Haber visto la nueva adaptación cinematográfica de Pedro Páramo en Netflix, ha logrado que de momento piense en Juan Rulfo (San Gabriel, México, 1917) más como fotógrafo que como escritor. La película está dirigida por el cineasta mexicano Rodrigo Prieto, y destaca por su impecable factura, un atributo que dialoga con la sensibilidad estética que Rulfo imprimió tanto a sus imágenes como a sus textos.
El filme, ópera prima de Prieto, reconocido por su trabajo como director de fotografía junto a figuras como Martin Scorsese y Alejandro González Iñárritu, ofrece una representación poderosa de Comala, donde se desarrolla la novela que revolucionó la literatura mexicana y tuvo un gran impacto en las letras en español en su conjunto. Este lugar, descrito en la novela como un pueblo detenido en el tiempo, encapsula violencia, tradiciones y complejos entramados políticos.
Según Prieto, su adaptación busca evocar el “imaginario” que cada lector construye al sumergirse en las páginas de Pedro Páramo. La visión resuena con las palabras del propio Juan Rulfo, quien afirmó en una entrevista: “Algunos críticos toman como personaje central a Pedro Páramo. En realidad, es el pueblo. Es un pueblo muerto donde no viven más que ánimas”. Para mí, esa Comala siempre tuvo el aspecto de una serie de fotografías: paisajes áridos, figuras fantasmales y una atmósfera cargada de silencios que estremecen más que las palabras.
Descubrir al Rulfo fotógrafo, años después de haber leído su libro insigne, fue un hallazgo tan revelador que se transformó en una obsesión. Durante un viaje a México, dediqué un día entero a recorrer librerías antiguas en busca de un libro que recopilara su trabajo fotográfico. Finalmente, encontré dos joyas: En los ferrocarriles y 100 fotografías de Juan Rulfo, ambos publicados por la fundación que lleva su nombre. Ambos volúmenes me abrieron una nueva ventana al universo rulfiano, donde el realismo mágico de sus letras se traduce en imágenes.
Cuentan que Rulfo era un hombre reservado, más inclinado a observar que a hablar. En su vasta biblioteca, compuesta por unos 10 mil volúmenes, cerca de mil eran libros de fotografía, una pasión que cultivó desde la adolescencia. Su primera imagen publicada apareció en la revista América cuando él tenía apenas 17 años. Décadas después, su nombre volvería a figurar en la misma publicación como parte de una antología de escritores mexicanos.
En los años 40 y 50, mientras gestaba los cuentos de El llano en llamas y la icónica Pedro Páramo, Rulfo recorría México como vendedor de neumáticos y aficionado al montañismo. En esos viajes, su inseparable cámara Rolleiflex capturaba paisajes desolados, pueblos sin tiempo y rostros anónimos que reflejaban la misma melancolía y el misterio presentes en su narrativa. Sin embargo, sus fotografías rara vez se compartían: las guardaba, quizá como efecto de su carácter introspectivo.
Todas las imágenes que conocemos de Rulfo están en blanco y negro, un recurso que, aunque en parte condicionado por las limitaciones técnicas de la época, se convirtió en su sello distintivo. Como en su literatura, donde dominaba el uso preciso del lenguaje coloquial, en su fotografía sobresalía el manejo de las escalas de grises, la luz natural y una composición impecable que transformaba lo ordinario en un relato visual más profundo.
Entre sus series destacadas se encuentran las dedicadas a los ferrocarriles, donde locomotoras, vagones y rieles coexisten con los obreros y pasajeros. También resaltan sus registros de arquitectura, con ruinas precolombinas, iglesias barrocas y haciendas abandonadas, y su mirada indigenista, sea a través de la arqueología o de retratos de gente común.
Una de las facetas más fascinantes de Juan Rulfo como fotógrafo es su labor como stillman en rodajes cinematográficos. Allí su lente capturó la esencia del set y la atmósfera que rodeaba las producciones. Destaca su participación en Talpa (1955), la primera adaptación de uno de sus cuentos; La escondida (1956), dirigida por Roberto Gavaldón y protagonizada por las icónicas figuras de María Félix y Pedro Armendáriz; y El despojo (1960), un cortometraje de Antonio Reynoso basado en el relato homónimo del propio Rulfo.
Durante esas producciones, Rulfo tomó cientos de fotografías que no solo capturaban a superestrellas como Félix, sino además a extras y curiosos que, desde los márgenes del set, se acercaban a observar la magia del cine antes de llegar a la pantalla. Para él, el retrato de una estrella tenía el mismo valor que el de una mujer anónima, en su mirada estaba el poder de hallar la belleza y narrarla a partir de lo cotidiano.
La obra fotográfica de Rulfo no complementa su literatura, sino que la expande. Ambas son exploraciones profundas de la soledad, el desamparo y la lucha existencial, manifestadas en paisajes y personajes que parecen hablarnos desde un lugar atemporal. Como él mismo dijo: “La realidad no me dice nada literariamente, aunque pueda decírmelo fotográficamente”.
A pesar de haber publicado solo tres libros —El llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955) y la novela corta El gallo de oro (1958)—, su obra literaria no necesitó más para alcanzar la inmortalidad. Gabriel García Márquez resumió este impacto al confesar: “Si yo hubiera escrito Pedro Páramo, no volvería a escribir en mi vida”.
Aunque Rulfo decidió no publicar más, nunca dejó de fotografiar. Durante casi tres décadas, mientras se desempeñaba como director de publicaciones del Instituto Nacional Indigenista, su pasión por la cámara continuó intacta. Tras su muerte en 1986, se descubrieron alrededor de 12 mil negativos en blanco y negro, cuidadosamente guardados en cajas de zapatos en su casa. Estas imágenes datan de entre 1948 y 1980, y son testimonio de una vida dedicada a capturar con su lente una esencia de México, su gente y sus paisajes.
Precisamente en 1980, su legado fotográfico fue celebrado con una gran exposición en el Palacio Nacional de Bellas Artes de la capital azteca, y dos años más tarde, una parte de esa muestra llegó a Berlín. Hoy, el homenaje se renueva con la exquisita fotografía de la película dirigida por Prieto para Netflix, que reinterpreta la atmósfera rulfiana.
Juan Rulfo encontró en la fotografía y la literatura las vías perfectas para expresar su mirada. A través de estas artes, reveló un México íntimo, un país de imágenes que muestran, sin embargo, mucho más de lo que el ojo puede ver.