Carlos E. González mantiene la pasión y la energía de aquel niño que corría por las calles en su natal Bayamo. El mismo niño que pasaba el tiempo arriba de las matas de ciruela y mataba la sed en casa de los vecinos, que no era más que la vida cotidiana de cualquier niño cubano criado en una zona rural.
Por eso verse, casi de un día para otro y con apenas 11 años de edad, en el angosto clima de Michigan, Estados Unidos, un mes de marzo, supuso todo un reto para el bailarín y actor, quien aun recuerda aquellos años de la infancia, divididos entre Cuba y los Estados Unidos.
Pese a los obstáculos y barreras que viven los migrantes latinos en ese país, Carlos ha sabido labrarse una carrera en el circuito del teatro musical neoyorquino, cumpliendo el sueño de ser uno de los “sharks” en el remake del clásico del musical y del cine West Side Story, bajo la dirección de Steven Spielberg.
Cuando conversamos, Carlos evocó los momentos de la etapa de producción y rodaje de este filme, estrenado a finales de 2021, durante aquellos meses de filmación cerca de casa de aquel entonces. Es una etapa que cataloga como el mejor verano de su vida, del cual atesora muy bellos recuerdos.
El joven artista se mantiene dividido entre Cuba y el arte, dos pasiones que le generan un sentimiento que no logra descifrar o explicar del todo, pero que le llena, confiesa a OnCuba: “Es una pasión muy grande el poder conectar a artistas de aquí (de Cuba) con los de Nueva York porque el gremio tiene su propio lenguaje, no importa de donde sea. Quiero tener un sitio donde se pueda crear sin límites, un espacio para conectar porque lo que me llena a mí es la conexión, unir los dos mundos donde crecí”.
¿Entonces, de donde viene ese furor por el arte?
Viene conmigo desde niño porque el arte siempre ha sido parte de mi vida. Cuando emigré a los Estados Unidos, al ganar mi madre la lotería (de visas), al principio teníamos otras prioridades, como es normal en la vida de emigrante y más allá de las pasiones que tiene uno en la etapa de la adolescencia.
En la secundaria tenía una profesora cubanoamericana que fue quien me habló de un club de drama; lo usé en realidad para aprender inglés, porque tenía mucha pena cuando empecé a hablar el idioma y ella me dijo que me metiera en teatro para perderla, porque así mi personaje sería el que estaría hablando y no yo.
Aquella etapa de transición, ¿cómo la recuerdas?
Hace poco veía unos cassettes de VHS y recordaba aquellos momentos. Yo nací en Bayamo y me fui de Cuba con 11 años, en 1999. Era increíble aquella libertad de andar por la calle descalzo, subiendo a matas de ciruelas y grosellas, pasar el tiempo en casa de los vecinos… lo normal. Son memorias muy buenas.
Luego fue muy fuerte la transición de dejar al resto de mi familia aquí. Éramos mi madre, mi padre y yo en Michigan, un estado muy frío al cual llegamos en marzo. No había ningún latino, no conocíamos a nadie, siquiera al amigo de un amigo.
Ahora siento que en la vida nos ha ido bien porque hemos luchado para eso, pero nunca me olvido de lo traumatizante que fue esa etapa de pasar de Bayamo a Michigan, con la nieve, que nunca había visto, además del idioma. Un contraste fuerte, pero el cubano es luchador y así salimos adelante.
¿Cuánto te ha ayudado en lo personal y en tu carrera insertarte en comunidades de latinos?
Las comunidades de latinos se ayudan mucho (en Estados Unidos), sean cubanos o de otros países porque pasan por las mismas experiencias. Yo empecé a bailar en la universidad porque no me daban papeles de actuación para latinos. Comencé a bailar tarde en mi carrera, pero eso me permitió luego abrirme paso en el teatro musical y, a través de los años, ha habido mucho cambio en el teatro musical respecto a los latinos.
He sido dichoso por poder ver esa evolución. El latino le pone mucha pasión y un sentido de familia a lo que hace, algo que ya tiene Broadway en su comunidad de artistas, y si encima le sumas a los latinos, que tanto han tenido que pasar para llegar ahí, se convierte en algo familiar.
Lin (Manuel Miranda) ha dado muchos pasos en ese sentido y ha inspirado a otros para abrirles las puertas, tanto en el teatro como en el cine. Él es increíble y como él hay muchos, también está Alex Lacamoire, cubanoamericano que es como la mano derecha de Lin.
El regreso a Cuba
Mi primer intercambio cultural con Cuba comenzó en la Universidad, en el momento en que uno de mis profesores de actuación, de padres cubanos pero que nunca había venido a la Isla, iba a hacer una producción en la sala “El Sótano” con la Compañía Rita Montaner, entonces vine con él como parte de las clases de actuación, alrededor del 2009-2010.
Por cosas de la vida terminé actuando en aquella obra de teatro, que fue algo loco porque resultó en mi primera actuación en Cuba, en teatro y en español, algo que no había hecho antes. Luego vino la oportunidad de Carmen Jones donde pude trabajar con la increíble Luna Manzanares, esa fue otra experiencia donde pude otra vez servir de puente entre artistas de Cuba y de Estados Unidos.
Más adelante se da la oportunidad de trabajar con Andy Señor Jr., quien dirigió la puesta en escena de Rent en La Habana, que fue donde conocí los mejores amigos que tengo ahora en Cuba.
Algo que ahora me apasiona mucho es seguir conectando con los artistas de aquí. Esto llenó una parte de mí porque al estudiar allá (en Estados Unidos) y tener una comunidad de artistas me sentía cómodo, era mi mundo. Al llegar a Cuba y conocer los artistas de acá, de cierto modo me veía en ellos porque el artista es como una raza propia de ser humano.
Fue algo que no esperaba que me llenara tanto y aunque haya vivido en Estados Unidos más años, la conexión con los artistas de acá es mucho más fuerte, las raíces hacen que me conecte de una manera distinta. Es algo que vengo trato de entender cómo me hace sentir, es complicado.
También cuando hice On your feet, por ejemplo, era el único cubano nacido en Cuba dentro del elenco, entonces el coreógrafo de la obra quería que esta fuese auténtica, al igual que Gloria y Emilio (Stefan), entonces vine a Cuba con Sergio Trujillo, el coreógrafo, para sumergirlo en la cultura cubana, la energía de los cubanos y el baile, esa fue otra experiencia importante que espero repetir.
Entonces llegas al “West Side”
La historia es graciosa y un tanto enredada. Yo estaba en Cuba de vacaciones y mi agencia me llama para avisarme que había una audición para West Side Story en Nueva York, luego cuando regresé no se hablaba de otra cosa que de la audición, de lo espectacular que fue y entonces pensé, “bueno, no estaba para mí”.
Pasaron como dos meses y mi agencia me dice que estaban extendiendo las audiciones para Puerto Rico y Miami, que fue donde audicioné. Hicieron otro llamado meses después y tenía planificado un viaje a Cuba para un viernes, pero de la agencia me dicen que Spielberg me quería ver personalmente en la última audición, que era un martes.
Logro llegar ese día y durante la audición le comento que el día anterior en la noche había estado en Cuba y a él le emocionó mucho cuando le conté sobre la Isla, lo que había hecho allí; creo que eso me ayudó, que él pudiese ver que yo era latino y auténticamente cubano.
Para todo artista que se ha encantado por el teatro musical, West Side Story es como “EL SUEÑO”. Siempre me he identificado mucho con esta obra. Ya había hecho una producción regional en Estados Unidos e incluso en el reciente revival de Broadway, yo cubría el papel de Bernardo, pero justo el día que inauguraba llegó la pandemia y Broadway cerró, aunque pude hacer un ensayo general con vestuario y todo, así que también cumplí ese sueño.
Compartir, además, con Patricia Delgado, cubanoamericana que forma parte del equipo de coreografía, con Rita Moreno, quien es una artista increíble… es algo que todos los días hacía que me pellizcara como diciendo, “¿de verdad esto me está pasando?” Ser parte de esta producción es hacer historia; poder participar en un clásico estadounidense, que con esta versión se convierte en una especie de nuevo clásico para nuestra generación.