Al conversar con Juanito –como informalmente se le conoce–, uno siente que detrás de cada afirmación o palabra dicha hay un discurso conceptual nacido, o más bien forjado, tras años de bregar entre creadores, fundamentalmente de las artes plásticas; de mucho le han valido los veinte años en que trabajó como representante del maestro Manuel Mendive.
Juan Delgado Calzadilla nació en La Habana, y es egresado, en 1980, de la Universidad en la especialidad de Economía: “uno nace con la inquietud y después la vida te va llevando a lo más hermoso”, dice en conversación con OnCuba, mientras no oculta su extracción muy humilde ni tampoco que en su niñez –transcurrida en la populosa barriada de Arroyo Naranjo– jamás vio en su casa una obra de arte: “mi padre, obrero de la fábrica, era un ser fantástico y me enseñó, junto a mi madre, que lo más bello de la vida, es ser honesto y trabajador. Crecí escuchando el dicho: ‘haz bien y no mires a quien’”.
Juanito es un promotor nato y, de muchas maneras, un creador que tiene el olfato agudo y la pupila alerta para detectar dónde está el buen arte y saber buscar las vías –y encontrarlas– para promoverlo: “Aunque he trabajado mucho y duro, siento que he tenido una gran fortuna; llevo años dialogando y viajando de Cuba a Estados Unidos, tratando de dar a conocer el arte cubano y establecer un diálogo abierto con todos los creadores donde quiera que se encuentren. Me siento muy feliz de la capacidad que poseo de entender a la gente y, en ese camino no he estado solo porque muchos han laborado para lo mismo”, enfatiza sonriente.
Estudió la enseñanza media en la exigente escuela “Vladimir Ilich Lenin” y al concluirla optó por una beca para estudiar Historia del Arte en la extinta Unión Soviética: “la beca nunca llegó y la profesora Caridad Martínez, que sabía que era bueno en las matemáticas, me sugirió que estudiara Economía. Al legar a la Facultad de Economía me tropecé con un fabuloso mural del pintor Mariano Rodríguez y me marcó esa convivencia de cuatro años. Desde entonces soy un apasionado del arte”.
En 1982, comienza a trabajar en el Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC): “Allí conozco a Nisia Agüero, una gran mujer, que cuando se escriba la historia reciente de la cultura cubana, su nombre tendrá que aparecer. Nisia se da cuenta de que a mí la economía no me interesaba en lo absoluto y me pone a trabajar con ella. Aprendí mucho, sobre todo escuchando, algo que le recomiendo a los jóvenes; primero hay que aprender a oír, hay que aprender a pensar con cabeza propia, y luego se dialoga o se discute”, subraya categórico.
Gracias al trabajo en el Fondo conoce a René Portocarrero, Martínez Pedro, Sandú Darié, Mariano Rodríguez y a todos los grandes maestros de ese tiempo y tempranamente comprendió –gracias a la visión de Nisia–, la importancia de vincular todas las manifestaciones de las artes: “Con ella hice mi primera gira internacional en aquel entonces a los países socialistas, y luego fui a Grecia y allí organicé una semana de la cultura cubana”.
Conoce a Mendive y se hacen amigos: “En 1984, durante la Primera Bienal de La Habana, le otorgan al maestro el importante Premio de la Galería Espacio Latinoamericano, de París, y como trabajaba en el Departamento Protocolo y Relaciones Internacionales del Fondo, le organiza –un año después– el viaje de Mendive a Francia: “Durante años simultaneaba mi trabajo en el Fondo con la labor de apoyo al maestro. En el verano de 1987, me pregunta si lo puedo ayudar a organizar un performance que haría en el Museo Nacional de Bellas Artes a propósito de su primera exposición titulada Para el ojo que mira. La verdad es que los temas de producción me quedaban bien, y con el ímpetu de la juventud, me entregué a esa tarea. Ese es el momento en que comienzo a trabajar sistemáticamente con Mendive, lo que constituyó una gran escuela. Como no estudié Historia del Arte, lo más importante era aprender y –junto al maestro– comencé a disfrutar y a valorar la música clásica, a amar el teatro y el ballet, por lo que se me abrieron muchos mundos; recuerdo que cuando viajábamos me llevaba a los museos para que viera arte y siempre me arrastraba al cuarto piso del Centro Nacional de Arte y Cultura “Georges Pompidou” a disfrutar de la colección permanente y me explicaba, con lujo de detalles, cada obra. Fue un privilegio y, realmente, yo me convertí en un disco duro que iba almacenando información”.
Como curador independiente, este hombre de la cultura está vinculado a las Bienales de La Habana desde su primera edición y enfatiza que ha logrado crear “un estilo de trabajo privado dentro de las artes” que le ha dado excelentes resultados.
Acerca de Detrás del muro –por primera vez en la XI Bienal– subraya: “no se entendía muy bien un proyecto de tanta envergadura en el tradicional y emblemático malecón habanero”, y confiesa que tuvo que lidiar con muchas dificultades e incomprensiones: “conservo un dossier repleto de permisos y aprobaciones ¡y también de negaciones! Creo que esos son los muros mentales que hay que derribar para, definitivamente, ver el arte como lo que es: un reflejo directo de la sociedad”.
Cuenta que, en la primera edición de Detrás del muro, le llegaron propuestas “inteligentes y hermosas” de muchachos estudiantes de segundo año del Instituto Superior de Arte (ISA), que le sorprendieron de manera favorable pero que no se concretaron: “La censura obliga al talento y yo jamás me quedo callado; si me dicen no, voy a buscar el sí. Además, la experiencia de trabajar en colectivo fue vital, y quiero mencionar a mi equipo que está integrado por Elvia Rosa Castro, José Fernández, Indalma Fontirroche, Daniel González y Roberto Torres; como dicen los yorubas ‘un solo palo, no hace monte’”.
La segunda edición de Detrás del muro –en la XII Bienal, entre mayo y junio últimos– la propuesta internacional fue muy fuerte y se involucraron en el proyecto destacados artistas de Colombia, Alemania, Marruecos, Estados Unidos, España, República Dominicana, entre otros países: “nunca me ha interesado el localismo porque, a veces, ese término nos hace incomprendidos. Me gusta la universalización más allá de las fronteras, y si hay talento y convicción da lo mismo que sea cubano o no. El proyecto Detrás del muro queda en la ciudad y eso es lo más importante, que el cubano eleve su espíritu a través del arte”.
Anuncia que él y su equipo “ya trabajan en la tercera edición de Detrás del muro”, pero en paralelo está inmerso en la búsqueda de financiamientos para hacer un libro que documente la segunda edición y, por otra parte, está en proceso realización el segundo documental titulado Limbo, dirigido por el experimentado cineasta Lester Hamlet: “Anhelo que en un futuro Detrás del muro se convierta en una institución hermosa o en una Fundación, que facilite que la ciudad se convierta en un gran museo de arte urbano, porque hay una sed inmensa alrededor del mercado del arte y yo continúo con mi sed apasionada por el arte. Hemos sobrevivido todos estos años, pero tenemos que potenciar a los artistas e intelectuales cubanos y romper tabúes. Trabajo para cuatro letras: CUBA”.
Y finalmente Juanito –desde su impetuosidad y tenacidad sin límites– sigue soñando en grande: “¡quiero inundar de arte cubano todos los pisos del MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York)!”. Y no dudo que lo logre.