Con una carrera artística madura y un alto nivel interpretativo, el actor Carlos Gonzalvo es una figura reconocida y querida en la cultura cubana.
El versátil actor nació en la Isla de la Juventud el 4 de septiembre de1970 y se ha movido con éxito entre el humor y el drama. Ha dejado su impronta en importantes espacios del cine, teatro y la televisión.
Su calidad interpretativa se percibe en los personajes que ha defendido y en el reconocimiento del público, que valora su pasión por el oficio al que ha dedicado su vida.
La trayectoria de Carlos Gonzalvo, “Mentepollo” para muchos, está llena de premios y reconocimientos que avalan su talento, reafirmado en espacios como Deja que yo te cuente, Entrega, Lucha contra bandidos, Omega 3, El premio flaco, Vinci, entre otros.
¿La agrupación teatral Pinos Nuevos te reafirmó que la actuación sería tu propósito de vida?
Pinos Nuevos fue el eslabón más importante de mi preparación como actor. Si tienes una base sólida y estás rodeado de actores de los cuales aprendes y estás todo el tiempo en función de superarte, esa es la mejor escuela por la que puedes pasar. Antes de estar en la compañía lo que me había conectado con el arte fue ver a Alexis Valdés en las aventuras Los pequeños fugitivos (1986).
A partir de ese momento dije que eso que estaba viendo era lo que quería hacer en y con mi vida. Tuve la suerte de que profesionales de la compañía Pinos Nuevos me vieran precisamente imitando al Bandurria de Los pequeños… y es ahí que me invitan a formar parte del elenco de este grupo pinero con el que di mis primeros pasos en el arte.
Después de esa experiencia, ¿qué pasos diste hasta llegar a tu primer personaje en el teleteatro, El millonario y la maleta?
Después de esa primera experiencia pasaron once años en los que trabajé en la Isla de la Juventud; tenía interés en desempeñarme en el humor, pero quería hacer el tipo de humor más teatral que hacían actores como Osvaldo Doimeadiós. Tuve la suerte también de que se comenzaran a hacer los festivales Aquelarre por aquella época.
En 1995, cuando vine a La Habana a ese importante evento, fue cuando pude chocar de verdad con lo que estaba pasando en el humor en Cuba.
Un tiempo después decido quedarme en la capital con la ayuda del mismo Osvaldo Doimeadiós y paso a formar parte de La Oveja Negra, después de Humoris Causa, grupos que ya tenían un nombre dentro del panorama escénico nacional.
Posteriormente me ofrecen la oportunidad de hacer este primer personaje en la televisión, en El millonario y la maleta, en el que trabajé directamente con Rigoberto Ferrera.
¿Qué aprendizaje extrajiste de esos primeros años?
Esta etapa fue fundamental; fui encontrando mi sello. Ya tenía claras qué cosas quería hacer, pude nutrirme de los mejores comediantes del país para perfeccionar la labor en la que me estaba desempeñando.
¿Cuándo Nelson Gudín te propuso interpretar al profesor Mentepollo en “Deja que yo te cuente” intuiste que el personaje daría un vuelco en tu carrera?
Cuando Nelson Gudín estaba en el proceso de conceptualización del programa me propone Mentepollo; entre los dos manejamos la conformación del personaje.
Valoramos las posibilidades que podía tener y nos plantemos la idea de que en cada programa apareciera como un personaje distinto, en dependencia del tema que se iba a abordar en el espacio. Nadie se imaginó en ese momento el éxito que iba a tener el programa; fue una gran sorpresa. En poco tiempo, Mentepollo se convirtió en uno de los personajes humorísticos más importante de nuestro país.
Me imagino que disfrutaste el éxito, pero en algún momento debes haberte sentido abrumado por tanta exposición. ¿Sentiste la responsabilidad?
Aunque todo artista espera el reconocimiento del público, me sorprendieron los niveles de popularidad que alcanzó este personaje. No estaba adaptado ni preparado para esta situación de salir a la calle y que todo el mundo me reconociera y quisiera interactuar conmigo.
Al principio me chocó un poco, pero fui acostumbrándose a ese calor humano que nos brinda el público tan especial que tenemos y al que agradecemos por recibirnos en sus casas y brindarnos todas esas muestras de afecto y cariño hacia nuestro trabajo.
No es solo el mero hecho de que te conozcan, sino que, como dices, contrajimos una responsabilidad con la audiencia que se identificó con los temas que le presentamos cada semana. Hasta ese momento no había un personaje en la televisión que tocara temas sociales tan agudamente como lo hacia el profesor Montepollo.
¿Por qué salió del aire el que llegó a ser el programa más visto de la televisión cubana en su momento?
El público lamentó la salida del programa; yo también lo vi con mucha tristeza. Hay una cosa muy importante en estos espacios televisivos, tienes que saber cuándo un programa debe coger un aire, cambiar cosas y elaborar mejor los guiones; eso es fundamental.
Hay directores de programas que contra viento y marea se aferran a la televisión y no quieren salir de la parrilla de programación, pero todo tiene su tiempo y su momento.
En el caso de Deja que yo te cuente se empezó a preparar una segunda temporada, que era superior a la primera, pero las cosas se complicaron y a Nelson Gudín lo censuraron en la televisión. Este proyecto, a pesar de que ya estaba escrito para entonces, no se pudo materializar.
Muchas personas me preguntan en la calle por qué no retomamos el espacio, pero creo que es mejor recordarlo como algo increíble que nos sucedió a todos los que tuvimos la suerte de formar parte de su elenco y equipo de producción.
Eres de los actores que se desenvuelven con éxito tanto en el campo dramático como humorístico.¿Interactúan estos en dependencia de las propuestas laborales que te llegan, o existe subordinación entre una y otra?
Disfruto la comedia y crear monólogos. Me divierto mucho cuando tengo presentación en todos los espacios en los que me convocan a trabajar a lo largo del país.
Me considero actor, en sentido general me gusta actuar y cuando me proponen un personaje dramático que me seduce lo interpreto con la misma pasión y entrega que hago la comedia.
Es más difícil hacer reír que llorar; sin embargo, muchas personas subvaloran el trabajo de los humoristas y lo ven como un arte menor. ¿Qué opinas al respecto?
Lamentablemente muchos actores ven el humor como un arte menor, la gran mayoría porque, en la práctica, no son capaces de hacer el trabajo de los comediantes. Me atrevo a decir que este hecho sucede más en nuestro país que en otros lugares.
Admiro a actores de la talla de Osvaldo Doimeadiós, que le dan un valor increíble al humor. Como él tenemos otros ejemplos de colegas que han demostrado su calidad tanto en el terreno humorístico como en el dramático.
Es muy difícil incursionar en el humor y no todo el mundo lo puede hacer; ahí es donde está el secreto de la comedia.
En otras entrevistas has señalado que el cine es un regalo divino. ¿Qué encontraste en el séptimo arte que no tienen el teatro o la televisión?
Es un gusto personal. El teatro es algo mágico, es donde el actor llega a la plenitud de su creación; es donde más se le exige. La televisión tiene también sus encantos, te ofrece la facilidad de poder repetir las escenas y de estar pendiente de cuanto efecto hay para poder lograr tu parte, pero el cine es algo grandioso, porque abarcas la magia que tienen el teatro y la televisión.
Va acompañado de esos destellos de imaginación tan grandes y tiene un encanto especial que atrapa a muchos actores.
¿Tus personajes deben tener alguna cualidad indispensable?
Todos los personajes son importantes para mi carrera. Desde el momento que decides interpretar alguno, tienes que darle la misma relevancia a uno pequeño que a un protágonico. A mí me gusta interpretar personajes reales, que hayan existido y que la gente conozca. He tenido la suerte de interpretar a Germán Pinelli y a Virgilio Piñera. Eso me brinda la posibilidad de hacerlos más cercanos a la gente.
¿Qué escena o secuencia que hayas hecho te ha impresionado por los niveles de detalle que exigió producirla?
Uno de los personajes más difíciles que he hecho fue el de Virgilio Piñera —en una de las historias de Nicanor, que se tituló Épica— por lo que representa Virgilio para la cultura de este país.
Fue un trabajo a mano, hecho con mucha precisión. Tuve la suerte de contar con un coach como Antón Arrufat, que me ofreció todos los elementos que necesitaba y ya en escena completé esa gran ayuda con la de Luis Alberto García, que es un actor increíble; trabajar con él es una garantía de éxito.
Has trabajado del otro lado de las cámaras. ¿Cuáles son tus inquietudes a la hora de contar historias?
He empezado a hacer cosas detrás de cámaras. He escrito y dirigido dos cortometrajes, el primero titulado Anónimo, que se ha presentado en algunos festivales y ha obtenido premios. Me interesa contar historias y dirigir, va a ser una de las cosas a las que me dedicaré más adelante, cuando exista el tiempo y el presupuesto.
En los próximos días vamos a saber de ti por la telenovela El derecho de soñar. Háblame de los proyectos que estás realizando en estos momentos.
Hay algunos proyectos grabados, los que más rápido van a salir son la telenovela El derecho de soñar, donde interpreté un personaje que tiene participación en las dos épocas que recrea este dramatizado.
Está también la serie Al habla con los muertos, en la que actúo y también tengo la responsabilidad de ser el director de actores. Algo que me tiene ilusionado es que comenzamos a preparar un nuevo paquete de 15 capítulos de la serie Historias de Floro, donde voy a compartir la dirección junto a Jorge Alberto Piñero (JAPE).