Agustín Marquetti Moinelo (Alquízar, 1946) enciende el noveno cigarro en poco más de una hora. Lo sostiene con su mano izquierda —donde lleva los ilde de Orula y Changó y un singular anillo plateado—, coge una “cachada” y cubre de humo el salón de su casa en La Habana, un sitio que no ha pisado en ocho años. Esa rutina la repite una y otra vez hasta liquidar más de media caja de Hollywood.
“Mira, la cerveza era mi vida. Yo nunca tomé para jugar pelota, pero me daba unos tragos después de los juegos. Lo que llegó un momento en el que, si tomabas cerveza, no podías comprar el pollo de los chamacos, y lo fui dejando. Llevo 12 años en Estados Unidos y en este tiempo no me debo haber tomado ni una caja de cervezas. Fíjate lo que es hacerte el hábito, que yo hoy cojo un laguer y por la mitad tengo que dejarlo, me asquea. Ojalá pudiera hacer lo mismo con el cigarro”, dice mientras exprime el cabo contra el cenicero y, de reojo, va buscando la próxima “bala”.
A la par que fuma, Marquetti habla, sin pausa. Hace 14 meses, él en Homestead y yo en La Habana, nos conectamos por Whatsapp y conversamos largo y tendido junto a la colega Marita Pérez, quien lo visitó en su casa de Florida. Aquella entrevista a cuatro manos fue mi primera gran oportunidad de confrontación con el mítico dorsal 40 de los equipos capitalinos en las décadas del 60, 70 y 80 del siglo pasado, quien me montó en la máquina del tiempo para descubrir episodios e interioridades de sus aventuras en el béisbol cubano.
Precisamente, el hecho de haber tenido aquel intercambio me hizo dudar cuando alguien me sugirió la posibilidad de volver a entrevistarlo, ahora frente a frente en La Habana. “¿De qué vamos a hablar?”, pensé y, con esas reservas, asumí el reto y fui a su encuentro gracias a la gestión de un amigo en común.
Cuando llegamos a su casa, tres muchachos que podaban unos árboles en la entrada nos preguntaron si buscábamos al jerarca, uno de los tantos apodos que le han quedado a Marquetti después de escribir una de las carreras más ejemplares en los diamantes cubanos. Asentimos y, casi de inmediato, su esposa Consuelo nos recibió en el portal y nos invitó a pasar.
En cuestiones de segundos, Don Agustín salió, cigarro en mano. Por primera vez en mi vida tenía delante a aquella suerte de semidiós, a uno de los mejores jugadores que jamás han vestido el uniforme de los Industriales —equipo insignia de la pelota cubana—, al mortal que decidió la 25 Serie Nacional de Béisbol en 1986 con un batazo icónico contra “el tenedor” traicionero de Rogelio García.
“¿Otro más?”, le cuestiona a nuestro amigo en común, quien se ha convertido en una especie de puente entre él y varios periodistas cubanos, ansiosos por descubrir las historias detrás de la leyenda. Ante esa interrogante, reacciono, porque evidentemente Marquetti no me podía recordar de una conversación por Whatsapp hace más de un año.
“Te vas a acordar rápido de mí”, le dije para su sorpresa. “Soy el periodista que lo entrevistó hace unos meses, el nieto del señor que, entrando al estadio el día del jonrón del 86, se le reventó la manilla de su reloj y lo perdió en medio de la multitud.”
Marquetti cumple 76 años dentro de tres meses, pero el paso del tiempo no ha hecho mella en su memoria. Enseguida recuerda aquel pasaje de nuestra conversación en febrero del 2021 y retomamos el diálogo como una extensión de aquel episodio.
A pesar de la emoción por conocer finalmente a uno de los peloteros que idolatré desde niño, todavía tenía reservas sobre la entrevista. “¿De qué vamos a hablar?”, volví a pensar, cuestionando la pertinencia del pequeño cuestionario que llevaba en mi cabeza, el cual demandaría más de 20 minutos de su tiempo.
Casi hora y media y más de diez cigarros después, Marquetti me ajustó cuentas. “Tu venías por media hora y te he dado dos. El lío es que a mi me decían el Papa, y yo hubiera sido un cura de madre, porque soy muelero profesional”, me dice bromeando.
Lo que hay entre esa frase casi de despedida y el inicio de la conversación es el relato de un montón de historias, 40 historias de mano de Agustín Marquetti.
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Aunque lleva ocho años sin pisar suelo cubano, nada le es extraño a Agustín Marquetti en su casa y los alrededores. Todavía los vecinos de toda la vida escuchan la música alta y ponen la mesa de dominó en el mismo lugar, allí donde “el 40” acude religiosamente a empatar la tarde con la noche y la noche con el día.
“Gano y pierdo, normal, pero aquí es un poco más difícil que en Miami porque la gente está arriba de la bola. Allá los socios ya son viejos y se les olvidan las fichas”, asegura el otrora estelar pelotero, quien pudo ser músico por la influencia de su primo, el destacadísimo compositor Luis Marquetti, pero el béisbol ganó la partida.
“A mi de la música lo que me gusta es bailar, de todo, desde el punto guajiro hasta el reggeaton o la música americana o romántica. Soy fanático de la Aragón, los Van Van y El Tosco, quien lamentablemente falleció. Me dolió porque era un tremendo músico y un gran amigo”, descubre.
Fuera de esa novedad, Marquetti siente que no mucho ha cambiado en Cuba. “A mí me alegra mucho poder regresar de visita, veo que todo está igualito, aunque la cosa anda un poco más en candela. No estoy hablando nada que no se sepa y que no haya dicho antes. Lo que quisiera que mañana se arreglara todo, es un sueño que pueda mejorar la vida de los cubanos en muchos aspectos.”
Don Agustín ha regresado a la Isla en medio de una de los peores escenarios socioeconómicos que se recuerden en el país, donde ni siquiera el béisbol ha logrado conservar el brillo o el relato mediático de antaño. Tan opaco es el escenario que Marquetti no ha pensado en volver a pisar su santuario, el gran estadio del Cerro.
“Hace años que no voy al Latino, y ahora tampoco lo haré. La gente se inventa muchas cosas y cuando vienes a ver dicen que Marquetti vino al Latino de scout, a firmar peloteros. ¡Qué va! Yo no estoy para buscarme problemas. Además, si ustedes no siguen en la Serie Nacional, qué voy a saber yo”, señala mientras pregunta por los jonroneros del campeonato.
De entrada, se asombra con los números de Pedro Pablo Revilla y Alfredo Fadraga con sus más de 20 vuelacercas, pero recula. “¿Tú has visto los pitchers? Así cualquiera batea. Antes, te encontrabas con un monstruo en cualquier equipo. Y a nosotros en los Industriales nos pasaba todavía más, porque todos los animales querían lanzarnos. Por eso hay que valorar mucho más lo que hicimos en el pasado. Mira, una vez en la Selectiva yo bateé de 15-13 en una subserie contra Pinar, contra los animales esos. Claro, yo bateaba avisado porque los santos me decían lo que iba a tirar el pitcher”, dice, medio en broma y muy en serio.
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Agustín Marquetti es devoto y tiene dotes de vidente, dice, sobre todo en lo que a materia beisbolera se refiere. Cuando habla sobre el tema, agarra la batuta y suelta un monólogo.
“Yo siempre he tenido vista para los peloteros. Cuando Rolando Verde era un animal y Lázaro Vargas era un peloterito, yo le decía que le iba a pasar por al lado. Y mira, Vargas terminó siendo, probablemente, el mejor pelotero de La Habana. Con Javier Méndez también me pasó. Él empezó a jugar flaquito y le decía que tenía que coger libras para triunfar. Una vez vinimos hablando de cómo batear mejor desde Ciego de Ávila hasta el Latino y creo que mis consejos le sirvieron.
“En mis últimos años me dedicaba más a ayudar a los demás que a prepararme, y me quedó ese deseo de ser entrenador, de transmitir mis conocimientos. Yo soy de los que te va para arriba cuando fallas un turno para estudiar lo que hiciste mal, soy muy exigente, pero el único objetivo es que la gente aprenda.
“Allá en Miami yo quise meterme de lleno en este mundo de entrenar. Montamos una academia, mi hijo y yo, los Miami Sharks. Cobrábamos 100 dólares por 12 clases, pero se nos desarmó todo, porque teníamos que pagar 1500 dólares mensuales para arrendar el terreno y se nos empezaron a ir los muchachos. Al final cerramos, Agustín se quedó de preparador y yo me fui para mi casa. A veces algún padre me llama porque quiere que trabaje con el chamaco y ya. Pero me gustaría hacer más.
“¿Tú sabes la experiencia que yo tengo en la pelota? Yo nada más de verte parado ahí sé si bateas o no. Con José Abreu fue de los primeros que hablé en Estados Unidos. Siempre le sugerí que tratara de conectar al jardín derecho y me escuchó. Ha sido un fenómeno todos estos años en Grandes Ligas. Pero eso ya yo lo había visto en mi mente, de hecho, se lo decía a la gente allá, que en cualquier momento llegaría un pelotero con unos cuantos años que iba a dar más de 30 jonrones y empujar más de 100 carreras. Me dieron por loco y ahí lo tienen. Abreu ha hecho eso, no un año, sino una pila de veces.
“Con el que más he hablado en los últimos tiempos es con Miguel Vargas, el hijo de Lázaro Vargas, porque nos llevamos muy bien y porque yo soy un ídolo para su padre, a quien vi crecer. Yo me acuerdo que le decía a Vargas que, siendo más disciplinado, Omar Linares hubiera tenido que irse de la tercera base, porque era una bestia.
“Desgraciadamente, a los jóvenes a veces no les gusta oír a los viejos, aunque con su hijo he tenido la suerte de que ha sido receptivo, me llama y me escucha, y creo que va por muy buen camino. Hace algunos años, antes de que se fueran a Estados Unidos, les pregunté a algunas personas que estaban en Cuba por él y me dijeron que era normal, nada del otro mundo, pero yo quería verlo. Ya cuando ellos llegaron allá, llamé a Vargas y me mandó unos videos. Aquel muchacho botándola por el medio, por allá, por acá… Me quedé impresionado con su mecánica, brutal, y le dije: ‘Vargas, es un animal el chamaco tuyo’
“Desde entonces, hemos hablado personalmente varias veces. Tiene mente grande, quiere ser en la pelota lo que es Ronaldo en el fútbol. Quiere ser famoso, y puede serlo. Yo me equivoco como cualquiera, pero le he dicho a Vargas que su hijo tiene para ser mejor que él diez veces. Lo único que le he pedido es que entrene y que sea disciplinado.
“Tengo más historias con otros cubanos de Grandes Ligas como el primer bate este de Tampa que tiene apellido de pelotero… ¿Arozarena? Ese, Randy Arozarena. Me dio tremenda alegría verlo. Desde que nos encontramos lo abracé y le dije unas cuantas cosas, que siempre no se puede salir a dar jonrón, que con jits también se deciden juegos. Casualmente, ese día estábamos jugando softbol, le hicieron un pitcheo afuera y empujó la pelota. Ahí le fui arriba y le comenté que eso mismo tenía que aplicarlo a su juego diario, modificar su swing según las circunstancias que está enfrentando.
“Todavía no he podido ver a Yordan Álvarez, y me gustaría encontrarme con él, porque lo comparan mucho conmigo, pero es mucho más alto que yo, tiene unas condiciones tremendas, una estampa…”
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En la sala de la casa de Agustín Marquetti en La Habana, las únicas referencias evidentes al béisbol son dos pequeñas fotos enmarcadas y colgadas en una esquina de la pared. En una se ve al mítico 40, bate en mano, en lo que parece ser un Juego de Veteranos o la ceremonia de la primera bola de alguna Serie Nacional; en la otra sale abrazado con el estelarísimo Braudilio Vinent, su ferviente rival y su eterno amigo.
“Siempre me ha gustado relacionarme con la gente, hasta con los contrarios. Bueno, ahí tienes el caso de Vinent, en el terreno él estaba con Santiago y yo con Industriales, la rivalidad más dura que hay en Cuba, pero cada vez que a Vinent le preguntan por mí habla como si yo fuera su papá. Por llevarme bien, me llevo bien hasta con Rogelio García. Muchas personas piensan que somos enemigos por el jonrón del 86, pero tenemos muy buena relación, no hay ningún rencor.
“Creo que eso tiene mucho que ver con nuestra formación, con la mentalidad de mis tiempos de jugador. Dentro del estadio, éramos enemigos a muerte, pero fuera nos llevábamos bien, sin importar el equipo en que estuviéramos. Yo era buen socio de Vicente Díaz, Owen Blandino, Lázaro Pérez, Fermín Laffita, Emilio Salgado, y todos eran rivales durísimos”, asegura Marquetti, quien considera que la influencia de generaciones anteriores también fue importante en su manera de proyectarse.
“Uno tuvo sus ídolos. Yo recuerdo a Pedro Chávez, a Don Miguel Cuevas, a Tony González, a Manuel Hurtado, a Urbano González, a Manuel Alarcón… Ellos eran mi referencia desde antes de debutar en 1965, y con ellos aprendí muchos valores después cuando coincidimos en el terreno. Lo primero es ser humilde, ese es el mejor camino para ganar el respeto de los demás.
“Mira, siendo negro, jamás viví episodios de racismo, ni conmigo ni con mis compañeros. Por esa parte me considero una persona afortunada, con una suerte inmensa, aunque me ayudó mucho eso de ser humilde y muy respetuoso. Si yo estaba en un restaurant y el camarero iba a verme porque unos muchachos querían saludarme o que les firmara un autógrafo, no esperaba a que ellos fueran a mi mesa, yo me levantaba a verlos.
“La humildad siempre por delante, la humildad es una de las cosas más grandes que puede tener la gente. Y hacer el bien, siempre hacer el bien, yo en mi vida he hecho el bien. No tengo dinero, pero tengo la gente que me quiere. Yo soy millonario de pueblo, como decía (Teófilo) Stevenson, y la gente me recuerda por eso”, dice con mucho orgullo.
Pero Marquetti tiene muy claro que las mentalidades han variado y ese cambio, muy probablemente, sea irreversible. “El estímulo en la vida es importante, todo no puede ser la conciencia. Lo material influye y condiciona mucho el pensamiento de las personas, los peloteros no están ajenos a ello y no se les puede criticar. Aunque todavía alguien lo quiera negar, esa es la realidad y si no la aceptas estás condenado al fracaso.
“En los tiempos de nosotros, existían las Grandes Ligas y lo sabíamos, pero no nos interesaba, lo de nosotros era la conciencia revolucionaria. Si en aquel momento cualquiera pensaba en el profesionalismo le ponían el cartel de traidor. Aquello para nosotros era imposible, un tabú. Me tocó vivir esa etapa. Ahora no es tabú, al contrario. Ahora un padre tiene un chamaco con condiciones y lo que quiere es que se vaya para ver si llega a Grandes Ligas, y los mismos chamacos no quieren jugar en Industriales, quieren llegar a los Yankees.
“Esta generación del presente no mira tan para atrás, se ha perdido mucho el vínculo con el pasado. Los tiempos han cambiado mucho. Ahora los muchachos saben lo que es la pelota de Grandes Ligas y, además, es lo que les interesa. Ellos quieren ser como José Abreu, no quieren ser como Agustín Marquetti. Es la dialéctica de la vida, todo cambia, y vivimos ahora una etapa muy distinta. Lo antes que no se podía hacer, ya se hace. Lo que ayer era malo, hoy es bueno, y lo que hoy es bueno, tal vez mañana sea malo”, dice Marquetti.
No obstante, reconoce que en las condiciones actuales, los jugadores cubanos se encuentran en “una posición muy jodida”, porque muchos quieren probarse en el profesionalismo y también representar a su país. “Ese es el mismo sueño que tienen los dominicanos, los venezolanos, los puertorriqueños, los mexicanos o los japoneses, pero ellos sí lo pueden cumplir y nosotros no. Es una situación anormal que algún día se debe arreglar.
“Yo estoy de acuerdo en que se le de la oportunidad a los peloteros cubanos profesionales de representar a su país, hay que encontrar la vía para convocarlos si está permitido. Ojalá que sea mañana mismo cuando cambien todas esas cosas y veamos un equipo Cuba con todas sus estrellas, porque lo necesitamos.
“Mira, si yo hago un team de antes podría a Pedro Luis Rodríguez, Kindelán, Pacheco, Paret y Germán Mesa, Linares, Casanova, Víctor, Gurriel, Ermidelio, Fernando Sánchez, Romelio, Junco… Con esos caballos, que nada más jugaron Serie Nacional pero que tenían todo para llegar a Grandes Ligas, ganábamos un Clásico sin susto. Hoy no es así, con lo de la Serie Nacional no basta, hay que tener luz larga, respetar a los que siguen en Cuba y no negarle el derecho a los profesionales.”