Cuba cuenta ya entre su patrimonio inmaterial con el bolero, uno de los géneros más antiguos del país y de los más difundidos en todo el planeta, sobre todo en Iberoamérica. La decisión, si bien pudo llevarse a cabo mucho antes por la rica tradición con la que cuenta este género, no llega en mal momento.
De conjunto con México, Cuba prepara el expediente a presentar ante la Unesco para declarar al bolero Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, un deseo de cantantes, compositores y millones de fanáticos que han visto perdurar este ritmo a través de más de un siglo de existencia, con sus altas y sus bajas, y que ahora vive un nuevo boom gracias al trabajo de jóvenes exponentes. El empeño reciente de estos nuevos representantes del bolero se ha concentrado en rescatar antiguas sonoridades e inscribir, además, su nombre en la lista de compositores de destaque.
Desde que José (Pepe) Sánchez compusiera Tristezas en el lejano 1883 desde su natal Santiago de Cuba, mucho ha llovido sobre el bolero, que ha sabido fusionarse con otros ritmos en boga durante la primera mitad del pasado siglo XX ,como el danzón, el son, el cha cha chá y en tierra mexicana con la ranchera, hasta llegar a nuestros días con una sonoridad contemporánea más propia de la balada y del pop.
Nombres como Sindo Garay, Miguel Matamoros, Manuel Corona, Julio Gutiérrez, Lorenzo Hierrezuelo, César Portillo de la Luz, Benny Moré, Marta Valdés… la lista de compositores cubanos sería casi infinita, eso sin contar la lista de intérpretes, donde repiten varios de los ya mencionados, además de voces como Rolando Laserie, Mundito González, Elena Burke, Orlando Contreras, Omara Portuondo, Beatriz Márquez, Haydée Milanes, Gema Corredera, Kelvis Ochoa y prosigue el listado.
Aunque nace en suelo cubano, es válido resaltar que en tierras mexicanas el bolero ha sabido perdurar con mayor aceptación, no solo en el gusto de las personas, sino también en los medios de difusión y un marcado interés en él sobresale por parte de la política cultural del país, además de contar con reconocidos exponentes a lo largo de los años, donde incluso desde el cine tuvo una presencia habitual durante la década de oro de la cinematografía mexicana.
Los nombres de Agustín Lara, Pedro Infante, Jorge Negrete, Consuelito Velázquez, Armando Manzanero, Marco Antonio Muñiz, Guadalupe Pineda, y otros tantos, son parte de la tradición bolerística mexicana desde la creación de Madrigal, primera pieza musical de este género compuesta en el país en 1918, que se mantiene hasta hoy con intérpretes como Luis Miguel, Lila Downs, Natalia Lafourcade, Carlos Rivera, entre otros que buscan mantener viva la tradición con sonoridades más contemporáneas.
Parte del éxito del género radicó precisamente en su fusión con la ranchera mexicana, de gran popularidad en tierra azteca, si bien en nuestro país poco a poco el bolero cedió terreno a la canción, el filin y la balada, a pesar de los intentos por mantener viva la tradición, principalmente con eventos como el festival internacional “Boleros de Oro”, que aunque se mantiene activo desde hace varias décadas en el país, fue perdiendo el brillo de sus primeros años con el paso del tiempo.
Las peñas de trovadores, los centros nocturnos y algún que otro evento a menor escala en las Casas de la Cultura cubanas, mantuvieron activo el bolero en la Isla, principalmente en las voces de intérpretes de mayor experiencia, una realidad que en los últimos años ha cambiado, sobre todo a partir del interés de jóvenes intérpretes en este ritmo antológico de la música hispana.
No obstante, necesitamos un mayor interés por parte de las instituciones del país para promover este género, no solo desde los medios de difusión masiva, sino también apoyando producciones discográficas que busquen nuevas tendencias en el quehacer bolerístico nacional, o bien “desempolvando” canciones de antaño populares entre nuestros abuelos.
“En cada país hay un intérprete y un compositor de boleros, algo que no pasa con otros géneros y eso nos une como latinoamericanos. Siempre el bolero ha estado pegado a la comunidad, en peñas informales en casas de amigos, en los barrios, en los trovadores y en las bohemias de donde saltó a los teatros y los cabarets, de los formatos pequeños de duos, tríos y cuartetos, pasó a los conjuntos, charangas y orquestas hasta las big band y las sinfónicas, todos estos formatos acogieron al bolero”, precisa el músico José Loyola, uno de los principales promotores de la iniciativa de ponderar al bolero como patrimonio de la nación.
Por su parte, México lleva algunos años de ventaja en el rescate patrimonial de este género, primero con la creación en 2016 del Instituto para la Preservación y Fomento del Bolero (IPFB), y en 2018, coincidiendo con el centenario de la creación del primero bolero mexicano, se instaura como patrimonio inmaterial del país.
Ya desde ese entonces dejaron clara la intención de aunar voluntades con Cuba para presentar el documento conjunto ante la Unesco, una realidad que se mantiene y cuyos frutos esperamos en los próximos años, pues “el bolero nos hermana en emociones, memoria, raíz e identidad”, como afirmara el mensaje enviado desde el IPBF.
En palabras de la declaración del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural de Cuba, el bolero “no solo posee rasgos de identidad musical, sino que cuenta con códigos estéticos y de estilo que determinan una forma particular de vestir, gesticular y de comportarse, signada por la elegancia de los portadores y practicantes de esta expresión”, elementos que lo complementan como expresión identitaria cultural.
El romanticismo que distingue al bolero se ha adaptado a los países donde ha llegado, que han sabido incorporarle su folclore e identidad nacional con las características propias de los ritmos de cada país, para fundirse en un sentimiento que llega a todos en la actualidad con sus tonadas melancólicas entre tristeza, esperanza y amor, elementos indispensables del género.