló su obra muy apegada a La Torre de Letras, espacio semi-institucional que condujo y aún conduce la famosa poetisa cubana Reina María Rodríguez.
Molina cursa actualmente un doctorado de Lenguas Romances en la Universidad de Missouri y visita Cuba de vez en cuando para reencontrarse con sus “compañeros de viaje”, los poetas que frecuentaban la Azotea de Reina y que hoy disfrutan de un espacio concedido por el Instituto Cubano del Libro en la librería Alma Máter de Infanta y San Lázaro.
Ellos constituyen un grupo relativamente independiente, con su propia editorial, apoyada por el Estado pero con una absoluta autonomía respecto a las políticas de las instituciones.
Me comuniqué con Alessandra a través del correo electrónico con un cuestionario del cual decidió contestar sólo una pregunta que le pareció la más difícil pero que, por su extensión y densidad, constituye casi una declaración de principios.
Mi enunciado se refería a las causas que la motivan a publicar en Cuba. Su libro fue editado el año pasado por Ediciones Unión y circula en las librerías cubanas. Al menos puede encontrarse en la de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
He aquí la respuesta de Alessandra:
“Yo había leído varios de los poemas de Algodón del sueño, cuchillo de los zapatos en una visita que hice a La Habana en diciembre de 2009. Reina María Rodríguez me ofreció y organizó la lectura en la Torre de Letras, espacio en lo más alto del Palacio del Segundo Cabo, que era, y así lo entendía ella, un triste remedo de su Azotea.
La Torre era un espacio mínimo y poco iluminado, un agujero de piedra y madera ennegrecidas por el polvo, pero hacia afuera, hacia el remate de sus muros, el agujero se convertía en luz, y después en un ojo, como aquel por donde Isabel de Bobadilla vigilara la vuelta imposible de Hernando de Soto. Reliquia y pobreza, simbolismo y grisura a manos llenas y en idénticas proporciones, eso teníamos en aquel lugar. Y nosotros mismos, ¿no nos habíamos ido también para morir? ¿Para morir como poetas? Eso no lo sabíamos muy bien o no lo creíamos posible antes de irnos, aunque ya andábamos sobre estelas de silencio.
Así, no importa si hace mucho o hace poco tiempo que te has ido de Cuba, parece que la primera cosa que consigues cuando vuelves a La Habana y lees los poemas de un nuevo libro, y a condición, claro, de que los poemas gusten, es hacer ver que no te has muerto. No todavía.
La consabida fragilidad de la escritura de poesía, las aprehensiones y fantasías en torno al último poema, la ideal consagración de cada texto como un arrebato único a la nada, a lo imposible, al vacío, se duplican o, digamos, se vulgarizan o comienzan a sobrar cuando se trata de un poeta que ha dejado el país, el nicho donde antes escribía. Y, sin embargo, todos o casi todos también conocimos la esterilidad y el agotamiento en el brote mismo de nuestro presunto manantial, en su apogeo. Recordarlo puede rendirnos unos subterráneos, pasadizos y salidas muy curiosos. O, acaso, como decía Sophia de Mello Breyner, sólo se trate de mantenerse alerta, pero mantenerse alerta es todo un arte, y un acto de suprema resistencia en seres tan exhaustos como ha conseguido dejarnos Cuba.
De vuelta a tu pregunta, yo podría hablar sobre mi interés de seguir publicando en Cuba, o, a secas, sobre mi interés en seguir publicando, o sobre mis posibilidades de seguir escribiendo. Esto último antecede a la cuestión de la publicación en un lugar u otro, pero es penoso y suele saltarse.
A la lectura que Reina organizó fue mucha gente, algunos de los más jóvenes parecían al tanto de lo que había pasado en la poesía de los ochenta y los noventa. Y fue también gente de mi generación o algo mayores. Mi madre y mi tía (casi toda mi familia vive en Cuba) estaban admiradas, pues hay ciertos descubrimientos e intimidades que comienzan precisamente cuando las formas más naturales de la cercanía han quedado deshechas.
Entre los más jóvenes recuerdo a Lizabel Mónica, a Jamila Medina Ríos. También creo tener memoria de que Nelda Castillo, a quien no había conocido antes, me ofreció trabajar con el poema “Al calor de la prédica”, pero yo esperaba por una decisión editorial que en realidad nunca llegaría y, lamentablemente, decliné su invitación. Recuerdo también al dramaturgo Carlos Celdrán, y poetas, viejos amigos: Soleida Ríos, Ismael González.
Así, entonces: publicar en Cuba, o leer poesía en Cuba, o visitar Cuba o, incluso, vivir en Cuba… Variantes de una misma cuestión, sólo que aquí las variantes importan tanto como el punto o sitio único al que te llevan. Tú preguntas: “¿Por qué te interesa seguir publicando en Cuba?” Otros sentirían que preguntan lo mismo al esgrimir, por ejemplo: “¿Estás en un juego con las instituciones de la isla?”“¿Te olvidas de toda la gente que no ha podido publicar en su país?”“¿Que todavía no puede hacerlo?”‘¿La gente que ni siquiera puede entrar?’“¿Cuán desesperado tienes que sentirte para volver a publicar en Cuba?”, etc., etc…
No hay casi ninguna manera de validarse cuando enfrentas tu libro publicado por una editorial de la isla a la imposibilidad (impuesta o autoimpuesta) de publicación que sufren otros. Y lo mismo podría decirse de muchas circunstancias, desde el mero hecho de vivir en otro país y no en el día a día (civil o político) de Cuba.
Cuba es siempre ese rasero que deja en desventaja a quien está fuera pero, sobre todo, es el rasero que contiene muchos otros raseros, siempre capaces de ajustarse a tu circunstancia y manifestarse. En cuanto entramos en el tema Cuba parece que nos enfrentamos a un Cubo Rubik moral, con múltiples combinaciones que si te rinden una cara es sólo para hacerte ver que te faltan piezas en los otros lados. Es una derrota perpetua. Claro que existe la práctica y el aprendizaje de ciertos movimientos, y que se puede bajar a unos segundos el tiempo que tome armar el cubo totalmente, de ahí las réplicas rápidas y categóricas, en cualquier dirección que vaya la réplica. Lo más común, sin embargo, es quedar derrotados, sin argumentos, con un cuadrito de otro color alterando la armonía o plenitud de la imagen.
Ninguna validación, entonces, excepto ciertas satisfacciones o compensaciones que pueden juzgarse muy escasas o excesivas (ineptitud de mi respuesta que quizás no sea tan mal síntoma). Entre esas satisfacciones de la salida en Cuba de Algodón del sueño, cuchillo de los zapatos, están, por ejemplo, el empeño personal, no institucional, que Jamila Medina Ríos puso en su publicación, su pedido de poeta, de lectora y amiga. Su gestión en hacer que el libro se publicara, su trabajo como editora y su cuidado hasta que el libro comenzó a circular. El hecho de que el libro, que algunos no tendrían demora en describir como muy político, llegara y saliera de la imprenta sin ningún tanteo de cambio o desgarrón relacionado con la censura. Mi deseo de que el libro fuera leído no sólo por mucha gente sino, también, por alguna gente. Gente que vive fuera de Cuba o en Cuba.
No sé cómo un libro mío de poesía podría desdeñar a lectores, escritores o críticos en la isla como Enrique Sainz, Jorge Yglesias, Soleida Ríos, Juan Carlos Flores, Víctor Fowler, Reina María, Omar Pérez, Ismael González, Rito Ramón Aroche, Caridad Atencio, Carlos Alfonso, o Rodolfo López Burgo, amigo que hace mucho dejó de escribir pero no de interesarse por lo que seguíamos haciendo otros. Y atrevidamente digo nombres porque habrá alguna diferencia, me parece, entre pensar en personas y decir que publico en Cuba para que me lean allí. Escribimos o aspiramos a que nos lean muchos pensando primero en unos pocos. A veces incluso pensando sólo en alguien (ese alguien de que hablara Valéry).
Imagino que también podrá decírseme que existe la opción más radical, más valiente o, también, más honesta, de no publicar nada. Y, sin embargo, por lo largo e infructuoso de mis gestiones editoriales fuera de Cuba y de las gestiones que emprendieron otros con mucha más facilidad que yo para ello, sé lo amarga que puede volverse esa decisión o circunstancia. Y sé que la amargura, como muchos otros sentimientos extremos, podrá remontar el camino de esa rectitud pero no será en sí misma la rectitud, ni lo más justo, ni lo más adecuado moralmente. Quizás, incluso, puede que por una vía completamente nueva, nueva en apariencias, se revele como todo lo contrario. Mejor entonces soportar las objeciones de haber publicado en Cuba, y dejar que el libro, en su otra soledad, diga lo que lleva consigo y pueda decir a sus lectores. Dejar que sea”.
Una sola pregunta, y una respuesta enrevesada, difícil de entender, son así todos los poetas?,sera por eso que los tildan de personas raras?
mejor dices: yo soy una persina y hago lo que me gusta y creo debo hacer.Y punto !!!!Lo otro es tu problema !!!
poetisa
Lenguaje dificil de la ilustre emigrada; ella misma se refleja indecisa poetisa
esta niña no cambia… intentando abstraerme de la agudeza de los comentarios que aquí me rodean, leído ya “Algodón…” y escuchado otra vez esa voz en este párrafo, insisto en algo que siempre he pensado: es tal vez una de las escritoras más inteligentes y seguramente la mejor poetisa de la literatura cubana contemporánea. Así de simple.