Recientemente trascendió la noticia de que el son cubano tenía ya su propio día. Con toda justicia, el 8 de mayo fue instituido oficialmente como la fecha para celebrar un género raigal para la música de Cuba, en homenaje a dos de sus más grandes figuras: el santiaguero Miguel Matamoros y el pinareños Miguelito Cuní.
Matamoros y Cuní, nacidos ambos un 8 de mayo, son, sin dudas, cúspides de una tradición que se remonta al menos dos siglos atrás, y que a lo largo de la historia ha sido engrandecida por músicos de la trascendencia de Benny Moré, Arsenio Rodríguez, Celia Cruz, Compay Segundo y Adalberto Álvarez, por solo mencionar algunos.
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Ninguna lista de grandes soneros estaría completa, sin embargo, sin el nombre de Félix Valera Miranda. Nacido en 1939 en una zona rural de la actual provincia de Las Tunas y fallecido en Santiago de Cuba hará apenas dos años el próximo 7 de noviembre, Valera Miranda fue uno de los más genuinos cultores del son cubano. Descendiente y patriarca de una estirpe eminentemente musical, su obra es un monumento a un género que identifica a Cuba allende los mares, a una herencia firmemente arraigada en el oriente de la Isla, desde donde se empinó para conquistar los grandes escenarios del mundo.
Valera no solo trascendió como un excelente instrumentista, que lo fue, y fundador del grupo que paseó con orgullo sus apellidos —La Familia Valera Miranda—, sino también como un promotor incansable, un maestro de generaciones y un sabio musical, capaz de teorizar desde la experiencia y los saberes aprendidos tanto en la academia como en la fuente nutricia de sus antecesores. La declaratoria del Día del Son Cubano hubiese sido, no tengo la menor duda, un motivo de inmensa alegría para un hombre que dedicó por completo su vida a honrar la tradición que le corría por las venas.
Ahora que la jornada de la cultura cubana rinde tributo a grandes figuras de la Isla, OnCuba quiere recordar a Don Félix con un extracto de un diálogo que sostuve con él hace ya cinco años, junto a la locutora santiaguera Taiyana Garbey. Sirva entonces esta entrevista hasta hoy inédita como homenaje a quien, sin el oropel de otros nombres, tiene asegurado un justísimo sitio entre los grandes de la música cubana.
¿Cómo llega la música a su vida y cuándo decide dedicarse a ella?
Mis raíces musicales tienen más de cien años, desde mi abuelo Vicente Cutiño, que fue oficial del ejército mambí y era músico y poeta. En mi familia, por allá por Ojo de Agua, en Las Tunas, no había músicos de escuela, pero todos tenían un profundo sentido melódico y rítmico, cantaban y tocaban varios instrumentos. Hacían unas fiestas familiares, que iban de una casa a otra durante varios días, y en ellas desde niño aprendí por imitación a tocar el tres, la clave, la maraca y el bongó, que era con lo que se hacía el son en esa época. Un buen son.
Después del triunfo de la Revolución fue que vine a estudiar música. En 1961 entré en la Escuela de Instructores de Arte, en La Habana, que tenía los mejores profesores de Cuba. Allí recibí clases de Alfredo Diez Nieto, uno de los hombres con más cultura que ha tenido este país; de Issac Nicola, fundador de la escuela cubana de guitarra; de Vicente González Rubiera, el famoso guitarrista Guyún; de Leopoldina Núñez y Harold Gramatges, que eran músicos y maestros excepcionales. Aprender de ellos fue fundamental para mi carrera.
Me gradué el 24 de febrero de 1965. Ese mismo día me casé con mi esposa Carmen, que estudió danza en la misma escuela que yo, y después de la luna de miel nos fuimos para San Luis, en Santiago de Cuba, adonde me mandaron como instructor. Ahí pasé veinticinco años de mi vida, casi sin querer, dando clases de música a niños y adultos, haciendo coros –porque también estudié dirección coral en Berlín–, participando en festivales y ganando premios. Pero al final, por cosas que pasaron en San Luis, terminé yéndome para Santiago, donde trabajé como metodólogo y en el Instituto de la Música. Hasta que también dejé eso y me quedé solo con el grupo, que ya estaba fundado desde hacía tiempo.
¿En qué momento y por qué decide fundar la Familia Valera Miranda?
Cuando me doy cuenta, ya con los años y un poco más de nivel, que mi familia estaba desapareciendo, y con ella sus tradiciones, es que decido hacer el grupo. Yo iba a cantar y a ensayar con mis familiares en Las Tunas, y comprendí, por el valor que tenía, que esa música no se podía morir. Empecé con mis hijos todavía chiquitos: comencé a darles clases, a enseñarles las canciones viejas, aquellas tradiciones familiares que contenían lo más auténtico del son, cómo se tocaba y se cantaba originalmente. Y así el grupo comenzó a caminar, a darse a conocer, todo eso mientras yo seguía haciendo mi trabajo en San Luis.
En 1982 ya empezamos en serio. Fuimos a Bulgaria y allá ganamos medalla de oro en un evento internacional. A partir de ahí comenzamos a echar pa’lante y mis hijos se convirtieron en muy buenos músicos. En lo que iban creciendo fuimos a más eventos, tocamos fuera de Cuba, grabamos discos, y me di cuenta de que no me había equivocado al formar el grupo con ellos, con mi esposa y con otros músicos que luego se fueron incorporando. Lo principal es que en la Familia no hay un dime que te diré, que todos hemos tirado siempre para el mismo lugar, y sinceramente no nos ha ido mal. Creo que todavía nos falta mucho por hacer, pero el público, no de Cuba sino de todo el mundo, dice que el grupo es bueno. Y si lo dice, por algo será.
En su carrera hay un disco fundamental: la Antología Integral del Son…
La Antología Integral del Son la hicimos para mantener viva la herencia del son. Es un disco para aprender, con notas de Danilo Orozco, que era un gran musicólogo e investigador. Mi abuela, Catalina Basulto, que llevaba por dentro toda la tradición musical de la familia, hizo ese disco conmigo cuando tenía 110 años.
Todos los tumbaos están en ese disco, todos los cantos tradicionales: los cantos de puya, los cantos de sones, las reginas, que ya prácticamente nadie hace porque el son no se ha quedado estático: evolucionó con su paso de Oriente a La Habana, se enriqueció, asumió otras morfologías gracias a los aportes de importantes músicos que lo han defendido a través del tiempo. Esa raíz tratamos de reflejarla. Luego hemos hecho otros discos, pero ese quedó para la historia, según los entendidos.
Dicen que usted tiene una maña especial para tocar el tres, ¿cuál es su secreto?
A mí han venido a verme extranjeros, especialistas, musicólogos, a tirarme fotos para saber qué hago con la mano en el punteo del tres. Porque el tres necesita de un acento en la apoyatura de la púa, de la uña en las cuerdas, porque al ser un instrumento de seis cuerdas, pero solo tres órdenes, hay que ser muy preciso y creativo para ejecutarlo. Si no sabes darle a los pares de cuerdas, le das a una y la otra suena por simpatía. Entonces el sonido pierde fuerza y no tiene el brillo necesario. Hay que tumbar un poquito la mano para darle a las dos cuerdas al mismo tiempo. Esa es la maña, pero casi nadie toca así.
¿Cuál es la receta de Félix Valera para componer un son cubano?
Para componer un son o una canción netamente cubana basta con inspirarse en la vida diaria, en lo que te rodea de manera cotidiana. Lo cubano sale porque está ahí y uno lo lleva también en la sangre. No está tanto en la rima, en la métrica, como en la forma de decir, en la letra y también en el ritmo y la melodía. Se puede ser innovador, pero sin ofender la tradición y a quienes te van a escuchar, porque a veces uno escucha cada barbaridad por la radio y la televisión, que da pena.
Siendo sincero, soy algo haragán para componer. Tendré unos veintipico o treinta temas hechos, quizá un poco más, y no tengo más porque muchas canciones me vienen a la mente dormido, como si me las enseñara alguien, pero cuando me despierto y voy a compartirlas con mi familia, ya se me olvidaron. Se me van. Pero algunas sí he podido hacer y hasta grabar. Que trasciendan o no, ya lo dirá la vida.
¿Cómo se ve a sí mismo después de tantos años haciendo música?
No creo ser mejor ni más grande que los demás, pero tampoco más chiquito. Soy simplemente un cubano que hace un poco de música, que vive con deseos de hacer, de defender mis raíces. Moriré cuando me toque, porque así es la vida, pero mientras tanto llevo la música por dentro: cuando actúo, cuando camino por Santiago, cuando ando por el mundo, incluso cuando estoy dormido. Siempre he vivido disfrutando la música; la tengo bien adentro en el corazón.