No he leído La tarde de los sucesos definitivos. No tengo idea del grosor literario de ese “cuaderno” al que le han concedido su gracia Alberto Garrandés, Legna Rodríguez y Mercedes Melo Pereira. Pero la verdad es que este Premio Calendario de la Asociación Hermanos Saínz podría ser una emboscada.
En Facebook le ofrecen vítores interminables a Carlos Manuel Álvarez Rodríguez, casi como si se tratara del Nobel, sus amigos de toda laya. Hasta Granma lo ha publicado. Google, interrogado sobre el particular, devuelve varias respuestas positivas, porque, claro, este muchacho delgadito que todavía no acaba de graduarse de la universidad es amigo de muchos que escriben en los “medios masivos de comunicación”.
“Por la fluidez de la prosa”, dicen que dijeron. Y una ovación mental sacude el espíritu de sus fans; aquellos que, probablemente, no han leído de él ni una línea de novela-cuaderno, pero han visto crecer a uno de nuestros mejores periodistas de todas las épocas echándonos en el rostro, palabra a palabra, la evidencia que necesitábamos para proclamar el triunfo de la verdadera prosa fluida: la prosa periodística –rápida, fugaz, evanescente.
Carlos Manuel está ayudando a desenterrar el periodismo cubano de su desfachatada fealdad, de su irrelevancia abrasadora. Se adueñó de una libertad de escritura que por otra parte solo Internet proporciona del todo en esa condición de potrero –donde nada es grave, y lo laaaaargo de las crónicas no molesta.
Carlos Manuel se ha sometido como muy pocos a la severa prueba de poseer criterio propio. Qué de pasiones se desatan cuando alguien (otro) piensa algo por sí mismo y lo lanza, a cuchilladas a veces, nunca por aspersión, nunca como llovizna de invierno.
Y, ojo, no ha sido premiado por eso. ¿Este “Calendario” lo quiere apartar de nosotros? Quizás le esté reafirmando en un susurro pepegrillesco que se decida, que sin dudas se haga novelista, cuentista, o sencillamente escritor (qué más da). Sí, corre, deserta del periodismo, huye de la mugre cotidiana, no te enfrentes a la censura, no seas escrutado por el vulgo, sólo sométete a la degustación culta de la elite.
Otro jurado somos sus lectores, que hemos acaparado mucha evidencia. Unas cien crónicas tiene sembradas en Cubadebate. Desde diciembre de 2010, cuando publicó “La extraña elegía de La Habana”, hasta la última vez en que lo vimos aparecer por allí el 31 de enero de este año con su ya clásico “Víctor Mesa y Ariel Pestano: Kramer VS Kramer”, donde está encapsulado su “arte poético”: “En un mundo decente, la medida política para un deportista o un artista, y también para un funcionario, si así lo prefiriese, sería la belleza. La belleza debería ser la medida política de todas las cosas.”
Ahora se ha mudado a OnCuba, para variar, y le ha tomado prestado a Sabina aquello de que “la boca es mía”. Desde allí sigue cronicando, después de haber incursionado como bloguero por cuenta propia, y haberse retirado en poco más de tres meses después con una “Carta de renuncia” en la que parecía que renunciaba a todo. Como en su tiempo gris neocolonial el poeta Poveda (1888 – 1926), que a sus 29 años decía: “Veo como abolida mi profesión: no tengo objeto. (…) ¿Para qué las palabras, si no hay quien las escuche ni las tema?”.
Carlos Manuel se despidió aquel día diciéndonos: “Nos podemos seguir justificando eternamente, podemos seguir abriendo blogs, porque en eso consiste la libertad del individuo, pero yo sospecho que algo peor nos está sucediendo. Sospecho que somos pura intrascendencia y puro consuelo nacionalista. (…) Pura maquinaria que tritura gentes y ante la que ahora mismo, como valentísimo acto de defensa, voy a callar.”
“He tratado de exprimirme y no sale nada. Y si ya cometeré, para colmo, el pecado de graduarme, no pienso mantener también un blog ficticio. Me he quedado seco, alucinantemente seco, y sería un acto de extrema insolencia intentar sacar agua de un pozo vacío.”
Por suerte, o por algo más determinante que la suerte, Carlos Manuel regresó de aquel autoricidio, y con energías suficientes desde OnCuba para volver a dar “palos” periodísticos como la entrevista a Contreras (sí, al pitcher), donde supo volverse transparente –contra todo pronóstico– con tal de que el poderoso brazo de Pinar York hiciera su mejor windup: “contra Cuba no juego”.
Carlos Manuel es periodista, uno imprescindible, sin laureles, sin órdenes, ni grados. Es solo un flaquito muy talentoso que podría perderse el periodismo cubano si no lo acuna, si no se lo disputa, a muerte, al gremio literario.
Yo sí leí La tarde de los sucesos definitivos, tuve el placer, y si bien me importa poco el respetable criterio de Alberto Garrandés, Legna Rodríguez y Mercedes Melo Pereira, el premio calendario es una ALERTA, un llamado de atención: ¡Qué vengan los que quieran!
Carlitos es mi amigo y estoy segura que en los “medios masivos de comunicación” tiene montones de amigos más, porque es insoportablemente amistoso. No sé cómo lo hace, o si sé, es que es valiente y no en el sentido transgresor, es valiente porque publica, porque escribe, porque trabaja, porque se hace leer, porque busca, porque se apasiona, porque no se las sabe todas, porque nos guste o no tiene algo que decir y simplemente lo dice. Yo no podría asegurar si la prosa de Carlos Manuel es “evanescente”, pero me gusta su capacidad de decir lo que a veces pienso, mejor de lo que lo podría hacer yo y admiro cuando escribe algo que no me gusta y otros (amigos o no) le celebran, porque a veces me habla a mí y otras a alguien más, pero no se calla y ya no quiero que lo haga.
Si me preguntan de mi amigo Carlitos, tengo que decir que es un flaquito bajito, que lo quiero de siempre, que es muy inteligente, que nos divertimos, que se hace extrañar, que le gusta la pelota y escribe muy bien. Todo eso es cuestionable, pero lo que hoy puedo decir con toda seguridad y nadie puede negar es que Carlitos es un periodista y escritor premiado, sin más rodeos.