La elección de la actriz, directora, pedagoga, promotora Miriam Muñoz Benítez (Matanzas, 1947) como Premio Nacional de Teatro de la actual edición honra ese reconocimiento —el más alto de las tablas cubanas— y llena de orgullo y alegría a la Cuba teatral, aquella que extiende sus contornos más allá de lindes y términos geográficos y vibra dondequiera que haya un compatriota amante de las tablas.
Apenas se conoció el suceso, la noticia corrió entre el gremio. Se sumaron al jolgorio artistas de otras manifestaciones junto al pueblo de su natal Matanzas, donde ella es un monumento vivo del arte genuino y su vocación cívica y salvadora. Detenían su paso por la vía y la abrazaban hombrones llorosos, los mismos que la han visto trabajar para ellos en sus barrios, incluso durante la pandemia de Covid-19, cuando fundó el proyecto “De balcón a balcón” para romper el encierro y conjurar cualquier tipo de soledad.
Falta cuerpo para tamaño espíritu, piensa uno cuando se encuentra con este ser menudo, poseedor, sin embargo, de semejante empuje; esta mujer de figura magra que resulta imbatible ante padecimientos severos del cuerpo y del alma.
Comenta el jurado del premio que pesó en la decisión su ingente quehacer formador con niños y jóvenes y pienso en lo imposible que resulta intentar separar una zona de labor de las otras, puesto que Miriam Muñoz Benítez es, hace rato, una de las mejores actrices cubanas; una versión femenina de la leyenda del Rey Midas a la que no hay personaje que se le resista porque desde una organicidad sostenida por una exquisita técnica, modelada en décadas de experiencia, nos presenta criaturas de muy diversa índole ya sea en la comedia, el melodrama, la tragedia, lo mismo en un trabajo de actuación en conjunto que haciendo vibrar el escenario todo —sin importar dimensiones— en ese género de respeto que es el monólogo.
Ha aprendido —como actriz de raíz— de todas sus experiencias vitales, echando todo al fuego para alimentar esta llama de intérprete que sabe que su primera tarea es convertir el amor y la compasión en comunicación con el otro. ¿Cuántos entre nuestros actores, incluso entre los hoy reconocidos como primeras figuras, lo consiguen? Pues, Miriam Muñoz, allá en su amada Matanzas, pertenece a esa rara especie.
Conoció su primer escenario gracias a la música, en su ciudad natal. Cantaba en dos agrupaciones musicales de moda al mismo tiempo. Tanta era su energía. A la vez trabajaba en la emisora provincial Radio 26, en el programa para niños Carrusel y en el espacio Tiempo A.
En 1967, a sus veinte años, integró uno de los grupos de teatro guiñol más reconocidos de la isla, liderado por el ya talentoso René Fernández Santana; Premio Nacional de Teatro mucho después, en 2007.
En 1971, la infamia de “la parametración”, el proceso de exclusión que se vivió en la educación y en las artes —con particular saña en el teatro— cambió e, incluso, terminó con la vida artística de colegas de sumo talento.
En esa etapa, Miriam Muñoz fue destinada a trabajar en una fábrica de fósforos y, poco después, se encargó de la limpieza en la galería de arte, lugar que dejaba impoluto cada día. Una oportuna reclamación ante el Comité Provincial del Partido la devolvió al sitio donde podía ser más útil; recuperó su plaza de actriz, ahora en el Grupo Dramático de Matanzas; el Guiñol había sido devastado.
La nueva ubicación incorporó a sus artes como titiritera y cantante la experiencia con el repertorio del teatro dramático para adultos. Con la llegada a Matanzas del actor, dramaturgo y director Albio Paz (fundador del Teatro Escambray junto a Sergio Corrieri y otros seis colegas y del Teatro Cubana de Acero a fines de los setenta), integró el núcleo fundador del Mirón Cubano, grupo de teatro de calle.
Allí adquirió nuevas destrezas; artista intrépida, libró la batalla contra el asma que aún la acompaña y trabajó la calle hasta que su padecimiento se lo permitió. En 1998 regresó al teatro para niños y de títeres con el proyecto Papalote, de nuevo bajo la dirección de Fernández Santana y comenzó a acariciar un sueño propio que se cumplió en 2002, cuando su proyecto Icarón Teatro fue oficializado.
Primero se empeñó en el rescate de El Principal como sede de la nueva entidad artística —ya que en la ciudad no había espacio físico para ella— y luego logró darle nueva vida al antiguo Cine Moderno tras casi dos décadas de esfuerzo.
En enero del 2020 Icarón Teatro abrió allí las puertas de su sede. Ya contaba con unos asombrosos nueve espectáculos en un repertorio levantado en medio de la nada. Recuerdo aún el estreno de una memorable puesta de Manteca, de Alberto Pedro Torriente, bajo la dirección de Miriam, quien, además, interpretaba una inolvidable Dulce, con el público sentado en los cimientos y el aire enrarecido tras el funcionamiento de la máquina productora de hormigón hasta apenas unas horas antes.
Han transcurrido dieciocho años sin cejar en el empeño. Desde entonces, la batalla por mantener las mejores condiciones para la sede es tarea cotidiana (contra filtraciones de agua, asientos y equipos rotos, tras una mesa con su silla para la recepción que nunca aparecieron…), mientras los espectáculos se suceden unos tras otros; lo mismo sobre su amplio escenario que preparados para los espacios alternativos: la calle, la escuela, el hospital, el hogar de ancianos…
Porque en este vivir intenso para el teatro, Miriam devino directora artística —sin dejar de actuar— y tiene en su haber una relación de valiosos espectáculos. La sigue en esta ardua senda, con la misma energía, la hija concebida con el diseñador Rolando Estévez: Lucrecia Estévez Muñoz.
Icarón Teatro a la vez cobija los continuos talleres de actuación con niños, adolescentes y jóvenes —una práctica que Miriam inició desde el inicio de los noventa— y que fue ganando amplitud, profundidad y prestigio, en espera de poder ser declarada ya la institución como Unidad Docente de la formación media teatral del sistema de la enseñanza artística.
Pero se puede transmitir lo que bien se sabe; lo que está inscrito en la propia experiencia. De ahí que los muchachos con vocación por la escena, tras ser aquí primorosamente preparados, con frecuencia pasen con éxito las pruebas de aptitud del nivel superior de educación artística.
En suma, Miriam Muñoz ha contribuido a formar a buena parte del talento escénico de la provincia, desde sus Talleres de Teatro; ha actuado en más de cien obras, una buena parte textos de reconocidos autores nacionales y extranjeros; ha participado en eventos relevantes en Cuba y en festivales internacionales en Europa y América y ha obtenido significativos premios tanto por su desempeño como actriz o como directora en una determinada obra, como por la calidad sostenida de su carrera, como puede leerse en su curriculum vitae, redactado al vuelo, con la misma prisa con que ha vivido y vive su vida.
Entre esos reconocimientos resaltan el Premio Segismundo y el Premio de la UNEAC a la mejor actuación femenina en el IV Festival Nacional del Monólogo, en 1991; el Premio a la Mejor actuación en vivo en el Festival de Teatro para Niños y Jóvenes de Guanabacoa, en 1996; la Corona de Laurel de la AVELLANEDA, por la mejor actuación femenina en el VII Festival de Camagüey, con la obra Edith, en 1998; el Gran Premio de puesta en escena y premio de actuación en II Festival de Pequeño Formato de la Habana, en el 2000, con la obra Flores de Papel; el Premio de puesta en escena y de actuación con la obra La Ventana Tejida, en 2005; el Premio de mejor actuación femenina con la obra Donde solo hubo desmemorias, del 21 Encuentro de los Cineclubes, en 2009; el Premio José Ramón Brene, en 2010; el Premio Terry y el Premio Omar Valdés, de la UNEAC, junto al Premio del público a la Mejor Actuación en el Encuentro Internacional Otoño Azul, en Argentina, todos ellos durante 2011.
Durante diez años presidió la Brigada Hermanos Saíz de Artes Escénicas en Matanzas, que hizo un trabajo destacado en la Ciénaga de Zapata. También presidió el Contingente Juan Marinello.
Ha sido seleccionada Vanguardia Nacional del Sindicato de la Cultura por más de 15 años consecutivos. Ha sido destacada con el Sello de Laureado, la Distinción Teatro Sauto, la Medalla 30 Aniversario de la Caída del Che, la Medalla 23 de agosto, de la F.M.C; la Distinción por la Cultura Nacional, el Diploma Nicolás Guillén que otorga la UNEAC, la condición de Pedagoga Destacada del Siglo XX que entrega la Asociación de Pedagogos de Cuba; la Orden Lázaro Peña de Tercer Grado. En 2014 recibió la Distinción de Hija Ilustre de la Ciudad de Matanzas.
Esta trayectoria incluye una sostenida actividad cívica en las organizaciones sociales de base existentes en el país (con responsabilidades incluidas) y políticas (Partido Comunista) y ha sido recorrida mientras atendía y educaba —muchas veces como madre soltera— a cinco hijos a quienes, más tarde, la vida sumó nietos y bisnietos en un hogar donde cohabitan plantas, aves y perros.
Su calidad profesional y sus virtudes como ser humano trascienden cualquier frontera. Ha logrado lo que consiguen solo unos pocos sin contar con apoyo mediático: ser una artista de su provincia, querida y admirada a lo largo de la isla. Como era de esperarse frente a alguien de semejante talla, había sido nominada en más de cinco ocasiones para el Premio Nacional de Teatro que, no obstante, se le mostraba esquivo.
Ahora, a inicios de este enero —mes del teatro cubano— se ha llenado el aire de Cuba de expresiones de júbilo que saludan su reconocimiento tras tan hermosa y fructífera vida, plena de generosidad y talento, con esa pasión que nos estimula y nos devuelve la fe en este arte tan antiguo y necesario; tan hondamente humano.