Durante las dos últimas semanas de enero Kelvis Ochoa estuvo de gira por Argentina. Escenarios de la provincia de Córdoba y la ciudad de Buenos Aires, tuvieron la oportunidad de disfrutar de uno de los más auténticos, familiares y carismáticos cantautores cubanos de todos los tiempos.
Es sábado en la noche. El murmullo en el café-teatro Hasta Trilce, uno de los más importantes de su tipo en Buenos Aires, delata una larga fila que espera a que abran las puertas de la sala, ya sin capacidad disponible para el concierto acústico de Kelvis Ochoa.
A unos metros de allí, en un silencioso camerino, el músico camina concentrado, con pasos cortos por la habitación. Vocaliza algunos sonidos en un tono más bien bajo. Estira su cuerpo. Relaja sus brazos. Toma un sorbito de whisky para calentar su garganta. Degusta un pedacito de chocolate. Vuelve a solfear vocales. Se concentra. Tararea una melodía, sube un poco el tono, arranca a cantar una estrofa e imita la voz única y gruesa de La Freddy, excepcional intérprete cubana de mitad del siglo pasado.
Advierte mi presencia, que llevo siguiendo sus movimientos con mi cámara y he parado de hacer fotos ante la sorpresa de su improvisación. Ríe con complicidad, aplaude y suelta: “Aguaaaaa. Lo más grande… La Freddy. ¿Ya estamos? Vamos pa’ allá”. Entonces, atraviesa una puerta y sube al escenario. Ya está en su ambiente, en su lugar natural, donde lo esperan ovaciones y aplausos de los presentes.
Lo acompañan el percusionista Anthuan Perugorría Lafuente, líder de la banda cubana Nube Roja y su colaborador desde hace más de una década. También su hija Isla Ochoa, que se encarga de los coros y las segundas voces.
Isla, de 19 años, llamó la atención y acaparó elogios del público por su musicalidad, su voz y la frescura escénica. Hasta hace poco tiempo sobre ella solo teníamos como referencias dos amorosas canciones que su padre le dedicó. Una es “Isla”, que cierra el disco Kelvis, publicado en 2001con el sello BMG Ariola (opera prima en solitario de Ochoa); y “Tú”, incluida en el fonograma Dolor con amor se cura, lanzado en 2014 con la casa disquera BisMusic.
Isla nació en Madrid, en medio del boom musical Habana Abierta, en el que Kelvis fue protagonista. A los 10 años se instaló con sus padres en La Habana, donde estudió Canto Coral en el Conservatorio de Música Alejandro García Caturla, para luego cursar la carrera de Teatro en la Escuela Nacional de Arte.
Cuentan que desde pequeña siempre fue muy carismática y que, en vez de pedir muñecas de regalo, quería albúmenes de música. Hace poco más de un año que asumió el difícil e intenso reto de secundar en el escenario a su padre. Y lo hace con mucha profesionalidad, confianza, dominio y soltura. Más temprano que tarde y con vuelo propio, de seguro la veremos entre las figuras jóvenes de la escena musical criolla.
Arriba de la tarima
Kelvis seleccionó un repertorio que va y viene de lo sublime a la gozadera y viceversa. Es que Kelvis es capaz de suscitar con sus canciones una travesía de ida. Una amiga me contó: “La primera vez que me enamoré, fue a la misma vez que descubrí a Kelvis. No lo he dicho mucho para que los otros amores no tengan celos del primero, aunque esta música no me lo recuerda a él sino a mí en medio de ese descubrimiento de sensaciones. Los novios pasan, ¡Kelvis se queda!”
No tiene una carpeta de canciones. Son solo él con su guitarra, Isla con su voz y Anthuan en el cajón peruano. El show se mueve entre hitazos como “La conga de Juana”, “Marielena”, “Ojos negros” o “Quédate” con nuevos temas de sus dos últimos discos titulados Dolor con amor se cura y Calle Amores.
También hace espacio para apropiarse de clásicos como “Requiem”, de Silvio Rodríguez, y regala una versión filinesca muy original. Del mismo modo entrecruza en una de sus canciones estrofas como la de “Naranjo en flor” uno de los tangos más viscerales y característicos de la música rioplatense que, en la voz de Kelvis, pareciera escrito por él.
Esos intertextos de versos y ritmos alcanzan su máxima expresión cuando improvisa. De ese modo, por ejemplo, tras la canción “Si tú no quieres no te digo nada”, arranca largo y tendido mezclando estribillos, versos y pasajes armónicos de temas antológicos cubanos de los más diversos géneros y conjuntos musicales, como puede ser la rumba “Los caminos” (temazo interpretado por Pablo Milanés en los tiempos del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC) o “La Habana sí”, popular tema de Juan Formell y Los Van Van, grabado en 1985.
Aunque he tenido la suerte de estar en muchos de sus conciertos y descargas informales entre amigos donde es habitual que Kelvis regale pasajes como los anteriores descritos, no deja de sorprenderme. Pienso que no dan las cuentas matemáticas entre el tiempo de su joven vida (49 años) y la cantidad de géneros y, sobre todo, versos de las más disímiles autores que es capaz de entrelazar e invocar este tunero de nacimiento, que se escapaba de la escuela para irse a guitarrear por las calles de la Isla de la Juventud, donde creció.
Kelvis, que tras los aplausos suele soltar a modo de rito y agradecimiento a la música y al público la frase “Lo más grande de la vida…”, corresponde tanto cariño recibido por espacio de dos horas con lo que mejor sabe hacer: canciones de mucha fe, alegría, amor y, aun cuando canta al desamor y las tristezas, lo hace desde un lugar tan cotidiano como la vida misma, como crónicas musicadas en tiempo de son, conga, sucu sucu y bolero para reír y gozar “ochoamente”, como también firma él.