Cuando Donald Thomas nació, la diosa Tetis también quiso hacerlo inmortal e intentó sumergirlo en la laguna Estigia. Pero, al contrario de su hijo Aquiles, a este niño solo pudo mojarle el talón. Lo confirma la ciencia, más allá de cualquier mito. Diez pulgadas y un cuarto mide el tendón de Thomas, que conecta los músculos de la pantorrilla con el hueso calcáneo. Un tendón de Aquiles gigante para su altura. La principal herramienta que tiene un hombre para, por sí mismo, despegar del suelo.
Si el semidios griego era el de los pies ligeros, el héroe bahamés sería el de los talones rígidos. Jorge Drexler podría cantar que “se trae el corazón que se tiene por defecto, así como Thomas, por su tendón, es Thomas…”, campeón del mundo de Osaka 2007 en salto de altura.
La práctica del baloncesto en la Escuela Obispo Michael Eldon en Freeport, Bahamas, lo llevó en 2005 a Estados Unidos para conformar la nómina de la Universidad de Lindenwood, en St. Charles, Missouri. En enero del año siguiente, sentado en la cafetería de la institución, ya Thomas alardeaba de sus donqueos geniales con 1.90 metros de estatura, frente a los atletas del campo y pista locales.
Ante su constante impertinencia, el líder del equipo de salto de altura lo retó a que no superaría una varilla a 1.98 metros. Thomas fue a su habitación a ponerse un par de zapatos y, cuando llegó al área de entrenamiento, pasó tan fácil el 1.98 que terminó saltando 2.05. Y, sin arquear su espalda ni flexionar sus piernas, los pasó.
Pasó de machacar aros a cortar varillas cuando el entrenador de la universidad supo de su talento. Inscrito a destiempo para los juegos regionales, pudo participar e hizo 2.04 para llegar al campeonato nacional, torneo que ganó con 2.22 metros. Era el séptimo salto de su vida.
Dos meses después arribó a los juegos de la Commonwealth y terminó en cuarto lugar, confundido, porque pensaba que había sido tercero. Thomas no sabía las reglas de desempate, ni siquiera calentar debidamente; en la caída al colchón estiraba sus dos brazos hacia atrás, como intentando romper de forma torpe, y no se adaptaba a ponerse zapatos de saltador de altura.
Ese panorama encontró Jerry Clayton, quien fuera entrenador del campeón olímpico de Atlanta 1996, Charles Austin. Asumió al bahamés a pesar de sus deudas enormes de entrenamiento. Donald, en las prácticas, pedía permiso para tomar agua y 40 minutos después Clayton lo veía lanzando pelotas a un aro. Decía que el salto de altura era aburrido.
Thomas competía con zapatos de garrochista y apenas coordinaba los pasos cortos de la carrera de impulso cuando, a inicios de 2007, en su primera temporada completa, llegó a 2.32 bajo techo en los campeonatos nacionales de Estados Unidos. Y, en julio, con la bendición de Javier Sotomayor, saltó 2.35 en Salamanca.
Así llegó a Osaka, donde el favorito era el campeón olímpico sueco de Atenas 2004, Stefan Holm, el “enano” de 1.81 metros de estatura que desde los 12 años no paraba de saltar vallas, varillas, y cualquier obstáculo que creara su padre en la ciudad de Forshaga. El hombre que por dos décadas se olvidó de estudios, novias, de cualquier obstáculo que no hubiera que superar con un salto vertical. El atleta que en 2005, al batir los 2.37 metros, se había convertido en el hombre capaz de saltar la mayor diferencia entre su tamaño y la altura de la barra.
Se enfrentaban entonces el esfuerzo sobrehumano contra la gracia divina. Una gracia a la altura de Loki, eso le pareció a Johnny Holm cuando desde las gradas del Estadio Nagai, observaba el “meneo invertido” de Thomas sobre los 2.35 metros, el extraño movimiento de piernas y brazos que hace Donald cuando ataca la varilla. Era el saltador más anti técnico, menos elegante, que había visto en su vida. “Un bufón” y “una afrenta para la especialidad”, fueron los calificativos que empleó al acabarse la competencia, mientras su hijo Stefan quedaba fuera del podio.
Según el escritor estadounidense David Epstein, en el salto ganador de Osaka 2007 Thomas alcanzó un centro de gravedad de 8.2, por lo que creía que si tuviera la técnica de un saltador de altura profesional pudiera incluso intentar el récord del mundo.
Donald no tenía ni técnica ni estilo para la prueba. Ni disciplina ni entrenamiento constante. En Donald todo es invertido, como su ejecución. Más que sobre la varilla, salta sobre una contradicción. Comenzó su carrera en la cima, y solo ha tenido que escalar para bajar y bajar de ese pico. Como un Benjamín Button que hubiera llegado al mundo solo con 30 años y se fuera haciendo más joven y más inexperto a cada torneo que pasaba.
Luego de Osaka, el mejor resultado en Mundiales fue su quinto puesto en Moscú 2013. Entonces sumaba dos ediciones sin incluirse entre los mejores ocho. Jamás volvió a obtener una medalla en un gran evento planetario y no fue hasta Tokio 2020 que pudo incluirse en una final olímpica tras fracasar en Beijing, Londres y Río.
Pero cuando salte a orillas del Danubio se convertirá, a sus 39 años, en el atleta más veterano de su especialidad en asistir a un Campeonato Mundial. Superará al serbio Dragutim Topic, quien en Berlín 2009 tenía 38. Es Thomas el único campeón que sobrevive de Osaka en todas las disciplinas. Y con su anti técnica, su falta de elegancia, sus deudas de toda la vida en los entrenamientos, su afición al baloncesto por encima del atletismo, será el primer hombre en hacer un salto de tijera en 9 ediciones mundialistas. Todo gracias a su bendito, o maldito, talón. No sé mucho de dioses, pero sospecho de su delirio por reírse a carcajadas.
La suerte de Luis Zayas
Mientras Thomas haga historia en la clasificación, el cubano Luis Zayas intentará llegar a la final de la prueba por tercer campeonato consecutivo. El santiaguero saltó 2.30 en Doha 2019 y ancló en quinto lugar, suficiente para igualar la última mejor actuación de un criollo en la especialidad, protagonizada por Víctor Moya en Osaka 2007. Ese mismo año había derrotado de forma espectacular a Donald Thomas en los Juegos Panamericanos de Río 2007.
Dos años antes, en el mundial de Helsinki, Moya consiguió la medalla de plata saltando solo 2.29 metros, en la que fue la final más pobre y rara de la historia. Jamás hubo 1-2 con marcas más bajas. El inesperado campeón resultó el ucraniano Yurii Kymarenko con 2.32 y luego 7 hombres quedaron igualados con 2.29, pero el criollo y el ruso Yaroslav Rybakov eran los únicos con una competencia limpia hasta ese momento. El sueco Holm quedaba séptimo por más fallos. No obstante, Moya se convertía en el segundo antillano con medallas en el salto de altura masculino.
El primero era el de todos los países y tiempos: Javier Sotomayor. Llegaba a Atenas 1997 con aires de revancha por la derrota en Gotemburgo 1995 a pies del bahamés Troy Kemp. Ninguno pudo entonces con 2.39, pero Kemp había superado la altura anterior con un fallo menos.
En los Olímpicos de Atlanta, un viejo rival, el local Charles Austin se había alzado con el oro en una temporada llena de lesiones para el cubano, que lo hizo quedarse en 2.25 en la gran final. Soto ya había caído en el Mundial de Tokio 1991, también ante Austin, cuando tras ambos superar los 2.36, una dolencia en el tobillo impidió al de Limonar intentar los 2.40.
En esta edición japonesa, otro cubano, Marino Drake, saltó 2.34 metros y acabó quinto. Esto lo coloca como el segundo hombre que más alto saltó por Cuba en Mundiales, aunque nunca obtuvo medalla. Además, fue la única ocasión con dos atletas de la isla entre los ocho mejores.
En la capital griega todas las lesiones habían quedado atrás. Recuperada su forma, Javier ganó el 2.35 junto a otros cuatro hombres. Pero en el 2.37 solo Sotomayor logró despegar de forma perfecta del suelo. Lograba su segundo título y cuarta medalla consecutiva en Campeonatos del Mundo. Su primera corona databa de Stuttgart 1993.
Llegó a Alemania a pocos días de llevar el récord mundial hasta los 2.45 metros en Salamanca, y en la MHP Arena se enfrentó a la altura de 2.40 solo con tres saltos realizados en toda la prueba (2.25; 2.34 y 2.37) y, junto a él, el polaco Arthur Partyka y el británico Steve Smith. El Soto fue el único que pudo cantar las 40 en tierras alemanas. Fue en su segundo intento. Fue por 20 años el récord del torneo. Las crónicas de ese día dicen que el 2.46 casi lo logra en su segundo intento.
Entonces, para Moscú 2013 la marca de Sotomayor casi flotaba en el aire luego de dos décadas en las que ni él mismo pudo acercarse a tal hazaña. El ucraniano Bodan Bondarenko y el qatarí Mutaz Essa Barshim estuvieron sobre muelles toda la temporada. Estables sobre los 2.40 e intentando desde 2.43 al 2.46. Javier incluso fue invitado a algunos mítines donde se pensó iba volar la marca de Salamanca, pero por poco resistió.
En la capital rusa, Bondarenko, con pocos intentos, al estilo del Soto en Stuttgart, sobrepasó el 2.41 y se convirtió en el primer hombre en estas lides que batía la barrera de los 2.40. Barshim y el canadiense Derek Drounin, con 2.38 cada uno, quedaban en plata y bronce, respectivamente, altura con la que hubieran sido campeones en todos los Mundiales siguientes y que constituyen las más altas alcanzada sin poder triunfar.
Otros dos hombres no habían podido ser titulares llegando a 2.38. Ocurrió en Roma 1987, donde el sueco Patrick Soijberg fue campeón con ese registro, mientras Igor Paklin y Gennadiy Avdyeyenko, ambos de la entonces Unión Soviética, perdieron con la misma altura por saltarlo en el tercer intento. Plata compartida. Desde esa lid universal hasta Edmonton 2001 todos los oros fueron con un registro mayor a 2.35. Ahí empezó el bajón en la disciplina hasta la gran final de Moscú 2013.
Antes de Budapest, en nueve Mundiales se superó el 2.35. En tierras húngaras la tónica debe ser la misma. Barshim buscará ser el primer saltador con siete finales y así desempatar con el checo Jaroslav Bába, quien pasó la primera ronda desde Paris 2003 hasta Beijing 2015 de manera consecutiva.
El qatarí también aspirará al cuarto cetro en línea. Asimismo, el campeón olímpico italiano Gian Marco Tamberi irá por la única medalla que le falta en su historial, y el estadounidense Ju Vaughn Harrison luchará por su primer gran resultado en un magno evento. Esperemos un salto del cubano Zayas superior a 2.30 y que la suerte, o los orishas, decidan su ubicación final.