El oficio de corresponsal de guerra es de los más arriesgados que se pueda hallar. El periodista que opta por cubrir las incidencias de un conflicto bélico está expuesto continuamente a todos los peligros que entraña una guerra. Por ejemplo, ser alcanzado por una bala perdida, como le sucedió al estadounidense Charles Crosby, del Chicago Tribune; deseoso como estaba de reportar el encuentro que tropas del general Máximo Gómez y fuerzas españolas sostuvieron en el potrero de Santa Teresa el 9 de marzo de 1897.1
Crosby había llegado al campamento de La Demajagua el día 5 y siguió a los insurrectos hasta Trilladerita, Santa Teresa y La Reforma. El 8, en Santa Teresa, se batieron cubanos y españoles. Bernabé Boza anotó en su diario:
“Mister Crosby felicitó al General en Jefe y le dijo que estaba asombrado después de haber visto cómo trescientos hombres de caballería se batieron contra tres mil de las tres armas”.
La siguiente jornada vuelve a ser testigo, en el mismo escenario, de otro rudo combate donde los cubanos tienen varios heridos, entre los que se cuentan un adolescente de 15 años, el sargento Manuel Benítez (alias Cabito), y “el intrépido y leal Morón”, asistente de Gómez. El propio Generalísimo les hizo pasar un susto grande a sus subordinados cuando le mataron el caballo y él quedó atrapado bajo el peso del animal, aturdido por el golpe y a pocos pasos del enemigo. Sus ayudantes lo sacaron bajo un nutrido fuego, y el bravo dominicano lo primero que hizo, vuelto en sí, fue dar una orden imperiosa: “¡Mi machete!”
Concluido el combate con la retirada de la columna española hacia Arroyo Blanco, el General orientó que se hiciera un inventario de las pertenencias del finado Mr. Crosby y se levantó un acta que fue remitida al cónsul de los Estados Unidos en La Habana. La suerte le había sido adversa al periodista y no tuvo tiempo de reportar a su diario aquel prodigio de capacidad guerrera que desplegara Máximo Gómez en la mítica e inolvidable Campaña de la Reforma.
Antes y después de Crosby la constelación de periodistas extranjeros que se internaron en la manigua o visitaron objetivos militares, fue numerosa. En la Guerra de los Diez Años se recuerda a italiano Antonio Carlo Napoleone Gallenga, por encargo del London Times, y al legendario James O´Kelly, corresponsal del New York Herald, quien escribió La tierra del mambí, un clásico del género.
En la Guerra del 95 aumentó mucho más el arribo de periodistas a suelo cubano, atraídos por el reinicio de la lucha independentista. Llegaron personajes tan célebres como Richard Harding Davis, Sylvester Scovel, Grover Flint, Karl Decker, Charles Michelson, Georg E. Bryson –entre los estadounidenses–, el francés Barón de Antomarchí y su compatriota Paul E. Secondat, los británicos John B. Atkins y Richard Davey (no confundirlo con R. H. Davis ya mentado) y hasta el periodista Winston Churchill escribió sus experiencias de la guerra para el Saturday Review.2
La mayoría de ellos simpatizaba con la causa cubana y lo reflejaban en sus reportajes, crónicas y entrevistas; pero siempre hay “un pollo pelón”, y este fue George Bronson Rea, del Herald, que descolló por sus tergiversaciones e infamias y al que Gómez expulsó de un campamento insurrecto y Boza catalogó de “yanqui embustero y borracho”.
Entre los honestos periodistas norteamericanos, de la estirpe de Crosby y Grovert Flint, estaba Sylvester Scovel, del New York World. Este era frecuente huésped de los cubanos y había logrado el alto privilegio de entrevistar a Máximo Gómez y Antonio Maceo para su periódico. No existía persona, con estos antecedentes, más idónea para sumarse a la pequeña comitiva que recibiría los bienes del malogrado Charles Crosby. Encabezaba el grupo un espirituano, naturalizado estadounidense, que respondía al nombre de Rafael Madrigal, y que a la sazón era cónsul de los Estados Unidos en Cartagena de Indias, Colombia.
La sorpresa del séquito, sin embargo, fue la presencia de una dama, la Sra. Scovel, una francesa bella y joven cuyo nombre de pila era Françoise, que los acompañaba a su arribo a La Demajagua el 22 de diciembre de 1897.
Bernabé Boza fue uno de los impresionados por la linda francesita y anotó en su diario:
“La Sra. Scovel, que es una real hembra, mira con curiosidad y sin ruborizarse a muchos soldados nuestros que llevan encima el traje que usó Adán en el Paraíso, excepción hecha de la hoja de parra…
Very Funny, indeed! dirá la simpática señora.”3
Los insurrectos cubanos –los manigüeros como despectivamente les llamaba la prensa enemiga– mostraban a los visitantes sus pobres o nulos atuendos, pero esto no fue óbice para que Scovel hiciera varias fotos del campamento y una del General en Jefe y su Estado Mayor. El día 24 partieron los americanos y esa Nochebuena no se tocaba silencio para que los soldados mambises pudieran disfrutar hasta la hora que desearan la tradicional festividad. No pocos “manigüeros” soñarían despiertos con aquella inusual visitante de las vísperas.
Notas:
1Santa Teresa formaba parte en la época, del primitivo municipio de Ciego de Ávila, y se situaba al oeste de la Trocha Militar de Júcaro a San Fernando.
2Winston Churchill, uno de los más grandes estadistas de este siglo, en 1895, recién graduado de la Academia Militar, vino a Cuba en compañía de su condiscípulo Reginald Barnes para servir como observador dentro de fuerzas españolas, y de paso fungió como corresponsal de guerra.
3Esta expresión del coronel Bernabé Boza se puede traducir, aproximadamente, como “¡muy divertido (o raro), de veras!”