Cuánto ingenio, cuánta imaginación, se necesita para hacer radio. Parece sencillo, pero no lo es. Muchas personas, algunas conocidas, otras anónimas, permiten obrar el milagro para que, día a día, desde un pequeño aparato receptor, u hoy, incluso, desde una computadora o un dispositivo móvil —a través de una aplicación o de internet—, nazcan los sonidos, la música, las palabras de seres en apariencia invisibles, incluso el silencio. Basta con mover un botón, o desplazar el dedo sobre la pantalla táctil de un celular, para cambiar de una emisora a otra, para transitar por una estela de posibilidades.
Usted elige y el programa de su preferencia se escucha de inmediato. Puede ser un concierto, o las noticias, o una revista de variedades, o una transmisión deportiva, o un espacio dramatizado. O mucho más. La radio parece estar siempre allí, esperando por sus oyentes, no importa si es de día o de noche, si diluvia o si la mañana nos regala un sol espléndido. A ello nos ha acostumbrado durante mucho tiempo, desde que la estación norteamericana KDKA saliera al aire hace más de un siglo, en el ya lejano 1920. Ese día, gracias a la magia del sonido y al avance de la tecnología, la vida de la humanidad cambiaría para siempre. Y en Cuba, esta historia comenzaría a escribirse apenas dos años después, hace justamente una centuria.
No por conocidos, los orígenes de la radio cubana dejan de ser sorprendentes, apasionantes. Sería en 1922 cuando ocurrirían dos hechos reconocidos como el nacimiento de este medio en la Isla. El primero de ellos fue la salida al aire, el 22 de agosto —justo un día como hoy—, de la emisora 2LC, fruto de la iniciativa del músico y patriota camagüeyano Luis Casas Romero, por entonces radicado en la capital cubana. El segundo hecho, sucedido dos meses después, fue la apertura el 10 de octubre de la PWX, una planta que sería inaugurada por el entonces presidente Alfredo Zayas con un discurso en inglés, y que por mucho tiempo fue considerado como el paso inicial.
Sin embargo, finalmente la justicia se impondría y como fecha natal de la radio cubana sería asumida la de la apertura de la 2LC. Esta planta fue, sin lugar a dudas, la pionera de las transmisiones regulares en la Isla. Su pequeño equipo, de solo diez watts, fue construido por Casas Romero, con ayuda de su hijo Luis Casas Rodríguez. Su gran inventiva los llevó, además, a utilizar una pequeña corneta de juguete para hacer la llamada de atención a los oyentes. Para radiar música, por su parte, colocaban un antiguo fonógrafo de trompeta frente al equipo. Este recibía el sonido que luego pasaba al transmisor, por lo que los discos se transmitían así, directamente, por la reproducción sonora del fonógrafo.
Otro hito de la 2LC es que en ella trabajó la primera locutora de Cuba. Tal mérito recayó en Zoila Casas Rodríguez, también hija de Casas Romero, quien colaboró con su padre en las transmisiones de la pequeña planta. El parte meteorológico, el anuncio de musicales y algunas notas e informaciones, eran el contenido de aquellas transmisiones, que se escucharían en su voz y que marcaron la pauta de todo lo que vendría después. Con estos limitados recursos y, sobre todo, con mucha voluntad e imaginación, se inició la historia de la radiodifusión en la mayor de las Antillas.
Sin embargo, a pesar su indiscutible valor como pionera, no puede verse a la 2LC —y luego a la PWX— como un producto único y aislado. Ya por entonces existía en la Isla un creciente grupo de radioaficionados, verdadero germen del medio, que venía realizando transmisiones de manera esporádica pero consciente. Los trabajos de estos primeros radialistas tenían como principal problema su irregularidad de horario y programación, debido a la falta de técnica, el afán de experimentación y también a la escasez de equipos receptores. Sin embargo, en ellos, entre los que estaban el propio Casas Romero y sus hijos, estaba la semilla de lo que es hoy, más que un árbol, un bosque frondoso y centenario.
La presencia de estos radioaficionados con sus pequeñas plantas de transmisión irregular, fue un fenómeno que abarcó rápidamente toda la Isla. No es de extrañar incluso que en algunas investigaciones sobre el tema aparezcan referencias a estaciones cubanas anteriores a la salida de la 2LC. Aunque no siempre verificables, estos datos vienen a confirmar la complejidad de aquel período fundacional para la radio cubana. Así sucede, por ejemplo, con la planta santiaguera 8AX, cuya cartelera nocturna del 4 de agosto de 1922 sería anunciada por el periódico local La Independencia, de acuerdo con algunos estudios. Sea cierto o no, ello evidencia que también fuera de La Habana, hace un siglo la radio no era ya un medio desconocido.
Y si ya no lo era, mucho menos lo sería a partir de entonces. La radio cubana iría creciendo primero de a poco, y luego de manera acelerada. Sus pioneros aprenderían sobre la marcha, innovarían, irían construyendo un sólido legado que sería enriquecido por sus continuadores. Se pasaría de un período de tanteo, de prueba y error, a otro de cristalización e imperio de las grandes empresas y cadenas radiales, con los formatos y mecanismos comerciales como catalizadores del salto, y luego, tras el cambio de sistema como consecuencia de la revolución de 1959, a una concepción diferente que, no obstante, conservó la esencia comunicativa, artística, popular, del medio. Esta herencia, edificada a lo largo de un siglo, ha dejado una profunda huella en el imaginario colectivo de los habitantes de la Isla y, en general, en toda la cultura cubana.
Es prácticamente imposible enumerar a todos los que han hecho o pasado por la radio en estos cien años: locutores, actores, técnicos, músicos, guionistas, grandes figuras del arte y la literatura de Cuba y también otros cuyos nombres han quedado en el olvido, pero sin los que no hubiesen podido hacerse todas las transmisiones, todos los programas realizados en esta centuria. Espacios como La Corte Suprema del Arte, El Suceso del día, radionovelas como El Derecho de Nacer y Cuando la vida vuelve, humorísticos como La Tremenda Corte y Alegrías de Sobremesa, informativos como La Palabra y Haciendo Radio, musicales como De fiesta con Bacardí y Nocturno, son apenas unos poquísimos botones de muestra de cuánto ha logrado la radio en Cuba desde 1922, y también de cuánto ha calado desde entonces entre los cubanos.
El medio radial está hoy prácticamente en todos los rincones de la Isla. Un centenar de emisoras transmiten en la actualidad no solo desde la capital cubana o las cabeceras provinciales, sino también desde no pocos municipios. Muchas de ellas están también en internet, con sus propios sitios web o, incluso, divulgando sus audios y programas en la red de redes. Sin embargo, ello de por sí no resulta suficiente. Cantidad no entraña necesariamente calidad, presencia no es sinónimo de éxito o impacto deseado. Y el trabajo en los estudios, en las emisoras, nunca se detiene. Cada día es un nuevo comienzo, cada jornada es un desafío porque el público espera ahí, en el presente.
La radio cubana llega a sus cien años con el reto constante, cotidiano, de honrar su historia y, a la vez, de parecerse a su época, a sus oyentes. En tiempos de redes sociales, series y telenovelas, de crisis económica, inflación y apagones, cada programa, cada minuto al aire, es una prueba constante a su creatividad, a su capacidad de convocatoria, sobre todo entre los más jóvenes. Que cumpla ya un siglo no significa que sea, que deba ser, una reliquia del pasado. La radio cubana sigue viva, pero fiel a su estirpe y a su naturaleza, a su historia y a los imperativos de hoy, tiene la necesidad —el placer y, a la vez, la obligación— de demostrarlo todos los días.