He tenido la oportunidad de asistir a los tres conciertos de Habana Abierta en Cuba. Apenas con 22 años viví el debut de una banda que, sin saberlo, fue el refugio de toda la agitación contenida de una parte de mi generación.
En sus canciones descansaban las noches habaneras de los 90, en las que todo era posible, las madrugadas con sabor a alcohol, a sexo furtivo, a ese sentido de irreverencia que aún no había conocido. El miedo a conflictos espirituales que adelantaban el tiempo que vendría. O sencillamente, era el clamor de una vida que de tanto exprimirla al límite nos sobrepasaba.
Aquella noche La Habana se convirtió en la ciudad de la furia. Pero no era ese típico envión de adrenalina que llamaba a la violencia. Era una furia agazapada, hermosa, procedente del ímpetu rebelde de un puñado de jóvenes medio freakis, medio troveros, que no se conformaban con lo que les ofrecía el mundo y querían pasarle por encima, amueblarlo a su medida, y explosionar el orden.
No sabíamos muy bien qué queríamos cambiar: un matiz, el aleteo de una palabra, la maleabilidad de una frase gastada. De lo que sí estábamos seguros era de que queríamos utilizar el vértigo imparable de nuestras vidas para romper la carga del tedio y sacarnos de adentro esa incipiente lucha interna heredada de la crisis económica que sufría el país.
Ya teníamos nuestros himnos generacionales que ayudaban a armar esa idea colectiva de que con solo oírlos y rompernos a golpes en el Patio de María, estábamos haciendo algo para empujar los cimientos de una realidad que nos parecía asfixiante, de una aparente calma y de las reglas sociales, sin importarnos mucho cuáles fueran.
Llegaron luego canciones que nos hablaban en nuestro idioma de lo que sentíamos y lo hacían con un desparpajo incorregible.
Con Habana Abierta comenzábamos a escuchar en voz alta lo que hasta ese momento solo oíamos o repetíamos en los pasillos o en fiestas que nunca dejaron de tener ese disfrutable hálito de clandestinidad. Nos daba lo mismo una azotea que la casa de alguien acabado de conocer y que esa noche se convertía en uno de nuestros mejores amigos, aunque luego con el tiempo desapareciera para siempre. La imagen de la partida se volvía demasiado habitual y muchos la asumían como quien se toma un vaso de agua sin apenas respirar.
La ausencia ha sido un lastre del que ya nunca nos vamos a recuperar. Con ese dolor hemos aprendido a vivir, a permanecer o desaparecer —que en este caso es lo mismo— aunque ataque frecuentemente desde todos los flancos posibles.
La ciudad de la furia
El concierto de la banda en 2003 sucedió después de que habíamos gastado las canciones en la cabeza o en cualquier algarabía que se armaba por ahí. Los cassetes se volvieron viejos, mientras curiosamente las canciones cobraban cada vez mayor actualidad. Cada cual fue libre de vivir esa noche como la había diseñado en las obsesiones que galopaban como un caballo desbocado por la mente. Fue una orgía de ritmos, de emociones y, sobre todo, un llamado a la independencia de espíritu y la libertad individual.
Con todo, nadie podía interpretar coherentemente en ese momento lo que allí acontecía, lo que significaba que este grupo de músicos irreverentes estuvieran cantando en La Habana de inicios del siglo XXI sobre lo que no se pronunciaba en esa época en un espacio público de tal magnitud.
https://www.youtube.com/watch?v=nCJyoT9rmxg
La vida luego permitió poner todas las cosas en su lugar, incluso, aunque nos pese, a nosotros mismos. Pudimos valorar desde el reposo aquel momento de tránsito hacia otra época donde lo que éramos no cambió demasiado y donde las canciones de Habana Abierta tenían, quizás lamentablemente, la misma vigencia. Porque detrás de toda la alegría que se derrama encima de la sobrecarga instrumental y la calidez de las voces de los músicos hay, también, una dosis de tristeza, de extrañeza y como siempre, de nostalgia. Al menos esa noche pudimos decir “yo estuve ahí “y algunos imaginaban que ese concierto era el primer y único encuentro que tendrían en Cuba con la tropa de Habana Abierta. Y el tiempo les dio la razón.
Recuerdos desde las sombras
En la noche del segundo concierto de Habana Abierta en Cuba en 2012 me asedió la potencia de los recuerdos como una amenaza desde las sombras. Lógicamente yo no era el mismo con 32 años y la vida me había obligado a reinventarme demasiadas veces, a reciclarme como un balde vacío que se aferra a permanecer, en una sociedad donde ya había perdido parte fundamental de mis anclajes. Era el único que quedaba en Cuba de los que me acompañaron en el milagro del 2003. Y tampoco los que estuvieron en mí circulo de afectos más cercanos les importaba demasiado la “operación retorno”. Todos vivían en sus propias rutinas, en su alejamiento forzado hacia cualquier rincón de este mundo donde emprendieron sus nuevas vidas para alejarse de sus recuerdos como también se habían alejados los músicos de Habana Abierta.
Esa noche me desempeñaba como reportero para el diario Granma y en una estrujada libreta de apuntes escribía mis impresiones sobre el segundo concierto de la banda en Cuba. No lograba entender por qué no lograba sentirlo igual, qué había fallado en mi estructura emocional, por qué aquellos himnos a los que entregué mi juventud no regresaban desde el escenario con el mismo impacto que me provocaron casi una década atrás.
A mi alrededor la gente había cambiado. Apenas reconocía en la multitud los rostros de los que estuvieron en el primer desembarco de la tropa de Kelvis, Boris, Vanito, Medina, Barbería, Alejandro. Y aquel vacío interno me produjo un tirón de sentimientos que traté de cubrir recurriendo a algunas de esas cosas que se hablan para matar el tiempo y para que el tiempo no te mate a ti.
Estaban sobre todo muchachos más jóvenes que no se estrujaron la vida con aquellas canciones y no navegaron por las turbulentas aguas de un hermoso y complejo tiempo, en el que también habíamos sobrevivido gracias a aquellos músicos que regresaban solo por el placer de cantar y reencontrarse con un público que en general, quizás, les era un poco extraño.
Los músicos hacían lo suyo y las personas agitaban los brazos, repetían a voz en cuello los temas y confirmé entonces que esas canciones seguían portando fuerza y vida propias. Incluso llegué a reconocerme en la mirada hilarante de varios muchachos que sabían que encima del escenario estaba ocurriendo algo trascendente, imperecedero, aunque no entendieran del todo el universo simbólico de aquellos versos que resumieron mejor que nada el espíritu de mi generación y de las que la antecedieron.
Fui friki, donante, mecánico y hasta chofer
Fui ruso, ignorante, llevando en la piel resistir
Como un divino reptil.
O quizás sí lo comprendían y lo ajustaban de alguna manera a esa vida cambiante que comenzaba desde abajo a ponerle velocidad a la maquinaria de una sociedad que, ciertamente, no se había transformado demasiado, aunque las propias dinámicas internas le habían puesto algo de ritmo a la banda sonora de los cambios cubanos.
Las canciones, eso sí, siempre fueron lo más importante. La comunión entre el público y los músicos no fue la misma del primer concierto, ni la energía, ni la relación espiritual establecida entre los espectadores y la historia de los músicos de la banda.
A decir verdad, el primer concierto fue el de un grupo que sabía que en el público estaban prácticamente personas con las mismas inquietudes de su generación: seres de bohemias y avatares cuyos conflictos y formas de interpretar y descifrar la vida eran los mismos que sacudieron a los músicos y los llevaron a escribir canciones atravesadas por el eslabón perdido de la distancia, esas que en España alcanzaron la cima y luego aterrizaron subterráneamente en Cuba.
Sin embargo, todos deliraron con aquellos bombazos de la discografía de batalla de la banda y tal vez comprendieron un poco el tiempo azaroso de una época que no ha dejado de sobrevolarnos. En el segundo concierto la gente fue feliz. Lo agradecieron sobre todo cuando se escuchó el grito de guerra de una generación: “Habana Abierta te lo trae de pinga”, lanzaron los músicos y aquellos jóvenes lo repitieron sin importarles más nada que aquel momento de libertad. Y en eso se parecieron a los que casi diez años atrás reventaron de alegría y conocieron todos los cielos posibles.
En la multitud comentaba con dos o tres cómplices de aquel primer concierto que la energía original se había disipado un poco, pero a mi alrededor se movían cuerpos sudorosos, anhelantes y solo me quedó levantar y agitar las manos y repetir las canciones como si me estuviera haciendo un tributo a mí mismo o a muchos que me acompañaron y ya no estaban.
La resurrección
Los músicos de Habana Abierta están dándole cuerpo a sus carreras en solitario con mayor o menos suerte. Lo mismo tienen su sede de operaciones en Estados Unidos, España o en Cuba. Sus canciones en la isla ya no se escuchan como antes. Es un contexto en que realmente casi ningún tema que abrigó la educación sentimental de mi generación tiene suficiente cabida en los escenarios. La vida cubana ha cambiado y el consumo musical dio un giro radical. Los miembros de la banda ya tampoco son los mismos. Cada uno ha delineado un perfil profesional muy particular y su propia manera de interpretar el “tema Cuba” y de tomar partido.
Todos conocemos que la banda es ya una alineación de culto, que no existe un escenario donde toquen en la isla que no se replete. Eso, se sabe, siempre ocurre con los símbolos. La noticia de su regreso a Cuba corrió como la pólvora. El Sauce fue el espacio escogido por la alineación para su regreso a La Habana luego de encender el escenario del Festival de Cine de Gibara. La elección respondió a que en solo cuatro días no tenían posibilidades de armar un show de mayor magnitud en otra plaza.
El sitio, obviamente, fue pequeño en comparación con la leyenda de la banda, que corrió con todos los gastos de producción y organización del concierto. Las personas se agolparon en la puerta durante horas, se empujaban y quedaban a expensas de los organizadores del local que, nerviosos, les costó lidiar con la multitud.
Encima, cuando sonó la banda, el audio se convirtió en un atentado contra la dignidad musical del grupo y de sus seguidores. Aparte de esos, digamos, pequeños detalles, el concierto reunió a un público en el que a diferencia del segundo show en La Tropical estaban por legión los seguidores históricos del grupo junto a otros que han ido incorporando sus clásicos en años más recientes. Algunos habían ido con sus hijos pequeños, con sus familias, otros se encontraban de visita en La Habana y aprovecharon para encontrarse con la leyenda, y otros, también, estaban con los amigos que permanecían para volver hacia su pasado, hacia ellos mismos, porque los temas de Habana Abierta siguen manteniendo la efectividad del primer día, y no pocas veces nos han salvado de esos extravíos espirituales que con el tiempo se convierten en una amenaza atenazante.
Habana Abierta está conformado actualmente por Luis Barbería, Kelvis Ochoa, Vanito Brown, José Luis Medina y Alejandro Gutiérrez. El resto de sus fundadores ha decidido mantenerse al margen de la reunificación y seguir con sus carreras en solitario. Los músicos ya tocan por puro oficio. Saben todo lo que revisten sus temas y esta noche al parecer conocían con bastante exactitud el rango del público que estaba en el Sauce.
Habana Abierta ya no es el colectivo de jóvenes irreverentes que sacudieron La Habana en los 2000. El tiempo ha pasado y la vida, a veces forzosamente, los ha llevado a explorar diferentes caminos, a dialogar y pactar con sus realidades. Sin embargo, siguen siendo, en su mayoría, los mismos que decidieron un día no ajustarse a los límites de la corrección. Y eso, para muchos, es aplaudible.
Vanito Brown sienta cátedra con una extraordinaria energía y canta de memoria varios de los temas que ha compuesto para la banda y que son parte de nuestros afectos colectivos. Barbería es como el delantero que nunca falla, un músico capaz de transformarse en varios músicos y echarse sobre el hombro el concierto. Desde el arranque, le puso ganas a esta presentación cuyo logro también ha sido su sueño.
Medina y Alejandro se convierten en dos de los puntales del grupo y se aplican a fondo para demostrar que la energía de la formación no se ha disipado. Algo que después de 30 años no es cosa fácil.
Kelvis, con una de las carreras más sostenidas en la música cubana contemporánea, no deja de echar fuego a esta hoguera de canciones que calentó desde el mismo inicio la noche. Se percibió, no obstante, que la preparación del concierto fue un poco apresurada, y que los músicos pudieron haber logrado entre ellos una comunicación más estrecha.
Con todo, la banda estuvo respaldada con una alineación de jóvenes instrumentistas que no le dieron respiro al público con su aceitado desempeño. Ellos estaban compartiendo escenario con varios de sus héroes musicales y pusieron toda la carne en el asador para pasar la prueba con nota destacada. Y lo lograron
La banda sigue siendo una original maquinaria sobre el escenario. Todos se conocen al dedillo y acaban de ratificar la permanencia de ese vínculo no solo entre ellos sino también con el público. Cantan sobre todo con un oficio acumulado durante años y le dan relieve al desborde de los instrumentistas. Lo suyo es contagiar al público de esa música que cambió la faz de la escena cubana e influyó a numerosos grupos que llegaron detrás. La fuerza arrolladora de sus canciones sigue en pie, si bien en este concierto el audio, como se dijo, puso en jaque a la alineación.
Habana Abierta demostró que no es una banda del pasado, aunque si van en serio con su reunificación sus integrantes deben imprimirle a sus temas la misma fuerza con que nacieron y volver a reconocerse como uno de los símbolos de más permanencia en la música cubana contemporánea. Los miembros de la alineación están en forma y pueden seguir manteniendo la chispa que encendió un día la leyenda.
Para ello deben incorporar nuevos temas y discos a un repertorio cuyo impacto de antemano está garantizado. Porque Habana Abierta hizo lo que debía hacer en su momento y reflejaron la voz de un tiempo y de una generación con canciones que, gracias a su consabida vigencia, trascendieron las épocas hasta convertirse también y pese a muchos en la banda sonora de un país y sobre todo de esa vida que late desde abajo.
Y en el Sauce las personas volvieron a identificarse, a buscarse con las miradas, a sentirse parte, a vibrar con el rocanrol con timba, a repetir quizás con conocimiento de causa que desde más lejos se ve más bonito y a entregarse a ese grito generacional que nos une y nos regresa de golpe a las calles de un pasado donde desaparece el dolor, las ausencias, las pérdidas, y la espera por lo que nunca jamás sucedió. Y a mí solo me queda (y eso no es poca cosa) repetir en voz alta lo que la norma te invita a decir por lo bajo y a pensar de nuevo cómo ha sido la vida que me ha llevado a sorprenderme por estar por tercera vez a los 38 años en un concierto de Habana Abierta en Cuba.
Por el momento, en medio del éxtasis colectivo, solo atino a mirar como alguien carga a una muchacha en los hombros como si estuviera en medio de un estadio frente a los Rolling Stones y a ver los rostros satisfechos de cientos de jóvenes que dentro de poco no lo serán y con ellos, yo tampoco. Todos abrigados por la certeza de que nuestro camino ha sido más legítimo y coherente con la música de Habana Abierta y con su indomable libertad y desparpajo.
Y cuando vuelve a sonar aquello de “Habana Abierta te lo trae…” y todos lo repiten como si el corazón les saliera por la garganta, pueden estar seguros que esas pocas palabras son solo un pretexto, un guiño, porque detrás de la ya histórica frase está escrito el libro por el cual algún día se podrá entender la historia de mi generación.
Sin palabras, gracias
El mejor grupo que Cuba ha parido.
Un poco exageradas las calificaciones dada por el periodista a Habana Abierta —quizás porque no conozco bien al grupo—, y el comentario de Bruno muy rotundo.
Maravilloso artículo, historia, sentimiento, sensibilidad, pensamiento… Ojalá se animen los Habana Abierta a juntarse más regularmente (quizás al estilo Interactivo, abierto work in progress), porque evidentemente tienen un lugar en la sensibilidad y en los anhelos musicales, poéticos, reflexivos, en la descarga y la guarapachanga de muchas generaciones, seguramente también en las más jóvenes, en la isla y en la diáspora. Sus clásicos siempre los van a arropar, y si en eso de animarse se ponen como ellos saben ponerse, va y crean cosas nuevas que tengan impacto, arrastre y generen conmoción. Su lugar está ahí, latiendo, palpitando. ¡Denle palante! Gracias por tan bello artículo