La motivación por los cueros es lo que explica, literalmente, la llegada incógnita de Marlon Brando a La Habana. Procedente de Miami, había desembarcado en el aereopuerto de Rancho Boyeros junto a Gary Cooper, quien viajaba a la capital cubana para visitar a Ernest Hemingway en su reducto de “La Vigía”.
No se conoce a ciencia cierta si hubo concertación previa, pero de haberla, es probable que haya sido mediante Clemente “Sungo” Carrera (1914-¿?), un pelotero cubano que había jugado en las Grandes Ligas de Color para los New York Cubans (1934-1941) y que, de acuerdo con T.J. English, trabajó como guardaespaldas de Lucky Luciano en La Habana. Se sabe que, al llegar, Brando lo llamó por teléfono para que le sirviera de cicerone, lo cual evidentemente sugiere una relación anterior o que en New Yok le habían dado la manera de contactarlo. El pelotero, entonces de 42 años, debió haber hablado inglés, considerando el tiempo que jugó en las Ligas de Color.
La estrategia que empleó el actor fue la siguiente: nada de grandes hoteles. Ni el Nacional ni el Sevilla Biltmore, ni el Inglaterra o el Saratoga. Se registró como un tal “Mr. Barker” en el Packard, en Prado y Cárcel, un hotel que en la literatura turística de la época se consideraba modesto, pero cómodo, como el cercano Parkview (calle Morro), el Gran América (Industria), el Lincoln (Galiano) y el Ritz (Neptuno).
Esos tres días que Marlon Brando estuvo en La Habana tienen zonas de silencio que hasta hoy no se han podido iluminar bien. La primera noche fue al cabaret San Souci en busca de su amiga, la actriz y cantante afroamericana Dorothy Dandridge. Todo estuvo bien hasta que apareció un fotógrafo local, evidentemente movido por el ansia de dar un palo periodístico con la presencia del actor en el lugar.
Varios testimonios refieren un altercado que empezó con un intercambio verbal y terminó con algunos golpes. Al Brando de entonces lo dominaba la adrenalina. Confiesa en sus memorias, Songs My Mother Told Me (1994):
“Hace solo cinco o seis años tenía un temperamento que a veces estallaba de manera inconsciente, aunque siempre era contra otros hombres y a menudo contra los paparazzi, esos patéticos depredadores que rondan los lodazales del mundo con sus cámaras. Odiaba a cualquiera que intentara invadir mi vida privada. En cierta ocasión, tras una fiesta que ofrecí en Roma, salí a la puerta con mi hijo en brazos para despedir a algunos invitados cuando de repente se dispararon unos cuantos flashazos. Me volví loco. Después de dejar a mi hijo en la sala, salí del apartamento convertido en un Atila Rey de los Hunos y le lancé un puñetazo bestial a uno de los fotógrafos…
Ahora no le doy importancia, pero en aquella época libraba una batalla constante contra los paparazzi. En cierta ocasión golpeé a un fotógrafo que esperaba fuera de un club de Hollywood con la cara apretada contra su cámara, y lo dejé inconsciente; cuando se recuperó, miró alrededor y vio trozos de su cámara junto con él”.
Halado por manos amigas, Marlon Brando emprendió la retirada del Sans Souci sin la tumbadora que había pensado comprarle a uno o varios músicos de la orquesta, porque ninguno quiso vendérsela. De ahí salió a Tropicana, pero no al cabaret, sino al bar.
Según lo que el fotógrafo Constantino Armesto Murgada, más conocido como “Cala”, le contó al periodista Jorge Oller, lo hizo “discretamente para no llamar la atención”. Iba acompañado por dos hombres también provenientes del Sans Souci: “Sungo” Carrera y el joven periodista de la revista Carteles Guillermo Cabrera Infante, desaparecido como por arte de magia en los trabajos escritos en Cuba que abordan la estancia del actor en La Habana.
Lo que ocurrió a la salida de Tropicana resulta contradictorio, incluso según un mismo emisor. Por ejemplo, en sus declaraciones a la revista Vanity Fair, la primera dama del cabaret, la poetisa y animadora cultural Ofelia Fox, asegura que
“Marlon Brando estuvo una noche en el bar, y en los camerinos las muchachas se volvieron locas. Rodney les dijo: ‘¡Déjenlo tranquilo, putas!’. Les decía ‘putas’, pero sin mala intención. Las amaba. Brando ya había ganado el Oscar [en 1954, por Nido de ratas], pero estaba loco por la música cubana y voló a Cuba para encontrar una tumbadora. ¡Esa noche incluso trató de comprarle una a Armando Romeu! Al final salió de Tropicana sin la tumbadora, pero se dirigió al Club 21 con dos de las modelos más bellas: Berta Rosen y Sandra Taylor”.
Sin embargo, en Tropicana Nights. The Life and Times of a Legendary Cuban Nightclub, Rosa Lowinger y la propia Ofelia Fox ubican a Brando no en su camino hacia el Club 21, sino hacia un famosísimo teatro de Zanja y Manrique, el Shanghái:
“Aquella noche, Marlon Brando cayó en el teatro Shanghái con las dos modelos y con Cabrera Infante y Sungo Carrera detrás. En el Shanghái había show sexuales en vivo con un hombre conocido como Superman. Era famoso por tener un pene erecto de 18 pulgadas. Oí que primero tenía sexo con una performer en el escenario, y entonces invitaba a subir a una mujer del público para hacerlo con él. Se envolvía una toalla alrededor de la base de su miembro a ver cuán lejos podía llegar. Esa noche, me dijeron, Brando quiso conocerlo. Fueron presentados y Brando abandonó a las dos coristas y se fue con Superman”.
https://www.youtube.com/watch?v=5o2M1uakGBE
Las dos coristas aludidas son una suerte de misterio. De acuerdo con varias fuentes, en 1962 la joven Berta Rosen emigró a Perú, donde trabajó en una película titulada Un mulato llamado Martín. En 1967 lanzó un disco, Berta Rosen, y dos años después fue ganadora en un festival de la canción local con la tonada de su autoría “Ya nada es igual”, interpretada por Edwin Alvarado. También es autora de la canción “Me llaman gorrión”, de una telenovela homónima. Una página web dedicada a la música peruana refiere que
“Rosen recorrió América y Europa, y en 1962 llegó al Perú, donde hizo carrera como compositora y cantante. Es curioso que en otros discos nacionales la nombran como ‘Bertha’, pero en sus primeras grabaciones con Sono Radio figura correctamente como ‘Berta’. Su primer éxito con esa disquera fue ‘Cuando salí de Cuba’, lanzando luego otros discos de 45 rpm como ‘Es tarde’ y una versión de ‘Pata Pata’. Posteriormente una de sus canciones ganó el Festival de Ancón, y luego de una pausa, reapareció en los escenarios en 1972; asimismo apareció en la película Un mulato llamado Martín, de 1975.
A finales de 1967, Sono Radio lanzó un LP titulado simplemente Berta Rosen, con el acompañamiento musical de Enrique Lynch, que incluye algunas composiciones propias como ‘Yo volveré, volveré’ y ‘Boogaloo en cuarta dimensión’ (esta última salió en disco sencillo). Asimismo, figuran boleros de Carlos Estrada y José Alfredo Jiménez, e incluso una versión en español de ‘Can’t Take My Eyes Off You’, con una letra muy diferente a la versión en español de Matt Monro, que apareció dos años después. La grabación estuvo a cargo de Pablo Flores”.
Cuentan que más tarde se estableció en Miami, pero parece haber renunciado a su vida pública.
Por su parte, Sandra Taylor había sido una de las integrantes de las famosas Mulatas de Fuego, aquellas jóvenes seleccionadas por Rodney en 1947, luego de una convocatoria para buscar bailarinas para una película y para la producción de “Zamba Rumba”. Eddy Sierra, bailarín del Tropicana de los 50, la evoca de la siguiente manera para Vanity Fair, en correspondencia con una de sus imágenes en el cabaret, en la que aparece bailando junto a Olga González: “Era divina. Tengo una foto suya en la pasarela. Lucía espectacular, con forma de guitarra, tenía unos 5´7, cintura estrecha y grandes caderas. Tenía la piel chocolate claro, muy café con leche, y se movía como una palma en el viento”.
Posiblemente la Taylor se presentara con las Mulatas en Nueva York en 1949, ocasión en que el timbalero Tito Puente formó parte de la orquesta acompañante. Ello pudiera entonces sugerir la posibilidad de que ambos, la Taylor y Brando, se conocieran desde la Gran Manzana a partir de la relación personal Puente-Brando, que se remontaba a los días del Palladium. Hasta donde sabemos, la Taylor también se perdió de la Historia.
Lo cierto es que esas declaraciones que vinculan a Brando con Superman, y no precisamente como un simple espectador de su show, están informadas por datos posteriores acerca de la bisexualidad del hombre del tranvía y, sobre todo, por la idea de que habría tenido relaciones con Wally Cox, actor cómico y compañero de infancia en Illinois, muerto de un infarto a los 48 años. Con él compartía el apartamento en Nueva York justamente hacia la misma época en que viajó a La Habana.
La publicación Brando Unzipped, de Darwin Porter, no haría sino echar leña al fuego, al establecer una lista de amantes masculinos en la que figuran, entre otros, Burt Lancaster, Laurence Olivier, John Gielgud, Tyrone Power, James Dean y Montgomery Clift… Del lado femenino, Marilyn Monroe, Ana Magnani, Ava Garner, Grace Kelly y Rita Hayworth… En ese contexto, se dio a conocer una foto del rostro de Brando practicando sexo oral, aludidamente sobre el miembro viril de Cox. Ese material, se afirma, circulaba underground en varias comunidades gays de Nueva York y Los Ángeles durante los años 50. De acuerdo con algunos testimonios, Ana Kashfi, su esposa de entonces, había pensado utilizarla como evidencia en 1959, en un litigio en cortes sobre custodia filial.
Por último, todo esto se refuerza con una declaración del propio Brando sobre Wally Cox: ninguna mujer lo había hecho feliz. Si Wally hubiera sido del otro sexo, dijo, se hubiera casado con él. A su fallecimiento, en 2004, la mitad de sus cenizas fueron esparcidas en el Valle de la Muerte, en California, junto a las de Cox. Un deseo cumplido al pie de la letra por su familia.
Pero esta discusión es en el fondo un poco bizantina. A diferencia de otros protagonistas de Hollywood, que escondieron su homosexualidad o bisexualidad, Brando tuvo la consistencia de reconocerla sin cortapisas, según declaró a una revista francesa en 1973 utilizando el tono desafiante e irreverente que lo caracterizaba.
“Como un gran número de hombres, yo también he tenido experiencias homosexuales y no estoy avergonzado. Nunca le he prestado atención a lo que la gente dice sobre mí. Me siento ambiguo, y no lo digo por las 7 de cada 10 mujeres que me consideran un símbolo sexual, quizás erróneamente. Como yo lo veo, el sexo es algo que carece de precisión. Digamos que el sexo es asexual”.
Continuará.