Dice Marcela García Olivera para sustentar el performance Germen: “Soy mujer y actriz; necesito encontrar un nuevo sentido al representar. He decidido dejar de esconderme detrás de mis personajes; ahora quiero exponerme, develarme, descubrirme, y sanar, en los extremos o en lo sutil de esas historias que cuento. Para eso estoy iniciando un viaje muy íntimo, una exploración a mi mundo espiritual, para intentar descifrar los miedos. Quiero saber dónde nacen, de dónde provienen, quiero poder mirarlos en el vacío de la oscuridad que ellos hacen crecer. Esos miedos tejen un hilo invisible que se enreda entre mis piernas y no me dejan avanzar; estos miedos no me pertenecen, han sido impuestos de generación en generación y alimentados por la realidad que me ha tocado vivir”.
Lo ha dicho por las claras: no quiere seguir armando su mapa existencial con retazos de otras, las mujeres a las que presta su voz, sus gestos, su sangre. La actriz no finge, sino interpreta. Ningún desdoblamiento es un escamoteo de su propia realidad, sino el desentrañamiento de la otredad a partir de las claves genuinas de que la ha dotado la experiencia del vivir.
Ella es el lenguaje; la técnica, la escritura; el personaje, el texto que ha de ser leído, desentrañado, despiezado en sus más profundas interioridades. Se trata de un condicionamiento mutuo. Pero todo tiene un límite.
¿Quiere decir que Marcela, en lo adelante, solo se interpretará a sí misma? ¿Quién lo sabe? Pero en esa operatoria estamos todos, conscientes o no, cualquiera sea nuestro oficio, credo o pasión. Las máscaras se superponen. El espejo nos devuelve a diario esa suma de rostros en que intentamos reconocernos a partir de nuestro yo más íntimo, el reflejo de este en los demás y el anhelo de alcanzar algo; una dimensión del ser que no sabemos.
Autoexamen, asunción de las esencias, prospección del daño que la intemperie emocional le ha ocasionado, erosiones: hay que empezar por detectar las grietas, luego pueden acometerse las obras. Ampliación, remodelación, adecentamiento del espíritu.
“En este camino —continúa diciendo— me veo reflejada en otras mujeres, mujeres que invento, mujeres de la escena, mujeres de mi familia, mujeres amigas, mujeres admiradas, mujeres que descifro en las miradas que se cruzan con la mía, mujeres que he deseado ser. De cada espacio que visito, de cada estado que experimento, de todo lo que voy encontrando quiero salvar algo y lograr juntar estas pertenencias para seguir conociendo mis luces y mis sombras”.
Y ahí está ella, en la escena apenas iluminada de El Ciervo Encantado, exponiéndose a la mirada de todos, en ese unipersonal de fino lirismo mediante el cual se interroga y nos interroga.
Al fondo hay una pantalla que proyecta la imagen de la actriz, la vemos en un erial, corriendo como quien huye de un incendio, rezando una suerte de credo personal, diciéndose al oído de la conciencia que ha llegado el momento de escrutarse.
Miramos a Marcela mirarse en la pantalla con extrañeza, y también con amor. Quienes han tenido experiencias cercanas a la muerte refieren que abandonaron la envoltura material para observarse desde una perspectiva inédita. Ese cuerpo que yace y al que han de volver es propio y ajeno. Como sucede en el amor. Como sucede en ese viaje cargado de eléctricas tensiones que es la creación poética.
Germen es un espectáculo íntimo, como todo nacimiento; remansado, contrastante con una época como esta, de convulsiones raigales. Fue concebido por una mujer con el auxilio de otras mujeres talentosas: Noelia García (música) y Gretel Marín (realización audiovisual).
Este último aspecto, la puesta en pantalla, a la que se sumaron Amilkar Feria y la propia actriz, se conforma con cinco videos experimentales: Cuando ella me abraza, Puedo convertirme en pájaro, El suelo se humedece, Luciérnaga que se expande y Vuelve a mí, todos ellos acompañados o integrados con textos tan sugerentes como bellos y eficaces.
Dicho así, parece que lo proyectado y lo actuado en vivo son elementos aislados. Nada de eso. Nos enfrentamos como espectadores a un todo en el que el acto poético se da por inmersión, ya que a los pocos minutos no estamos en capacidad de deslindar en cuál de los dos planos está sucediendo Germen. ¿Pero quién necesita saberlo?
Germen, el unipersonal de Marcela García Olivera que tuvo sus tres únicas funciones el pasado fin de semana, es el inicio de un camino, una incitación al desdoblamiento de otras mujeres. Ocurrirá en lo adelante en el mundo digital y en espacios presenciales. Se trata de un proyecto en progreso, en acción, un darle voz y espacio a quienes no encuentran un modo de relatarse con la desgarradora honestidad que toda introspección exige.
De la misma forma en que el espectador va recomponiendo en ese resquicio de la conciencia que los románticos llamaron corazón, las imágenes aprehendidas en Germen, una vez devuelto a la noche de La Habana, armo con flashazos verbales lo escuchado ahí. Tomo líneas de uno y otro fragmento, hago mi propio cadáver exquisito, el mantra que ha de acompañarme de regreso a casa: me sigue, me sorprende cuando no la necesito / le doy mi consentimiento a la muerte / la lluvia es mi llanto sin sal / después de tanto andar, el silencio es mi elección / todo ocurre en el andar.