A pesar de que yo odiaba el programa Palmas y Cañas, siempre me detenía a escuchar las controversias de los repentistas, sobre todo las protagonizadas por Justo Vega y Adolfo Alfonso.
Palmas y Cañas se emitía, desde sus inicios, allá por los años 60, los domingos en la tarde-noche, cuando los becarios estábamos regresando del pase reglamentario a las escuelas. Como siempre, el fin de semana no había alcanzado para todo: amar desaforadamente, tragar cuanto alimento se nos pusiera por delante, ir al cine, ver pelota, visitar a los abuelos, colarnos en fiestas de las que siempre nos expulsaban con alguna violencia… Y los acordes de presentación del programa, más el grito de “¡Ramón, el guateque!”, era la fatídica señal para la vuelta a las normas rígidas, las órdenes ilógicas, la intemperie emocional de los internados…
Justo Vega había nacido en San Antonio de Cabeza, Unión de Reyes, el mismo pueblo de mi madre, el 8 de septiembre de 1909. De él me llamaba la atención su gallardía, el verso elegante, su talante de Don Juan pulcro y algo envejecido, siempre pugnando por no dejarse sacar de sus casillas por Adolfo Alfonso.
En el dúo que conformaron el papel de Adolfo era justamente ese, enrabiar a Justo con expresiones mordaces, chanzas que por momentos parecían que impulsarían a los contendientes a pasar del combate verbal al físico, algo que no es raro que suceda en las canturías de nuestros campos. Era arte, teatro, que dividía a la audiencia entre “justistas” y “adolfistas”. Yo, por apego a mi madre, militaba entre los primeros, aunque me reconociera en el gracejo burlón y criollo de Adolfo.
El pasado 13 de enero se cumplieron 30 años del deceso en La Habana de Justo Vega, a la edad de 83 años. Un parque recuerda que alguna vez vivió entre nosotros, y hasta la Casa de la Cultura de Arroyo Naranjo se llama como él. Pero lo cierto es que su nombre dice poco a las nuevas generaciones, entre otros factores porque el repentismo es “arte del momento”, de la inteligencia espontánea, y las grabaciones, por profesionales que sean, no alcanzan a capturar lo inefable, la tensión entre la poesía genuinamente popular y las “mañas” de los improvisadores, que tienen que producir tantos versos en un tiempo relampagueante.
Justo provenía de una familia matancera sumamente humilde y numerosa: eran siete hermanos. Su vocación de cantor la descubrió en la infancia, cuando presenció una controversia entre José Guerrero y Eloy Romero; al siguiente día, según el mismo contó, empezó a improvisar. Con 15 años viaja a La Habana, y en esa ciudad realiza todo tipo de trabajos esforzados, entre otros, el de peón en obras públicas, estibador en un almacén de madera y operario en la fábrica de hielo La Tropical.
En 1934 fundó, junto con su hermano Bernardo, el cuarteto Trovadores Cubanos, que también integraban Pedro Guerra y Alejandro Aguilar. Un momento importante en su carrera ocurre en el año 1939, cuando se encarga de la publicidad de la firma cigarrera Partagás. Fue el creador y director de La Hora de Partagás en la emisora radial COCO, de mucha popularidad por entonces. También a su ingenio se debe La Casita Partagás, suerte de carroza que recorría los pueblos cercanos a La Habana lanzando serpentinas y promocionando los productos de esa firma.
Contrario a lo que muchos piensan, Justo Vega no fue fundador de Palmas y Cañas. En un inicio, Adolfo Alfonso tenía como compañero artístico a Francisco Reyes, “El Cacique Jaruqueño”. Al retiro de éste último es que Justo asume el rol de partenaire de Adolfo, con el que se presentó hasta el final de su vida artística tanto en Cuba como en varios países de América Latina y Europa.
Al enterarse de que OnCuba no dejaría pasar la fecha, Alexis Díaz-Pimienta nos hizo llegar esta nota, redactada expresamente para la ocasión:
“Justo Vega fue, sin duda, el repentista más popular de Cuba durante varias décadas. Por lo menos, desde 1970 hasta su muerte en 1993. Durante esos años, cualquier curioso o estudioso podía recorrer el país entero y al preguntar quién era “el mejor repentista de Cuba”, y todos dirían su nombre: Justo Vega. Solo los especialistas y los asiduos a los guateques en vivo citarían a Francisco Pereira, Ángel Valiente, Pablo León o Gustavo Tacoronte; solo los literatos podrían hablar de Jesús Orta Ruiz, “el Indio Naborí”. El resto de los cubanos citaría sin dudarlo a Justo Vega y a Adolfo Alfonso, los dos rostros más populares del repentismo mediático. Justo y Adolfo marcaron una época y un estilo de hacer televisión con décimas. Revolucionaron el repentismo televisado a partir de componentes histriónicos y soluciones teatrales poco comunes en el género, detalles que los alzaron por encima de todos sus colegas. Dos poetas populares, de origen campesino, seguramente desconocedores de las teorías de Stanislavky, Bretch o Peter Brook, fueron capaces de teatralizar sus controversias hasta convencer al gran público de que todo lo que acontecía ante las cámaras era real, o al menos “real dentro de la irrealidad dramática”, como en cualquier obra de teatro. Y entre los dos, el personaje de Justo Vega, ese señor mayor, blanco en canas y elegante, se llevaba las palmas. Representaba el Justo Vega televisivo al típico hombre de campo cubano, guajiro respetuoso y respetable, enfrentado en versos al choteo y la guasa del también típico “cubano jodedor” que era su colega Adolfo Alfonso. Pero más allá de sus aportes dramáticos al género, hay que recordar que Justo Vega fue también uno de los primeros repentistas que publicó en formato de libro sus décimas, siguiendo el camino de Naborí, Rafael Rubiera o Francisco Riverón, por poner tres ejemplos. Además, fue el primer repentista cubano que se desdobló en artista múltiple, para ser a la vez intérprete de punto guajiro, escritor de décimas, libretista de radio, y hasta actor de cine, dirigido por José Masip en Páginas del diario de José Martí (1972), filme inolvidables en el que representa (con un parecido impresionante, por cierto) a Máximo Gómez. O sea, el primer ‘neorrepentista’ en toda regla.”
“Yo tuve la suerte de conocer a Justo y a Caridad, su esposa, desde que era niño; tuve la suerte de visitarlos en su hermosa casa de madera en el reparto Párraga; tuve la suerte de improvisar con él, siendo niño, en Palmas y Cañas. Todas experiencias inolvidables. Mi madre siempre cuenta esta anécdota: estaba yo en Las Tunas con mi padre, en la Jornada Cucalambeana, tenía solo 7 años, y un día me perdí. Mi padre y otros adultos estaban ya a apunto de llamar a la policía cuando divisaron a lo lejos, detrás de un monte de cañas bravas, un tumulto. Se acercaron corriendo, pensando lo peor, pero no había pasado nada malo. Allí estaba yo, con mi guayaberita, subido sobre una piedra e improvisando de tú a tú con Justo Vega. Dicen que durante más de media hora. Por eso siempre digo que fui un niño afortunado, ya que con menos de 10 años asistí a la “universidad de la décima”, interactué con los maestros, con los catedráticos del repentismo, entre ellos Justo Vega. Luego lo vi improvisar en directo muchas veces. En el Cotorro. En el cine Continental de San Miguel del Padrón. En Limonar, Matanzas. Y siempre me pareció la que era: un genio de la décima, un maestro de la improvisación, un ejemplo a seguir. Y aún lo sigo.”
Cierro con esta décima en la cual Adolfo Alfonso dejó una semblanza de su compañero entrañable.
Cuando hablo de Justo Vega
En toda su maestría
Hablo de la poesía
Que tanto al pueblo le llega.
El que con el verso juega
Y con las musas comparte
El que en amor se reparte
Es por su altísima hechura
Un sol para la cultura
Y una joya para el arte.