La primera vez que lo vi iba a más de cien kilómetros por hora. Parecía poco más que una pulga en el lomo de un pastor alemán. Su vestimenta roja combinaba a la perfección con su motocicleta de 55 centímetros cúbicos. Adornaba el motor una recreación del personaje Spiderman. Sobre ella, como si caminara con sus propios pies, el niño de largo moño rubio desandaba el circuito improvisado en la piragua del malecón habanero.
Después supe que se llamaba Steven Gutiérrez Martínez y que tenía solo ¡ocho años! Lo seguí hasta el final de la carrera, no podía apartar la vista del desenfado con que arremetía las peligrosas curvas, la violencia con que hacía rugir la moto en las rectas. ¡Qué locura!, pensé y quise en ese preciso instante tener un hijo para que fuera pelotero, ajedrecista, barrendero de calle, pero nunca piloto de motociclismo. Cuestión de emociones.
Steven ganó cómodamente su categoría cuando la bandera a cuadros marcó el fin de la carrera. Entonces manejó hasta su padre, quien lo esperaba con otro “corcel”, este de 85 centímetros cúbicos, una categoría para mayores de 10 años.
Introvertido en demasía -al menos eso observé desde donde lo espiaba- el pequeño escuchó las instrucciones. No hizo gestos de ningún tipo. No dijo nada. Después recordé que era un niño de ocho años, y que a esa edad hay muy poco qué decir.
Y allá fue el del largo moño rubio, del municipio de San José de las Lajas, provincia de Mayabeque, otra vez a las rectas y curvas en un artefacto que le quedaba grande, digo, que no le quedaba. De los 85 centímetros cúbicos sacó un metal bronceado, sin forzar la motocicleta. Al parecer no se lo permitían, a decir por los gestos de su padre cada vez que pasaba por la meta.
Después de la premiación intenté conversar con el pequeño, entrevistar a un campeón. Pero, ¿cómo se dialoga con un niño de ocho años que solo te responde con un sí, un no, o un silencio prolongado?
El padre, Osvaldo Gutiérrez, comentó que con Steven cumplía el sueño de su vida. “Siempre quise correr motos, pero mi familia nunca me apoyó. Ahora con mi hijo estoy viviendo mi mayor fantasía”.
Añadió que no siente temor ante algún accidente porque su hijo se encuentra bien protegido. “Él se ha caído a más de cien kilómetros por hora y no se ha dado ni un arañazo. Si el piloto tiene todas las protecciones entonces no hay ningún riesgo”.
Por su parte, la madre Dineybis Martínez cierra los ojos cada vez que ve al niño embalado en una pista de carreras. “No me acostumbro, siento mucho miedo. Recuerdo una caída que tuvo en el circuito de Cocomar (municipio de Caimito), aquello me afectó bastante los nervios, me tranquilicé un poco cuando se acercó a mi lado sonriendo”, dijo.
La primera vez que lo vi su vestimenta roja combinaba a la perfección con el color de su motocicleta. Después supe que se llamaba Steven Gutiérrez Martínez y que tenía solo ¡ocho años!, suficiente edad –parece- para andar por la vida a más de cien kilómetros por hora.